Por Emmanuel Sicre, SJ
“¿Nos es lícito pagar el tributo al César
o no?”
(Lc 20,22)
Como es
sabido la baja en el número de consagrados y consagradas en el mundo occidental
es un poco alarmante si se piensa en prospectiva de aquí a unos años.[1]
Muchos institutos probablemente deberán cerrar sus puertas, o fusionarse con
otros, e innumerables obras de religiosos están ya extrañando su presencia. Las
promociones para atraer nuevas vocaciones si bien gozan de una audacia y
entrega en alza, los resultados están en las manos de Dios. Sin embargo, quizá sea necesario desenfocar un poco el
problema del número para ir más allá. ¿Acaso no hay un mensaje del Dios de
Jesús mucho más grande, más amplio, más desafiante para los creyentes de hoy en
este momento?
Pensar en números, sin discernir el presente
El cambio de
época que transitamos está resultando todo un reto a enfrentar el conflicto de
la escasez de vocaciones. La mayoría de las obras de la Iglesia que está a
cargo de religiosos o sacerdotes, comienza a resentirse por la falta de
sucesores. Entonces, surgen las estrategias para hacer el mismo trabajo con
menos gente hasta el punto de que se llega a “estrujar” al pobre que le toca administrar
lo imposible. Y una persona con tanto trabajo, reza menos, come menos bien,
descansa poco o mal, y su estrés muchas veces le juega malas pasadas. Si a esto
le sumamos las dificultades propias de toda vida, como la convivencia y la
relación con el tiempo, el panorama se torna complejo. Gracias a Dios, su
generosidad nos sigue sosteniendo y aún podemos tirar del ovillo generacional.
Pero, ¿hasta cuándo?
En muchos
casos se ha comenzado a dar un nuevo lugar a los laicos, un espacio distinto y
protagónico. Bien, la realidad nos indica que su capacidad de gestionar
las obras con celo apostólico y entrega son dignas de aplauso[2].
Sin embargo, como se ha denunciado más de una vez, existe el riesgo de la
clericalización[3].
Pero ¿no nos estará diciendo este tiempo que la clericalización del trabajo
evangelizador sigue siendo tan dañina como siempre, pero ahora ya no nos quedan
movimientos en el tablero? Quizá si se sigue pensando más jerárquicamente, y no tanto “redárquicamente”, si se me permite el neologismo, seguiremos dependiendo de
una sola persona para todo. Persona a la que podremos echarle la culpa de las
cosas que no salen –parte del proceso de infantilización que muchas veces se
vive dentro de la vida de la iglesia.
Pero volvamos
al tema de los números. “Sin vocaciones no hay futuro”, se suele oír. Sin
embargo, el problema es, tal vez, que
estamos delegando en el destino lo que no nos animamos a soñar con Dios. Es
decir, lo que él mismo inspira en nuestra vida, y más todavía a partir de
nuestra fragilidad tan evidente. Por eso la realidad nos “llena de goles”.
Si en vez de estar calculando tanto los números, las cantidades, los edificios y las proyecciones, pusiéramos el foco en lo importante, ¿qué
pasaría?
¿No resultaría interesante trabajar unos con otros –sea cura, monja, religioso, o laico cada uno desde su vocación- por la calidad evangélica de nuestra vida, en la búsqueda de aceptarnos como somos en vez de buscar lo que nunca seremos? –abandonando el esquema de perfección. ¿No sería interesante que quien se pregunta por la vida sacerdotal o religiosa dijera con amor: “a pesar de ser débil y vulnerable, la verdad es que esta vida me muestra a Dios y por eso quiero hacer lo que él o ella hacen por los demás”? –abandonando el superhéroe omnipotente.
¿No resultaría interesante trabajar unos con otros –sea cura, monja, religioso, o laico cada uno desde su vocación- por la calidad evangélica de nuestra vida, en la búsqueda de aceptarnos como somos en vez de buscar lo que nunca seremos? –abandonando el esquema de perfección. ¿No sería interesante que quien se pregunta por la vida sacerdotal o religiosa dijera con amor: “a pesar de ser débil y vulnerable, la verdad es que esta vida me muestra a Dios y por eso quiero hacer lo que él o ella hacen por los demás”? –abandonando el superhéroe omnipotente.
Si seguimos
pensado cómo tapar agujeros, cuando llegue la tormenta nos habremos hundido. Y
ojalá no hayamos perdido la esperanza de que el Señor nos regañe y nos diga
como a Pedro: “hombre de poca fe, por qué temes” (Mt 8, 26).
Volver al origen, una metáfora del momento presente
Es probable
que en esta reducción del número se nos esté diciendo algo muy bello: es necesario volver al origen, a la fuente.
Y es que en el origen del cristianismo –pero también de cada comunidad
cristiana a lo largo de los siglos- es en el único lugar donde podremos ir a
beber del pozo como samaritanas de mil maridos que buscan el agua viva.
Quizá, no lo
sé, sea el tiempo para volver a ser el
movimiento de los creyentes en Jesús -unos doce, o veinte, o cien… no muchos
más[4].
Quizá sea el
tiempo en que nos tendremos que dejar de
andar defendiendo el propio rancho –catolicismo- y salir al encuentro de lo que ese galileo judío que reconocieron
como el Cristo nos quiere decir.
Quizá sea el
tiempo de ver al crucificado (que tal
vez seamos nosotros mismos) y contarnos de nuevo la historia para que emerja
con fuerza el Espíritu que nos llevará a “hasta los confines de la tierra” (Hch
1, 8).
Quizá sea el
tiempo, de una vez por todas, de
abandonar tanta cristiandad que tenemos enquistada en el cerebro del
corazón, y nos dejemos apasionar por el
cristianismo que nunca se apagó en el corazón de los más pobres, en la
mentes más honestas, en los santos más olvidados.
Quizá sea el
tiempo de prescindir de aquello que con
tanto esfuerzo hemos conseguido, para que el Señor, se nos dé sin los estorbos
que le ponemos a nuestra relación con él. Que era aquello por lo que, en
definitiva, elegimos entrar en la vida religiosa o servir con el sacerdocio: estar a su lado.
Y entonces,
sí. En un lugar donde Dios vive, muchos querrán venir a vivir con él, porque
habrán hecho suya esa hermosa pregunta: “maestro, ¿dónde vives?” (Juan
1,38).
[1] Excepto
en ciertos institutos de características “militarizadas”.
[2] La
reciente beata argentina Mama Antula es preclara señal de esta entrega. Una
laica dedicada a los Ejercicios Espirituales
en la época de la expulsión de los jesuitas. Más en: https://www.youtube.com/watch?v=1cCAFk0uFoE
[3] «Me repugna el clericalismo
y comprendo que —junto a un anticlericalismo malo— hay también un
anticlericalismo bueno, que procede del amor al sacerdocio, que se opone a que
el simple fiel o el sacerdote use de una misión sagrada para fines
terrenos» (San Josemaría Escrivá, Conversaciones, 47).
“No podemos reflexionar el
tema del laicado ignorando una de las deformaciones más fuertes que América
Latina tiene que enfrentar —y a las que les pido una especial atención— el
clericalismo. Esta actitud no sólo anula la personalidad de los cristianos,
sino que tiene una tendencia a disminuir y desvalorizar la gracia bautismal que
el Espíritu Santo puso en el corazón de nuestra gente. El clericalismo lleva a
la funcionalización del laicado; tratándolo como “mandaderos”, coarta las
distintas iniciativas, esfuerzos y hasta me animo a decir, osadías necesarias
para poder llevar la Buena Nueva del Evangelio a todos los ámbitos del quehacer
social y especialmente político. El clericalismo lejos de impulsar los
distintos aportes, propuestas, poco a poco va apagando el fuego profético que
la Iglesia toda está llamada a testimoniar en el corazón de sus pueblos. El
clericalismo se olvida que la visibilidad y la sacramentalidad de la Iglesia
pertenece a todo el Pueblo de Dios (cfr. LG 9-14) Y no solo a unos
pocos elegidos e iluminados”. CARTA
DEL SANTO PADRE FRANCISCO AL CARDENAL MARC OUELLET, PRESIDENTE DE LA
PONTIFICIA COMISIÓN PARA AMÉRICA LATINA (https://w2.vatican.va/content/francesco/es/letters/2016/documents/papa-francesco_20160319_pont-comm-america-latina.html).
[4] RATZINGER: «De la crisis
actual –afirmaba– surgirá una Iglesia que habrá perdido mucho. Será más pequeña
y tendrá que volver a empezar más o menos desde el inicio. Ya no será capaz de
habitar los edificios que construyó en tiempos de prosperidad. Con la
disminución de sus fieles, también perderá gran parte de los privilegios
sociales». Volverá a empezar con pequeños grupos, con movimientos y gracias a
una minoría que volverá a la fe como centro de la experiencia. «Será una
Iglesia más espiritual, que no suscribirá un mandato político coqueteando ya
con la Izquierda, ya con la Derecha. Será pobre y se convertirá en la Iglesia
de los indigentes». (http://www.lastampa.it/2013/02/18/vaticaninsider/es/vaticano/la-profeca-olvidada-de-ratzinger-sobre-el-futuro-de-la-iglesia-3SHxeEueLAMehXcDynN1UO/pagina.html).
Frente a un mundo en que solo vemos que van tratando de colonizar nos con espíritu de globalizar nos y no dominen con la mentira ,me alegra leer este mensaje esperanzador...ojalá Dios nos ayude a ser más humildes y aprender de las primeras comunidades cuando los apóstoles predicaban con su testimonio y su vida.
ResponderEliminar