martes, 30 de septiembre de 2014

A partir de algunos de los debates mediáticos antes del sínodo sobre la familia


Al leer la prensa y los comentarios que se generan en torno al próximo Sínodo sobre la familia surgen algunas reflexiones. 

Pero si los curas no se casan

No es descabellado escuchar algo así como "qué hablan los curas de matrimonio si no se casan". En cierto sentido se tiene razón. Es curioso observar, más allá de las razones eclesiológicas históricas que pueden llegar a justificar esto, cómo la mayoría de quienes plantearán las cuestiones de disciplina sobre el matrimonio, nunca formaron uno, ni tuvieron que lidiar con la economía familiar, los vínculos con la "suegra", la pérdida del amor en la pareja, etc. Porque la analogía con la vida celibataria, no alcanza. 

No es que sean incapaces de comprender con verdad los testimonios de la gente casada porque de hecho (esperamos) vienen de familias reales, sino porque es desproporcionado cómo en temas de disciplina religiosa sólo los ministros célibes tienen voz y voto para decir lo que se debería o no se debería hacer. Es decir, les toca decidir sobre la vida de los demás en un campo en el que sólo pueden ser testigos de la fe de los creyentes, y no jueces de la conciencia del otro. Gracias a Dios, todos hacemos lo que de buena fe podemos en la vida.  

Pero, por qué no imaginar lo inverso. ¿Qué sucedería si fueran los laicos los que se reunieran en un sínodo paralelo para decidir qué deberán hacer con los religiosos infieles a su celibato, sobre las condenas a los abusadores, el manejo de los bienes y el poder dentro de la iglesia, la forma de vivir la afectividad de una persona que ha recibido un don para poder abstenerse del placer genital (en el mejor de los casos)? 

A lo que cabe la pregunta sobre la repercusión real de las conclusiones en los creyentes de a pie, porque da la sensación de que el Sínodo es más para que los obispos retomen los debates arremangados del Concilio y quede claro quién está de un lado y quién del otro. Y no tanto para los matrimonios que hacen lo que bien pueden con su vida de fe. Veremos dónde termina todo en los próximos meses. Esperemos que el espíritu no sea este, sino el que verdaderamente ponga a la Iglesia al servicio del Mensaje de Jesucristo y no de las disciplinas farisaicas.

Entre el problema aparente y el problema real

2. Al mismo tiempo, creo que el problema no es si cambia o no la disciplina sobre el matrimonio tal como se teme, o si se ponen o no en tela de juicio los fundamentos doctrinales de los sacramentos, o si hay una hermenéutica del Evangelio ajustada al contexto actual o un método dogmático de interpretación que no deja margen a conclusiones diferentes a las premisas como hace el Catecismo de Juan Pablo II. 
Este es el problema aparente, lo que primero se ve y sale a la luz en el debate porque lo que corren son argumentaciones que harán brillar a los más intelectuales, con todo derecho, en sus discusiones sobre el tema. 

Pero la dinámica va más allá de los debates a nivel racional. Pienso que lo que mueve de fondo a algunos personajes decisivos y a la masa que opina, es la que vemos en el hijo mayor de la parábola del Padre misericordioso: ¿por qué a él sí y a mí no que estuve cumpliendo todo lo que creía debía hacer? ¿Cómo es que ahora puede gozar de los mismos beneficios que yo si no está haciendo bien las cosas? Es el problema del orgullo del que se cree justo. Y entre los "justos" no hay lugar para los "injustos". 

Precisamente éste es el argumento que Jesús de Nazaret dinamitó con su vida y mensaje del Reino de Dios, pero no logramos penetrar afectivamente ni un poquito en este misterio de la compasión. Queremos justicia, queremos que se nos reconozca nuestro sacrificio y nuestra buena conducta, queremos que quienes no hacen las cosas como creemos deben ser paguen con alguna penalidad. ¿Será esto lo que el Dios de Jesús en el que creemos inspira?

Las palabras y obras de Jesús fustigan una y otra vez a los que piensan así con un término durísimo: HIPOCRITAS. Aquí no hay argumento que alcance porque me están tocando lo profundo de mi ego que se montó en un espejo de la doctrina que alcancé a cumplir. Porque, seamos sinceros, no debe haber quién pueda cumplir con todo. 

Se suma a esto que estamos obsesionados con el pecado sexual. Todo se concentra de la cintura para abajo. Es muy probable que quienes ponen cepo a la comunión ofrecida a todos los pecadores, les cueste pensar un poco más en sus pecados en materia de moral social, ecología humana, pobreza, discriminación, y libertad de conciencia.

Es increíble que algunos asistan a un Sínodo solo para delimitar fantasiosamente la libertad de conciencia religiosa. ¿Cómo es posible prohibir algo a alguien de buena voluntad de lo que sólo ella es responsable ante Dios? ¿O tanta es la desconfianza que se tiene de los creyentes cuando evolucionan en su vivencia de fe? ¿No será una desconfianza fundada sólo en el temor que tienen ciertos "impartidores de doctrinas" que se están dando cuenta de la ignorancia religiosa que provocaron? 

Ojalá este debate abierto por el tema de las familias no nos atrinchere en polos opuestos  y que nos ayude a acercarnos más y más a lo que el Dios de Jesús sueña para todo hombre y toda mujer. 


domingo, 28 de septiembre de 2014

¿Por qué no siempre las cosas tienen sentido?

por Emmanuel Sicre, SJ

En medio de las rutinas que nos envuelven emerge con frecuencia la pregunta por el sentido de lo que hacemos o de aquello que nos pasa. Hay momentos en que ninguna respuesta pareciera alcanzar. Preguntamos una y otra vez "por qué"... y nada. En efecto, en tiempos de crisis el sentido desaparece y sólo nos quedan algunas justificaciones racionales para no entrar en completa desolación de un absurdo. Incluso en algunos de los casos dejamos muchas veces de hacer algo porque ha perdido su sentido. Aunque alguna vez lo haya tenido, ¿será que el sentido tiene una fecha de vencimiento? ¿Por qué cuando desaparece no podemos devolverlo? ¿Por qué no depende de nosotros?

La espera del sentido o el sentido de la espera...

Guernica, Pablo Picasso
Resulta que el sentido no es algo que nosotros podemos darle a las cosas o a los acontecimientos de la vida. El sentido no es una explicación o justificación más o menos racional, no es una respuesta que acaba con una simple duda. El sentido es algo más abarcador, más contundente, más vivificador. Por eso, la mayor parte de las veces, adviene, llega, aparece, surge, se da... Nuestra tarea es hacerle espacio interior para recibirlo. He aquí el valor de la espera. Lo que llena el espacio que va del sinsentido al sentido es la espera. Así, pues, quien se des-espera, pierde. 


Pero, ¿qué sucede durante este tiempo en que esperamos?

Estamos en el invierno de la razón. Y en invierno no hay frutos, hay que trabajar por ellos,  y conformarse con las reservas propias o ajenas. Mientras, interiormente se van disponiendo las estructuras para que, tarde o temprano, se den los brotes de la comprensión, las hojas del entendimiento, las flores de la paciencia y lleguen por fin los frutos del sentido.

Este tiempo es fundamental porque aquí se fragua la contundencia de aquello que nos será dado. A saber, el zumo de nuestra propia historia combinada con la historia del mundo, lista para el próximo paso.

En este tiempo de espera se concreta nuestra experiencia fundamental de seres necesitados. Se elaboran las preguntas más hondas sobre el ser de lo que vivimos. "¿Por qué a mí?" "¿Para qué esto?" "¿No podría haber sido de otra manera?" "¿Sólo yo lo veo así?" "¿Qué sentido tiene?"... Y también se desgajan ciertos "deber ser" que ya no funcionan en nuestro proceso vital y nos abren a una nueva libertad.

Es el tiempo de disparar los cuestionamientos más existenciales al blanco de nuestra historia personal y social. Aquí es cuando nos convertimos en contemplativos de la confusión y del caos aparentes. Como frente al Guernica de Picasso. Durante este tiempo es fundamental el papel de la memoria porque en ella se atesoran los recursos que sostienen la espera y porque es la casa del Espíritu, encargado de seleccionar los elementos para la armonía del sentido.

Asimismo, se da algo simultáneo: la tentación de claudicar, de abandonar la lucha, de tirar la toalla. Y muchas veces sucede que nos cansamos o no pedimos ayuda a tiempo, y terminamos por ceder a la tentación de abandonarlo todo. Aquí es cuando corremos el riesgo de tirar el agua de la tina con el niño adentro. Porque en tiempo de crisis jugamos infantilmente "al o todo o nada", no nos conformamos con la pequeña porción que toca. Como si tuviéramos algún derecho adquirido!

¿Por qué pasa esto? Porque al caminar contra el viento no se ve nada y toca confiar en el camino.  Y confiar es arduo cuando estamos acostumbrados a arreglárnosla solitos o cuando hemos sido heridos en nuestra capacidad de confiar.

(PARÉNTESIS. ¿Hay cosas que no tienen sentido en la vida? Sí, se llaman absurdos. Pero lo son cuando están desligados del conjunto de la realidad de la cual surgen. Un absurdo quizá no se entienda inmediatamente, pero sin dudas está revelando algo que a nuestro sentido común no le sienta bien. Por eso las diferentes culturas, por ejemplo, tienen que ser comprendidas desde ellas mismas. Por lo tanto, cada absurdo personal o social, es portador de preguntas por el sentido que nos ayudan a diluirlo en la comprensión de algo mucho más complejo que una simple lógica racional, en pos de un crecimiento. Vivir de absurdos es otro problema que podríamos llamar necedad.)



Roy Ball, Orquesta de niños
¿Y cuándo llega el sentido?

Cuando estamos listos para recibirlo. Cuando hemos dejado de construir significados con la razón y nos abrimos a la realidad con el espíritu. Cuando hemos sido lo suficientemente probados en la fortaleza de la espera que nos estuvo preparando como el sembrador a la tierra. Cuando asumimos una actitud pasiva que nos habilita a comprender con el alma este nuevo paso que se nos invita a dar en nuestro crecimiento.

Y cuando llega el sentido todo cobra color, luz, aire. El aparente absurdo devela su coherencia interna. Con suavidad vamos viendo cómo nuestra historia nos muestra la verdad de sí. Descubrimos que cada cosa, cada episodio, cada persona ocupa su lugar y nosotros el nuestro.  Como músicos de una orquesta. Una serena armonía combina las voces de la realidad para cantarnos la hermosura de estar vivos, para susurrarnos la sabiduría del tiempo y para que dancemos con la realidad en vez de enfrentarnos con ella.


Y es que el sentido adviene, llega, aparece, surge, se nos da, cuando confiamos en que, a pesar de lo duro de la vida, esperar vale la pena. 

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Pensar latinoamericanamente


Emmanuel Sicre sj (2010)

Es muy común entre nosotros, varones y mujeres latinoamericanos, el desprecio por el suelo que nos sostiene. Más aún, tal vez, en el cono sur. Para algunos es casi un devenir ingrato del destino haber nacido en estas latitudes. 
Sobre todo si nos acercamos a los ambientes intelectuales que pugnan por pensar “a la europea” o “a la norteamericana” borrando rastros autóctonos. Y claro, no se puede culpar a toda una comunidad de pensadores por el sólo hecho de pertenecer a una tradición de desprecios por lo propio. Quizá no sea sólo que la historia oficial no nos contó entre sus vencedores, o ni siquiera nos encontró entres sus tintas, sino que hay algo misterioso, como piensan algunos, en nuestro ser latinoamericano (¡vaya saber Dios qué sea eso!) que está sin digerir.
Sabemos ya de sobra que no pertenecemos al jet-set de Occidente y que somos muchas veces así como los poco reconocidos “primos del campo”. En el mundo académico siempre hubo que mirar del otro lado del océano para influir sobre algunas estructuras. Y hay que reconocer con orgullo que se logró mucho. Es cierto también que la historia no nos acompañó demasiado. Nuestras malicias han sido muy debilitadoras. Cada caída ha significado una fractura muy grande para la vincularidad (hombre-hombre) americana.
En estos tiempos donde las ideologías se debilitan o se ‘fundamentalizan’ con el fragmentarismo, el capitalismo consumista se come la razón y la economía globalizada des-dice al hombre, los latinoamericanos tenemos la posibilidad de ejercer el pensar de otro modo. Pero pensar latinoamericanamente es muy difícil. Muy complejo. Requiere demasiada integralidad. Y ese tipo de pensar amanece en pocas almas. Y no por ser intelectualistas. Todo lo contrario. Pensar en Latinoamérica es distinto (y más) de lo que aprendimos en la escuela. Pensar desde aquí es más difícil porque implica todo el hombre, y todos los hombres. Y lo que aprendimos en la escuela muchas veces es que sólo se piensa con la cabeza. Aquí pensar es, además de lo que ya sabemos y adquirimos con tanto esfuerzo, otra cosa. Implica, al menos, tres instancias:
·  Pensar con otros, vinculadamente. Aquí los buenos proyectos son los de varios y varias. Y no sólo entre pensadores. Sino entre la gente que goza de la sabiduría práctica y no desprecia.
·  desde lo negado (la aceptación del conjunto que somos, la muerte, la injusticia social, la inmigración, la paradoja de ser ricos con pobrezas aplastantes, el resentimiento, la historia, la pobreza, las víctimas, nuestro mal…) pensar una respuesta que te toque el bolsillo y no sea superficial.
·  Pensar desde la contingencia. Es cierto que lo racional acompaña el proceso de todas las dimensiones culturales y humanas, pero no será su último fundamento. Aquí prima la emergencia práctica con el padecimiento paciente. Es otro tiempo. Por eso nos queda chico aquello de izquierdas y derechas, por ejemplo.

Pensar desde esta inconclusa trilogía es una actitud y sabemos, sobradamente, que las actitudes conllevan conversiones histórico-afectivas a modos distintos de los que se venían dando. Es una implicancia personal que no logra resolverse desde la razón y en esto justamente, quizá, nos distinguimos. Desde donde sea que estemos ubicados y sin creer que hemos resuelto la cuestión podríamos preguntarnos: ¿pensar latinoamericanamente? 

domingo, 7 de septiembre de 2014

¿LO MEJOR ESTÁ POR VENIR? Notas sobre un Sembrador

“Donde hay peligro crece también lo que salva” Hölderlin


Hace poco recibí una carta de un amigo en la que me escribía: “La esperanza es la certeza de que lo mejor está por venir. Y por más que trabajemos, no nos es lícito exigir ni esperar siempre los frutos de lo que hacemos.”Y me quedó resonando la contundencia de su convicción.

Después de terminar la carta se me ocurrió leer algunos medios de comunicación. Implacables contra todo y todos. Recordé algunos lugares de extrema pobreza e injusticia donde he tenido el honor de trabajar, tantas vidas robadas, tantos sueños cercenados, tanto dolor sin consuelo. 

Estallé de ira y escepticismo contra todo tipo de esperanza. ¿“Lo mejor está por venir”? Si al ver la realidad que me rodea pareciéramos sin remedio ¿A quién se le ocurre tener esperanza cuando la certeza de que “el hombre destruye al hombre” es cada vez más clara? ¿Y encima no me es lícito esperar los frutos de mis buenas obras, de mis intentos por un mundo mejor?

Caí en el silencio por varios días. No encontraba contrargumentos a la certeza que había cosechado. Recé. Pensé. Callé. Traté de seguir haciendo lo que me tocaba hacer sin pensar demasiado (¡como si esto fuera posible!).

Hasta que poco a poco fue apareciendo la imagen del aquél Sembrador que tiraba las semillas por todos lados sin importarle dónde cayeran. Fuera en tierra fértil, entre las espinas, las piedras, o al borde del camino, el Sembrador esparcía su semilla. Es más, no le importaba dónde caían. Simplemente sembraba.

Así, comenzó a germinarme la frase de la carta de mi amigo y se fue tornando cada vez más clara, más nítida al corazón. La ira contra la esperanza cesó y creció una alegría no inventada. Ahora podía ver que en estos tiempos desconcertantes de crisis humanas y ecológicas, políticas e institucionales, sociales y culturales, de futuros completamente improbables e inciertos, la esperanza está en la siembra gratuita. Quizá no sean tiempos de ver con claridad, sino de confiarse en Él. ¡¿Cómo nos va a abandonar?!

Ésta es la tarea que renueva la esperanza hoy: sea como sea, sea donde sea: SEMBRÁ.  Porque todo lo que siembres ya fue puesto en vos, y el mundo lo espera. Sembrá tu semilla de amistad, aceptación y compasión. Sembrá gestos, abrazos, fiesta. Sembrá ternura, paz, amor. No importa a quién ni dónde, sólo vale el “cuándo”: hoy. Sembrá por sembrar, como aquél Sembrador Gratuito que sabe lo que hace. Sembrá la vida con tu hoy dedicado a servir. Sembrá tu vida estudiando y trabajando sin escatimar esfuerzos.

Y cuando cada noche te vayás a dormir hacé silencio dejando que brote la sensación de haber sembrado. Verás cómo Jesús arrima a tu corazón una esperanza serena y pacífica que te hace descansar en su misericordia y confiar en que su Padre sostiene el mundo y todos tus deseos. Él nos lleva. Dejate llevar.

 

Emmanuel Sicre sj, 2009



martes, 2 de septiembre de 2014

¿POR QUÉ NOS OLVIDAMOS DE LO BUENO QUE NOS PASA EN LOS MOMENTOS DIFÍCILES?



  

Para pensar...

Emmanuel Sicre, SJ
Sucede muchas veces en la vida que estamos mal con la realidad, las personas, con Dios. Y pareciera que nunca estuvimos bien, o al menos que ya no se puede. ¿Es que acaso desaparece aquello que nos hizo feliz en algún momento? ¿Dónde está? ¿Por qué se fue? ¿Volverá?



EL BAJÓN 
Nos lleva tiempo comprender a través de los años que no podemos manejar nuestro mundo interior, sino que hay que interpretarlo y, en el mejor de los casos, conducirlo. No hay control de las emociones y sentimientos que no termine en estallido. Si no atendemos la envidia, los celos, la ira, el deseo de venganza, la culpa, la intolerancia, el prejuicio, en fin, las emociones y sentimientos negativos para ver qué mensaje nos están trayendo, tarde o temprano terminaremos convirtiéndonos en lo que menos queremos. Seremos seres amargados, envidiosos, intolerantes, celosos, miedosos, atormentados, vengativos, resentidos, prejuiciosos, hirientes, es decir, negativos.

En cambio, si logramos prestar atención a esto podremos sacarle provecho 
para que la envidia revele que necesitamos aceptar las carencias, 
para que los celos muestren que tenemos que trabajar sobre nuestra autoestima, para que la venganza saque a la luz nuestro amor por la justicia, 
para que la culpa no torture nuestra conciencia con falsos moralismos, 
para que la intolerancia destape el gusto por la armonía del mundo, 
para que el prejuicio dé cuentas de nuestros miedos a lo diferente, 
para que las heridas en vez de convertirse en espada para herir por donde me hirieron, puedan ser bálsamo de compasión para los demás, 
para que lo negativo en nosotros se transforme en fuerza de vida. 


UP
Pero también sucede que en algún momento de la vida toda esta lucha con la negatividad queda en suspenso por un tiempo y aparece la mejor versión de nosotros mismos. Alguna circunstancia, evento, encuentro o hecho misterioso, ha logrado despertarnos.  Aparece en nosotros una cierta levedad que trae la aceptación de la realidad, de los demás, nuestra sana estima florece frente a nuestros temores, una seguridad nos hace confiar en los demás, comprendemos nuestros errores con paciencia y humor, la paz visita los bordes del alma y participamos con esperanza en una armonía de las cosas. Nuestros fantasmas parecen diluidos en el entusiasmo de los proyectos y las buenas relaciones con todos. Nos conmueve la realidad y se nos amplía el corazón solidario. En fin, somos conscientes de la fuerza de la vida habitándonos. 

Y DE REPENTE.... LA PARADOJA
Otro momento interior logra anular toda la positividad que nos provocaba el estado de felicidad. Nuevamente algún recuerdo o circunstancia detonó aquello que estaba suspendido reactivando el pozo de las desgracias! 
¿Qué ha pasado? ¿Cómo es que vamos y venimos de un estado de felicidad y plenitud a otro de desolación y pesimismo? ¿Qué clase natural de ciclotimia es esta? Es cierto que hay situaciones concretas de dolor, injusticia, desencanto, engaño, falta, prueba, que nos desencajan y trastornan todo. Pero, ¿por qué no encontramos el modo de sostener la paz? ¿Por qué no podemos vivir una desolación en paz, sostenidos? 

LA MEMORIA HISTÓRICA
Si nos desesperamos demasiado y no podemos vivir en paz es porque nos han robado la memoria de la consolación. La memoria de aquella certeza de que la fuerza de la vida nos habita ha sido arrebatada por el olvido de manera engañosa simulando que nunca pasó. Pero, en verdad, tanto la consolación como la desolación son estados históricos de la persona y están grabados en lo profundo de nuestra sensibilidad. Por lo tanto, lo que hay que sostener es la memoria porque su fragilidad y su riqueza no deben ser capturadas por nada. Porque su valor radica en su ejercicio insistente. 
Es fundamental recordar, hacer memoria, traer los momentos felices.
Porque no es un acto ingenuo de quien se evade de la realidad para no enfrentarla, sino un acto sabio de quien busca en su propia historia las brasas de la felicidad para que no se apaguen.