sábado, 26 de febrero de 2022

¿QUÉ PAZ DESEAR EN MEDIO DE ESTA GUERRA? Reflexión sobre la NO-violencia desde una perspectiva cristiana



Por Emmanuel Sicre, sj


 “Esforzarse por llegar a ser de manera que podamos ser no violentos.” 

Simone Weil


No es una novedad que estamos en guerra. Inclusive los que no la sufrimos de cerca y tenemos tiempo para escribir sobre la guerra y la violencia. Mientras sea el hombre contra el hombre, todos estamos en guerra directa o indirectamente. ¿Por qué? 

Porque, en principio, no vivir estado de guerra no significa no ser afectado por ella. Los recursos humanos y las fuerzas morales, los recursos económicos y naturales que la guerra devora son hipotecas que pagaremos tarde o temprano. 

Porque la lógica mediática a la que asistimos nos hace partícipes y cómplices de las dinámicas de violencia instituidas como una cotidianidad descarada. Cada vez que cedemos al impulso de los medios masivos de comunicación a tocar la muerte injusta con los ojos y los oídos, nuestra sensibilidad, amarrada a lo que pensamos, se va transformando más y más en una piedra que luego lazaremos contra el otro, contra la masa, y, en definitiva, contra nosotros mismos. 

Porque mientras la paz no sea posible para todos, no podremos llamarle paz en serio. Pero ¿de cuál paz seremos dignos los seres humanos? ¿Qué paz nos conviene desear?



PAZ SIN GUERRA JUSTA

Debemos apelar a una moralidad que vaya más allá de la legítima defensa. Esto implica un cambio de mentalidad desde la temprana edad donde nadie entienda que otro debe ser violentado en su dignidad por una causa que lo hace, en apariencia, merecerla. Es necesario, como dice Simone Weil: “Esforzarse por sustituir cada vez más en el mundo la violencia por la no violencia eficaz.” Quizá pueda comprenderse esto como un quietismo falso que se conforma con “no hacer el mal”, pero que tampoco hace el bien. En este sentido, podríamos decir que la abstención también resulta una forma de violencia porque disminuye la no-violencia. 

Esto conlleva una formación voluntariosa, disciplinada y programática para llegar a ser no-violentos. Pero, ¿cómo romper inercias que violentan al ser humano desde el inicio de su vida con prácticas, incluso inconscientes, como jugar a la guerra, divertirse con la muerte del “malo”, ceder al impulso del bulliyng y callar ante la injusticia? ¿Cómo pensar la vida sin violencia? Preguntas como éstas nos conducen de lleno a reflexionar, entonces: ¿qué es la violencia? Y más ¿es posible la no-violencia? De ser así, ¿qué destino tienen las incontenibles negociaciones interiores con las que lidiamos para no dañar y no hacernos daño? ¿Acaso la fuerza de la ira envuelta en la violencia podrá tener otra dirección que no sea la de volcarla sobre el otro? Creo que sí, hay testimonios de mártires de la no-violencia que supieron usar la fuerza, no para ejercerla en contra de los demás, sino para resistir y transformar la realidad.  


UNA PAZ QUE TENGA EL ROSTRO DEL OTRO

La única forma posible de que la no-violencia sea un estilo de vida personal y social es que el otro no sea una amenaza. Cuestión “imposible” para el ser humano. Y justamente, por ser un imposible, las reacciones ante él pueden entrar en dos planos contrapuestos: el plano de la utopía esperanzadora o el escepticismo burlón. He aquí la elección personal de la conciencia desde la que ejercemos éticamente nuestro lugar en el mundo. Es decir, buscando caminar hacia el horizonte de la utopía en el proceso de nuestra vida, o dejándonos embargar por un escepticismo autocondenatorio que no conoce sino la violencia atmosférica de la que no está dispuesto a salir. 

¿Cómo relacionarnos con esfuerzo por ser no-violentos con el otro? Considerándolo como uno mismo o como uno de la familia. El problema yace muchas veces en que no nos es posible amarnos ni a nosotros mismos, y mucho menos evitar la violencia incluso con los que amamos al interior de nuestra familia. Pareciera impregnado en nuestro ADN el hecho de rechazar al otro. Por eso, es necesaria una pedagogía del amor propio que libere al hombre de ser una amenaza para sí mismo, y lo abra a la salvación que le viene desde el rostro del otro. 


UNA PAZ HIJA DE LA JUSTICIA CRISTIANA QUE NO EVITA EL CONFLICTO

Que alguien merezca un castigo por sus acciones no supone que el castigo sea una violencia contra su dignidad de persona humana. Aunque sea lo que le deseamos, e incluso, sea emocionalmente legítimo (sí, solo emocionalmente). 

Desde niños sabemos que los procesos de conciencia que cambian las actitudes positivamente en la vida, no son los que revirtieron acciones por el ejercicio de la violencia sistemática proyectada en el castigo, sino la constante paciencia y amor con el que fuimos corregidos por quienes nos aman. Sin embargo, cabe la pregunta ¿necesitamos una dosis de violencia para reaccionar a veces? No, porque la violencia es una construcción social que atenta contra la dignidad. Que nos hagan reaccionar no implica la violencia. Si no esto podría justificar el golpe y la violencia doméstica, nidos para un sentimiento de odio que crecerá con el tiempo y será motivo de una violencia aún mayor. 

La guerra no es una necesidad justificable, es una negociación mal llevada por el odio y el fracaso encubierto del propio ego que no asume su fragilidad. Por eso, educar para la paz es formar en la autopercepción de las propias fragilidades, de los conflictos con la historia y la integración del fracaso como verdadera capitalización del error para vivir mejor. 

Por otra parte, el mero concepto de justicia retributiva donde a cada uno le corresponde lo que merece, está en la Biblia, pero no es de Cristo. Él invirtió esta concepción de raíz. En efecto, hacer justicia como Cristo es: darle a cada uno la posibilidad de trabajar sobre sus propias heridas para que sanen y vuelva a sentir que está en casa con la ayuda de Dios en sus hermanos. (Cosa que el sistema educativo vigente está muy lejos de plantearse todavía). 

Y esto es ser injustos: negarle al otro la oportunidad de aceptar y transformar su dolor y su fracaso, condenándolo a la marginación y la exclusión. Por eso la ley del talión aún sigue enquistada como una aguja en nuestra corteza cerebral, porque queremos que la justicia castigue, haga pagar, rompa en el agresor lo mismo o más de lo que él rompió, queremos que sufra lo que hizo sufrir, que le duela y ahí quizá pueda entender lo que hizo. Si el castigo en verdad provocara nuevas conductas pacificadoras, ¿por qué, dados los índices de violencia cotidiana, hasta ahora no funcionan los sistemas de penalización judicial? 

La cuestión es mucho más problemática porque la punición no está enfocada en la reorientación de la vida del otro hacia el valor, sino hacia la autopreservación de los que se creen justos, y que poco les interesa saber si su agresor cuenta con las posibilidades para redescubrir su propia dignidad. ¿Por qué habría de interesarle? Porque es otro como él, y porque debería ser más consciente de las violencias silenciosas (económica, psicológica, estructural, laboral, moral, religiosa, …) que se ejerce a sí mismo y a los demás por el sólo hecho de vivir en la guerra en la que estamos insertos todos sin excepción.   


UNA PAZ QUE SEA LA CONFIRMACIÓN ESPIRITUAL DE UNA ACCIÓN DISCERNIDA 

Lo que un cristiano espera en su encuentro con Jesucristo es al menos conocerlo para ser un poco más como él. Pero ¿cómo sabe el cristiano que sus acciones, fruto de su corazón sincero en la búsqueda del bien, pero atento a las tentaciones del mal espíritu, van encaminadas a parecerse a Jesucristo? 

Lejos de una imitación ciega de Jesús que lleve a la despersonalización, el cristiano en su proceso de crecimiento necesita ciertas seguridades para avanzar. La espiritualidad ignaciana ha intentado hacer un aporte en este camino a través del discernimiento de espíritus. En el proceso de los Ejercicios Espirituales, donde se pretende “buscar y hallar la voluntad de Dios”, el signo claro de que están en sintonía mi deseo más profundo con el deseo de Dios para mi vida es la paz. Se trata de una paz que confirma ese discernimiento hecho de diálogo, silencio, paciencia, cruz, honestidad y docilidad a la voz de Dios en el propio corazón. 

Y esta paz que confirma nuestra misión en el mundo, si viene del Dios de Jesús, es profética, incómoda y reconciliatoria. Por eso, el cristiano no está cómodo en el mundo mientras no se parezca al Reino que le oyó anunciar a Jesús en su Palabra y en su corazón. De ahí la expresión de Jesús sobre las contradicciones que provocaba su mensaje de amor: “No piensen que he venido a traer la paz sobre la tierra. No vine a traer la paz, sino la espada”. (Mt 10,34). 

En efecto, si deseamos una “paz estable y duradera” para nuestra “Casa Común” deberá ser fruto de la justicia misericordiosa del Reino, del asumir el conflicto, del no justificar la guerra como necesidad, y deberá tener como norte convivir con el rostro de Cristo en los demás. Entonces, sí habrá una paz digna de cada uno de nosotros.  


martes, 22 de febrero de 2022

¿CÓMO SOPORTA LAS AGRESIONES EL PAPA FRANCISCO?

Por Emmanuel Sicre, SJ


No es novedad que las embestidas están a la orden del día. Lo que sí sorprende es su intensidad, su fuerza destructora, su liviandad. Es como si la negatividad atmosférica se nos metiera dentro y sólo encuentra una vía de escape: la descalificación, el insulto, el linchamiento verbal, cuando no físico y letal. En efecto, tal grado de odio se enciende cuando se trata de cuestiones típicas que atañen a la vida política, a las creencias religiosas, a los gustos deportivos. Lo que sucede es que en esta época todo está magnificado por las redes sociales de comunicación que nos dieron a todos, un megáfono para amplificar lo que sea que se nos ocurra decir. 


En este sentido, alguien que se ha hecho acreedor de una gran cantidad de desprecios es el Papa. Al principio, todo parecía color de rosas, al menos para las mayorías: primero en ser latinoamericano, primero jesuita, primero en visitar tal o cual lugar, primero en tratar algunos temas abiertamente, reformador, rupturista, carismático, cabal, capaz de dialogar sobre los grandes temas. Hasta que la tendencia no menguó en él. Es como si él siguiera siendo el mismo de siempre, pero a quienes lo observaban ya no les gustó que no colmara sus expectativas. Entonces se produjo el efecto inverso: todo lo que al comienzo podría haber atraído de su figura comenzó a retraer, a repeler, a incomodar: siguió siendo, pero de manera concreta, no ilusoria: latinoamericano, jesuita, outsider, abierto, reformador, rupturista, carismático, cabal, atrevido y ahí ya dejó de ser popular. Tal como le pasa a Jesús en los evangelios: al principio todo es asombro y algarabía hasta que su mensaje va en serio y comienza a molestar a los poderes religiosos y civiles de su época, envalentonan a la masa y lo matan. En Francisco no hay nada de lo que está haciendo desde hace 10 años no estuviera dicho o preanunciado es su primer texto Evangelii Gaudium (2013). Lo que sucede es que no lo conocemos. 


Lo interesante de este proceso es que se empezó a hacer conocido de él lo que más o menos desde siempre pensó, creyó, vivió e hizo. Claro, con matices. Recuerdo haberle escuchado que como Papa tenía un conocimiento de cuestiones internacionales a nivel diplomático, por ejemplo, que nunca había conocido, pero los criterios con los que mira el mundo son los mismos que mamó desde su formación y vida como jesuita y su posterior trabajo como arzobispo de Buenos Aires. 

Para conocerlos un poco basta hacer los Ejercicios Espirituales de san Ignacio tal como se los ofrece a partir del Concilio Vaticano II. Ahí está el meollo, la matriz, el paradigma desde el que Francisco piensa, cree, vive y hace. Es cierto, muchos han hecho los EE y piensan distinto, pero ahí está la cuestión. El método de los EE no es para pensar igual, no es un adoctrinamiento ni mucho menos un pensamiento homogeneizante. El método de los EE abre, inspira, conecta, redirecciona, ordena, calibra la propia vida hacia la opción de Cristo relatada en los evangelios: dar la vida por amor a todos, incluso a quienes te maten por lo que creas. Es un modo de acercarse al Evangelio que activa el espíritu y lo invita al discernimiento continuo, esto implica vivir abiertos a los movimientos internos que se provocan en el contacto con la realidad y con el misterio de Dios. Son ejercicios para que el espíritu, la mente y el corazón no se corroan, se cierren, se dogmaticen y terminen haciendo daño. 


Así resulta que Francisco, hoy tan denostado por muchas personas dentro y fuera de la Iglesia, impresiona por su tesón, su insistencia, su resiliencia, su capacidad de seguir adelante, de rectificar si hace falta, pero seguir, su autoconciencia de pecador, frágil, humanamente limitado -cosa que por lo general entre sus detractores no resulta tan evidente. 


LO QUE PIDE FRANCISCO DESDE HACE MUCHO


Me pregunto de dónde viene su aguante, de dónde brota su sostén, qué lo hace dolerse sin quebrarse y tirar la toalla, cómo soporta tanto desprecio social, incluso de los “suyos”. 


En los Ejercicios Espirituales San Ignacio ha diseñado unas peticiones a Dios que son muy difíciles de entender sin la fe desde donde nacen. 


Veamos. En la “oblación de mayor estima y momento” como se llama en los EE 98 a la oración que surge luego de sentir el deseo de seguir a Jesús y su proyecto, Ignacio propone que el ejercitante se ofrezca a Dios diciendo: “yo quiero y deseo y es mi determinación deliberada, [...], de imitarte en pasar todas injurias y todo vituperio y toda pobreza”. Así de radical es la cosa. 


Una vez que hayamos ofrecido nuestra vida a Cristo el método propone contemplar, mirar, observar la vida de Jesús a través del evangelio. Así es que al contemplar el nacimiento Ignacio hace poner la mirada sobre el modo en que Dios se encarna: “[116]: mirar y considerar lo que hacen [María y José], así como es el caminar y trabajar, para que el Señor sea nacido en suma pobreza, y al cabo de tantos trabajos, de hambre, de sed, de calor y de frío, de injurias y afrentas, para morir en cruz; y todo esto por mí”. 


El proceso continúa buscando conocer internamente a Jesús al punto de querer configurarse con él, pero Ignacio sabe que la única forma de asemejarnos hasta ser como él brota de vencer aquello que opone mayor resistencia en nosotros: la riqueza (cualquier seguridad absolutizada material y simbólica), la fama (el ser tenido en cuenta, el buen nombre, el prestigio, honores), el ego (la omnipotencia personal que busca salvarse a sí mismo). Por eso la propuesta será pedir todo lo contrario durante todas las oraciones (5 horas por día, durante varios días, años): 

  • Ser recibido en el seguimiento de Jesús en pobreza (sin seguridades),
  • Deseando oprobios, injurias y menosprecios “que de estas cosas sigue la humildad”, agrega Ignacio. 
  • Desear humildad contra soberbia


No es más que el triple diálogo que tiene Jesús en el desierto cuando es tentado por el demonio (riquezas, fama, poder) o las advertencias de persecución a quienes busquen crean y sean fieles a los valores del Reino De Dios (“los tratarán así por mi causa” Jn 15, 21), que no son los de este mundo. En el fondo, lo que está pasando con Francisco es que su mensaje pierde la fuerza de la cristiandad “poderosa” del pasado y asume el profetismo incómodo siempre débil a los ojos de las mayorías envanecidas, siempre frágil a la mirada de los poderosos, siempre impotente ante el ego devorador. 


El mensaje del evangelio en la sociedad descristianizada, peor aún desacralizada, de occidente es cada vez más raro, más inentendible, menos claro y prudente con los criterios del mundo. Quienes pregonan los valores de libertad, igualdad y fraternidad que inauguran de alguna manera el occidente postcristiandad no han podido concebir su dinamismo interno y por eso fracasamos. No hay libertad posible en una sociedad desigual, como no hay igualdad en una sociedad de libertades recortadas, así como tampoco habrá fraternidad si sólo defendemos libertades y no trabajamos por la equidad. En fin, justamente de esto trata el último texto de Francisco: la fraternidad humana (Fratelli Tutti, 2020). 


Francisco ha deseado desde siempre, aunque vaya en contra de los quereres humanos más comunes, el tercer grado de humildad de los Ejercicios Espirituales de san Ignacio donde se pide “por imitar y parecerse más actualmente a Christo nuestro Señor, quiero y elijo más pobreza con Christo pobre que riqueza, oprobios con Christo lleno de ellos que honores, y desear más de ser estimado por vano y loco por Christo que primero fue tenido por tal, que por sabio ni prudente en este mundo.” Y se le está dando bastante bien.