viernes, 22 de mayo de 2015

¿QUÉ DESEMASCARA LA BEATIFICACIÓN DE ROMERO?

Sobre las superficialidades de la derecha y de la izquierda católicas.

Por Emmanuel Sicre, sj

Cuando se destrabó la causa de canonización de Monseñor Romero hace unos años de la mano de Benedicto, y cuando se aceleró gracias a Francisco hasta llegar al 23 de mayo de 2015, comenzaron a desfilar los fantasmas del pasado.

Las dos piernas con las que camina la Iglesia se debatían haber quién había dado el primer paso. Si la “izquierda” reivindicaba su postura de una Iglesia dedicada a los pobres amparada por el testimonio del gran Romero como si fueran los únicos, o si la “derecha” concedía el permiso de subirlo a los altares dado que, siendo uno de ellos, ya lo habían purgado de su supuesta vinculación con las teologías de la Liberación de su último tiempo. ¿Cómo se puede manipular así lo que Dios hizo en la vida de un hombre de esta talla?

La cuestión pone de manifiesto, una vez más, la dualidad que desde sus orígenes hubo en la Iglesia Católica. En verdad, más que de una dualidad se trata de los dos extremos de tensión donde se ubican las innumerables pluralidades del cristianismo. Esta riqueza de experiencias creyentes es la que los medios de comunicación fotografían, pero en sus polos de oposición para vender su producto: el conflicto que separa. Los católicos despistados terminan asumiendo, así, una postura no personal, sino mediática, frívola y suavizada de Romero.

Lo triste es que la beatificación de Romero sirva para poner de manifiesto esta superficialidad de los católicos de “derecha” y de los de “izquierda”, frente a un fenómeno que tiene una significación desbordante de sentido. ¿Cuándo entenderemos que el testimonio de un santo es algo radical?


A los de “izquierda”, como caricatura de la polaridad, san Romero les sirve para desempolvar sus ideologías, para retomar sus discursos oxidados, para olvidar el tiempo y volver a cargar las tintas contra una Iglesia que, con derecho o no, puede no gustarles. La “izquierda” hace, con ayuda de la hipérbole, del mártir Romero un personaje equiparable al Che Guevara. ¡Lamentable!

A la “derecha”, por su parte, como la otra polaridad de esta caricatura, el beato les sirve para acusar a los de la izquierda de haberlo hecho uno de los suyos, les sirve para atacar al Papa Francisco por sus supuestas ideas sospechosas de estar demasiado con los pobres, para atrincherarse esperando que esta “reforma” se acabe tarde o temprano. La “derecha” hace de Romero un ser voluble que, como se llegó a decir cuando se encontraron en su biblioteca con libros de la Teología de la Liberación, “que los tenía pero nunca los leyó”. ¡Lamentable!


Es evidente que, como sostiene Sobrino, no hace falta beatificar a Romero porque el pueblo ya lo hizo desde el momento en que una bala injusta le robaba la vida. Pero hoy la Iglesia ha dado el paso de asumir a este hombre como un mártir de la fe en una época terrible no muy distinta a la nuestra que también mata cristianos, y lo que hacen los católicos “ilustrados” es dedicarse a ver quién ocultó más el proceso, o “limpiar” de ideologías el prontuario del santo.

Y resulta que Romero celebra con los pobres de Jesús que el Evangelio haya sido una buena noticia de esperanza, en una historia marcada por la sangre, el horror, y la injusticia. Una vez más como aquél terrible 24 de marzo de 1980 en que Romero comenzaba a entrar en la casa del Padre para convertirse en profeta de su tiempo, hoy también San Romero de América vuelve a plantearnos la pregunta por la clase de cristianos que somos: ¿de los que ideologizan a su favor el Evangelio de Cristo? ¿De los que dejan que las injusticias sean una responsabilidad del ámbito civil que no debe mezclarse con la fe? ¿De los que disfrazan sus intereses descuidados de Palabra de Dios? ¿De los que tienen miedo a que la Iglesia sea llevada por el Espíritu del amor, la libertad y la esperanza, y se refugian en las trincheras de las doctrinas, en las cavernas del miedo y en la salvación de unos poquitos justos? ¿De los que temen que Cristo sea piedra de escándalo para los poderosos de la historia? ¡Vamos!
 
¿No querrá decirnos este hermoso evento de la beatificación de Romero que el verdadero milagro no es el que se comprueba científicamente jugando el juego de la modernidad al que la Iglesia le cuesta renunciar; sino que el milagro de Oscar Arnulfo Romero, mártir de la fe, es enseñarnos que Dios pasa por la historia de aquellos que se animan a jugárselas por los preferidos de Jesús, a dejarse transformar por la justicia que exige la fe, porque descubrieron que el amor de Cristo entregado en la cruz puede resucitar en la fe de los que son capaces de creer sin ver?  



martes, 5 de mayo de 2015

¿Y si Cristo no estuviera fuera sino dentro?




Por Emmanuel Sicre, sj

Despertar la connaturalidad con la vida de Dios, supone dejar que se despierte en nosotros la conciencia total de que Cristo ya está cristificándonos, haciéndonos otros Cristos como él. 
¿Y qué sucede, entonces? Se rompe el esquema de la imitación del modelo donde los cristianos hacen lo que hizo Jesús de manera esquemática, voluntarista y débil. Cuando comenzamos a notar en nuestra vida interior que el Espíritu nos desempolva la imagen en  la que fuimos creados por el Padre, aparece Cristo, el que está dado desde nuestro nacimiento. 
¿Y qué hace ese Cristo que está adentro? Sana, cura, libera, alimenta, sostiene, pero sobre todo, pide salir. Pide abrirse a formar comunidad con los demás hombres y mujeres que llevan su Cristo, su semejanza con el Padre. Especialmente, pide salir al encuentro de los Cristos rotos, heridos, fragmentados, sufrientes, empobrecidos.  
¿Y por qué sucede esto? Porque Dios es una familia de amor dinámica que lleva al amor de unos por otros hasta el extremo, como los padres por los hijos. Por eso busca que todos los hombres vivan esa plenitud sembrándoles ese deseo en el corazón. Y mientras no sucede, sufre la cruz con nosotros hasta que llegue una pascua que libere y lleve al gozo. 
¿Para qué? Para alcanzar la vida plena, para vivir en el amor, para contagiar la paz, para vivir la justicia del Reino, para perdonar y sentir el perdón, para que de una vez por todas nos abramos a la misericordia, para que nos demos permiso para vivir una alegría indescriptible, para que vos y yo seamos aquello que tanto nos gustaría para toda la humanidad. 
¿Y cuándo sucede esto? Al decirle sí.