domingo, 3 de marzo de 2024

¿CUÁL ES LA CATEQUESIS QUE MÁS ACERCA AL MISTERIO DE JESÚS? Introducir por medio de lo visible a lo invisible

por Emmanuel Sicre, SJ. Charla espiritual ofrecida a los catequistas de la Arquidiócesis de Buenos Aires.


“Porque solamente en esperanza estamos salvados. Ahora bien, cuando se ve lo que se espera, ya no se espera más: ¿acaso se puede esperar lo que se ve? En cambio, si esperamos lo que no vemos, lo esperamos con constancia”. Rm 8, 24-25. 


Estamos inmersos en medio de un tiempo que dedica muchas energías a ver. Ver reels, ver memes, ver mensajes, ver noticias, ver artistas, ver entretenimiento, ver deportes, ver vidas ajenas, ver pasar opiniones, ver precios, ver el horror y la belleza, la tragedia y la comedia, todo como en un mismo segmento. Vemos series, vemos películas, vemos publicidades, vemos de todo. Y casi todo a través de pantallas. Este ver excesivo, desmesurado, omnipresente está “irritándonos” la vista. Los ojos se nos cansan frente a los dispositivos. Y, al mismo tiempo, nos estamos convirtiendo en una sociedad de espectadores, en muchos aspectos, más pasiva y adormecida frente a lo que ve

Paradójicamente, todo lo que entra por nuestros ojos está dejándonos cada vez más ciegos. Tal como sucede con todo consumo excesivo que embota los sentidos hasta hacerlos dóciles a cualquier cosa, menos a su verdad. Como consecuencia la vista se ha anestesiado frente a lo invisible. Al no poder detenernos a mirar, los ojos sólo ven y no pueden trascender lo que ven, es decir, ya no contemplan, ya no miran, ya no se cierran para ver en la oscuridad lo que no se puede percibir en la luz. Lo invisible se está convirtiendo en algo sin entidad. No damos ningún crédito a lo que no se ve, a lo que no ha sido capturado por alguna cámara. Y así se están deprimiendo nuestras palabras, nuestras habilidades para imaginar, para crear desde el contacto con la profundidad de las historias. A mayor visibilidad, mayor ocultamiento también. A mayor exhibición, menor revelación. Si no se ve, no existe, parece decir la sociedad contemporánea. 

De ahí tantos esfuerzos para estetizar todo, hasta la crueldad y la malicia, sólo a través de una estética es posible hacer agradable a la vista que la dignidad de las personas sea degradada y a la vez expuesta como un producto de consumo visual. El retrato de la crueldad en un formato bello, bien editado, hace que se desdibuje nuestra percepción de un hecho para convertirlo en una lejanía, o en una venganza, o en un alivio. Piensen en la estética de la guerra, por ejemplo. 

Los invito a pensar un ratito en silencio ¿de qué cosas se llenan mis ojos a diario? 

Sin embargo, lo invisible es tan real como lo visible. No porque no lo veamos no existe. Lo que sucede es que de lo visible podemos hablar, opinar, contrastar y de lo invisible sólo podemos inventar, crear, suponer, intuir. O lo que es más saludable, creer. 

Creo que en este tiempo en que lo visible nos adormece tenemos que apostar a lo invisible y aquí considero que está la catequesis que más acerca al misterio de Jesús. 

La catequesis que más nos acerca al misterio de Jesús es aquella que va introduciendo por medio de lo visible a lo invisible, como cuando el Resucitado les parte el pan a los discípulos del camino de Emaús en Lc 24, 30-31: “Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista.” se había vuelto invisible. Esta es mi mayor certeza hoy. Estoy convencido de que debemos encariñarnos con esa posibilidad que tenemos de introducir en el misterio para que la fe permanezca creciendo en la vida de las personas a las que queremos compartirles a Jesús. 

Dios es invisible, pero no del todo. La invisibilidad de Dios no es algo que lo haga inaccesible, lejano, o distante; es una invisibilidad que posibilita otro modo de ver activando la capacidad de ser conscientes de una Presencia. Es un invisible perceptible. Jesús se hace Presencia para los ojos anhelantes (“si esperamos lo que no vemos, lo esperamos con constancia”, dice san Pablo. Rm 8, 25). Cuando estamos pendientes de lo invisible de Dios es cuando se nos manifiesta más claramente en la realidad, en la vida, en la historia. Por eso debemos confiar en que su presencia resucitada está gravitando en todos lados esperando ser descubierta. Como si jugáramos a la escondida y le dijéramos a Dios: “ahí estás” “Piedra libre”. O más poéticamente como decía san Juan de la Cruz al comienzo del Cántico Espiritual: “¿Adónde te escondiste,/Amado, y me dejaste con gemido?”

Cada acción que desarrollemos en la catequesis tiene que apuntar a lo invisible, debería estar diseñada para lo oculto, señalando lo escondido del misterio de Dios en la vida inabarcable. Entonces, todo se convertirá en pedagogía del misterio, es decir, en una mistagogía. Cuando juguemos, cuando cantemos, cuando diseñemos espacios, cuando hagamos un altar, cuando leamos la Palabra, cuando enseñemos una oración para aprender de memoria, cuando hagamos una ronda, cuando pintemos, cuando bailemos, cuando abordamos algunas de las verdades de nuestra fe tan rica, nunca dejemos de pensar en eso invisible perceptible adonde tienen que conducir todos nuestros esfuerzos. ¿De qué serviría una catequesis que se ponga contenta sólo porque “nos salió bien el encuentro”, si no se movieron las cuerdas invisibles del espíritu al prepararla, llevarla a cabo y después de cerrarla? 

Los invito a recordar aquellos encuentros más jugosos de su experiencia: ¿Qué pasó allí? ¿Qué se movió adentro?

Me imagino que muchos de nuestros esfuerzos en la catequesis se encuentran yendo y viniendo en relación a 2 énfasis: 

  1. La transmisión de los contenidos de la fe: es decir, quién es Jesús, qué es el Reino, qué es la historia de la Salvación, el pecado, la Pascua, los símbolos y rituales que narran lo de Dios en la liturgia. La Iglesia. La doctrina, la tradición, los elementos básicos del lenguaje religioso y un largo etcétera.

  2. La transmisión de la fe a partir de experiencias: es decir, la oración, el despertar a la conciencia del amor incondicional de Dios frente a nuestras debilidades y pecados, las misiones populares que abren a Dios a través del ser recibidos, la vida de comunidad, el compartir fraterno. La caridad concreta en el contacto con quienes sufren, los voluntariados, los servicios que hermanan en el dolor y saca de la zona de confort por amor a Dios. 

En este sentido, dice Juan Carlos Carvajal que “En los últimos decenios, en un continuo vaivén no exento de polémica, la Iglesia ha hecho pivotar la transmisión de la fe bien sobre una catequesis meramente doctrinal bien sobre una catequesis llamada de la experiencia. Es verdad que ambas acentuaciones, de algún modo, se justifican por el contexto socio-religioso al que tratan de responder; pero el hecho es que ninguna de las dos, quizás por su polarización y por la parte que ignoran, han logrado los resultados esperados.” (Carvajal Blanco, El catequista, mistagogo de la fe, 140)

Lo que me he preguntado al ver esta polaridad de nuestras catequesis es qué podría unirlas, qué se necesita para ir más allá de uno u otro énfasis. Y aquí es donde creo que hay que apostar por una catequesis del misterio de Jesús. Una catequesis que asuma el resonar de la voz de Dios como un misterio inagotable que envuelve toda la vida de una persona que, al desarrollarse, va encontrando cómo ese misterio se hace presente sin estancarse. 

Los invito a preguntarse: ¿hacia dónde se inclinan más mis encuentros de catequesis: hacia los contenidos o hacia las experiencias? 

Al querer conducir hacia lo invisible del misterio de Jesús quisiera compartirles una búsqueda personal. Hace un tiempo vengo haciéndome eco de aquella idea de que lo que más necesitamos son buenas preguntas más que respuestas. El Papa advierte el problema de dar respuestas a preguntas que nadie se hace: “Tengan el oído atento para no dar respuestas a preguntas que nadie se hace ni decir palabras que a nadie le interesa escuchar ni sirven”. (Mensaje del Santo Padre Francisco Al Forum Internazionale di Azione Cattolica. 27/11/22). 

En este sentido, creo que existe un tipo de preguntas que debemos cultivar. Las preguntas mistagógicas. Son preguntas que ayudan a esto de introducir en el mundo de lo invisible perceptible, podríamos decir. Como sabemos por el Principito: “lo esencial es invisible a los ojos”, pero también es esencial lo invisible. Allí está todo el mundo de la interioridad que no se ve, pero se vive, que no se puede organizar demasiado, pero se puede contemplar y leer desde adentro si tenemos las preguntas adecuadas para hacerlo. 

Comentando el pasaje que Jesús refiere la historia del rico y el pobre Lázaro (Lc 16, 19-31), Francisco dice que el rico quizá fue un hombre bueno, religioso, que conocía la catequesis, pero su catequesis no lo habilitó para ver al hermano solo y llagado a la puerta de su casa. La incapacidad para ver a los hermanos, es la misma que tenemos con Dios. Me quedo pensando: ¿Qué preguntas le hubieran venido bien al rico para despertar su mirada hacia los demás y por tanto hacia Dios? 

Les quiero ofrecer una forma concreta y pedagógica de acercarse a lo invisible perceptible cada vez que puedan. Se trata de destinar algún minuto, uno, dos, tres, los que puedas, pero cada vez que hayas terminado un episodio de tu catequesis -o de cualquier acción-, hacés una pausa con preguntas, un detenerse, un parar la pelota y ver más allá. No dejes que se te escurra de entre los dedos lo que acabas de vivir porque nuestra interioridad es como un cuenco, un recipiente donde la gracia está a salvo y puede derramarse dejando sus rastros (“Hazte capacidad que yo me haré torrente” Santa Catalina). Si tu catequesis ha sido eco de la Palabra con mayúscula, entonces algo tiene que haber resonado, si no, hay que volver a intentarlo. ¿Qué preguntas hacerse en esa pausa? por ejemplo: 

¿Por dónde anduvo Dios en esta actividad? ¿Qué intuí de Jesús? ¿Qué me hizo sentir? ¿Qué me pasó por la mente y/o el corazón? ¿A qué me mueve todo esto?... 

3 claves para preguntar: 

  • Mente: Algunas preguntas pueden ir más orientadas a saber, a conocer, a aprender más del misterio. Son preguntas que apuntan a lo que hemos descubierto a través de un momento de catequesis. 

Pero no hay que dejar de pasar por el…

  • Corazón: estas son las preguntas que apuntan a la vivencia, a la interioridad, a lo que sentimos, a las emociones, a las sensaciones que no nos dejan mentir, 

de modo tal que luego podamos hacer algo con todo lo vivido:

  • Manos: son las preguntas en torno a la libertad que queda invitada, seducida por el misterio y quiere moverse en esa dirección. 

Si cada vez que se produjo el encuentro en la catequesis nos proponemos dejar que aflore el misterio, lo que se abrió, aquello que nos dejó anhelantes, entonces estará la alegría y el consuelo que nace de ese contacto con algo que nos permite acceder a lo invisible perceptible de la Presencia de Dios.

Al contrario de lo que se podría pensar, este momento que les propongo no es para cerrar, sino para dejar abierto, para activar el deseo de más, sin dar de más, para llevar al umbral de lo divino, para suscitar el asombro. 

¿Quieren que lo practiquemos? 

MENTE: ¿qué descubrí?

CORAZÓN: ¿qué sentimientos me genera?

MANOS: ¿a qué me invita?

Gracias


En su Evangelii Gaudium Francisco destaca en el número 166. "Otra característica de la catequesis, que se ha desarrollado en las últimas décadas, es la de una iniciación mistagógica,que significa básicamente dos cosas: la necesaria progresividad de la experiencia formativa donde interviene toda la comunidad y una renovada valoración de los signos litúrgicos de la iniciación cristiana. Muchos manuales y planificaciones todavía no se han dejado interpelar por la necesidad de una renovación mistagógica, que podría tomar formas muy diversas de acuerdo con el discernimiento de cada comunidad educativa. El encuentro catequístico es un anuncio de la Palabra y está centrado en ella, pero siempre necesita una adecuada ambientación y una atractiva motivación, el uso de símbolos elocuentes, su inserción en un amplio proceso de crecimiento y la integración de todas las dimensiones de la persona en un camino comunitario de escucha y de respuesta." 


miércoles, 24 de enero de 2024

¿CÓMO EXAMINAR LA CONTEMPLACIÓN IGNACIANA?

 Por Emmanuel Sicre, SJ

“Sólo cuando se acepta su ineficacia empieza a ser eficaz” (Arredondo, SJ)

Para quienes han hecho Ejercicios espirituales de san Ignacio, saben que la contemplación es una de las oraciones que más lugar ocupa en el proceso espiritual. No siempre resulta fácil y quisiera con este examen particular ofrecer algunos puntos que pueden ser de utilidad para adentrarse en el misterio de dicha forma de oración.

Stop: si quieres saber de qué estamos hablando aquí un link para orientar: Entre meditar y contemplar en la espiritualidad ignaciana 

La estructura de la contemplación en los EE es:

  1. Oración Preparatoria.
  2. Los 3 preámbulos (historia, composición viendo el lugar, petición que varía según las Semanas).
  3. Puntos: ver las personas, oír lo que dicen, mirar lo que hacen.
  4. Coloquio.

Una vez finalizada la oración:

  1. Rescatar la SENSACIÓN. Comenzar percibiendo la sensación que me habita luego de la oración. También sentimientos, afectos, emociones que se vieron comprometidos. (El lenguaje de las sensaciones es el de las metáforas, las comparaciones y las analogías. Nos ayuda a darle forma a una experiencia siempre trascendente e integradora del ser ya que involucra alma, cuerpo y espíritu en contacto con el misterio, pero al mismo tiempo concreta y descifrable por nuestra voluntad y razón. Son muy útiles porque no nos dejan mentirnos tan fácilmente.)

  2. Narrar la IMAGEN CONTEMPLATIVA. ¿Qué se me dio a ver? ¿Qué vivencié? ¿Qué se me dio oír? ¿Qué escuché decir? ¿Qué percibieron mis sentidos? ¿En qué se me pidió permanecer? ¿Cómo estuvo mi persona ubicada en la escena? ¿Quiénes aparecieron? ¿Qué se me invitó a mirar, contemplar? ¿Qué pude hacer o se me invitó a hacer? ¿Cómo fue mi interacción dentro de la escena? ¿Qué sentí mientras contemplaba?

  3. EL DISCERNIMIENTO SOBRE LA IMAGEN CONTEMPLATIVA:  

3.1. ¿Qué intuyo se me dio a conocer-internamente del misterio de Cristo?

3.2. ¿Contra qué luché? (Mi ego, el puntillismo, la búsqueda de obtener algo, la manipulación de las imágenes; las distracciones (la simple como las moscas: por preocupaciones o por estar en blanco, en el vacío, ante esto, simplemente volver, ayudarse con textos u oraciones. Y la turbadora y peligrosa como las avispas: las que nos deprimen con nuestros límites y las que se convierten en tentaciones definidas haciendo perder la oración. Fiorito).

3.3. ¿Qué se iluminó de mi historia o mi presente? ¿Qué nuevo sentido emerge de lo contemplado? (Considerar la fuerza evocadora de las imágenes).

  1. Desentrañar el MENSAJE que recibo. ¿Qué intuyo que se me quiere decir, sanar, transfigurar? ¿Qué sedimentos dejó en mí? 

Algunas notas: 

  • Saber que es un don, no algo que pueda lograr por mis propias fuerzas. 

  • El “como si presente me hallase” es la clave de lectura primordial. 

  • La contemplación actúa por impresión afectiva o connaturalidad. 

  • Simone Weil: “los bienes más preciados no deben ser buscados, sino esperados. Porque el hombre no puede encontrarlos por sus propias fuerzas, y si se pone en su búsqueda, encontrará en su lugar falsos bienes de los que no sabrá discernir la falsedad” (Sobre el buen uso de los estudios escolares… p. 4)

  • Simone Weil: “todas las veces que un ser humano realiza un esfuerzo de atención con el único deseo de volverse más capaz de captar la verdad, adquiere esta aptitud más grande, incluso si su esfuerzo no ha producido ningún fruto visible […]. Hay verdadero deseo cuando hay esfuerzo de atención” (Sobre el buen uso de los estudios escolares… p. 28).


sábado, 28 de octubre de 2023

¡QUE SE AMEN!

 


Por Emmanuel Sicre, sj


Con el amor del Padre, 
con el amor de Jesús que conocemos en cada cruz que llevamos. 
Como puedan, como les salga, pero que se amen
Con sus neurosis y sus mezquindades, 
pero que se amen
Con sus caídas y agachadas, 
pero que se amen.
Con sus silencios y perplejidades, 
pero que se amen.
Con las extrañezas de toda vida, 
pero que se amen.
Con la fuerza del tiempo sanador, de los abrazos restauradores, con las charlas 
que devuelven el flujo del amor del Espíritu.
Que se amencomo sea, 
pero que se amen.
Y entonces habrá frutos duraderos de paz, justicia y hermandad, en un mundo que, al parecer, 
ama odiarse. 
Habrá un mundo de amigos, de amantes.




sábado, 7 de octubre de 2023

ADUEÑARSE Y DESCARTAR LO DE DIOS

 Domingo 27º del Tiempo Ordinario - Ciclo A

Homilía. P. Emmanuel Sicre, SJ

 Escuchen otra parábola: Un hombre poseía una tierra y allí plantó una viña, la cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Después la arrendó a unos viñadores y se fue al extranjero. Cuando llegó el tiempo de la vendimia, envió a sus servidores para percibir los frutos. Pero los viñadores se apoderaron de ellos, y a uno lo golpearon, a otro lo mataron y al tercero lo apedrearon. El propietario volvió a enviar a otros servidores, en mayor número que los primeros, pero los trataron de la misma manera. Finalmente, les envió a su propio hijo, pensando: "Respetarán a mi hijo". Pero, al verlo, los viñadores se dijeron: "Este es el heredero: vamos a matarlo para quedarnos con su herencia". Y apoderándose de él, lo arrojaron fuera de la viña y lo mataron. Cuando vuelve el dueño, ¿qué les parece que hará con aquellos viñadores?» Le respondieron: «Acabará con esos miserables y arrendará la viña a otros, que le entregarán el fruto a su debido tiempo». Jesús agregó: «¿No han leído nunca en las Escrituras: "La piedra que los constructores rechazaron ha llegado a ser la piedra angular: esta es la obra del Señor, admirable a nuestros ojos"? Por eso les digo que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser en
tregado a un pueblo que le hará producir sus frutos». Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír estas parábolas, comprendieron que se refería a ellos. Entonces buscaron el modo de detenerlo, pero temían a la multitud, que lo consideraba un profeta. 
Mateo (21,33-43)

 

¡Qué bronca dan estos tipos!, ¿no? ¡Cómo van a hacer eso! ¿Por qué? Y sí, quizá más de uno se pregunta algo de esto o tiene estos sentimientos ante tanta agresión que revela la parábola de Jesús a los sacerdotes y ancianos del pueblo. Como siempre sucede, Jesús quiere transmitir algo con la parábola según a quién se la dedica. En este caso, sus destinatarios se comportarían como los villanos de la historia relatada. Pero, ¿dónde radica la maldad de estos hombres?

Creo que una de las razones por las que actúan así es porque se sienten dueños. Interesante cómo usa el texto el verbo apoderarse. Se apoderaron malamente de los enviados y en definitiva se hicieron dueños de la tierra que no les pertenecía. Cuando nos adueñamos de lo que es don la reacción más natural es la de creernos que nos quitan algo que hemos conseguido por nuestros propios méritos. Entonces, el sentimiento de amenaza actúa de manera irrefrenable dejándonos a la intemperie de nuestra propia existencia insegura y llena de baches. Apropiarse de lo que es herencia es desconocer su origen inmerecido, gratuito, donado.

Con Dios, con la Iglesia, con las cosas de la fe y la religión puede pasarnos lo mismo que a aquellas personas de la época de Jesús -y después también- que se hicieron dueñas de una Verdad que nadie puede poseer por su propio mérito, guardianes de esencias inapresables con las que se las dan de sabios rebajando a los demás con comentarios enjuiciadores de la moral ajena, sabuesos de los errores de los otros para condenar ni lo que Dios condena. Y así vamos matando los signos de Dios, sin caer en la cuenta de su procedencia porque tememos que nos quiten lo que no hemos logrado.

Sin embargo, los mismos adueñados, en un primer momento, caen en la trampa de la parábola de Jesús. Se indignan con una actitud de los villanos que, de tan ciegos, ni se dan cuenta de que los refleja en su accionar. Jesús vuelve a la carga y los enfrenta directamente para que reaccionen. La herencia les será quitada porque no han sabido dar frutos de misericordia. Y en vez de convertirse, se enojan y buscan la manera de concluir la parábola con el mismo Jesús, aunque aún falte para apresarlo todavía. La parábola de Jesús se cumpliría en ellos finalmente.

Pero lo cierto es que Dios siempre tiene un as bajo la manga. Su lógica es la de darlo todo, envía hasta a su hijo a riesgo de perderlo todo, pero claro, como siempre, al darlo todo, gana todo. Nos gana a todos nosotros para su Reino, nos libera, nos perdona y nos redime por los méritos de uno de los nuestros, Jesús, que siendo hombre se revela Dios al transparentar la infinita compasión del Padre por sus hijos e hijas.

En el misterio de Dios lo que se pierde se gana, lo que se desecha es lo importante, lo que se descarta resulta valioso, lo pobre es lo más rico. Entonces, ¿qué será aquello que en nuestra vida andamos descartando? ¿No andará Dios por ahí? Si la piedra que los sabios constructores no se dieron cuenta estaban ignorando como la más importante, ¿resulta ser aquella con la que Dios quiere revelarnos su amor?

Contemplemos nuestro dinamismo de descarte para sumarnos a la lógica del rescate de Dios y entonces podremos vivir el Reino, entonces la Casa Común no gritará de dolor y nuestros hermanos y hermanas que viven descartados podrán recibir la misericordia que viene de la caridad de los que se saben herederos de un sueño hermoso y valiente: el Reinado de Dios en la vida de todas las personas del mundo.

 

miércoles, 30 de agosto de 2023

JOSÉ LUIS LAZZARINI, SJ: MISTAGOGO Y MAESTRO

 

 

“Azulea el jacarandá

el cielo cuelga de las ramas en despojo.

¿Se ha descorrido el velo?”

 

Lucho

 


Dicen que la noche antes de morir,
Lucho se despidió con un “hasta mañana o hasta la eternidad”. Y sí, él tenía esas salidas ingeniosas de las que hay centenares en nuestra jerga jesuítica comunitaria. Esta, en particular, nos puede ayudar a conocer ese “entre” en el que le gustaba vivir. Me refiero a su amistad con el Misterio de la vida, del Reinado de Dios, de este estar, de alguna manera, aquí y allá simultáneamente.

 

Lucho fue maestro de muchas generaciones de jesuitas, religiosos/as y laicos/as, pero también fue maestro de muchas cosas de la vida espiritual, del compromiso social e intelectual con el que asumir la vida. Amante de las buenas conversaciones, se sentaba en la sala de comunidad del Colegio Máximo o del Salvador después del almuerzo o la cena y hacía que la gente se reuniera. Su presencia divertida, alegre y socarrona lograba despertar más de una sonrisa, o el interés por algo de la actualidad; también sumaba un comentario culto trayendo algún mito o poema, o el título de un libro o la referencia a cierto autor; a menudo, dejaba flotando en la atmósfera un pensamiento de esos que necesitan tiempo para procesarse. Lucho te exponía con su mirada al “entre”, ese que te evitaba ser arrastrado por un realismo sin salida para dejarte ante las puertas de una perspectiva nueva, abierta al Misterio.

 

En sus charlas, clases, homilías, puntos de Ejercicios o cursos hacía gala de sus dotes declamatorias, de su amor por el teatro, la música, la literatura, el arte, la historia, el humor y el buen decir. “Lazzarini no se repite”, decía jocosamente alardeando su creatividad inagotable. Fiel a una antropología tripartita propia de los Padres de la Iglesia, su método de meditación trascendental, te hacía siempre disponer el cuerpo, seguir por la mente -el mundo psíquico-, para dejarnos a las puertas de la libertad del espíritu. Todo al ritmo de la Palabra y las imágenes porque él decía que la oración ignaciana es como la piedad popular, bien encarnada, comprometida con lo sensible y la imaginación. Una vez en el Colegio del Salvador habló a los docentes sobre la esperanza logrando atraer a todos sin distinción por la lógica de su presentación, pero, por sobre todas las cosas, por el tono de su voz. Como dijo una maestra: “tiene una voz espiritualizada que no te suelta”. Era de esos oradores que provocan expectación, como si nunca se supiera qué viene después al dejarnos en el “entre” de eso que se expresó y lo que sigue, combinado con una metáfora o una sensación justa. Así lo rescató el Papa Francisco en su Evangelii Gaudium [157]: “Una buena homilía, como me decía un viejo maestro, debe contener «una idea, un sentimiento, una imagen».” Ese “viejo maestro” era Lucho. ¡Lograba con una sola imagen decir tantas cosas! Tenía esa forma de acuñar frases, epítetos, relatos, comentarios que son imposibles de olvidar.


Su genio, su agudeza, la lucidez para descifrar personas y situaciones, la capacidad de leer más allá, el gusto por la lengua y las palabras, esa ironía fina -aunque no siempre- que llenaba de humor los momentos, su inmensa cultura hecha síntesis de humanidad entrelazada con lo de Dios, lo convertía en una persona a la que muchos les gustaba escuchar, compartir, dejarse confrontar. Era dueño, además, de una curiosidad siempre actualizada que le permitía hablar sabiendo lo que decía y callar con simpleza humilde cuando algo se le escapaba por su edad u otro motivo.

 

Lucho fue poseedor de una inteligencia intuitiva y de una sensibilidad tan amplia -y delicada- que lograba rescatar una imagen de la Divina Comedia de Dante o de las Ciudades invisibles de Calvino y hacerla cercana, gustosa, propia. Y, al mismo tiempo, extremar su capacidad contemplativa hasta los bordes de la vida con el recuerdo de la curiosidad de algún niño del barrio en Santa Rita, de un trabajador honesto que le había enseñado algo eterno, de alguna madre que le ubicó las ideas en la realidad concreta en medio de la pobreza. Lucho estaba “entre” la refinada cultura del humanista universal abierto al aprendizaje profundo de los grandes de toda la Historia y el cura de almas sencillo, comprensivo, risueño, amigo de los pobres y lleno de sabiduría para las cosas del corazón humano que lucha por salir adelante. Esto es algo de lo que se deja entrever en sus escritos.

 

En los relatos de su propia vida se le notaba cierta nostalgia de sus dedicaciones pasadas, las incomprensiones que sufrió en algunos destinos, los cuestionamientos a su forma amplia de ver las cosas, los reveses de la gente dura de corazón o de mente, los silencios en torno a determinadas circunstancias, la salud frágil por momentos; lo que siempre combinaba, al final, con algo que le enseñó haber atravesado por las situaciones de dolor al colocarlo en ese “entre” los bemoles de la vida y los anhelos del Dios al que le entregaba sus secretos. Se reía de sí mismo hablándose en tercera persona y se relativizaba buscando aceptarse como era.

 

En materia de vida espiritual, a medida que avanzaba en edad fue dedicándose cada vez más a la mistagogía, es decir, amante como era del Misterio, ayudaba a otras personas a amigarse con la búsqueda de eso inefable de la condición humana cuando Dios se nos acerca. Fue así que se convirtió en el referente espiritual de tanta gente que lo buscaba para conversar, para acompañarse, para confesarse. Sabía cómo desenredar la madeja enmarañada de sentimientos o juicios que se nos arman a veces y lograba ponernos al resguardo del gozo de sabernos en manos de Jesús y su Madre. Te dejaba siempre una puerta abierta para que miraras más allá de tu ombligo y dejaras que entrara la luz que venía del Misterio.

 

También hay que decir que muchos vivieron su exigencia, sus sarcasmos y sus ironías con cierto dolor, así como algunas de sus rigideces o vanidades de las que se lamentaba haber hecho padecer al final de su vida. Él mismo se sabía pecador y rescatado, y esto era lo que buscaba comunicar con su testimonio acerca del Dios siempre más allá de nuestra humanidad. Así miraba al país, la Iglesia y la Compañía de Jesús, “entre” las desilusiones de nuestra cortedad humana y la esperanza de lo que Dios sigue haciendo más allá de todo.

 

Con su prodigiosa memoria era capaz de reconstruir árboles genealógicos y entrelazarlos de manera admirable para concluir haciendo referencia a alguna anécdota graciosa o a un hecho histórico que terminaba asociando con algo o alguien concreto. Con esa misma memoria rescataba personajes literarios, recuerdos familiares de su Santa Fe natal, compañeros memorables o versos completos y los hacía funcionar en el discurso con la naturalidad de quien disfrutaba entre lo que tenía vivido y lo que tenía leído.

 

Lucho era un compañero capaz de amistad generosa con grandes y jóvenes, y en sus historias siempre hacía referencia o preguntaba por aquellas personas a las que les debía alguna idea, algún recuerdo, una frase, una lucha, una imagen, un autor o simplemente el afecto. Era capaz de relacionarse amigablemente y recordar a aquellos amigos/as que le forjaron el corazón con gratitud. Hace unos días atrás, ese corazón que falló y emprendió su regreso a las manos del Padre se debe haber ido tan lleno de nombres...

 

Lucho con su pascua, nos deja aquí para ir allá, y en su legado resucitado, además de extrañarlo, lo recordaremos allá, pero también aquí.

 

 

Emmanuel Sicre, SJ