domingo, 28 de marzo de 2021

LA DIVISIÓN EN LA IGLESIA y la necesidad del número 3

Cada época deja entrever sus polaridades. Es como si la historia mostrara, cada dos por tres, su dualidad constitutiva. Dualidad que también es antropológica, es decir, nuestra como personas. Pero plantando bandera en el número dos sólo recibiremos nostalgia del uno, porque como dice Marechal: “con el número dos nace la pena”. 

Hoy es época de tiranteces polares muy intensas, cansadoras, preocupantes. Siempre aparecen cuando el materialismo inmediatista toma el control de las conciencias y diseca, en la cultura, su espíritu que es quien reúne lo disperso, quien une la diferencia, quien hace la unidad. Por eso tenemos que pasar al tres (Dios) que es quien hace nuevas todas las cosas con su espíritu.

En la Iglesia también estamos peleándonos fuerte. Y por eso les quiero compartir un texto de Michel de Certeau, SJ (1925-1986), gran pensador del siglo XX que ha puesto mucha luz a la hora de pensar épocas y cosas difíciles. Me encontré hace unos días por casualidad con L’étranger ou l’union dans la différence (1969), un texto bello, hondo, provocador e hice una traducción de un fragmento que sentí que podría ayudarnos a transitar un poco nuestro momento de divisiones. Quizá haya muchas más cosas para leer, incluso en este libro, sobre el tema también, no cesemos de buscar solución al problema. "De qué te sirve tener razón si pierdes la paz", me dijo un viejo sabio, y agregaría: "o pierdes a tu hermano o hermana". 

Realmente me duelen mucho las agresiones de personas dentro de la Iglesia que pierden el control de sus emociones y las lanzan a los demás. Intuyo que estamos todos muy cansados por la cultura que hemos generado, por los cambios que no podemos controlar, por tantas cosas que abruman la mente, secan el corazón y endurecen los puños. Siento que no pensamos, sólo nos defendemos. Tal agresividad no puede sino venir de una vida sin espíritu, sin lugar para el amor de Dios que está esperándonos siempre. 

El mejor remedio para que el espíritu haga su trabajo de unificación es ofrecerle un corazón dispuesto a contemplar su obra, no un ego buscando reafirmarse en sí mismo con comentarios desproporcionados y ofensivos hacia los demás. Hagamos de lo que no nos gusta, nos molesta, nos cuestiona o enoja una posibilidad de encontrarnos con nosotros mismos y con Dios que nos ayudará a comprender mejor y a amar con sabiduría aún en la cruz de nuestras contradicciones humanas. 

Buena lectura y mejor reflexión... 

Emmanuel Sicre, SJ



LA DIVISIÓN EN LA IGLESIA 

Michel de Certeau, SJ 


El cristiano vive de la fe sólo si se convierte en la exigencia de la situación precisa en la que se encuentra, y si se compromete a responder a esta llamada. Al tomar una posición, experimenta de manera irreductible su propia verdad. Su decisión significa una renovación personal y una lectura espiritual del misterio envuelto en los hechos; es conversión e interpretación inseparablemente, porque transforma al creyente en y con su situación. Por tanto, implica, a la vez, una docilidad a la realidad y un cambio en el estado actual de las cosas. Y por ser transformadora, rompe la engañosa tranquilidad de las apariencias, busca bajo equívocos la verdad de las palabras, sacude el orden establecido en nombre de lo que pretende asegurar (el bien común, la igualdad de los ciudadanos, la vida del espíritu).

De esta manera, a veces enciende el fuego y siembra discordia; pero es el sufrimiento del cristiano como el del profeta: "¡Ay de mí, madre mía, que me engendraste hombre de contienda y hombre de discordia para toda la tierra!" (Jr 15,10). ¿Qué apóstol no experimentó el peso intolerable de una misión que suscita discordia para "construir la verdad"? ¿Por qué, entonces, este sufrimiento? En primer lugar, porque se pone en duda en su misma misión. Lo que su gesto significa para él, no lo es para otro católico; no es reconocido por otro testigo del mismo Espíritu; se opone a la decisión de que un hermano, discípulo de Jesucristo, haga su confesión de fe. La hermosa seguridad que animó el celo del apóstol no puede ser alcanzada. Por un lado, se arriesga a buscar un acuerdo en detrimento de lo que fue su experiencia espiritual y, por cobardía, prefiere la seguridad superficial a los caminos de su acceso personal a la verdad. O, por el contrario, ¿rechazará cualquier significado religioso como obstáculo de una concepción católica contraria, para poner toda su confianza en los medios técnicos que le permitirán reducir por la autoridad, disuadir por la razón, u olvidar por temor al adversario cuya pretensión amenaza la suya?


DE LA DIVISIÓN A LA CONVERSIÓN

Rechazar la realidad de una tensión propiamente religiosa es ignorar el choque que significa para el creyente el dinamismo de su fe. El juicio de un católico sobre la decisión de su hermano revela una falla interna en la posición de todos. Lejos de ser un accidente desprovisto de sentido e interés para la fe, o un hecho que simplemente revela la inautenticidad espiritual de uno de los compañeros, o la prueba de que la unidad es ajena a la realidad concreta de la experiencia cristiana, esta división exterior revela en cada uno una división interior.

Y los cristianos emprenden realmente el camino de la unidad cuando cada uno de ellos descubre como problema interior la cuestión planteada por un antagonismo; cuando cada uno discierne, gracias al juicio de los demás, el juicio que el propio progreso de la fe le obliga a emitir sobre sus acciones; cuando vive su desacuerdo con sus hermanos y su lucha interior como el mismo misterio. A partir de entonces, lo que lo separa de su hermano, lo encuentra en sí mismo como una distancia de Dios, ya sea en cuanto reconoce que la verdad que afirma juzga su propia vida, o porque su posición, tomada en nombre de la verdad, exige ir más allá de lo que ya defendía. La división está en él.

Básicamente, es de quien habla Pablo cuando discierne "dos hombres" en él (Rm 7,14-25). Esta lucha interna no se cierra con la fe que justifica, no obstante, escribe a los gálatas: "Porque los malos deseos están en contra del Espíritu, y el Espíritu está en contra de los malos deseos. El uno está en contra de los malos deseos. otros, y por eso ustedes no pueden hacer lo que quisieran". El antagonismo aumenta incluso con la autenticidad de la experiencia espiritual: cuanto más el cristiano se siente personalmente comprometido por la verdad que afirma, más debe confesar también: "No soy veraz”. ¿Y cómo llega a esta nueva confesión de fe sino porque recibe ante Dios, aunque sea de forma indirecta o ignorándolo, el juicio que otros han hecho sobre sus acciones como creyente? 

Así, en su propia vida, los testigos continúan encontrándose con quien juzga sus palabras y desafía de frente sus acciones, desenmascarándolas, hoy como ayer, de sus generosas ideologías y de sus consideraciones generales sobre el cristianismo. El Espíritu, que les da el derecho de juzgar hechos o acciones, los obliga, a través de otros cristianos, a juzgarse a sí mismos. El desacuerdo entre católicos suscitado por la afirmación de su fe los llama a reconocer la solidez de este Evangelio del que dan testimonio, y a discernir en ellos, con la espada del Espíritu, lo que viene de Dios y lo que no es conforme a Él.


DIFERENCIAS Y DISCERNIMIENTO

En la experiencia, el antagonismo surge del testimonio mismo. Es cierto, cada cristiano hace bien en juzgar y tomar partido, incluso en materia religiosa: el derecho de su consciencia está fundado sobre el don del Espíritu que lo envía, por el sacramento de la confirmación, a testimoniar a Dios en actos y en palabras. ¿Pero le asiste la razón para hacer ese juicio y tomar partido por eso? Conforme a su conciencia de cristiano, ¿su decisión en tal sentido es conforme al Espíritu? Y, por otro lado, si no tiene un conocimiento verdadero de los hechos, ¿qué peso puede tener el testimonio apoyado sobre la interpretación que hace? Lo que afirma, ¿se le impone a él en nombre de su fe o en nombre de los hechos?, o de uno u otro lado, ¿qué garantía tiene de no estar en una ilusión?

Por un lado, el testimonio que Jesús puede dar de sí mismo porque él es veraz, ¿cómo podría su discípulo acordar con él? Aquello que Jesús testifica con sus actos humanos, él lo es; es también evidencia de su veracidad. Este no es el caso de un cristiano: aquello de lo que es testigo no es él mismo; él no lo ve, él lo cree. Él no puede identificar la exigencia de su conciencia como derecho de verdad. Entre el Espíritu y la experiencia del creyente hay una brecha: el no-saber de la fe. Pero este no-saber se presenta ante todo como el saber de otro creyente, como la experiencia religiosa sobre la cual otro católico funda su propia decisión. 

Por otro lado, sabe que la manifestación de una conciencia es vana si no va acompañada con los hechos, que el profeta no anuncia a Dios sino aclarando la realidad que, en suma, no alcanza con que uno sea un cruzado, sino que todavía falta batirse delante de Jerusalén y no contra los molinos de viento. Pero, ¿su juicio puede ser tenido como una interpretación exacta de los hechos en los que cree discernir un llamado de Dios? Cuando se designa un contenido religioso no reconocido por los otros, los hechos llegan ya constituidos en las interpretaciones colectivas: así, el latín se inscribe en los hábitos de un medio en función de las convicciones identificando unidad religiosa y uniformidad lingüística; un paro particular es vivido enseguida como un nuevo frente en una lucha centenaria, o bien considerada una ideología sobre la justa causa de la clase oprimida, un programa escolar pone en marcha inmediatamente los sistemas de defensa en torno a la juzgada autonomía indispensable para la enseñanza religiosa, etc. Estas realidades han sido amasadas por las concepciones recibidas, cuando un católico allí descifra un llamado de Dios y una urgencia de su fe. Hay ahí, aún, una brecha entre su accionar y lo que sabe de la situación en la que interviene. Esta brecha le ha sido revelada por un enfrentamiento entre cristianos que ven las cosas de otra manera, que las interpretan y las viven de otro modo, y que, sin embargo, definieron juntos esta realidad siempre postulada, continuamente creada y perdida, progresivamente reconocida y rehecha por los hombres en la sociedad.

Bajo estos aspectos, de una naturaleza bien diversa, la división pone constantemente en la mira la realidad a través de la relación de cada creyente consigo mismo y con los demás. Pero, sea por un desacuerdo entre católicos o por antagonismo interior, esta división inaugura una revisión de vida y un progreso en la verdad. No es negativa, sino como lo es todo trabajo con respecto a lo dado anteriormente, o toda evolución en relación a una etapa pasada. Tampoco se presenta a la manera de un cuerpo extraño o de un desafortunado accidente, como si se tratara de hechos de por sí evitables que permitirían no tomarse en serio las oposiciones. Es un combate espiritual gracias al cual se percibe mejor el sentido del testimonio propio, revela cómo el desequilibrio significa movimiento. La breca que descubre nos enseña quién es aquel al que respondemos efectivamente, y qué dilatación se anuncia en cualquier decisión particular. 

Tal es la unidad que la división misma designa: el futuro está implicado en el presente; lo universal es la ley interna de una postura particular; la fe abre desde adentro aquello en lo que se realiza; la vida del Espíritu, como savia, hace estallar lo que ha formado. En sus decisiones, sus tareas y sus luchas, los creyentes descubren así, poco a poco, las tensiones internas en acción (pero también como un devenir, como progreso o como profundización), la presencia del Verbo que se encarna y la obra del Espíritu que lo manifiesta. 





jueves, 18 de marzo de 2021

LA ESCUCHA DE JOSÉ

Por Emmanuel Sicre, SJ


UNA ESCUCHA HEREDADA

José ha sido un hombre de escucha a la hebrea. Tal como lo indica su linaje, “hijo de David” (Mt 1,16.20) aprendió con su pueblo a escuchar la voz de Dios y se convierte en “la pieza que une el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento” al cumplirse en él “la promesa hecha a David por el profeta Natán (cf. 2 Sam 7)” (Cf. Patris Corde

Con esta palabra comienza la más significativa de las confesiones de fe de Israel: “Shemá [= escucha] Israel, Yahvé Nuestro Dios es un Dios único. Amarás a Yahvé tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas tus fuerzas. Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria, se las inculcarás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado…” (Dt 6,4-8). 

Es el primero de los mandamientos: escuchar. “Shemá Israel”, dice Dios. “Escúchenlo”, dice la voz desde la nube en el episodio de la Trasfiguración (cf. Mt 17,1-8). La fe es un acto de confianza en lo que escuchamos de verdad, porque Dios habla, pronuncia su palabra creadora como en el Génesis. 

Escuchar es un verbo fundamental en la cultura hebrea porque habla de abrir los oídos exteriores, físicos y los interiores y por tanto espirituales. En este sentido, es algo más que dejar entrar las ondas sonoras en el oído, es concentrarse en lo que escuchamos, prestar atención, responder a lo escuchado. Escuchar y hacer son las dos caras de una misma moneda, por eso escuchar sin hacer es no haber escuchado, desobedecer

Dios desea que su pueblo lo escuche: “Ojalá me escucharas, Israel” (Salmo 81,9.14) pero su obstinación provoca el lamento divino: “Pero Israel no escuchó mi voz, no me quiso obedecer” (v.12). No escuchar es desobedecer, es causa de confusión, de equívoco. 

Pero también las personas desean que Dios las escuche. Hay infinidad de pedidos a Dios para que shemá (escuche) las plegarias de su pueblo, de personas en dificultades, de pedidos de auxilio. “Escucha mi oración, Señor, atiende mi súplica” (Sal 86,6), dice David. 

Podríamos decir que este verbo tan esencial de la cultura judía es una muestra clara del diálogo entre Dios y los hombres, es fuente de comunicación mutua. 

José ha sido ese hombre del “shemá” porque ha escuchado lo que Dios le ha dicho en su interior y esta comunicación con Él ha dado forma a su vida.  

ESCUCHAR LOS MENSAJES DE DIOS

De entre todas las voces que José habrá tenido que escuchar ante la misteriosa concepción de su esposa, José escogió la del “Ángel del Señor”. No dejó que lo inesperado, ni lo aparentemente imposible, ni el cuchicheo de los de su pueblo, ni la comprensible desesperación en la huida a Egipto, silenciaran el mensaje de Dios que le ayudaba a cumplir su promesa de haberlo elegido padre de Jesús. 

Si Dios habla y hace con su voz en el relato de la creación del Génesis; José, escucha y hace con su silencio. Es como si su confianza en Dios resultara fecundar su humanidad y convertirlo en un hombre valiente y creativo, que carga con sus temores y avanza en el camino siguiendo el eco de la voz de Dios manifiesta en sus mensajeros los ángeles. José escucha al buen espíritu y le hace caso, historiza las mociones de Dios. 

José es obediente no por sumiso, sino por ser buen escuchador, por asumir la escucha atenta de lo que Dios le dice para su vida y la de su familia. Aquí radica la virtud de su oído en que obedece, es decir, se enfrenta con lo que escucha (ob audire). 

No hace caso a la fuerza o de manera automática como solemos pensar erróneamente el verbo obedecer. Analiza, capta, escucha lo que oye, toma perspectiva, le da aire a la libertad para que la voluntad actúe, es decir, discierne la instrucción que ha comprendido como buena para sí y la ejecuta. No hace sin saber, ciegamente, sabe lo que hace porque oye con sabiduría, confiadamente, con cariño a quien le habla. Esto es continuar la obra redentora de Dios que busca lo mejor para su pueblo. 

¿Qué siento que viene resonando en mi interior como venido del Buen Espíritu? ¿Qué voces me hablan de lo que Dios busca para mi bien y el de mi comunidad? ¿Cómo dejo resonar la invitación que Dios le hace a mi vida en este tiempo? ¿Qué debo discernir según lo que escucho en mi conciencia? 

ESCUCHAR MIENTRAS DORMIMOS

San José durmiente
Rupnik SJ

En las culturas antiguas, mucho antes del psicoanálisis, los sueños han tenido un valor fundamental en la interpretación del misterio de la realidad humana. Para la cultura hebrea también. Muchos episodios relatan cómo Dios habla a través de los sueños y cómo los profetas ayudaban a los reyes a interpretarlos como mensajes divinos en favor de su pueblo o de sí mismos. 

José forma parte de esta tradición de hombres que escuchan (a la hebrea) al ángel del Señor en sus sueños y permite que se manifieste el plan redentor de Dios. Cuatro son los sueños que le indican a José lo que debe hacer en el camino que Dios le propone para que se cumpla su promesa: aceptar a María embarazada del Salvador, huir a Egipto para evitar la matanza de Herodes, regresar a Israel luego del peligro y reorientar el camino hacia el pueblito llamado Nazaret, en Galilea porque en Judea aún reinaba el sucesor de Herodes, Arquelao. (Cf. Mt 1, 20; 2, 13. 19. 22). 

Los sueños son símbolos de lo que no controlamos, de lo que sucede mientras dormimos, mientras nuestras defensas conscientes están descansando, por eso tienen que ver profundamente con lo que somos. En ellos se entrelazan emociones, sentimientos, imágenes, escenas de nuestras vivencias personales internas, sociales, históricas, relacionales, de una manera curiosa que no siempre logramos descifrar del todo. Sin embargo, por absurdas que parezcan nuestras realidades oníricas, siempre liberan un significado de lo que estamos atravesando en ese plano inconsciente al que no tenemos libre acceso. De hecho, los sueños son, de alguna manera, una forma de tomar contacto con lo que desconocemos del modo en que vivimos internamente algo de nuestra intimidad

Dios se manifiesta en todas las cosas nos enseña san Ignacio en la práctica de los Ejercicios Espirituales, también en nuestro mundo onírico. Y, más allá de hacer interpretación de los sueños, lo que sí vale la pena reconocer es que muchas veces Dios se revela también en aquello que nos resulta incomprensible, imposible, desconocido, confuso, pero que tiene que ver con nuestra vida. 

Es sano poder relacionarnos con aquello que vivimos como oculto y misterioso como lugar para la revelación divina. Es cierto que muchas veces lo que no controlamos nos da temor, José lo experimentaba también, dice la Escritura; pero confiaba en Dios, obedecía a la hebrea lo que Dios le sugería en el misterio de sus sueños. 

¿Cómo me relaciono con aquello que no controlo? ¿Qué pasaría si invitara a Dios a pasar a las zonas incomprensibles de mi misterio personal? O mejor aún, ¿cómo me está ayudando Dios a través de lo que vivo como incógnita en mi vida a confiar en su promesa de amor para mí y mis vínculos?  


miércoles, 10 de marzo de 2021

16 CAMINOS HACIA DIOS

 por Emmanuel Sicre, SJ

 
 
1. CAMINO HACIA DIOS: “Lo imposible”
 ¿Por qué no hemos podido lograr la paz en la Tierra? ¿Por qué buscamos muchas veces la felicidad donde finalmente no está? ¿Qué tipo de fragilidad es la nuestra que cuando deseamos hacer lo imposible experimentamos el límite, la frustración? ¿No será que cuando aceptamos que no podemos darnos a nosotros mismos la vida, el amor, la paz, la impotencia nos señala un camino distinto? Así es. Comenzamos a percibir a Dios en su secreto trabajo tras las bambalinas de la existencia. Entonces, se da con mayor claridad que lo imposible para nosotros es posible para Dios. Y no al modo nuestro, sino al suyo que siempre es creativo, hondo, nuevo. Sólo quienes se animen a cosas imposibles, podrán entrar por la puerta del misterio que sostiene nuestras vidas.   
 
2. CAMINO HACIA DIOS: “Las ventanas”
 Muchas veces cuando me encuentro con alguien de manera despejada alcanzo a percibir su ventana interior. Un espacio con ángulos de abertura móviles como librados a la intensidad del viento. Y si me quedo allí, al son de la escucha atenta de su historia, de sus frases, de sus gestos, logro vislumbrar que el buen Dios me saluda haciendo una breve reverencia desde adentro. Dependiendo de las palabras que compartimos y el amor con que son dichas, la ventana se abre más o se entorna.
Debo confesar que, más de una vez, esa ventana del otro ha estado tan abierta que Dios ha salido de allí y me ha acariciado el rostro. Sólo el silencio es testigo de que entonces mi propia ventana se abrió de par en par para abrazar y aceptar las ventanas que somos cada uno con su historia a cuestas.
 
3. CAMINO HACIA DIOS: “La basura”  
 Tan propensos a tirar rápidamente lo que no ya no sirve, lo que estorba, lo descartable, lo desactualizado, convertimos en basura lo que no siempre lo es. La magnitud de los residuos humanos ha alcanzado dimensiones desorbitantes. Y así nos vamos acostumbrando a poblar el mundo de basureros, las calles de exclusiones, la mente de “bienes” de consumo y el corazón de liviandad. Algún día nos sorprenderemos basureando algo valioso no sólo del mundo, sino también de la propia interioridad. Desecharemos la piedra angular.
Quizá la basura pueda hablarnos de aquello que no se consume, ni desaparece, ni caduca tan precipitadamente y de la cual sobreviven muchos pobres dejados a la buena de Dios. La cuestión: aprender a discernir mejor qué desechar y qué conservar para que lo descartado sólo sea lo que no nos lleva a amar lo que Dios ama, y a descubrirlo convertido en el humus del que brotan las flores color justicia.  
 
 
4. CAMINO HACIA DIOS: "Los creyentes"
Cada creyente se parece mucho al dios al cual le ‘reza’. De hecho, a dios-juez, creyente-juez. A dios-castigador, creyente-castigador. A dios-permisivo, creyente laxo. A dios-Ley, creyente legislador. A dios-mágico, creyente iluso. A dios-templo, creyente de sacristía. A dios-sacerdote, creyente clericalista. A dios-sacrificio, creyente negociante. A dios-obsesivo sexual, creyente reprimido. A dios-culposo, creyente culpógeno. A dios-triste, creyente de cara larga. ¡Qué panteón Dios mío!
Pero qué distinto es un creyente alegre, fecundo, audaz, servidor, orante, amigos de los pobres y humildes, libre de estructuras asfixiantes y cuestionador de la sociedad en favor del bien común. Qué lindo es conocer a un creyente amante de conocer más a su Dios, que no condena los errores ajenos porque reconoce su propia debilidad, que no juzga como dueño de la verdad, sino que se declara buscador de ella como todos, capaz de sufrir con el que sufre y gozar desinteresadamente con quien goza, comprometido a amar a todos sin distinción, dispuesto a entregar vida por lo que cree y experimenta en el corazón propio y de su comunidad. ¿Te suena en qué Dios cree alguien así? Sí, el Dios de Jesús.
 
5. CAMINO HACIA DIOS: "Los ateos"
Pocas veces aprendo tanto sobre lo que creo como cuando me encuentro honestamente con quien no comparte mi fe. Es una hermosa oportunidad de redescubrir lo que vivo, el modo de expresarlo y de sentirlo. Dialogar con quien no pareciera haber recibido el don de la fe, pero se hace las preguntas fecundas de toda vida sincera, me conmueve al punto de reconocer que no pude hacer nada para creer en esto que me sostiene y me da vida. No hay méritos.
Quien cree que no cree en Dios -al menos en el de Jesús a quien intento seguir- me obliga, desde su propia experiencia de búsqueda, a conectarme con ese misterio olvidando supuestos. ¿Será en ese encuentro de buscadores donde Dios nos busca y termina por encontrarnos? 
 
6. CAMINO HACIA DIOS: "Las heridas"
Las heridas son puertas entreabiertas al misterio de la vida. Allí donde el dolor abre la carne hay gritos de parto que advierten el deseo de vivir. Cada herida se torna, entonces, el anuncio de una reparación, el deseo de un alivio, la esperanza de una cicatriz. Las heridas de una cruz que Dios no da, sino que ayuda silencioso a cargar, nos revelan el ardiente anhelo de una pascua que nos murmure al oído que las lágrimas limpian los ojos para ver mejor el sentido de nuestra historia magullada.
Cuando las heridas son de muerte, cuando lo que es deja de ser, comienza la nueva vida, esa que verdea en los bordes de la herida y nos regala la esperanza de que posible siempre reescribir la propia historia con el lápiz de Dios.
 
7. CAMINO HACIA DIOS: "Contemplar"
La contemplación del evangelio de Jesús busca ponernos en la escena, meternos allí como uno más del relato porque en ese estar allí con la imaginación es que el Espíritu de Dios hace su trabajo de salvación de nuestra vida. Leer y dejarse llevar…
¿Quién que no contemple a Jesús curando no le quedan curadas también un poco sus heridas? ¿Quién que no contemple el nacimiento de Jesús no queda restablecido al menos en la ternura para consigo y los demás? ¿Quién que no contemple a Jesús anunciando el Reino no queda seducido por su propuesta de paz, amor y justicia universal? ¿Quién que no contemple a Jesús muriendo en cruz no llora con todos los que sufren sus propios sufrimientos? ¿Quién que no contempla al resucitado en su oficio de consolar no queda consolado en lo más profundo de su ser?
Así trabaja la contemplación. En la medida en que nos animamos a abandonar el control sobre la oración, el Espíritu, ayudado por nuestra libertad de entrega a la imaginación, hace su trabajo de cristificación, de hacernos otros Cristos. 
 
8. CAMINO HACIA DIOS: "La seducción"
 Técnica tan antigua como el hombre –por eso también de Dios-, la seducción ha sido reconocida en el mundo espiritual desde siempre. Y es que busca explicar por qué el corazón se inclina a unas cosas y a otras resignando el control y dejándose llevar. Puede que no siempre hacia el bien, he aquí el desafío de discernir cuáles sí y cuáles no.
 Las seducciones de Dios son aquellas que se dan en los desiertos de nuestra vida. En los momentos donde nuestro espíritu se halla solitario y preguntón. En la soledad de nuestro monasterio interior, muchas veces, somos atraídos al recogimiento, al amor gratuito, al silencio cadencioso, a la ternura contemplativa. Allí acunamos nuestros “dialoguitos” con Dios y depositamos nuestros esfuerzos y debilidades. Allí recibimos la fortaleza.  
 Pero también, lejos del embrujo y el hechizo, el Dios de Jesús cautiva al inquietarnos con lo real. Como buen amante, nos inspira en el alma las preguntas que sirven de motor para vivir abiertos al misterio de su presencia en donde menos lo imaginamos. Por eso, somos paradójicamente seducidos tanto a gozar la vida como a entregarla, a vivir como a morir por los demás, a enriquecernos siendo pobres y a esperar detrás de cada cruz una resurrección.
 
 9. CAMINO HACIA DIOS: "Quienes dejaron la fe"
 Las opciones que vemos nos envían mensajes. Muchas veces no sabemos las causas profundas de las decisiones de los demás, sin embargo, nos hacen preguntarnos por las nuestras. He aquí donde quienes abandonaron la fe en Dios, o en Jesús, o en la Iglesia, pueden estar dándonos una dirección para pensar. Reubicados en nuestra propia experiencia, en lo que vamos creyendo y en lo que los demás nos reflejan comienza a emerger dentro un contrapunto: ¿y tú? ¿qué?
Estamos, entonces, ante la posibilidad de indagar sobre nuestra fe. ¿Cómo hacerlo? En soledad, pero acompañada, con hondura pero sin obsesiones, responsables pero sin tragedia, anhelantes pero sin desesperación, en el “aquí y el ahora” de nuestra vida pero con memoria y deseo, con ciencia pero con paciencia de sabios ignorantes, volviendo a los orígenes pero sin nostalgias esclavizantes. Es decir, soportando la tensión que toda realidad compleja merece, evitando los portazos que nos cierran o los cachetazos que nos aíslan. Y aquello que osadamente llamamos Dios se encargará de darnos una respuesta generosa y vital.
  
10. CAMINO HACIA DIOS: "La poesía"
 Las palabras son manifestación del ser humano. Ellas lo dicen, lo cantan, lo expresan, lo soportan, lo fecundan, lo abren, lo crean, lo alimentan, lo relacionan… Cuando esas palabras logran una organización tal, aparece señalado con nitidez el misterio de lo que somos. Se hace visible a nuestros propios ojos el sentido inabarcable. Se oye el fondo de la partitura que nos sostiene entrelazados en esta humanidad terrible y hermosa. Se huele el aroma del tiempo que nos modela. Se toca la llaga que nos avisa el estar vivos.
Pero cuando podemos saborear las palabras y degustar sus matices, emerge la sabiduría que conduce a la fuente de toda posibilidad de existir. La gran poesía se hace carne y nos hace visibles a Dios entre todas las creaturas. De allí toda bendición, toda alabanza, toda expresión de asombro humano ante un Dios mezclado entre nosotros.
 
 11. CAMINO HACIA DIOS: "Lo de abajo"
 Nos acostumbramos a direccionar la vista al cielo cuando buscamos a Dios. Casi todas las tradiciones religiosas, así como un son antropológico, ven en lo alto, en lo inalcanzable, en lo “más allá”, el destello de lo divino. Tantas noches mirando los astros para comunicarnos con el misterio que nos sostiene. Tanto sol que nombra a Dios.
Sin embargo, el Dios de Jesús deja las alturas y baja. Abandona lo abstracto y se concreta. Olvida la sacralidad proyectada e instaura una que, por más humana, más divina de contacto con el amor. Resulta que en Cristo lo sensible se vuelve olfato de sabidurías. Vista aguda de lo oculto que da a luz. Gusto a mesa compartida entre pares. Oído para el grito de quienes, en su debilidad, buscan fortaleza. Tacto de una carne que se vuelve a Dios y nos lleva con él.
 
12. CAMINO HACIA DIOS: "Estar con Él"
 Estar así con Dios desde lo que soy
Tratar de suspender el pensamiento
y dejarlo atado al ingenioso invento
del calendario cuando dice “hoy”.
 
En la quietud plena de ese momento
acoger las huellas de la memoria
que poco a poco dibujan la historia
de lo que se ha grabado con el tiempo.
 
Y no tocar ni diagramar a dónde voy
sino deseando estar a solas donde estoy
Como sin reloj, así, sin movimiento.
 
Y cuando la hora justa haya llegado
Abrazar lo vivido con el amado
Dando paso sincero a lo que siento.
 
13. CAMINO HACIA DIOS: "la privación" 
En la mayoría de las culturas religiosas existen momentos purgativos, de limpieza, de lavaje de aquello que es percibido como suciedad interior, como residual y que debe ser arrojado fuera. De ahí que surjan diversos rituales de purificación que ayudan a renovar los canales de encuentro con la divinidad entendida como luz, pureza, energía positiva, libertad. Y así conseguir la paz interior. 
En el cristianismo el camino de la privación, del ayuno, de la abstinencia suman un elemento realmente enriquecedor. No nos privamos de algo para quedar más limpios y estar en paz solamente, no ayunamos para engrosar nuestra capacidad de resistir, no hacemos abstinencia para demostrar el poder de nuestra voluntad. Sería narcisista. Todo esto lo hacemos para encontrarnos con Cristo en los demás, en especial, con aquellos que hacen ayuno, abstinencia y son privados del alimento diario a causa de la injusticia. De esta manera, libres de lo accesorio y disponibles al sentido profundo, entramos en contacto con el otro desde la humanidad compartida y bendecida por Dios en el despojo de sabernos llamados a una existencia digna que debe llegar a ser percibida por todos sin excepción. 
 
14. CAMINO HACIA DIOS: "El odio"
 Nos estamos acostumbrando a ver el odio como un espectáculo más. Las mediaciones digitales y las manipulaciones ideológicas de turno nos van desvinculando de las verdaderas consecuencias del odio sobre las personas. Se nos va generando una sensibilidad profiláctica, aséptica y disminuida en su capacidad de vivir lo del otro con el otro. Vamos desconociendo la carne de quien sufre por el odio, y nos queda sólo su relato más o menos trágico. Tomamos distancia de los odiados. 
¿Será que pensamos que allí donde hay odio no puede estar lo de Dios? Pero lo cierto es que sí está. ¿Dónde? Padeciéndolo. Ese es el misterio de Cristo: un hombre sin maldad que absorbió en su carne la maldad de quienes lo odiaban para liberarlos de ese cáncer mortal y devolverles con su presencia la certeza de que la salud es posible. Es más, sólo hay que desearla.
 
 15. CAMINO HACIA DIOS: "La música"
 Dios se parece mucho a la música. Es Misterio que reúne los elementos dispersos de nuestra vida creando armonías siempre nuevas. Es Voz que susurra su bondad en el oído del ser humano al punto de dejarlo con ganas de bailar ante su presencia, como David.
Dios se asemeja a la música cuando, al estar con él, el tiempo parece suspendido y, sin embargo, en paralelo, se está tejiendo el ritmo de la historia personal. Esa historia que no puede encontrar sentido si no es en el cadencioso compás del Gran Compositor de melodías. Con esa melodía es que nuestra pequeñez se hace parte del lenguaje común en el que están todos los sonidos que hubo y habrá en el universo entero.
Por eso, es necesario encontrar el tono único con el que damos en la propia armonía en medio de la Creación y dejar que el espíritu de Dios nos impulse a interpretar esa canción que nos hace vibrar en la misma sintonía: ser imagen suya.  
 
16. CAMINO HACIA DIOS: "El desborde" 
Cuando una acción nuestra transforma algo de la realidad de los demás en su favor, dotándolos de un sentido aún mayor del que preveíamos, caemos en la cuenta de un misterioso desborde.
¿Qué es ese plus de sentido que percibimos como un caer en la cuenta de que hay algo más allá de nosotros mismos? ¿Cómo es que la manifestación de este “más” se hace tan clara a los sentidos compartidos por otros y nos llena de alegría? ¿Qué sostiene nuestro compromiso por continuar haciendo aquello que nos llena de un sentido no provocado, sino donado, regalado gratuitamente y sobreabundante? Nos estamos preguntando por el bien inmerecido, desproporcionado, que recibimos de lo que vivimos con pasión.  
Así, cuando el hombre vio que se le da algo mucho más grande de lo que él dio con su accionar, y reconoce que nunca podría pagarlo o devolverlo por sus propios medios; y que, asimismo, desea con todo su ser seguir acrecentado esta experiencia que lo plenifica y lo abre a los demás con su trabajo; se transforma y se encuentra con la revelación gratuita, personal, impredecible, inaplazable, e inolvidable del Dios de Jesús.


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