sábado, 31 de marzo de 2018

VIVIR EMPASCUADOS



Por Emmanuel Sicre, sj


Lo que Dios quiere donarnos con la resurrección es una vida más grande que aquella a la que nos vamos acostumbrado, una vida más plena que la que nos damos a nosotros mismos, una vida más rica que la que decoramos con dinero, una vida más honda que la que apenas rozamos con nuestro corazón, una vida más entera que la que se nos fragmenta con el estrés, una vida más alta que la propuesta por la cultura, una vida más musical que ruidosa, más carnal que sensual, más espiritual que boba, una vida más llena de él en los hermanos y menos del propio ego, una vida más libre y menos esclava, una vida más luchada y menos fácil, una vida cada vez más amplia y generosa llena de rostros, una vida más divina, y por tanto más humana. Como la del Resucitado. 
¿La desearemos?

domingo, 11 de marzo de 2018

EL PROBLEMA DEL ABORTO COMO SÍMBOLO DE LO QUE NOS PASA


Por Emmanuel Sicre, sj
“Es cierto que hay que amar al prójimo, pero en el ejemplo que da Cristo como ilustración de este mandamiento, el prójimo es un ser desnudo, ensangrentado, desvanecido en medio de un camino y del que nada se sabe. Se trata de un amor completamente anónimo y por eso mismo completamente universal.” 

Simone Weil, A la espera de Dios. (1942) 

No se trata de un debate menor. Aborto sí, aborto no. Argumentos de toda índole que llenan nuestro tiempo, nuestros oídos y pantallas, desde los más serios y equilibrados, a la desfachatez típica de los comentarios de una nota periodística o de un tweet. Marchas y contramarchas a favor y en contra, hasta en una misma marcha. Unos escandalizados de otros. Algunos enemigos irreconciliables ahora se los ve aliándose bajo la bandera del sí, otros bajo la bandera del no. Los hay también indiferentes que miran pasar el tema como una pelota de tenis de un lado al otro sin saber bien qué pensar ya frente a tantas imágenes desagradables.  
Lo cierto es que el debate se nos instaló entre Pilatos y cantos de gallo, y ahora estamos en el baile de decidir qué paso dar. Siempre al ritmo de legalizar, penalizar, condenar. Intento pensar el tema tratando de comprender qué hay en la cabeza y en el corazón de unos y otros. Está difícil. Con este tema, ponerse en el lugar del otro, no resulta una cuestión tan evidente. Hay que hacer un esfuerzo bien grande. No sé si sea posible. Hay abismos de comprensiones del mundo, de la vida, del hombre que nos ponen los zapatos del otro muy lejos, casi invisibles. Y pensar mal del otro se ha convertido casi en un deporte. 
Sin embargo, suponiendo la buena voluntad de quienes reclaman una u otra decisión, me planteo un problema de fondo: nos es posible desechar, deshacer, descartar, borrar, eliminar. Tal como me pasa al escribir estas líneas en las que puedo suprimir palabras o expresiones que me salieron mal, que preferiría de otra manera. Nos vamos acostumbrando a quitar de nuestra vida lo que nos estorba, a vivir una reversibilidad omnipotente, a eliminar todo tipo de negatividad, a suspender el esfuerzo de entender más allá de mí, a correr de adelante todas las consecuencias de las acciones que no nos gustan. En efecto, cada vez es más común mandar a la papelera de reciclaje, vaciarla, borrar el historial, someterse a un “lifting moral” que permita hacer desaparecer los pliegues éticos del paso por la historia. 
Legalizar el aborto podría ser el símbolo de una sociedad que está dispuesta a darse el lujo de negarle entidad a todo lo que no está dispuesta a asumir. Entonces, es preferible eliminar al concebido que apuntar todos los esfuerzos en desarticular las estructuras de injusticia social que llevan a un embarazo no deseado. ¿Se imaginan a todos los que marchan por sí o por no luchando a diario, dentro y fuera de su ámbito laboral, por ese sólo objetivo que pareciera deseable para todos? Pero no, surge de nuevo el abismo que separa los zapatos que marchan en direcciones contrarias. 
Lo triste es que nos vamos habituando a hacer desaparecer lo que nos estorba, lo que nos complica, lo que nos ata. Resulta que vamos deseando suprimir a los viejos que joden, a los pibes que “nacen chorros”, a los brutos de las escuelas, a los extranjeros que buscan sobrevivir, a los que viven en la calle, a los que toman mate en la Bristol... Algunas formas de expresar las ideas en torno a la legalización del aborto o no, llevan el aliento cargado de un anhelo, incluso, de desaparecer a quien pretende lo contrario a mí. 
Yo me pregunto: cuando hayamos terminado de eliminar todo lo que nos molesta, ¿qué quedará? 


viernes, 9 de marzo de 2018

ORACIÓN POR LA VIDA

Oración por la vida

Por Emmanuel Sicre, sj

Jesús, vos que sos el Camino, la Verdad y la Vida
Enseñanos a recorrer el camino bueno del amor 
a todos los seres humanos. 

Danos la valentía de compartir, con gestos y palabras, 
la verdad de que nos amás sin condiciones, siempre y todo lugar.
Inspiranos el deseo de cuidar toda vida, en especial, 
aquellas amenazadas por el egoísmo del corazón humano. 

Jesús, que defendamos siempre 
con un amor tierno como el de María, 
A quienes viven todavía en las panzas de sus mamás
A los niños y niñas solos y abandonados
A las madres y padres alejados de sus hijos
A las mujeres y a los varones que sufren violencia 
A quienes salen de su país por la pobreza y el hambre
A quienes padecen enfermedades y vicios tristes
A quienes no tienen trabajo
A quienes son discriminados y ninguneados
A quienes están mayores y solos
A quienes duermen en las calles
A quienes son víctimas de la injusticia social y económica
A quienes tienen miedo y son manipulados
A quienes se arrepienten del mal que hicieron. 

Jesús, que podamos ser una sola familia humana
donde todos experimentemos la dignidad de ser hijos 
de un Padre Bueno que nos llama a la vida plena 
y la mesa compartida entre hermanos. 


Amén.

domingo, 4 de marzo de 2018

¿ES DIFÍCIL DISCERNIR?


“¡Oh!, ¿y ahora quién podrá salvarme?”

Por Emmanuel Sicre, sj
Como toda cuestión compleja de la vida no se puede responder del todo sí, ni del todo que no. Podríamos decir, en principio, que discernir es algo habitual en nuestra vida. Es un proceso que llevamos a cabo a diario cuando tomamos decisiones más o menos importantes, que van desde elegir un lugar de vacaciones, escoger un plato del menú, o con qué amigos salir; a qué carrera estudiar, cómo decir ‘perdón’ a alguien, o dónde declarar tu amor a quien amas. Todo el tiempo estamos tomando decisiones al son de un cierto discernimiento circunstancial que nos lleva a “darle vueltas” a las cosas que nos pasan adentro y arribar a una concreción de eso que venimos pensando y sintiendo. Hasta aquí podríamos decir que, sin mucha técnica, la mayoría de los seres que conocemos hacen su discernimiento.


Sin embargo, no resulta tan fácil con las decisiones de “vida o muerte” que conllevan un proceso mucho más doloroso o definitorio como una separación en la pareja, un alejamiento de la familia por convicciones personales, una cuestión de salud compleja, una opción que afecta la libertad de otras personas, o de cómo aceptar la muerte de un ser querido. Aquí la cuestión merece una atención diferente. Es entonces cuando necesitamos escuchar las voces que resuenan en nuestra conciencia con mayor paciencia.
Escuchar esas voces es lo que complejiza el proceso de discernimiento porque no siempre cantan a un mismo tono. Hay voces –positivas y negativas- que vienen de las personas que nos rodean; voces que vienen de mandatos sociales –como el éxito, la negación del dolor, etc.-; voces que proceden de nuestra historia –a veces con notas más estridentes, otras con notas más dulces-; voces que vienen de nuestra propia conciencia que, según el concierto que la fue formando –porque nuestra conciencia es relacional, no aparece como una realidad pura e inmaculada- tendrá más o menos fuerza para enfrentarse a las decisiones fuertes de la vida. Estas muchas voces que resuenan en nuestro interior tienen que ser ubicadas, distinguidas y reconocidas para saber de dónde vienen y a dónde nos quieren llevar en nuestro proceso de elección de lo que deseamos.
EL DISCERNIMIENTO ESPIRITUAL
Este proceso sí es difícil, sí cuesta, sí inquieta y muchas veces paraliza. Emerge, entonces, como decía Chespirito un: “¡Oh!, ¿y ahora quién podrá salvarme?” Bueno, la salvación viene del arte de escuchar la voz del Dios de Jesús.
¿Cómo? En primer lugar, metiéndonos en lo secreto del corazón y dándole un tiempo al diálogo sincero de lo que estamos experimentado frente a lo que deseamos o lo que nos pasa con Jesucristo. Se trata de un diálogo que nos ayuda a salir de nuestro mundito y nos lleva a relacionarnos con Alguien que nos ama y busca lo mejor para nosotros. Por eso, si cuando oramos se nos viene una voz fea, culposa, amarga y destructiva, sepamos que no se trata del Padre de Jesús.[1] 
La voz de Jesús siempre se percibe con tonos de esperanza, de auxilio, de claridad, de calma, de paciencia, de impulso a la paz, la justicia, el amor. En cambio, las voces que no nos ayudan y que pueden venir del mal espíritu, o de nuestro entorno mezclado con lo que creemos, nos llenan de negatividad, de cerrazón y aislamiento, de opacidad, de impaciencia, desesperación, de mutismo y paralización, autoengaño, envidia celosa del bien de los otros.  En efecto, es posible distinguir la voz de Dios de la que no lo es, en todas las cosas que nos pasan como un signo de su presencia, de su continua ayuda para que crezcamos en un bien que se expande a todos sus hijos.
Escuchar la voz de Jesús en lo que vamos viviendo es hacer discernimiento espiritual. Se trata de poder RECONOCER en nuestro mundo interior nuestros pensamientos, sentimientos y emociones; INTERPRETAR sus mensajes, y ESCOGER lo que más conduce a lo que soñamos para nosotros y para todos los que nos rodean. Sería un error pensar que este proceso no está exento de la posibilidad de equivocarse, pero lo cierto es que más de una vez contamos con personas que pueden ayudarnos a vislumbrar en lo que nos pasa adentro lo que viene del espíritu de Dios, de aquello que apaga nuestro deseo de amar, de vivir y servir.
Una última cosa. Debemos saber que el primer interesado en mostrarnos con claridad su proyecto de amor en nuestras vidas es el mismo Cristo. Por eso, sólo basta animarse a escucharlo y ejercitarse en el arte de distinguir las voces que nos habitan. Sólo así podremos caminar sobre las aguas movedizas de nuestra propia existencia compartida en un mundo muchas veces herido de superficialidad y narcisismo. Sólo así podremos afinar la puntería para elegir lo que haga que nuestra realidad se parezca más al corazón del buen Dios.  




[1] Es cierto, muchas veces sentimos que hemos hecho algo mal y nos lo reprochamos. La diferencia está en que la voz del Dios de Jesús, cuando quiere corregirnos, lo hace con una ternura inmejorable, sin la condena ni la amenaza que nosotros sí estaríamos dispuestos a aplicarnos. Algo así como cuando le dice a la mujer que estaba por ser apedreada por su adulterio: “¿quién te condena?”, “nadie”, le respondió ella, “yo tampoco” le dijo Jesús. “Vete y no peques”. (Cf. Jn 8, 3-11).