viernes, 23 de diciembre de 2022

¡No sean como el Sr. Jourdaine!

Queridos chicos, queridas familias, queridos docentes, comunidad educativa toda:


Hace unos días en este mismo escenario de la Sala Garay tuve la suerte de asistir a una obra que presentó el taller de teatro del Colegio y me hizo pensar mucho en estas palabras que he preparado para ustedes. Se llama “El burgués gentilhombre” de Molière, un clásico del teatro francés del siglo XVII. 


El argumento es muy interesante y trata acerca de un hombre, el Sr. Jourdain, el hijo de un comerciante muy adinerado que quiere pertenecer a la clase alta de la sociedad. Es así que, se desvive al contratar a unos maestros para que le enseñen las cosas necesarias para adquirir refinamiento y cultura; así como de buscar un marido para su hija de noble linaje a fin de poder ser considerado un Señor. En definitiva, se trata de un conflicto de identidad, de no saber bien quién es, lo que lo lleva a convertirse en objeto de burlas -“bullying” decimos hoy-, y también, por qué no, de cierta compasión. 

La obra trata el tema con mucho humor e ironía empezando por el Sr. Jourdain siendo él mismo un personaje estrafalario y ridículo; su familia, al parecer un poco más realista, ya no sabe cómo hablarle porque sienten que ha perdido la cabeza; los maestros se ríen de él porque no aprenderá nunca lo que pretende, pero aprovechan para sacarle dinero con adulaciones y cumplidos falsos; las “amistades” de la alta sociedad sólo están con él por conveniencia económica; y el espectador, entre risotadas y sorpresas, se divierte a través de las múltiples situaciones jocosas que se generan alrededor del protagonista y su afán de ser otro que no es, ni podrá ser. El Sr. Jourdaine quiere jugar en un club que nunca lo va a recibir. 

Fue muy divertida, las actuaciones fueron geniales, pero no podía dejar de reflexionar acerca de las implicaciones que tiene este tema para nosotros en este preciso momento en el que ustedes hasta ahora alumnos de 5to año, al atravesar la puerta de San Martín 1540 esta noche, volverán a sus casas como exalumnos de la Inmaculada. ¿Quiénes somos? ¿Qué aspiraciones tenemos? ¿Adónde pertenecemos? ¿Quiénes queremos ser? Son preguntas que podríamos hacernos y que quedarían resonando un buen rato quizá, si no es que alguna secuencia de videitos de Tik Tok nos las arrebata. 

Déjenme decirles que cuando pienso en ustedes siento una esperanza muy grande. Creo que no falto a la verdad si proyecto esta misma esperanza en muchos de quienes han sido sus docentes, y sobre todo, de sus familiares y amistades aquí presentes. Sí, ¡es tan diferente su situación a la del Sr. Jourdain!

Pienso en sus maestras, profesores, agentes de pastoral, directivos y veo, entre luces y sombras, claramente, los esfuerzos porque los aprendizajes que se llevan al salir de aquí, les sirvan para la vida que viene. Aprendizajes que, desde que ingresaron al colegio, buscaron ser siempre lo más integrales posibles, no como en la obra de teatro donde las disciplinas pelean a ver si es más importante la música o la danza, que si la matemática es superior a la filosofía, o el deporte es más que todas. Cuando las búsquedas de saber algo necesitan afirmarse negando a las demás se rompe la integralidad y comienza la lucha por la subsistencia del ego siempre caprichoso. El final de esta batalla sin sentido de afirmarse negando al otro, es el mismo que el del Sr. Jourdain: la ignorancia y el ridículo. 

Por eso, chicos, cuando se relaten para ustedes mismos que vinieron al Colegio de la Inmaculada o cuenten qué vivieron dentro de los “tutelares muros”, traten de hilvanar todas las cosas que les dieron sentido para su propia vida y así lograrán ir respondiendo a la pregunta por quienes son y quiénes quieren ser. Tomen en sus manos todo lo vivido y verán cómo se convierte en un tapiz que reflejará su rostro único e irrepetible. Junten los hilos de cada uno de sus aprendizajes en las distintas clases, en los campamentos, en los Ejercicios Espirituales y servicios solidarios, en las conversaciones personales, en los conflictos superados, en cada uno de los rincones de esta su segunda casa, en los eventos compartidos, en los recreos y torneos, en las Eucaristías, la Oración ignaciana y las reconciliaciones, en los momentos de evaluación y presentación de algún trabajo, en las amistades que los acompañaron en el aula y fuera de ella, en las personas que los inspiran. 

Si logran anudar esos hilos verán que los sentimientos de gratitud por lo vivido aquí serán un ancla en el momento en que el río devenga turbulento. Cuando salgan al “mundanal festín” de nuestra sociedad la vida les preguntará: ¿quiénes son? ¿de dónde vienen?, ¿por qué hacen lo que hacen?, ¿qué anhelos los sostienen? y entonces uds. podrán sacar de ese tapiz que se fue tejiendo en todos estos años, alguna respuesta noble, sincera, honda. 

El Sr. Jourdain, por el momento, se quedará con las ganas de responder a esas preguntas porque sus pretensiones están desconectadas de sus orígenes, de hecho los desprecia y se enoja por ser hijo de su padre, se lamenta de todo lo que no recibió, le reprocha su incultura y nunca puede ver lo que tiene de verdad. Es como si los méritos de su riqueza le nublaran la vista y le hicieran confundir progreso con cholulaje, sabiduría con superficialidad, decencia con banalidad, prosperidad con privilegios, pertenencia con exclusividad. Él no logra descubrir que la clave de su ascenso social no puede adquirirla con dinero, ni con clases particulares bien pagas, ni con rodearse con un grupo social, ni con obligar a su familia a comportarse como nobles a fuerza de choque. No se da cuenta que el camino, tal vez, es otro. 

La pregunta por lo que somos, por lo que cada uno es, a diferencia de la obra, debe encontrar su respuesta en todo lo que hemos recibido de este país hermoso que es la Argentina, de la dignidad de cada una de sus familias, de este Colegio centenario y de tantos otros espacios ricos en oportunidades. Es cierto, cada una de estas realidades no está exenta de conflictos, de dolores, de heridas y dificultades, pero ¿se imaginan si no las integráramos, si en vez de enfrentarlas las evitáramos, si las escondiésemos maquillándolas con algún slogan de moda, si nos buscáramos algún entretenimiento para evadirnos de nuestra propia historia, lo que quedaría de la respuesta por lo que somos? Es más, ¿se imaginan cómo sería nuestro futuro si nos desconectamos de nuestras raíces? ¿No caeríamos en la trampa de pensar que el mundo empieza con nosotros?

Sólo asumiendo lo que son podrán enfrentar lo que viene con coraje y valentía. Sólo haciendo de sus vidas un espacio de integridad humana podrán caminar con realismo y esperanza en medio de un mundo roto siendo hombres “con y para los demás”. No es fácil, lo sé. ¿Por qué tendría que serlo? 

Sé de sus temores al momento de preguntarse por su vocación, por aquello a lo que desean dedicarse en el futuro que está tan próximo. Conozco algunos de los vértigos y las perezas al dar el paso de empezar una nueva etapa en este momento del mundo, los vivo también a mis 39 años en este lugar donde estoy. Entiendo los enojos que cargan muchas veces porque los adultos no hemos sido siempre el ejemplo que merecen. Perdón por estar a la altura muchas veces. Sin embargo, me gustaría que sepan que de aquí no salen desprevenidos, que llevan huellas en su corazón, en su mente y en sus manos que son huellas de identidad ignaciana que les ayudarán a responder a la pregunta por lo que buscan para sus vidas y la de su entorno. 

Así, cuando vean que les quieren vender que los problemas se resuelven de manera simplona, mágica o violenta y sin tener en cuenta la dignidad de las demás personas, ustedes podrán recordar la huella de haber sido tratados con respeto, paciencia y comprensión a pesar de todo

Cuando los seduzcan con sustancias, con consumos excesivos, con billetitos de colores, con dinero fácil, en fin, con los “goces que a mi Madre apenan” como los llama el poema del Dulcísimo, ustedes podrán recurrir a la huella que dejaron los límites puestos a tiempo para preservar lo bueno, el ejercicio del autocontrol y de reflexión ante el error y el riesgo, que tantas veces tuvieron en estos años

Cuando les digan que se pongan en un bando para bulinear al otro, cuando quieran dividirlos para gobernarlos, cuando los manipulen con ofertas prefabricadas de agresión social a través de las redes, cuando los inviten a la guerra fratricida; ustedes podrán recurrir a la oración, al discernimiento y al Dios que encontraron en esta comunidad del Colegio para amansar sus iras contenidas y conducirse para bien, convirtiéndose así en personas que hacen la diferencia frente a tanta polarización estéril. 

Cuando les digan ante el peligro “tranqui, no pasa nada”, “hacé la tuya”, ustedes podrán usar la perspectiva y contemplar, como aprendieron en tantos momentos de silencio y meditación, las consecuencias de sus decisiones y optar por lo más bueno, lo más bello, lo más verdadero, por aquello que les deje más paz.   

Cuando les quieran decir que la vida se puede negociar, que los más frágiles de la sociedad son descartables o de segunda, que todo se rige por la ley del más fuerte o de la mayor ganancia, que todo es un “sálvese quien pueda”, ustedes podrán volver su mirada a los ojos de nuestra Madre de los Milagros y encontrar en ella la confianza necesaria para valorar la vida y defenderla siempre como buenos hijos y hermanos.

Cuando les quieran imponer un pensamiento único, ideologizado y dogmático que los cierre sobre ustedes mismos y su grupo devenga en una manada, ustedes podrán abrirse a la reflexión sincera, a la autocrítica siempre necesaria y al inmenso poder creativo e inteligente con el que cuentan para poder asumir que la verdad es polifónica, que el amor si es cristiano es misericordioso y que la justicia honesta no acepta corruptelas ni amiguismos.

Chicos, se viene un tiempo fascinante para ustedes. Hagan todo lo que no hace el Sr. Jourdain. 

Confíen en sus anhelos profundos, apuesten por sus intuiciones más verdaderas, aprendan con la sabiduría que es fruto del conocimiento junto con el amor, y estén abiertos a lo que el Espíritu de Dios les inspire en lo más profundo de su ser. 

Miren alrededor y contemplen la realidad compleja como es y anímense a mirarla con los ojos que la mira Dios para trabajar por ella con cariño, para transformarla con sus dones, para hacerla mejor para quienes vengan después de ustedes. 

Huyan de la nostalgia, cárcel de los recuerdos, que les impide ver el presente lleno de las invitaciones audaces del Buen Dios por hacer nuevas todas las cosas con su fuerza y nuestra libertad.  

Escuchen a las personas que los quieren bien y reciban con astucia a quienes los critiquen porque, siendo fieles a ustedes mismos, no ceden a la deshonestidad, el chantaje y la conveniencia individualista. 

Amen a Cristo, cuenten con él, sobre todo en las búsquedas y en las adversidades, él sabe cómo acompañarlos. 

Entonces, no habrá sido en vano su paso por el Colegio del amor que nunca muere porque vivirá en la memoria de sus corazones allí donde los ponga la vida. 

Que Dios los bendiga, buen camino y muchas gracias. 

P. Emmanuel Sicre, SJ
Rector

domingo, 18 de diciembre de 2022

“El equipo salió fortalecido de ese error mío”, dijo Messi

DISCURSO A LOS EGRESADOS 2022- PRIMARIA

Queridos chicos, queridas familias, docentes, comunidad educativa toda: 



El martes pasado Argentina perdió contra Arabia Saudita y una especie de tristeza y de comenzar a sufrir por el Mundial nos embargó a todos de alguna u otra manera. Si bien no todos somos futboleros, por tratarse del deporte nacional, el fútbol es un tema común. 
Quisiera aprovechar esta oportunidad para dedicarles unas palabras en este su último partido en Primaria. 

Cuando terminamos de verlo en la Sala Garay, volví a la puerta del Colegio a recibir a quienes vendrían después del partido. La mayoría mostraba caras largas, gestos de lamento y muchos hasta retrucaron el tradicional “buenos días” con un: “no tan buenos”. Sin embargo, hubo un chico de 4to año de secundaria que me dijo algo que me hizo pensar: “Está bien, era para que se nos bajaran los humos”. Me sorprendió la respuesta más bien madura y procesada de Juan Cruz. 

Pero resulta que ayer, durante el partido contra Polonia, Messi erró el penal número 32 de toda su carrera (25 atajados y 7 desviados) liderando así el ranking de los futbolistas con más penales fallados (5 en total) en la historia de la UEFA Champions League. Messi pateó 139 veces al arco en situación de penal, tiene 78% de eficiencia, ¡y justo viene a errarle cuando nuestra ansiedad parecía que iba a encontrar un descanso! Bueno, no se dio o no tenía que ser así. Erró y tuvimos que esperar. 

Una vez conseguido el triunfo, en la entrevista, Messi declaró: “El equipo salió fortalecido de ese error mío”. Y desde entonces esa frase resuena queriéndome decir algo. Aunque, quizá, pienso que no sólo a mí. 

Queridos chicos, están terminando una etapa de sus vidas en la que han vivido muchas experiencias significativas y llenas de aprendizajes. Sé de los múltiples esfuerzos de todas las personas que los acompañan (directivos, docentes, profesores, familiares…) porque sean buenos, educados, porque aprovechen, les vaya bien en la vida y valoren todo lo que reciben. Es más, ustedes mismos, varias veces, me han dicho que están agradecidos por todo lo que hacen por ustedes. Eso es muy lindo y debemos dar gracias a Dios. 

Y a pesar de tantos esfuerzos suyos y de su entorno, quisiera recordar todas esas veces en que, como Messi, erramos el penal. Fracasamos. Ustedes podrán decirme: “Emma, pero cómo vas a hablarnos de los errores y fracasos en un momento de fiesta como este”. Y sí, ustedes han llegado hasta aquí hoy, no sólo porque cada uno aprobó las evaluaciones o porque hizo una presentación exitosa, o lo que sea; sino también por sus errores y fracasos. Y esto debemos reconocerlo con astucia para poder dar gracias de todos los aprendizajes.

Cada vez que un ejercicio mal hecho te llevó a corregir y volver, aprendiste y reforzaste. Cada vez que un docente te dijo que lo intentaras de nuevo, aprendiste y te desafiaste. Cada vez que te cortaste solo creyéndote el mejor y tenías que trabajar en equipo y hubo que dar marcha atrás para que estuvieran todos, aprendiste y se acrecentó tu paciencia. Cada vez que te peleaste o te enemistaste con algún compañero y debiste reconocer, aclarar, perdonar o pedir perdón, aprendiste y creciste. Cada vez que te llamaron la atención por algo no tan bueno que no deberías haber hecho, aprendiste y te fortaleciste. Cada vez que un error de ortografía o de conceptos fue advertido y subsanado, aprendiste un poco más acerca de eso. Cada vez que, por no hablar a tiempo o por dejarte estar, te diste cuenta del error, aprendiste y adquiriste algo nuevo. Y es que, muchas veces, nuestros “penales errados” son una fuente de sabiduría inagotable, pero a todos nos cuesta pensarlo así. Sí, ya sé, hay errores y errores, pero déjenme decirles, que los de su etapa de vida, sirven muchísimo para crecer y no los estamos aprovechando del todo. 

Siento que debemos aprender más de nuestros errores y fracasos y no condenarlos como si fuera el Juicio Final, dejar de sentir tanta culpa o enojo porque las cosas no salgan como esperábamos, reconocer que no nacimos sabiendo y que, como dice el dicho, “de los errores se aprende”. Pero a nuestro orgullo propio no le gusta equivocarse. No sólo porque uno siente cierta vergüenza, sino porque nos estamos acostumbrando a escondernos para no ser bulineados, o a preferir no hacer nada para no exponernos al fracaso, a temer más equivocarnos que a desafiarnos. De esta manera lo único que sucede es que vamos acumulando enojos, tensiones, broncas, miedos y terminamos dando portazos inexplicables “adentro y afuera de la cancha”, quedándonos sólo con lo único que sabemos hacer y con nuestro grupito, ignorantes de tantas cosas. 

Es cierto, los adultos no siempre somos el ejemplo que ustedes merecen, chicos, y ojalá puedan también perdonar nuestros errores, en especial los que son fruto de nuestra fragilidad y torpeza. Nosotros también estamos aprendiendo, no nos la sabemos todas. Lo que pasa es que, hay veces que por el deseo de que no les pase nada malo, o de que el error les haga doler demasiado, o de que no consigan los aprendizajes necesarios, los sobreprotegemos o no les mostramos el camino para aprender de los errores con cariño y estrategia. 

¿Se imaginan si cuando nos equivocamos, en vez de hacer berrinches o humillarnos, aceptáramos los sentimientos negativos que vienen de ahí y diéramos el siguiente paso como Messi buscando ver el lado positivo? ¿Se imaginan si cada error del otro fuera la oportunidad de fortalecernos mutuamente y no de burlarnos de los errores de los demás? ¡Cuánto más vivos seríamos! No es bueno quedarnos estancados en lo que hicimos mal, sino en lo mucho que se puede aprender de esa situación. “El equipo salió fortalecido de ese error mío”, dijo Messi.  

Si nos ejercitáramos más en aprender de los errores que en ocultarlos o pasarlos por alto, podríamos balancear mejor el valor de los éxitos. Ganar, vencer, aprobar, estar en el podio, ser los mejores, no lo es todo. Es una parte hermosa la del reconocimiento de nuestras habilidades y logros. Hay que alegrarse en el momento de las distinciones, de las medallas y de los premios, pero no debemos confundirlos con nuestro verdadero objetivo: aprender, crecer, encontrarle sentido a las cosas siendo hombres para y con los demás. ¿De qué sirve un 10 vacío o un éxito de juguete si al final no aprendimos más?

Recuerdo con satisfacción cada vez que en la oración de la mañana varios alumnos venían a contar de algún torneo en el que no habían ganado, pero se habían divertido. Ese es el camino: disfrutar de las cosas que hacemos sin la necesidad de que la competitividad excesiva nos robe la paz, sin que los fracasos nos derrumben o las ansiedades mal gestionadas nos lleven a maltratar a alguien, con el deseo profundo de dar lo mejor de nosotros como nos enseña San Ignacio que no es lo mismo que ser los mejores en todo. 

Queridos chicos, están en un momento hermoso de sus vidas para aprender, crecer, desarrollarse y conocerse a ustedes mismos en cada cosa que vayan descubriendo. No dejen que los excesos de pantallas, de redes sociales o de videojuegos les desvíen la mirada haciéndoles creer que eso es todo; amen el arte, el ejercicio físico, el deporte, el tiempo al aire libre, la naturaleza, las buenas conversaciones, las amistades, el descanso, la lectura, la oración, el silencio contemplativo de una puesta del sol, y tantas cosas hermosas que han podido aprender aquí.  

No permitan que las exigencias tercas por el rendimiento académico, las presiones deportivas desmesuradas y el éxito resultadista les hagan perder la paz, el gusto y el proceso lento que llevan las cosas importantes de la vida. 

No accedan a palabras discriminatorias, agresivas y llenas de odio cuando las cosas no salgan como ustedes quieran o el otro se equivoque, eso no es propio de un hijo de la Inmaculada que tantas oportunidades tiene. 

Vivan su crecimiento con la mayor armonía posible escuchando a sus mayores, pero también a su corazón; atendiendo su cuerpo, pero también a su espíritu; buscando conocer más, pero también saboreando los descubrimientos. Así como hemos buscado compartirles en su paso por el Colegio. 

En esta etapa de sus vidas en la que tienen tanto trabajo interior para resolver el caldo de emociones que los invade por momentos, mientras se hacen espacio para ser ustedes mismos, confíen en Jesús. Él es el primero que nos ama como somos y no nos juzga por nuestras fragilidades y errores. Más aún, nos enseña a atravesarlos y a aprender de ellos con la fuerza de la Pascua. Confíen en ese Dios Misericordioso que nos invita a dar lo mejor de nosotros para ser tan buenos hijos como hermanos. Sólo así podremos aprender a salir fortalecidos de los errores y fracasos, a hacer equipo y a saber que en la vida hay un tiempo para cada cosa. 

Que Nuestra Madre de los Milagros que los conoce desde hace rato les ayude a caminar en la próxima etapa de su formación. 

Gracias por escucharme, buen camino y que Dios los bendiga a todos. 

Emmanuel Sicre, SJ
Rector.

lunes, 31 de octubre de 2022

TRANSMITIR LA FE A LAS NUEVAS GENERACIONES. Diez retos para la educación

 

Por Emmanuel Sicre, SJ 



La intención es reflexionar sobre las condiciones de posibilidad de la transmisión de la fe a las nuevas generaciones. ¿Qué nutrientes necesita la tierra nueva de la infancia y juventud actuales para ser capaces de acoger la fe de nuestros antepasados? ¿Qué disposiciones habremos de cultivar en el interior de cada persona en crecimiento para que la encarnación del Dios de Jesús halle un pesebre para nacer? ¿Cómo ir allanando el camino para la manifestación del Cristo interior en la vida de quienes nos continuarán en el tiempo? 


1. Saber demorarse, durar, detenerse, para percibir más allá de las cosas 

Cada vez más se torna necesario ofrecerles tiempo a las cosas para que revelen su sentido, su aura, su ser profundo al contacto con nuestra sensibilidad. Los niños/as y jóvenes, muchas veces, sufren de un inmediatismo que termina en sedentarismo. Al ver la fugacidad de lo que transmiten las pantallas sin detenerse quedan absorbidos. La posición estática del cuerpo tirado sin movimientos contrasta con la inquietante masa de información, atracciones, entretenimientos, destrezas que se proyectan desde el uso casi exclusivo de las manos y la mente. También la acumulación de tareas, de deportes, talleres con una u otra habilidad, de cosas por hacer, desde temprana edad, para que los padres puedan trabajar, va generando una sensibilidad hiperquinética, pero sedentaria; hipermental, pero sin manejo de las emociones; hiperfísica, pero desconectada con la interpretación de sí mismos. 

La infancia y juventud actuales necesitan tiempo para explorar el mundo de afuera y de adentro por medio del aburrimiento, del ocio creativo, del no hacer nada productivo o que le traiga algún rédito en su formación inmediata, a fin de que las cosas también los atraigan desde su propia irradiación y no solo desde estimulación permanente. Hay un desequilibrio que ajustar en esto. 

Se hace imperativo desarrollar pedagogías del contacto sensible y duradero con las realidades más próximas por un tiempo prolongado. Por ejemplo, permanecer en el latido del corazón humano, percibir la propia respiración con atención, asombrarse con los datos de los sentidos en contacto con una cosa por vez. 

Esta continua percepción del “mientras” que está entre la percepción de algo y el mensaje que trae, necesita de la capacidad de espera que por la multiplicidad de estímulos y tareas desde tan pronta edad estamos aniquilando. 

La fe requiere de este ejercicio porque no responde a provocaciones, sino a la capacidad de percibir lo que está latiendo más allá de todo lo sensible. Lo divino se percibe en esta vuelta a las realidades humanas que permiten caer en la cuenta de ese plus de ser. De ahí la necesidad de que a la infancia y la juventud les ayudemos a que aprendan por sí mismas a explorar el misterio de Dios en el mundo con una mistagogía adecuada a cada etapa evolutiva. 

No se trata de entregar datos, informaciones, nociones de la fe, de la Biblia, del catecismo, etc. como se dan cosas; sino como indicios de algo más profundo, como símbolos que van más allá de lo concreto y despliegan su semántica evangélica en la búsqueda del corazón anhelante de sentidos. Por ejemplo, para acercarnos al misterio de la Palabra de Dios en la tradición del libro, necesitamos abrir al misterio del libro, su peso, su volumen, su dimensión sagrada, su funcionalidad, sus colores, su multiplicidad de mensajes…


2. Reiterar, repetir, volver una y otra vez

La reflexión como capacidad propiamente humana de la conciencia es un regreso, una flexión, a las cosas y situaciones que se suceden en nuestra vida. Debemos introducir pacientemente en la repetición de actos, de hábitos saludables, de rituales sanos como una de las novedades más necesarias para alcanzar algo bueno para la vida. Vivimos a golpes de novedades, de noticias de “último momento”, de dispositivos en constante renovación dando la sensación de caducidad permanente. Todo envejece rápidamente sin que el tiempo llegue a convertirlo en algo de peso histórico, de relevancia. Las novedades aparecen y se esfuman sin densidad en el aire de la desintegración de la información, de los datos, de las “cosas que pasan”. Todo pasa como sin dejar huellas. Por eso se necesita volver sobre lo andado para saber más sobre lo que Dios hace en la historia de los eventos humanos. 

La antigüedad, lo añejo, el pasado es algo, para quienes están en la niñez y la juventud de la era digital, algo muy reciente, vacío y sobre lo que no vale la pena retornar. Sin embargo, lo divino en la tradición judeocristiana se da transhistóricamente cuando se hilvanan el kayrós con el crónos en el tapiz de la historia de salvación. 

El ejercicio de “bucle” sobre las cosas es necesario para resignificarlas, para extraer sus múltiples posibilidades de entregar sentido nuevo al contacto con el paso del tiempo, de las circunstancias históricas en su contexto. Mientras a los niños/as y jóvenes no les ayudemos a descubrir que en la repetición hay algo nuevo siempre, seguiremos acentuando el desprecio por lo usado convirtiéndolo en descartable, inútil, sin sentido. Repetir no siempre es algo negativo, una consecuencia de malos actos, como repetir el curso, muchas veces es necesario para crecer más y mejor, para aprender al ritmo propio, para asentarnos y ganar aplomo. 

Es necesario mostrar el valor del reiterar, del insistir. Es lo propio de los rituales cívicos, deportivos y religiosos que nos configuran socialmente y dan identidad.

Sin embargo, hay que advertir un tipo de relación con el pasado en la que solemos incurrir más de lo que conviene y que puede llegar a tener mayor raigambre en la medida en que se acentúe esta tendencia a despojar las cosas de la historia dadora sentido. Se trata de la nostalgia como deformación perniciosa del recuerdo. El virus de la nostalgia apresa la memoria en la jaula de oro de un lamento por “lo que fue y ya no es” creando mentalidades tristes y amargadas, idealizadoras del pasado y llenas de incapacidad para descubrir sus sentidos para el presente. Para la nostalgia la historia no es maestra de vida como para los sabios, es una carcamana de museo que presenta una colección de objetos viejos sin lustrar para evocar emociones que de un pasado que ya nadie podrá vivir. Debemos combatir la nostalgia como una amenaza a la fe. 


3. Compartir silencios y gestos sin explicación

El silencio es de esas realidades humanas capaz de convocar unificando interiormente. Quienes comparten momentos de silencio, habitándolos, reciben una sintonía común. El silencio acuna lo que somos sin mostrar nuestras diferencias. De hecho, al velarlas, las reúne en un mismo regazo sin necesidad de ser descubiertas. El silencio es unión y tiene su semántica propia fuera de la palabra dicha. En muchas ocasiones, cuando ya no hay de qué hablar, actividades como dormir, jugar, trabajar, oír, en silencio compartiendo el mismo espacio psíquico generan comunión. 

Los gestos simbólicos o rituales a los que asistimos no se explican, se vivencian, se ejecutan, se llevan a cabo y ya. Un gesto como ponerse de rodillas con los ojos cerrados en silencio dice mucho más que cualquier explicación sobre la oración y el recogimiento, habla por sí mismo sin palabras llamando a ser vivenciado. Querer explicar todo puede ser la tentación de querer controlarlo todo. 

La pedagogía del silencio y el gesto sin palabras, ante un contexto cargado de ruidos y ademanes torpes como el que vivimos, abre una puerta de acceso a la posibilidad de cultivar la fe. La fe se encarna como palabra de vida eterna en el alma silenciada de los alaridos emocionales a los que exponemos a los niños/as y jóvenes sin descanso. Estas personas en camino de madurez necesitan silencios significativos, estructurantes, amalgamadores de vínculos. Silencios y gestos profundos que propongan la pregunta por el misterio del Verbo hecho carne para que puedan oírlo.


4. Descansar de la información

Debemos aprender a descansar de la información constante sobre algo. Los datos sólo se acumulan para darnos la sensación de estar informados o conectados, pero cada vez estamos menos informados y más incomunicados. Ya se habla de la intoxicación por información -“infoxicación”- como una posible patología, y esto debería hacernos pensar en la necesidad de desarrollar hábitos que nos permitan consumir información sólo tanto cuanto la necesitemos.

En el caso de los niños/as y las juventudes es posible que esta inmensidad de datos e informaciones sólo esté colaborando en el desdibujamiento de las jerarquías de valoración de las mismas. Todo está en el mismo nivel: la guerra, el chisme, la noticia falsa, el análisis, la moda, el deporte, etc. Les estamos enseñando que la información es siempre en exceso, posiblemente falsa e inútil al fin de cuentas para la vida práctica. De ahí que se hace necesario ayudar a gestar mecanismos de aprendizajes orientados a la búsqueda crítica de la información necesaria en torno a algo de interés para la sabiduría de vida. Nuestras currículas educativas padecen el mismo defecto que la información desjerarquizada. Tantos años de formación en las escuelas con un método de picoteo de datos, de saber descuartizado, de mosaicos desfragmentados, sólo puede ser dañino para las búsquedas profundas de muchas juventudes ansiosas por saber a qué vinieron al mundo. 

La fe es una buena noticia para la vida de quien cree, ¿cómo hacer para que no sea una información más? ¿Cómo debería ser la información sobre las cosas de la fe para que no caiga en el mismo saco roto? ¿Acaso la revelación de Dios será más buena noticia si se la testimonia antes que si se la informa? 


5. Tratar cosas con delicadeza, atender a los movimientos con lentitud, coser, zurcir, tejer.

Vivimos una sociedad violenta y dividida. No es novedad. Nos acostumbramos a manosear las cosas, los vínculos, la propia interioridad y a separar, clasificar, formar trincheras, bandos, grietas. Destratamos la naturaleza, la devastamos y la manipulamos sin control ni medida. Hemos roto el hilo que une las cosas con sus orígenes, hemos declarado nulo el matrimonio de la interrelacionalidad del cosmos. Por ejemplo, los alimentos que de tan industrializados carecen de la sacralidad propia del tiempo que los hacen ser diferentes, únicos, originales, pero pertenecientes al conjunto. Los mecanismos de producción masiva de bienes de consumo borran separando cualquier singularidad al hacer parecer la serie de productos algo infinito e idéntico.

De esta manera no hay relación sagrada con los objetos porque, al perder su aura de sacralidad, no despiertan ningún respeto ni solemnidad. No hay maridaje. Los podemos profanar con una aparente inocencia. 

Lo mismo sucede con las personas entre sí. Se convierten en objetos más o menos manipulables o temibles, pero pocas veces en seres sagrados. De ahí que nos hiramos tanto y que hiramos de la misma manera en que fuimos heridos. El bullying en las escuelas no deja de ser el drama de la guerra silenciosa y terrible que puede acabar con la vida de alguien que no encuentra refugio alguno en sus pares, o en redes de contención familiares o institucionales. 

Esta rotura del lazo social debe encontrar en la experiencia sensible una posibilidad. ¿Qué tal si todos tuvieran en algún momento de su semana un tiempo para zurcir algo roto, para coser dos pieza de tela uniéndolas y formar algo nuevo, para suturar una herida abierta? Hay muchas experiencias diseñadas para romper, dividir, analizar, atacar y pocas para restaurar, reparar, recuperar, sintetizar. 

Respecto de los elementos litúrgicos, por ejemplo, la búsqueda de cercanía como contrapeso tal vez a un exceso de distancia, en algunas catequesis, los desencantó, les quitó el misterio que los envuelve, los desnudó demasiado. También ha sucedido que el trato hacia las cosas sagradas de los ministros se tornó algo desacralizador y mundano, o demasiado artificioso y puntillista Así, llevan a desnaturalizar la familiaridad con el misterio de las cosas generando una relación disarmónica que es extraña a la niñez tan amiga del misterio, de lo maravilloso. 

La educación en la fe debe tender siempre a la mistagogía que es la pedagogía del misterio, la búsqueda de ofrecer un camino de iniciación a las cuestiones divinas, a los rituales sagrados, a las conversaciones sobre lo trascendente y espiritual que nunca tienen una respuesta completa.


6. Poner el cuerpo, ser cuerpo con otros, vincularse

La pandemia ha retraído el cuerpo, lo ha puesto en entredicho y, de alguna manera, lo ha ocultado. Con el término ‘cuerpo’ decimos presencia de la persona. Somos cuerpo y nos hacemos presentes al mundo en esta porción de carne espiritualizada o de espíritu encarnado. Es con el cuerpo y sus manifestaciones que nos relacionamos con los demás. 

La experiencia de reclusión a la que nos vimos sometidos en la pandemia vino a desarrollar una nueva forma de presencia que podía prescindir del cuerpo. Las plataformas de comunicación digital nos hacen presentes al otro desde la intencionalidad en el mejor de los casos, pero no es posible sostenerla a largo plazo. Mientras no podíamos encontrarnos, sólo podíamos estar digitalmente con quienes deseábamos realmente estar en un “como si presente me hallase”. Pero el resto de las participaciones detrás de las pantallas para los niños/as y jóvenes no resultaban una “prolongación” de su presencia física en el mundo digital por medio de la intención. 

Con el tiempo nos fuimos presencializando cada vez más y volvimos a ciertas normalidades, pero el retraimiento, la timidez ante el otro, la facilidad de no hacerse cargo de lo que digo porque no estoy frente a la otra persona, el comprender al otro más como un contacto o un perfil digital más que como un ser de carne espiritualizada, hicieron que muchos no sepan cómo relacionarse. Hay una crisis en la vincularidad por excesos y por carencias. 

No hemos desarrollado aún las pedagogías necesarias para fortalecer la vinculación saludable con quien no soy yo, pero me configura por reflejarme. Este reflejo que toda subjetividad necesita sólo se da en la presencia física del otro. Imaginemos que alguien tiene mal aliento o una altura maravillosa, ¿cómo podría saber que eso es configurante en su personalidad sin un otro que se lo refleje?

Para la fe el cuerpo es Cristo mismo en los hermanos y hermanas. ¿Qué sería de una fe solamente espiritualizada? No quedaría nada más que la búsqueda del bienestar interior como un bien de consumo más que puede conseguirse en una experiencia diseñada. Pero el cristianismo encuentra en el otro su salvación. Dios ama vehiculizarse, hacerse de medios, encarnarse para llegar al corazón del hombre concreto. El cuerpo de Cristo es la comunidad, el vínculo, la comunión, la sinergia de amor posibilitada en la experiencia de ser unos con otros. La encarnación de Dios en Jesús se completa en la pasión, muerte y resurrección de la carne al cristificar toda realidad. 


7. Narrar historias, aprender a heredar una tradición.

En la capacidad de contar historias se juega la permanencia en el tiempo. El cristianismo es un relato viviente que se transmite de generación en generación gracias a la narrativa de lo que Dios hace en nosotros por medio de su Espíritu. Debemos ayudarles a los niños/as y jóvenes a narrar su propia historia, a relatar los acontecimientos de su existencia, a encontrar las metáforas y analogías apropiadas para decirse en palabras porque es allí donde podrán acrecentar su capacidad de interpretación de la vida. 

La minimización de la mensajería prearmada convertida en íconos, emoticones y stickers, así como la aceleración del audio de WhatsApp o la posibilidad de eliminar lo dicho generan inestabilidad porque no aseguran la comprensión del comunicado, sino que la dejan librada al supuesto tono con que es dicha tal o cual cosa, a la asincronicidad, a la falta del cuerpo del receptor que con sus gestos y emotividad completa mejor el circuito comunicativo. 

Paradójicamente, la minimización del mensaje se topa con la magnificación de la mensajería. Desde todas las plataformas casi se puede enviar un mensaje directo. Podemos multiplicar las conversaciones tanto como podamos en un lapso de tiempo imposible para la presencialidad. Esto genera la creencia de que nos estamos comunicando mucho, pero en realidad estamos quizá solo despachando cartas. 

La tradición cristiana es una herencia viva que seguirá viva por la fuerza del Espíritu Santo, pero la misión de encontrar a Dios en todas las cosas y todas las cosas en él se da en el marco de una historia que nos es propia en tanto nos cuenta cómo Dios redime. Si no desarrollamos en los niños/as y jóvenes las estrategias comunicacionales apropiadas para ser receptores activos del mensaje nos quedaremos hablando entre nosotros nomás. 


8. Descansar el yo en un nosotros, pertenecer

La necesidad de rescatar las antropologías relacionales y devolverles su profundidad nace de la certeza de que no existe un yo sustancialmente puro que luego entra en contacto con otros. Nuestra identidad subjetiva está hecha de relación. Su esencia más originaria es la relación de la cual proviene y su destino final. 

La inflamación del ego a la que estamos sometidos todo el tiempo a causa de la tentación, pero aumentada por el culto al yo circundante destruyen el nosotros, vencen los lazos sociales destruyéndolos hasta convertirse cada quien en su propio mundo donde rigen las leyes propias. Sólo el nosotros nos salvará de esta tragedia del ego desmesurado. 

Por eso necesitamos alentar todo tipo de situaciones pedagógicas que generen comunidades, vínculos compartidos, encuentros, historias comunes. La fe cristiana es comunitaria, no solitaria. Se recibe de la comunidad y vuelve a ella por la acción configurante que la comunidad misma logra en cada persona abriéndola e invitándola a la donación de sí. 

Tenemos que continuar la tarea de despojar el yo, depotenciarlo al punto de que descubra su hebra más profunda: la relación con el otro. Sólo así Cristo podrá ocupar el centro vital de nuestras opciones personales que nunca serán individuales, sino transidas por la comunidad que sostiene a cada ser en su singularidad.


9. No buscar saberlo todo dejando paso al misterio

El enciclopedismo cientificista aún persistente en nuestros deseos de control de la realidad por medio del conocimiento nos jugó una mala pasada para la transmisión de la fe, sobre todo en la modernidad. Lo curioso de este tiempo posterior a esa etapa tan marcada es que la búsqueda no es sólo de saber, conocer, comprender en profundidad algunas realidades, sino de quererlo todo: saber y no saber, conocer y desconocer, profundidad y superficialidad combinadas y al mismo tiempo. 

Las sensibilidades contemporáneas no aceptan el límite, el borde, lo finito. Y no sólo lo transgreden, sino que ni siquiera lo conciben por momentos. Pareciera que la digitalidad, al superar el tiempo y el espacio físicos, inauguraran nuevas formas de límites digitales más borrosos e indistinguibles. Esto crea la sensación de la extensión casi infinita de las cosas, por ende, del propio deseo. 

En la capacidad de reconocernos limitados nos jugamos el lugar justo para relacionarnos con el misterio de Dios. Sin esa ubicación en la pequeñez humana no habrá asombro ante la inmensidad de lo divino. La pedagogía del asombro justamente busca que nuestra limitación no se convierta en un obstáculo frustrante, sino en un trampolín hacia lo inefable, lo misterioso, lo desconocido que nos sostiene. 


10. Saber cortar, cerrar, concluir. 

Tal como sugiere esta última clave hay que saber decir adiós. Dar vuelta de página, respetar los ciclos de la vida que tanto hemos alterado con la manipulación a la que nos acostumbramos desde que la electricidad llegó a la vida moderna, por ejemplo. No se trata de un desprecio por los avances de la ciencia, sino de sopesar cuánto cada progreso puede ayudar o no a que vivamos mejor y con sentido la vida que nos toca. 

Los niños/as y jóvenes deberían ser ayudados a vivir los duelos de cada etapa de sus vidas, a celebrar cada uno de los eventos significativos para darles cierre, a despedir personas que mueren, a desvincularse sanamente con lo que no puede ser. Porque si no el resabio, la cola, aquello pendiente vuelve como un karma inconcluso que reclama espacio en los momentos de fragilidad e incertidumbre poniendo todo en cuestión nuevamente. Y como la labilidad es una tendencia propia de estas nuevas subjetividades la omnipotencia infantil se ve desafiada y no quiere soltar nada para quedarse, paradójicamente, sin nada: el vacío de una vida sin decisiones. 

La fe necesita evolucionar, crecer, desarrollarse y esto sólo es posible si se logra superar una etapa, si se da cierre, si se concluye y no se espera regresivamente que vuelva lo que nunca volverá o se enquista mágicamente en un punto fijo y sin vida. La vida exige que optemos por aquello que intuimos es lo nuestro, lo que Dios nos invita a vivir. Pero no podremos hacer una elección sana sin cortes, sin rupturas. En definitiva, sin muerte, no habrá resurrección. 



(publicado en La Civiltà Cattolica del 6 ag/3 set 2022)



domingo, 31 de julio de 2022

¿EN QUÉ MOMENTO ESPIRITUAL ESTAMOS?


Por Emmanuel Sicre, SJ



Para quien desee una vida espiritual le será de vital importancia poder identificar en qué estado se encuentra. Necesitamos tomar conciencia de nuestra realidad actual si queremos crecer espiritualmente, es decir, como personas. Ignacio de Loyola, observador perspicaz del mundo interior, describe en las reglas de discernimiento de sus Ejercicios Espirituales la dialéctica de desolación y consolación como los dos estados del alma humana en su itinerario espiritual. Ingresemos con paciencia al monasterio interior de nuestra vida para ver qué está pasando en lo profundo. 


La consolación (C)

Se trata de ese estado espiritual en el que caemos en la cuenta simplemente de que somos una persona bendecida por todo lo que estoy viviendo. La consolación es el tiempo en el cual sentimos plenitud, disposición a amar y servir al hacernos conscientes de la profundidad del amor del Creador y Señor de la vida. Es el tiempo que le gusta regalarnos al Dios de Jesús, porque disfruta al comunicarse con nosotros. Es el oficio de consolar del Resucitado.

A diferencia de la contentura, se experimenta una alegría interna y un aumento de fe en la persona de Jesucristo, de esperanza en la realidad y de amor por el mundo. Lejos de la armonía de spa, se trata de una paz honda y un equilibrio unificante difíciles de conseguir por nuestros medios porque son don de Dios. Es el momento en el cual podemos percibir de cerca el vínculo que nos une a todo y a todos. Así, la realidad herida se nos presenta como una posibilidad de transformación desde donde estamos ubicados, porque somos conscientes del valor de cada criatura. Si nos encontramos en un momento de dolor podemos percibir la ternura de Dios acompañándonos, dándonos fuerza y apoyo firme.

También comprendemos mejor a los demás, y hasta perdonamos sus errores dado que advertimos nuestra propia paradoja. Además, se fortalece en nosotros el sentido de la justicia social al indignarnos por las inequidades, de la lucha por la dignidad humana de los que sufren al inquietarnos por hacer algo, de anuncio del Reino al denunciar el mal con firmeza y ternura; a la vez que deseamos alabar y bendecir las realidades de Dios y sus amigos los santos con la oración y los sacramentos. Por eso, es un tiempo oportuno para tomar decisiones fuertes y dejarse confirmar por la vida en la alegría de la elección hecha de la mano del espíritu de Dios que danza con nuestros deseos más hondos.

Entonces, los sentimientos más propios de este tiempo son el gozo, la paz, la esperanza, el entusiasmo, la emoción por la vida, el deseo de ser buenos, la conexión profunda, la pequeñez, la humildad, la claridad y la lucidez, la cercanía a Dios y su misterio de amor a pesar de todo.

 

El tiempo tranquilo (TT)

Pero ¿qué sucede cuando la intensidad de dichos sentimientos no es tanta, cuando estoy bien y listo, sin mucha experiencia sensible de consolación?

Bueno, en realidad se experimenta algo de todo esto, pero de manera más serena, como de fondo, como con la sensación de estar sostenidos por Dios desde siempre. A esto le podemos llamar: tiempo tranquilo. Este tiempo es una realidad cristiana de lo más común y regular. Sería una necedad pensar que es una consolación de baja calidad, o que Dios como nos quiere menos, nos hace sentir menos su presencia y a otros más. Si esto sucede, lo que está pasando es que se desfiguró el rostro de Dios porque él no da para recibir. A decir verdad, este tiempo, al igual que la consolación intensa, se trata de un don de Dios para la vida de todos los días, donde se combina muy bien lo que somos con las circunstancias que nos tocan vivir.

Podríamos decir que es el estado existencial propio del cristiano, a quien, de vez en cuando, se le da sentir con mayor intensidad su vínculo con el Dios de la vida.


La desolación (D)

Pero también sucede todo lo contrario, y a esta experiencia le llamamos desolación. Se trata de un momento de oscuridad y sin sentido que Dios permite que vivamos para que aflore algo que debemos aprender o aceptar para seguir creciendo en nuestra vida.

Baste notar aquí que la consolación Dios la da porque es el modo en que se comunica con nosotros, mientras que la desolación sólo la permite. El Dios de Jesús no se comunica con eventos catastróficos, desolaciones aplastantes, y enfermedades incurables. Su voluntad nunca es destruir, sino todo lo contrario. Dios se comunica a pesar de las dificultades y el sufrimiento, de hecho, los supera sanándolos, redimiéndolos, resucitándolos, infundiendo consuelo. Él se comunica en y a través de nuestros dolores. Incluso con su silencio. Es lo que hemos visto hacer a Jesucristo todo el tiempo.  

La desolación es el tiempo cuando nos sentimos permanentemente acosados por la tentación de claudicar y abandonar todo porque estamos como agobiados, abatidos, rotos. La confusión sobre lo que nos está pasando nos tiene inquietos y no podemos detener la marea de pensamientos que, mezclados con las emociones más feas, resultan un combo deprimente. La desconfianza se apodera de cada una de nuestras apuestas. Comienzan a aparecer palabras como todo, nada, siempre, nunca, que tensan la dialéctica de la vida y no hay términos medios ni matices que valgan. Todo está perdido, siempre lo mismo, a mí nunca... desaparece la perspectiva, la confianza en los procesos lentos, el miedo por nuestras sombras. 

Suele suceder, también, que nos visita la pereza porque no nos dan ganas de hacer nada dado que se nos oculta el sentido de la vida. A su vez, la tristeza ensombrece el corazón poniendo un manto de nostalgia que nos atrapa en el famoso dicho: “todo pasado fue mejor”. La culpa insana por nuestros fallos nos pesa como un yunque y nos hace andar encorvados y como sin salida.

Los demás son una amenaza irritante y necesitamos que fracasen para no sentirnos tan miserables. Vivimos tibios respecto de los ideales que nos sostuvieron alguna vez y surge una experiencia como de estar separados y alejados del Creador. Como si Dios hubiera desaparecido y resulta casi un perfecto desconocido. En efecto, es el tiempo de la desmemoria absoluta. Por eso, Ignacio recomienda nunca cambiar las decisiones importantes que tomamos en la consolación cuando nos sentimos tan abrumados. En efecto, nos parece que nunca fuimos consolados en toda nuestra vida.

Entonces, los sentimientos de este tiempo son propiamente los negativos (no malos, negativos): desesperanza, escepticismo, angustia, pesantez, vacío, incredulidad, impaciencia, distanciamiento de Dios y su misterio. 


La sequía espiritual (S)

Sin embargo, ¿qué pasa cuando esta desolación no es tan aguda y simplemente nos acompaña un tiempo de angustia leve y desazón permanente sin que nos quite del todo la paciencia? A esto le podemos llamar un tiempo de sequía espiritual. Al parecer nada brilla, todo está como normal, sin cambio, chato, deslucido y nos cuesta aletear. De oración ni hablar. El espíritu parece cera pegada al piso. Inerte, indolente, abúlico, aburrido.

Si permanecemos allí quizá se nos convierta en nuestra casa y seamos unos amargados, intolerantes que enjuician todo con su mirada monolítica y cerrada de la vida y los demás. Quien no hace lo posible por mudarse de la casa de la desolación terminará siendo un personaje pálido, incapaz de provocar vida, de cara larga y que da lástima para conseguir autocompasión. Y de a poco quedaremos en soledad, o simplemente acompañados con los habitantes derrotistas de la casa de la desolación.


La agitación de espíritus (AE)

Finalmente, ¿es posible que, dado algún momento particular que estamos atravesando, o incluso dentro de la misma oración, experimentemos un estado de agitación de espíritus donde pasamos de la desolación a la consolación como de un momento a otro sin entender mucho por qué? Sí.

Nos sentimos en una especie de ciclotimia espiritual, como inestables y un poco confundidos. Esta agitación es permitida para que el discernimiento pueda ayudarnos a aclarar lo que estamos viviendo de cara a lo que Dios está invitando. Aquí hace falta distinguir más finamente qué cosas me provocan desolación y cuáles, consolación. Habrá las que con mayor notoriedad nos resulten desoladoras y viceversa. Sirve diferenciar aquí la consolación pasajera de la perdurable. La primera es del mal espíritu porque es un placebo mentiroso, la segunda es del bueno porque es una medicina inconfundible. La agitación de espíritus es un tiempo apropiado para no dar manotazos de ahogados con la marea revuelta, sino simplemente flotar con paciencia hasta que llegue el rescate.


¿Y para qué todo esto?

Bueno, para acopiar gozo en la memoria del corazón durante el momento de la consolación para cuando venga la desolación. Para saber que no somos los dueños de lo que nos pasa, y sí los responsables de ver qué hacer con lo que vivimos interiormente. Para dejar de vivir en la fantasía del castillo de la consolación o en la ingenuidad de casa de la desolación. Para comprender que la realidad de ser humanos es compleja y necesita de esta sístole y diástole espiritual que la renueva, la purifica, y la predispone para acercarse cada vez más al mundo herido y hacer lo que Dios hace: encarnarse, redimir, sanar y consolar. Para que cuando nuestra fe entre en crisis no la abandonemos, y le ayudemos a seguir el camino de la maduración que exigen todas las cosas importantes de nuestra vida. Por último, para que enteramente reconociendo la vida que se nos regala, podamos ofrecerla en el servicio de amor a los demás.

 

PARA MI MEDITACIÓN:

Me dedico un tiempo a la oración disponiendo primero el cuerpo y los sentidos. Aquietando los pensamientos me dirijo al Buen Dios para decirle que quiero escucharme para escucharlo, amarlo y seguirlo. 

  • ¿Qué estado espiritual hace mayor eco en mí en este momento actual que vivo? 

  • ¿Qué zonas de mi vida identifico más en un estado o en otro? 

  • ¿Qué momentos espirituales he ido atravesando en este último tiempo?

  • ¿Qué intuyo que el Dios de Jesús está queriendo comunicarme a mí, a mi entorno? 

  • ¿Qué me gustaría responderle?

Coloquio: le comparto en un diálogo de amistad a Jesús aquello que brote de este momento de encuentro.


Anexo:


¿CÓMO ACTÚAN LOS ESPÍRITUS EN NUESTRA VIDA?

Como se trata de una dialéctica, tanto el bueno como el mal espíritu, actúan de manera contraria según el estado espiritual (Consolación/desolación) y la opción personal (de crecimiento/de decadencia). 

Es decir, si estoy en desolación por mi alejamiento de la vida buena (decadencia) el mal espíritu buscará mantenerme ahí con razones falsas, placeres pasajeros, justificaciones y aparentes “consolaciones” de momento.  En cambio, el buen espíritu buscará que regrese al camino del crecimiento tocándome con dulzura (remordiendo) la conciencia y dándome ese empujón que toda persona que nos quiere nos da para que no nos alejemos. Así, en la desolación al Mal espíritu se lo escucha bien fuerte en nuestras voces negativas y al Bueno suavemente, insistiendo en que nos tomemos un tiempo, en que frenemos y miremos a Dios con paciencia y comprensión. 

Pero si estoy en mi vida buscando lo mejor para mí y los demás, queriendo dar lo mejor, acercarme a Dios, los espíritus se comportan de manera diametralmente opuesta. El bueno alentando, el malo poniendo trabas. Como el enemigo no quiere que crezcamos nos distraerá, buscará apartarnos con sus mejores persuasiones y poco a poco nos aleja de nuestros deseos profundos haciendo que ya ni nos escuchemos. Como es lógico, el bueno hace lo contrario, nos sostiene y nos orienta, nos da confianza, señala nuestras capacidades con lucidez y evita la dispersión de las fuerzas. 

 

¿Cómo actuar en la zona de la desolación?

San Ignacio dice que en tiempos de desolaciones no hay que cambiar las decisiones que fueron tomadas en paz (“no hacer mudanza”). Es mejor tener paciencia y confiar en que se trata de un tiempo de prueba que va a pasar, de resistencia, de fuerzas propias. Dios nos está dejando caminar como a los bebés que van aprendiendo a dar pasos.

Además, debemos recordar que así́ como en la consolación nos guía y aconseja más el buen espíritu, así en la desolación el malo, con cuyos consejos no podemos tomar camino para acertar (EE. 318).

Lo que sí hay que hacer es mudarse contra la desolación. Es decir, insistir en las cosas que nos hacen bien (oración, pausa diaria, conversaciones con quienes ayuden, meditar, ofrecer, ser solidarios, etc.) aunque no percibamos sus frutos.

¿Por qué entramos en la zona de la desolación?

Hay tres causas principales de desolación: por falta de seriedad, por ser demasiado interesados y por falta de gratuidad en la amistad con Dios y sus cosas. Es decir, Ignacio se da cuenta de que muchas veces somos perezosos en nuestra relación con Dios, o buscamos interesadamente que Él nos premie por hacer las cosas bien, o simplemente porque nos la creemos pensando que podemos autogestionarnos lo que sólo Dios puede dar.

La zona de la desolación entonces se torna un tiempo de profundo aprendizaje interior, de camino a la madurez, aunque a nadie le guste estar así. Lo cierto es que se ven nuestras fragilidades y flaquezas y al reconocerlas podemos tomar mayor conciencia de lo que necesitamos crecer. Ciertamente es una situación algo humillante porque queremos estar bien, pero no depende de nosotros y entonces nos visita cierta frustración. Es entonces cuando miramos el rostro del Padre y buscamos su ayuda.

¿Cómo actuar en la zona de la consolación?

Quien está en la zona de la consolación, Ignacio le recomienda agradecer, recordar su pequeñez y que piense cómo tendrá que actuar en la próxima desolación y tome fuerzas para cuando llegue ese momento (EE. 323). Es como si habiendo pasado la tormenta piense qué le sirvió para no pasarla tan mal y se prepare ya más consciente de sus debilidades.

En definitiva, que sepamos que no controlamos el mundo espiritual, sólo lo recibimos y con nuestra libertad siempre en aprendizaje, gestionamos lo que deberíamos hacer.

¿Cuáles son las tácticas del tentador?

Se agranda si me achico y se achica si me confío, lo delato y lucho. Es decir, no hay que temer si nuestro aliado es Cristo. Las tentaciones del mal espíritu muchas veces lo único que hacen es revelarnos los miedos que albergamos o los temores existenciales que tenemos.

“No cuentes, no digas, no reveles nada”, se le suele escuchar. Y claro, es que en el secreto trabaja mucho mejor. Nos entrampa, nos manipula y nos resta claridad para resolver. Nos avergüenza ingenuamente y nos hace caer en la trampa de su malicia. Por eso la luz, la transparencia y la genuinidad lo espanta. Conversar con quienes saben escucharnos es el mejor antídoto contra la tentación.

Y finalmente se lo conoce porque suele conocer muy bien nuestras debilidades y las señala, las roza con su ponzoña y nos hace sentir mal. Entra por nuestras heridas históricas como Pancho por su casa.

¿Puede ser que el mal espíritu me consuele para engañarme haciéndose pasar por el bueno? Sí, cuando el mal espíritu sabe que no podrá tan fácilmente con nosotros buscará disfrazarse de bueno y en su apariencia entrará como algo luminoso para llevarnos a su oscuridad. De hecho, podríamos reconocer que las cosas más sagradas son las más tentadas.

¿Qué hacer entonces? Discernir la voz del Espíritu de Dios que resuena. Esto es, vigilar tiernamente lo que se nos mueve adentro con Dios, con el mundo, con las personas y detectar lo que vivo interiormente para descubrir de dónde viene y adónde me lleva. Y si en el principio, el medio y el fin de mis pensamientos y de mis acciones hay alguna trampa, el coludo se metió en algún momento, pero si es todo bueno será de Dios.