jueves, 25 de mayo de 2017

ALGUNAS COSAS QUE DIOS DICE CUANDO SE ACERCA

Por Emmanuel Sicre, sj 

Tú eres mi hijo/a muy amado/a en quien me disfruto poner mi predilección. 
Créeme, déjame bendecirte. 
Quiero servirte, alabarte, reverenciarte. 
Conozco tu dolor, tus aflicciones y resistencias. 
Sé de tus vergüenzas y de aquello que te pesa y no quieres decir. 
Por eso estoy dispuesto a esperar toda tu vida con paciencia infinita el momento de tu sí, de tu "ven, ya es hora de que pases".  
Mientras, déjame abrazarte y decirte que te recibo sin condiciones, sin maquillajes, sin reservas, sin títulos, sin etiquetas. 
No te resistas, acéptame y permite que te ame como eres. 
Si pudiera bendecirte desde adentro de tu corazón para que también puedas bendecir a otros, verás cómo todo sucede de una forma nueva. 
Déjame hacer tu vida más buena noticia, más libre, más pura. 
Déjame poner en tu intimidad la fuerza necesaria para anunciar que la felicidad es posible. 
Dame, si alguna vez lo deseas, un lugar en ti para poder habitar, acampar y quedarme.
Invítame a tus decisiones y esfuerzos, deseo acompañarte e ir contigo, si quieres. 
Anímate a darme cabida en tus sueños, en tus deseos y esperanzas, aún cuando tengas miedos.
Cuando quieras y puedas déjame pasar a la zona herida de tu historia, de tu personalidad, de tus vínculos, para que pueda colocar allí el bálsamo que regenera, la luz que alumbra, la resurrección que vivifica. 
No temas, no puedo destruirte, ni amenazarte, ni falsearte, ni vencerte, ni engañarte, solo puedo bendecirte, pacificarte, alentarte, darte vida y amarte. 
Si me permites, quiero ofrecerte placer, hacerte gozar y compartir contigo una alegría infinita, ancha, plena. 
Sé valiente, no dejes que entren otros que te quitan fuerzas, vida y paz, y se van. Anímate a darme un pequeño lugar, como un pesebre, con eso me basta para salvarte y hacer cantar a los ángeles. 
Además, deseo sonreírte y decirte que estoy contento con tu vida. 

domingo, 14 de mayo de 2017

“DIOS ME CLAVÓ EL VISTO”. REZAR Y NO TENER RESPUESTAS…


por Emmanuel Sicre, sj

No resulta una experiencia atípica el hecho de que nos dispongamos a la oración y pareciera que fuera en vano. Insistir por compartir con Dios la vida, poner los medios para rezar, prepararse, pedirle por algo que deseamos o, al menos, intentar elevar el corazón hacia Él y nada.
Muchos experimentan a menudo que rezar no sirve para nada, que no pasa nada, que parece siempre un monólogo absurdo donde “me quedo hablando solo”. Sequedad, vacío, mutismo, no hacen más que boicotear nuestro deseo de acercarnos a Dios.
¿Será que Dios no existe o que sólo fue una ilusión de un momento de mi vida? ¿Será que estoy haciendo algo mal y por eso no me habla? ¿Será que no soy para estas cosas? Son algunas de las preguntas que nos surgen.

DIOS NO USA WHATSAPP
Estamos tan acostumbrados a la inmediatez de la comunicación que hemos perdido la capacidad de esperar. Esto daña, como es lógico, la capacidad de desear porque realmente no sabemos qué deseamos, sólo queremos cosas, personas, momentos, emociones, pero su fugacidad no hace más que acelerar nuestra sensación de vacío y meternos en una dinámica frenética ante lo que nos pasa alrededor.
Tanto vivir así nos volvemos o insensibles al punto de ignorar lo que estamos sintiendo verdaderamente, o hipersensibles al punto de que todo lo que sucede nos afecta y quedamos como tironeados por las emociones en un vaivén incontrolable. Si bien aquí hay un cierto grado de caricatura de la situación, lo cierto es que no siempre estamos afinados a la hora de escuchar nuestro interior. Esto significa que nos cuesta entrar a nuestra “habitación secreta” para conversar con lo que nos pasa. Y resulta que es ahí donde Dios está esperándonos como un huésped en nuestro propio ser.
La clave para encontrarnos con Dios es, entonces, entrar lentamente y con el deseo, abierto por la respiración y la paciencia, a la habitación propia donde vive el Espíritu de Dios que está esperándonos para tomar contacto y configurarnos con el rostro del Cristo que somos.

DIOS ESTÁ VIVIENDO EN NUESTRAS EMOCIONES, SENTIMIENTOS Y ACCIONES
Si queremos de verdad encontrarnos con Dios podríamos comenzar entrando por alguna de estas tres puertas al preguntarnos: ¿qué estoy experimentando interiormente? ¿cómo se llama esto que vivo en este momento de mi vida? ¿cómo me deja lo que hice?
Al demandarle a nuestro mundo de adentro alguna de estas tres preguntas podremos empezar un diálogo que comienza con nosotros mismos quizá, y poco a poco va tomando la voz de nuestra propia conciencia donde tiene su sede el Dios de Jesús.
Cuando esto sucede comenzamos a escucharnos a nosotros mismos diciéndonos cosas que realmente necesitábamos escuchar. ¡He ahí la voz de Dios comunicándose con nosotros! Sucede también que se puede experimentar la comunicación de Dios con el silencio del mundo mental que se acalla, se calma y se serena provocando en nuestro cuerpo una sensación de levedad, de cierta pacificación al sentirnos escuchados, que redunda en alegría, paz y calma no inventadas sino regaladas[1]. ¡He aquí la presencia de Dios haciendo con nosotros lo que más le gusta: amarnos!

DIOS ESTÁ HABITANDO LO REAL
También hay que decir que Dios está habitando en todo lo que es real, es decir, en la realidad del mundo, de la historia, de la vida personal y colectiva. Por eso, se hizo carne, “para habitar entre nosotros”. Cuando somos capaces de adiestrarnos en tomar conciencia de lo que vivimos en nuestro mundo interior de la mano de Dios, podemos prestar atención a los signos del mundo exterior que nos hablan de Él ya por semejanza, ya por contraste.
Una injusticia que nos duele no hace más que gritarnos la necesidad de su presencia salvadora entre nosotros. Una pobreza indigna no hace más que reclamarnos en la conciencia que Dios quiere asistir al que se encuentra solo y desamparado a través de nuestra solidaridad. Una ignorancia violenta nos enseña a ver que si Dios no es recibido puede haber mucho dolor, daño y cerrazón.  Una pareja que se ama más allá de las dificultades no hace más que revelarnos a Dios sosteniéndonos. Un padre o madre que se desviven por sus hijos no hace más que mostrarnos de lo que es capaz el amor de Dios. Un hombre arrepentido por sus errores no hace más que manifestarnos cuán poderosa puede ser la misericordia de Dios derramada en la conciencia de quien busca perdón.
Y así cada uno tiene la tarea de distinguir dónde Dios le “habla” en la realidad bajando a su habitación interior y viendo cómo le afectan estas realidades para descubrir a Dios habitando la realidad y trabajando por y con nosotros a cada instante. ¡Esto es orar con lo real!

DIOS ESTÁ HABLANDO EN SU PALABRA

Sabemos, además, que si queremos encontrar a Dios en un lugar privilegiado es en la Escritura que habla de Jesús. En efecto, cuando lo vemos predicar el Reino, sanar enfermos, devolver la vista a los ciegos, liberar a los atados por el pecado, amar hasta el extremo quedamos conmovidos y hasta confundidos de cómo es posible que Dios hecho hombre venga a buscar lo que estaba perdido, desplazado, marginado. ¡Qué hermoso diálogo podría brotar con Dios desde la incomprensión de su lógica tan a contramano de la nuestra!!! ¡Qué bello sería dejarse enseñar por su vida y despertar el Cristo que duerme en nosotros esperando salir para compartirse entre los demás!!! 
Así, si deseamos conocer a Dios la puerta que es Jesús nos permite entrar en el misterio de la vida en abundancia que nos ha sido prometida y que tanto anhelamos cada vez que descendemos a nuestra intimidad para hablar con él.
Entonces, más allá de la sensación de que “Dios nos clava el visto”, quizá esté en nosotros insistir en que es necesario crecer en una linda amistad con él y dejar de lado la pretensión de que es un dios manipulable que juega al “te doy para que me des”. Si nos animamos a un Dios como el de Jesús veremos que se nos dará Él mismo y con esto podremos decir con el espíritu en calma y el cuerpo dispuesto: “tu amor y tu gracia me bastan”.








[1] UN EJERCICIO: trata de ubicarte sentado cómodo (pero no echado), con las manos juntas y la espalda derecha, en un espacio tranquilo, retirado y que sea de tu agrado. Date un tiempo prudencial de una media hora o 45 min en los que no tengas necesidad de hacer nada después. Prende una vela. Comienza a prestar atención a la respiración. Atiende cómo entra y sale el aire de tu cuerpo. Hazlo un largo rato, si te distraes, simplemente vuelves, y vuelves sin desanimarte. Sólo respira percibiendo cómo el aire roza los agujeros de la nariz, cómo infla tus pulmones y tu estómago; cómo te sostiene y se va. Con simpleza, sólo respira y respira. Y cada vez que te olvides, recuerda que respiras. Cuando hayas conseguido la calma suficiente en tu cuerpo y en cierto sentido en tu mente puedes pasar a lo que viene. De lo contrario, permanece respirando y nada más.                       
El paso que sigue es traer a la memoria uno de esos momentos en los que tanto fluyes siendo tú mismo. Visualízalo. ¿Dónde estabas? ¿Con quién? ¿Qué olores había? ¿Cómo era la luz de ese momento? ¿Qué personas estaban cerca o lejos? ¿Cuánto tiempo duró? ¿Qué hacías? ¿Qué sentías? Recuerda las emociones, los sentimientos y las cosas que te pasaban. Trata de ir allí con tu memoria como si fueras de viaje para visitar un lugar precioso. Una vez que tengas el recuerdo de ese hecho concreto, presente y vivo, quédate allí. No te muevas. Sigue respirando. Expándelo, dilátalo, déjalo crecer en tu memoria y quédate allí, no saltes a otra cosa. Si miles de pensamientos han andado por allí sólo espántalos como a las moscas, pero no te vayas con ellos. Si te parece bien comienza a dialogar con Jesús contándole todo esto que estás viviendo y deja que él te escuche y haga lo que desee hacer contigo.                         
Una vez que sientas que has estado lo suficiente allí dale gracias a Jesús, a tu memoria y a ti mismo por eso que has vivido. Comienza a retomar la conciencia sobre tu respiración y dale gracias a cada parte -todas las que puedas- de tu cuerpo por haberte acompañado empezando por las extremidades (pies y manos) y terminando en el corazón y la cabeza. Abre los ojos y cierra el momento con una reverencia.