Por Emmanuel
Sicre, sj
Creer
resulta una experiencia humana fundamental que integra nuestras dimensiones
personales en un todo que nos abre a la posibilidad de una vida fecunda, honda
y llena de sentido para el cuerpo, la mente y el espíritu. Creer unifica la
existencia y la despliega. Sin embargo, vivir esa experiencia dentro de una
religión resulta desafiante porque Dios no cabrá dentro de sus límites, por ser
siempre mayor se desborda. ¿Qué sucede cuando abrirse a la fe nos lleva a creer
en el misterio del Dios de Jesús dentro de una comunidad de creyentes?
NOTA: se puede leer también como complemento: EL PROBLEMA DE CREER (1) Los conflictos con la fe.
En: http://emmanuelsicre.blogspot.com.co/2016/08/el-problema-de-creer-1-los-conflictos.html
Creer en el Dios de Jesús
En
el mundo de la religión mucha personas piensan que creer es haber aceptado unas
verdades de fe formuladas de una manera inamovible –como si la fe no cambiara
con el tiempo, o llevar a cabo ciertos rituales religiosos. Entonces, cuando conocen esas verdades sobre Dios o
practican esos rituales, piensan que creen. Pero cuando alguien les cuestiona
lo que creen, se alteran sin saber para dónde ir. Es el problema de creer en
cosas (creencia) y no en personas (fe). Y
claro, Jesucristo es una persona, y quien no lo busca con una relación
personal, no podrá creer en Dios, al menos no en el Dios de Jesús.
¿Qué
sería entonces creer en el Dios de Jesús? Primero digamos que no es tener una
experiencia de trascendencia, o una experiencia religiosa simplemente, eso lo vivimos
todos en algún momento de nuestra vida independiente de la religión.
Creer en el Dios de Jesús parte de
sentirnos seducidos por su persona, por su modo de ser y de actuar.[1] Cuando se nos abren los ojos a su misterio, a
través de alguna experiencia concreta, comenzamos a distinguir las cosas de una
manera nueva. Y nos pasa lo que él experimentó: sentirse unido, ligado a Dios.
Entonces nos brota como de adentro un llamado a compadecernos del mundo herido y de las personas que sufren y
queremos salvarlo. Nos resulta algo urgente
trabajar por la justicia, porque nos duele el dolor. Nos viene un deseo de hacer silencio para percibir cómo Dios
nos habla en nuestro interior y en la vida de las personas. Nos brota una alegría no inventada, nos
nace una fuerza para afrontar las
dificultades, nos viene de adentro el deseo
de amar, de entregarnos, de sentir amistad sincera con los demás sean como
sean. La profundidad de la realidad comienza a darnos criterios para comprender que Dios está en todas las cosas y todas
las cosas están en él recreándose. Por esto, nuestro juicio condenatorio disminuye y somos capaces de aceptar la
realidad como es. El impulso nos lleva a
fuera de nosotros mismos y cada vez más nos olvidamos de lo superficial
para ir a lo esencial. Así es que, a pesar de sentir cierta soledad, se nos
presenta la necesidad de formar
comunidad, de compartir lo que vamos viviendo con los demás, de celebrar lo
que Dios está haciendo en nosotros y en el mundo.
En
definitiva, creer en en la persona de Jesús sucede cuando en nuestro interior aceptamos la vida del Espíritu que nos
habita. Por eso, la sensación de haber renacido a una vida nueva.
¿Y qué pasa entonces? que
podemos conectarnos con lo sagrado de una manera amplia y vivir abiertos al
misterio, sin la necesidad de andar cerrando las puertas de la mente y el
corazón a lo inexplicable.
Sin
embargo, hay un rasgo distintivo de los que creen en el Dios de Jesús. La fe de
quienes se fiaron de Jesucristo los lleva a
vivir y a morir como él por amor –no por ideas o verdades de manual-,
porque confían en que la fuerza de la resurrección ha abierto una puerta que
lleva a la Vida en serio y definitiva.
Creer dentro de una comunidad de creyentes
Hasta
aquí pudiéramos pensar que la experiencia de fe en Jesucristo estaría quizá en
contra de la religión, o de cualquier forma de institucionalización de la fe.
Ciertamente no. Sin comunidad no hay fe que se sostenga. Así lo testimonian los
apasionantes inicios del cristianismo. Sin embargo, aparece el eterno conflicto
entre la ley y la gracia.
Digamos
que fe y religión, en realidad, no se oponen, sino que están en tensión permanente. Si somos fieles a lo que nos cuentan
de Jesús Pablo primero, y los evangelios después, notaremos que Jesús entra
siempre en conflicto con el judaísmo de su época. Siendo judío logra una
autocrítica de su religión lúcida y transformadora. Está permanentemente en un
ir y venir de lo fundamental de la religión a lo accesorio, de lo que sí viene
de Dios, su Padre, y de lo que los hombres le hacen decir y hacer a Dios. Por
eso Jesucristo cuestiona y le mueve el piso a la religión permanentemente.
Pero
en el fondo, su problema no es que haya
religiones, sino que no haya experiencia de Dios. Su conflicto es que se
funden ‘clubes idiologizados’, en vez de comunidades de amor fraterno. Por eso
se dedica a mostrarnos cómo es Dios. Y practica con la fuerza del Espíritu lo
que ha visto hacer al Padre una y otra vez sin cansarse: consolar, sanar, fortalecer, perdonar, compadecerse, restaurar al caído,
enfrentar la muerte y el dolor, vencer el odio y la injusticia con amor
desinteresado ofreciendo su vida.
Por
eso, si las religiones no son espacios de apertura para creer más en el
misterio de Dios entre los hombres, no sirven. Si las religiones son para protegernos
de nuestros miedos y cerrarnos al mundo, no sirven. Si las religiones no buscan
la belleza del hombre que Dios ha mostrado en el ‘Hijo del hombre’, no sirven.
Si las religiones delimitan con un cerco de alambre su identidad y luchan por
su verdad con violencia, le cerrarán las puertas al Espíritu de Dios que sopla
donde quiere. Si las religiones en vez de dar a conocer a Dios gratuita y
amorosamente, lo comercializan, no sirven. Si la religión controla las
conciencias en vez de liberarlas, no sirve. Si las religiones se burocratizan,
no sirven. Si las personas de una religión no luchan por permanecer en estado
de apertura a lo que viene de Dios, quedarán secas.
En
definitiva, si nuestra experiencia del Dios de Jesús incluso con las
debilidades y caídas propias del hombre, no está viva, la religión puede
matarnos el alma.
[1] Quienes interactúan con él
en los relatos evangélicos, viven situaciones controvertidas que los llevan a
experimentar todo tipo de reacciones contrapuestas. Del miedo a la
tranquilidad, de la ofensa al asombro, del seguimiento a la oposición. A él sus
familiares lo tratan de loco, y sus enemigos de criminal, de blasfemo, de
poseído, y de quien no es, por ejemplo, cuando confunden su identidad con la
del Bautista o la de Elías. Y Jesús, el carpintero hijo de María y José, ama, se
enoja, se entristece, ordena y exige, pero no gobernará sobre los demás, porque
él más bien guía, enseña, llama, se compadece al servir y curar, desafía la
autoridad, expulsa demonios, habla en parábolas para dar a conocer el misterio
que él mismo vive, es tajante y directo hasta producir irritación en algunos de
sus oyentes a veces. Jesús va y viene, es temido, amado y odiado, honrado fuera
de su casa y despreciado entre los de su región, corrige la necedad sin vueltas
y llega a mostrarse cansado, incluso agresivo, con la generación en la que
vive. Jesús es contado como un ser a quien Dios le ha conferido una autoridad
especial que lo lleva a decir y actuar de una forma también particular.
Cualquiera podría pensar que tratándose de un personaje ciertamente enigmático
resultaría alguien aislado y solitario. No, todo lo contrario. Jesús aparece
acompañado casi siempre de las multitudes o de sus seguidores más cercanos: los
necesitados, y hasta se podría decir que le cuesta quedarse a solas. Sin
embargo, esto no lo salva de la muerte a la que lo lleva su amor por los
hombres. Aquí sí ya se puede ver la soledad del protagonista que pareciera
haberse vaciado del poder con el que por momentos se ve en los evangelios. Poco
a poco va acallándose hasta el grito final donde deja todo. ¡Toda una persona de verdad este Dios!
Muy bueno hermano
ResponderEliminarMuchas gracias, Jorge! Un saludo!
EliminarMe encantó. Saludos desde Uruguay y a mantener viva nuestra experiencia de Cristo!
ResponderEliminarMuchísimas gracias Mauricio por tu comentario! Un saludo! Emmanuel
EliminarUn lujo literario emma!!! Que muchos hagamos carne este estilo de Jesús
ResponderEliminarGracias!
EliminarLa encarnación de la fe verdadera no es en la religión sino en la vida. Gracias!! Jorge (México)
ResponderEliminarGracias por tu comentario! Bendiciones!
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