domingo, 24 de agosto de 2014

¿Existe una borrachera afectiva?

¿Qué sucede cuando nos encontramos en un estado en el cual no podemos pararnos sobre nosotros mismos y necesitamos siempre de un apoyo exterior que nos sostenga afectivamente? ¿Cómo es posible recuperar la sobriedad?

 D
el mismo modo en que en el estado de embriaguez no podemos sostenernos sin caer dado el desequilibrio producido por los efectos del alcohol, sucede con la borrachera afectiva. No somos capaces de permanecer por períodos prolongados de tiempo sobre la sana estima de sí, el trabajo y el cariño entregado y recibido de modo esperable, común, equilibrado.
No se trata de tener o no afecto. No podemos vivir sin él. Sino de ser conscientes de la etapa que vivimos y del afecto que necesitamos dar y recibir. En el caso de la niñez es esperable que no pueda sino depender del afecto para subsistir, en la adolescencia es aceptable porque la identidad personal se construye a partir de la aceptación afectiva, pero lo es en menor medida en una persona ya en vías de crecimiento en su madurez afectiva o en un adulto.
Se trata de un estado que puede convertirse en un hábito recurrente y en algunos casos, en vicio. Y esto es muy común entre los varones y las mujeres sin distinción de sexos. Por ejemplo, sucede cuando no se puede posponer fácilmente los afectos paternos para encarar la propia vida y se recurre a ofrecer nuestro cordón umbilical a quien nos brinda el mayor afecto posible, el mayor calor intrauterino perdido. Más figurativamente es el caso del mujeriego o la “nunca-sola.” Si bien no debemos exagerar, nos encontramos en una fase primera o incipiente del “manoseo del yo” que tan acostumbrados nos tienen facebook, Internet en general y la TV. No se trata de prescindir de afectos, cosa imposible para el hombre. Pero sí de comprender la necesidad de valernos por nosotros mismos a la hora de tomar decisiones y elegir lo que deseamos para nuestra vida y el modo en que nos gustaría disfrutarla.
La borrachera afectiva se produce por exceso o por carencia
 Si bien es posible distinguir muchos matices nos detendremos en esta simple descripción. Por exceso afectivo en la temprana edad, principalmente demostrado en la sobreprotección, se suele incorporar una idea del afecto inmoderada que exige siempre desmesura en el modo de recibir y dar afecto. O por carencias afectivas no satisfechas en el mismo tiempo de crecimiento, y que luego se prolongan a lo largo de la vida buscando el afecto no recibido antes. Celos, envidias, posesiones, consumismo, destapes, exhibicionismos, intercambio de intimidad, rencores, venganzas, etc.… son todas manifestaciones de estas carencias. La toma de conciencia de la raíz de nuestra carencia puede ayudarnos a buscar una sana compensación afectiva que no pretenda ser irrefutable, pero sí que nos ayude a vivir en paz con nosotros mismos, y con aquellos que amamos y nos aman.



La mayor tortura para este estado es el del miedo a la soledad y al rechazo.
Dado esto, es muy fácil caer en la tentación de acumular afectos para no sentirse solo. Desde cualquier punto de vista, no es recomendable seguir la corriente a esta imposición del placer, sino todo lo contrario. Posponer (que no es sólo resistir) el deseo es siempre un sacrificio que lleva a crecer. Saber que uno puede (y es conveniente) vivir determinados momentos de su vida en soledad, ya que en un sentido, solos nacimos y solos morimos, también solos tomamos ciertas decisiones en nuestra vida. Especialmente, a nivel interior que es donde se fragua una verdadera elección.
Por último, ¿qué hay más atractivo entre nosotros los seres humanos, que una persona sana que sabe tomar sus decisiones en calma consigo misma y con la cuota de soledad racional y serena? ¿No es acaso un placer compartir con personas que saben convivir con las carencias porque las han asumido con valor y lucha? Convertirnos en una de esas personas siendo nosotros mismos es un anhelo muy noble y nada despreciable. ¿O acaso no se cansa uno de ver tantas injusticias solamente enraizadas en la imposibilidad de soportar fracasos, angustias o carencias, incertidumbres? ¿Quién te prometió un jardín de rosas?

¿Cómo recuperar la sobriedad?
1.    NO DESEPERARSE…
Si te reconoces en estas palabras, lo primero es no desesperarse porque cada ser humano nos las vemos con estas cosas en la vida. Lo importante es tomar contacto con ello. Esto significa sentir lo que se siente. Ponerle nombre a mi situación tratando de describírmela para mí mismo como si lo hiciera con un amigo de confianza. Reconocer, explorar los sentimientos profundos, buscando ver qué te provoca, qué te moviliza. Viendo si hay fibras internas de tu personalidad que están actuando a favor de la borrachera o en contra. Reconocer con toda honestidad la intención, la motivación profunda, es como responder a esta pregunta: ¿pero en verdad qué busco con esto? es un primer paso.
2.    DIALOGAR…
El segundo lo constituye, como siempre, el dialogar, para poder naturalizarlo y trabajarlo. Animarse a confiarle a alguien lo que está sucediendo para no sentirse un bicho raro. Además, el mal espíritu siempre buscará acallar, silenciar y ocultar la situación para debilitarte y dejarte sin fuerzas ante la próxima embestida. Al hablar uno logra distanciarse de la situación, nombrarla y ponerla en su lugar. No se logra ver las cosas si uno está adherido completamente a ellas. En este diálogo animarse a confrontar y decir lo que pienso, siento, lo que me confunde, me conflictúa. Lo que quiero y lo que no quiero. Lo que me avergüenza y lo que me da bronca. Lo que me deja tranquilo y lo que me parece soy capaz. Y no puede faltar, claro está, un poco de humor conmigo mismo: “¡otra vez en estas, je, vaya que cuestan algunas cosas en la vida!”
3.    CONVIVIR CON LA TENDENCIA Y ACTUAR
El tercer paso consiste en convivir con la tendencia a la borrachera afectiva. Saber que está con nosotros este tiempo y que con ella estoy luchando. Saber con qué luchamos es parte de la posible victoria. Y actuar. Actuar buscando despegarse de la borrachera aunque nos guste estar borrachos. Esto es posponer el placer para crecer. Tratar de hacer cosas que vayan un poco en contra de aquello que me lleva a estar borracho afectivamente. En el caso del alcohólico se le recomendaría no ir a un pub a ver como beben otros, o no aceptar invitaciones donde habrá mucho alcohol. Nuestro caso es similar. Despegarse de lo que afectivamente nos demanda excesiva atención requiere esfuerzo y creatividad. Aceptar otras propuestas, oxigenar otras relaciones, visitar amigos o amigas de otros tiempos. Recordar el afecto de nuestros seres más queridos, crear, escribir, hacer deporte…. Son todas recomendaciones para evitar caer en la ceguera. Sabernos frágiles es una posibilidad de actuar sobre nosotros mismos con humildad. La soberbia (“yo sé jugar con esto”, “yo me la banco”) es ocultar la debilidad bajo una máscara que tarde o temprano se caerá.


Estar sobrios afectivamente es estar abiertos a la vida desde la sana estima de sí

Una estima sana de uno mismo lo lleva a reconocer que es una persona con luces y sombras, con posibilidades y límites, pero que nunca tratará de menospreciarse, ni minusvalorarse pensado que no es nadie y aceptado cualquier madriguera que nos dé un poco de calor.

Una sana estima de nosotros mismos nos lleva a estar relativamente contentos con nuestras decisiones. Decisiones de las que somos conscientes, y no llevados por la corriente. La sana estima de sí nos causa un placer que no nos dan muchas otras situaciones de la vida. Porque cuando uno se aprecia como es, logra apreciar al otro como es sin desenfrenos, dejándolo ser como es y amándolo como se merece. Dejar que la persona amada se estime a sí misma para que logre establecer una relación sana y fecunda es algo que ve quien puede detenerse ante el misterio del otro y darle gracias por existir. Dejando ser, sin atrapar, ni poseer, tomando las cosas con seriedad y alegría. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario