Por Emmanuel Sicre SJ
Si tomas una tela y la miras con
detenimiento podrás observar cada uno de los hilos que la forman y le dan
resistencia, color y textura. Nuestra vida se parece a esa tela cuando nos
damos cuenta de que está entramada con hilos de confianza. Hasta la acción más
pequeña está hecha de confianza. Por ejemplo, cuando hablas con alguien confías
en que te está escuchando; cuando haces una señal al ómnibus para que pare,
confías en que lo hará; cuando comes algo confías en que no te hará daño. Cada
cosa que hacemos se apoya en una confianza natural, espontánea, en lo que nos
rodea.
¿Cómo aprendimos esto? Con
nuestras familias, desde que nacimos nos desarrollamos en un medio que nos
permitió desplegar esa confianza. Por ejemplo, confiábamos en quien nos enseñó
a caminar en cada paso. Cuando somos niños es cuando más experimentamos esa
confianza natural y espontánea en la vida y en el mundo. Por eso, nos
entristece o asusta mucho cuando vemos algo feo y doloroso, porque pareciera
que esa confianza “como que se rompe”.
A medida que vamos creciendo, los
hilos de nuestra confianza se resienten y nos cuesta un poco más creer.
Empezamos a sospechar de las personas, de las cosas del mundo y de nosotros
mismos. Como si la tela se volviera
frágil. Nos parece que todo nos amenaza y eso nos da un poco de temor.
Tenemos miedo a que esa confianza a la que nos acostumbramos de niños se pierda
del todo. Entonces, nos empezamos a defender de aquello que nos da miedo. Nos
defendemos de nuestros padres, o de nuestras amistades, o de nuestras
relaciones, porque tenemos miedo de perder lo último que nos queda. Y ni te
digo si te enamoraste y se dañó la relación, o si alguna macana que te mandaste
hizo que disminuyera la confianza que tus padres te tienen, o si te creíste
capaz de algo y no resultó. Todas estas experiencias de alguna manera parecen
negativas. Pero en verdad lo que están diciéndote es que hay que dar un paso
más en el crecimiento. Y para dar ese paso, tal como cuando eras niño,
necesitas de alguien que te dé un entorno de confianza que te asegure algo.
¿Cómo confiar en alguien si siento que nadie me comprende y los que me
comprenden están en la misma que yo? Confiar en alguien es animarse a
perder alguna seguridad -no toda- para ganar otra. Abrirse a una relación con
otra persona teniendo en cuenta dos
claves: la certeza de que todos nos
equivocamos alguna vez, pero con la esperanza de que lo mejor está por venir.
Esa relación, nueva o de siempre, necesita crecer en confianza con gestos
concretos: el perdón de los errores, la compasión de nuestras debilidades y la
celebración de lo que construimos juntos.
Esta es la confianza a la que nos
invita Jesús con su Resurrección: dejar
de tener miedo a la alegría que nos da sabernos queridos y querer a otros. Nos
estimula a dar el paso del crecimiento, porque la esperanza de que lo mejor
está por venir es la principal manera de amar lo que nos rodea y dejar de
instalarnos en la queja permanente del niño caprichoso que no sabe ni lo que quiere.
Jesús Resucitado te provoca confiar porque más allá de las dificultades de la
vida, de los dolores que conlleva la relación con los demás, de la incredulidad,
siempre es más fecundo amar que ocultarse y secarse de soledad. Él da testimonio de eso: todos sus
amigos traicionaron su confianza y la cruz le dio muerte, pero Dios Padre no
quiso que esa muerte de la confianza fuera la última palabra. Entonces resucitó
a Jesús para hacernos participar del verdadero espíritu del amor: la confianza
plena en la vida que siempre da más y más a quienes se animan a dar pasos y
caminar con otros.
Me vinieron justas estas palabras
ResponderEliminarExcelente muchas gracias por enseñarnos que el confiar en Dios nos lleva a la esperanza que pronto saldremos renovados abrazamos fraternalmente
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