3 formas de entender el pecado para crecer en la vida
de fe y ayudar a otros a acercarse al Dios de Jesús.
Por Emmanuel
Sicre, sj
En la vida de fe
resulta muy frecuente encontrarnos con nuestra dimensión de límite, de fracaso
o de fragilidad. De hecho, posiblemente, gracias a esta situación es que
entramos en contacto con aquello que está más allá, al intentar darnos
respuesta de lo que nos pasa. De esa
dimensión vulnerable de nuestro ser en contacto con Dios brota la experiencia
del pecado. Por eso es una cuestión de fe[1]. Sin embargo, por ser algo que nos confronta con nuestros ideales
más altos sobre lo que queremos ser, no nos gusta mucho hablar del tema.
Se suma a esta
cuestión el hecho de que socialmente nos
estamos diseñando un mundo sólo para perfectos, exitosos, brillantes, esbeltos,
ricos y famosos. En la era del exhibicionismo han surgido tendencias como
las de sólo mostrar de nosotros “lo que vende”, u ocultarse, aunque
participando con la curiosidad, o, finalmente, burlarse de esto con el morbo.
Todas estas reacciones al tiempo que vivimos no logran dar con el problema de
estima propia que está de fondo. Estima que nunca se forma a nivel emocional ni
psicológico, por lo que el error es siempre causa de imperfección, fracaso,
opacidad, desorden, pobreza y pérdida.
Por último,
sumemos un factor más: el juicio.
Estamos inmersos en un gran tribunal que ha estructurado todas nuestras miradas
y consideraciones sobre las acciones y modos de ser de los demás. Todos nos sentimos con derecho a opinar
sobre la vida y obra de todos. De aquí también nace en nosotros tanto la
autocondenación como la autojustificación, porque un juicio negativo a otra persona no es más que una negación del propio
límite.
¿No resulta un
poco agotador estar todo el tiempo queriendo ser buenos, justos, inteligentes,
o distintos? Los que se cansan prefieren desfachatadamente mostrarse rebeldes a
este esquema y generan un personaje de sí mismos, pero tampoco logran ir en
otra dirección. ¿Cómo vivir nuestra
dimensión de vulnerabilidad como una oportunidad para crecer más en libertad y
amor propio y hacia el mundo?
Algunos
estudiosos del tema de la conciencia han sistematizado cierta comprensión de la
misma que resulta interesante para vernos un poquito mejor. Creo que tenemos que caminar hacia una
capitalización del error que nos permita construir nuestra propia vida desde un
realismo sano, humano, y abierto al don. Hay que dejar de tenerle tanto
miedo a equivocarse y empezar a vivir más.
1. EL PECADO COMO MANCHA, TRANSGRESIÓN O ACUSACIÓN
El símbolo de la
mancha nace de la comprensión del pecado como un tabú. En efecto, la conciencia
cree que se ha metido en un lugar donde no debiera y que lo percibe como sucio,
contaminado, impuro. Por eso, la culpa se le representa como si fuera algo que
hay que expiar, purificar, limpiar.
Así, desde una conciencia que depende en su
mayor parte de las normas externas o del deber ser exagerado, es muy lógico que
el pecado sea visto como una trasgresión a las reglas que le han sido impuestas
socialmente, pero, que por el mismo mecanismo de inseguridad y vergüenza, no
se animaría a cuestionar. Entonces nace una culpa insana que le hace padecer a
la conciencia escrúpulos, sentirse farisaicamente hipócrita y asumir la rigidez
como escudo a su debilidad.
No
obstante, como la conciencia no logra
librarse de la suciedad ni del cumplimiento neurótico del mandato, termina por
acusarse de su error provocando una culpa mayor que le vuelve la mirada a sí
misma encerrándose cada vez más. En una “conciencia morbosa”, el “yo desmedido” ha tomado a la persona
convirtiéndola en el centro del mundo, y cerrándola a los demás. Entonces, la conciencia de culpa surge ante
el descubrimiento de un defecto y autodesprecio: “qué mal ser así”. Como no
hay horizonte de compartir con otros, es sólo una falta que daña mi autoimagen
sobrevalorada, por eso viene la angustia. Se vive así
un sentimiento de maldición, de peso y enjuiciamiento constantes porque el
narcisismo está exigiéndole la perfección de la autoimagen.
¿Podríamos llamar a esto
pecado? No tanto. Porque todavía el perdón se vive
como una necesidad de
censura, de limpieza, o sanación que viene de afuera, de la normatividad
externa y no de la relación con la misericordia de Dios. Aquí es muy probable
que surja la figura de un Dios juez, castigador, punitivo que puede venir del
modo en que cada uno se relacionó desde pequeño con las figuras de autoridad de
su entorno familiar o educativo. Si no hay relación personal con Jesucristo que
revela el verdadero rostro del Padre, podríamos decir que no hay pecado[2].
2. EL PECADO COMO DESARMONÍA INTERIOR, FRACASO DE LA
LIBERTAD O RUPTURA
Intentemos dar
un paso más. Pasemos del "se puede/no se puede" a algo que podría ser un "me acerca/me aleja". Una vez que la toma de conciencia de las propias responsabilidades
en la vida se va haciendo lugar, surge en nosotros un modo de relacionarnos con
nosotros mismos, con los demás, con el mundo y con Dios, más autónomo. Es
decir, ya no necesitamos tanto que nos
digan qué hacer, sino que lo vamos descubriendo por nuestra propia cuenta dado
el proceso de maduración. En el ámbito de la fe y de la práctica de la
religión pasa de la misma manera.
Entonces, el pecado se ve como una desarmonía
interior que ha dañado los vínculos con esas cuatro relaciones fundamentales
que somos. El entendimiento no se
relacionó bien con el corazón entonces nuestra voluntad falló y se equivocó.
Emerge un sentimiento como de fracaso de la libertad: “no hago el bien que
quiero, sino el mal que no quiero” (Rm7,19) rompiendo, sobre todo, el vínculo
con los demás que me remite a sentirse culpable ante Dios. Por eso la culpa se vive como una incoherencia.

La imagen de Dios aquí está más ligada a la que propone Jesús con su
mensaje del Reino de amor, justicia y paz. La persona que vivencia el pecado,
la culpa y el perdón en esta línea está dispuesta a comunicarse con el Dios de
Jesús desde una sana libertad personal atada a la relación con Dios que siente parte
de su vida, sus decisiones, afectos y acciones, y no una “obligación de domingo”
o norma externa. Pasamos de una conciencia heterónoma a una más autónoma.
3. EL PECADO COMO INFIDELIDAD A LA VIDA CON DIOS
Sin embargo, en
la vida de fe siempre es posible crecer cuando estamos abiertos a la relación
con el Dios de Jesús. Cuando esa
relación es personal, profunda e íntima necesariamente se convierte en
comunitaria, integradora y expansiva. Así como es el Dios trinitario. Dejamos el "se puede/no se puede", y sin negar el "me aleja/me acerca" vamos más allá para preguntarnos "amo más/amo menos". La
conciencia que busca vivir desde la lógica del Dios de Jesús ve el pecado como una disminución de la
entrega a Dios en los hermanos, como un rechazo al deseo que tiene Él de
nuestra felicidad, como una especie de infidelidad al amor. Por eso la culpa se vive como un reconocimiento del
mal en mí, como un saberse pecador existencialmente necesitado de la gracia que
restaura en el proceso. Por eso la autocondenación y la autojustificación que
llevan al autodesprecio ya no tienen lugar.
Pero lo curioso
es que esta necesidad de Dios no se vive negando la libertad personal, sino que,
al contrario, la potencia en el
ofrecimiento de sí misma y la libera para abrazarlo a él, sobre todo en el modo
de amar a los demás, de verlos con sus ojos, de cuidarlos como a hermanos. Por
eso, el perdón se hace visible en el
deseo de volver a casa, de retomar el camino y andar los pasos desde la certeza
de estar sostenidos por la misericordia de Dios que invita siempre a salir de
sí, a donarse, a vivir desde la gratuidad y la compasión.

Si vemos a Jesús
lo que siempre está buscando es que nos
amemos los unos a los otros como él nos ama. Por eso, el fin último del
pedir perdón por nuestros pecados no puede ser la limpieza, la salvación de mi
autoimagen narcisista, o la perfección de mis acciones, o la integración
psicológica, sino la necesidad de reconocer que soy hermano de mis hermanos, y
que debo hacer lo posible para vivir cuidando los vínculos, las relaciones y
entonces sí encontraré la paz personal. Por eso Mateo decía: “deja allí tu
ofrenda delante del altar, y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y
entonces ven y presenta tu ofrenda” (Mt 5,24).
En definitiva es
reconocer con toda el alma que: “ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni
principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo
profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que
es en Cristo Jesús Señor nuestro”. (Rm 8,38-39).
[1] A su vez, el
concepto de pecado es dinámico, porque la experiencia de
pecado va madurando. Una es la conciencia de pecado que tiene un niño, y otra
la que va surgiendo con la apertura de la conciencia cristiana cuando se es
adolescente, joven, adulto o ya mayor. Aunque es cierto que hay adultos con
conciencia de pecado infantil, pero este sería otro asunto.
[2] El pecado es un concepto teológico referido a
Dios. Los demás errores son eso, equivocaciones, fallos, pero no estrictamente pecados,
aunque se use socialmente en otro ámbito de significación.
Muy bueno. Me ayudo mucho.
ResponderEliminarMe alegro mucho, gracias por tu comentario!!! Saludos!
EliminarGracias por tanta claridad, lo comparto porque es un tema en el cual hay mucho desconocimiento, es muy valiosa la ayuda que se brinda con su mensaje ,me hago vocero de sus mensajes para que llegue a muchos , unidos en oración.
EliminarMe alegro, saludos! Emmanuel
EliminarGracias por hacerme recordar mis clases de moral Cristiana, refrescar la memoria siempre es bueno para saber por dónde debe tender nuestro espíritu humano.
ResponderEliminarCon mucho gusto! Saludos
EliminarMuchas gracias Ema por ayudarnos a no estancarnos y seguir reflexionando y creciendo en este tema tan importante, no al modo de que todo cierre perfectamente sino dejando lugar a preguntas que nos ayuden a profundizar nuestra experiencia de pecado y de perdón. Un abrazo. Dios te bendiga!
ResponderEliminarGracias José Javier! Un abrazo grande y bendiciones!
EliminarNunca dudé ni un minuto... (Rom.8,38_39), gracias por recordármelo..saludos...
ResponderEliminarGracias! Bendiciones!
EliminarHola Emma!
ResponderEliminarNo quería dejar de contestarte
Me gusto lo q escribiste,mucho!
Necesito ahondar y discernirlo!
Esta mal?
De una no llegó a comorenderlo
Espero mandarte un comentario propio
Muchas gracias
Te mando un abrazo
P.D,
Que bueno sería q estuvieras en bs.as,!!
No entendí si salgo anónimo o no
Soy Haydee Pasqualini
Creo no tengo twitt
Gracias Haydee, bendiciones!
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