Por Emmanuel Sicre, SJ
“Desde muy niño tuve que interrumpir mi educación
para ir a la escuela.”
George Bernard Shaw (1856 –1950)
La tristeza de educar
Cuando uno piensa en la educación actual siente un
poco de tristeza. Es decir, desanima ver el desgano de tantos niños y jóvenes
de asistir a clase, la desazón de los maestros agotados de controlar y
soportar, la docencia como una salida
laboral que desdibuja la vocación por educar, los liderazgos cuestionados sin
piedad, las familias delegando en la escuela cada vez más sus responsabilidades
naturales, el abandono de algunos Estados, los intereses de los gremios docentes
que perdieron el rumbo, y la parsimonia del sistema educativo que no cumple su
rol de transformación positiva de la sociedad.
Por lo general, hemos pensado que la educación es
una tarea de la escuela o de la universidad, pero dada la desconexión que todos
percibimos entre el mundo de la vida y dichas instituciones de formación, con
facilidad solemos decir: "eso lo aprendí en la escuela de la vida".
¿Qué pasó aquí? ¿Acaso la escuela no forma desde
y para la vida? ¿Acaso la universidad
lanza sólo profesionales para el mundo del trabajo y nada más? ¿Qué hace una
persona gastando 12 o 20 años de su vida en algo que no le sirve para ser parte
activa de una sociedad más justa, más equitativa, más amplia, ni siquiera para
conocerse y aceptarse un poco más a sí mismo y a los demás? ¿Para qué sirve educarse?
El posible engaño de lo privado
Por otro lado, hay quienes hacen la compleja distinción
entre la educación pública y la privada creyendo que con esto logran darle la
vuelta al tema de la decadencia del sistema de
enseñanza-aprendizaje actual. De esta
manera responden con buena intención, y sin el deseo de estigmatizar a nadie, a la lógica de que “si pago más, tendré
una mejor educación”. Siendo optimistas hay que reconocer que, en algunos casos, se da y en verdad son una alternativa positiva a la pública dependiendo los contextos. Pero en su gran mayoría,
quizá, lo único que se consiga es una mejor instrucción para el mundo
profesional y competitivo, pero no
mucho más. No existe, en realidad, una
escuela privada que resista a la crisis del paradigma educativo dado que inunda todo el
terreno cultural. La sociedad no recibe impactos positivos de modelos
excluyentes e individualistas.
A decir verdad, toda educación es pública solo que la gestión de
algunas asume una mayor o menor
participación del Estado. En efecto, la
escuela es un lugar de construcción de lo público y de lo social que no siempre
ha provocado la conciencia sobre el cuidado de lo que es de todos. Por eso, la irresponsabilidad social en la que
vivimos opaca tanto el concepto de Bien Común que lo lleva a un plano, en el
mejor de los casos, solo discursivo. Aunque algunos intentos de hablar de ‘formación ciudadana’ nos permitan evitar un poco la carga política
innegable de las instituciones, no logramos dar el salto de formar en
conciencia de justicia, solidaridad y preocupación por la vida de cada uno y de
todos.
En este sentido, el objetivo de las instituciones privadas "para los que pagan" no puede ser acompañar
a "bienacidos solidarios" que cuando salen del sistema educativo
recuerdan el Bien Común como un "tema" de la escuela y en la primera
oportunidad eluden sus compromisos de justicia social, por ejemplo, evadiendo
impuestos o malpagando a sus empleados. Ni a las de "los que no
pagan" darles los sobrantes de la mesa de los sabios que ni pueden
aprovechar porque los contextos de exclusión y violencia les roban las
posibilidades. ¿No deberíamos formar bajo otro modo de comprender nuestro ser y
hacer en el mundo?
Los contentos
Es cierto, valga notar, que muchos de los actores educativos
están conformes con la escuela. Quizá porque les brinda una contención afectiva y social que no se encuentra
a menudo en otros espacios. O porque su capacidad de adaptación al sistema no
les impide aprovechar el porcentaje mínimo y desproporcionado de aprendizajes -un 20%, según algunos estudiosos-
con el que salimos todos los que hemos pasado por las aulas durante años.
Sin embargo, en la búsqueda
de una educación que sirva para algo se
necesita construir otro tipo de sensibilidad sobre la función de la escuela y
la universidad en lo personal y lo colectivo. Por ejemplo, ¿no deberíamos
formarnos en el discernimiento de lo que ayuda y lo que no para vivir felices
según nuestras búsquedas personales y sociales? Porque el panorama del modelo pedagógico heredado con el que
convivimos corre el riesgo de marcar la hora de un país en el que nadie vive. Y
si la educación no responde al contexto tanto local como global, es inútil. Se
convierte en una torre de marfil. Además, la educación tiene que responder, una
y otra vez, a la clásica pregunta de nuestros estudiantes: ¿Y eso para qué
sirve?
¿El siglo XXI?
"No el mucho saber harta y satisface el alma, sino el sentir y gustar internamente de las cosas" San Ignacio.
La educación del siglo XXI no sería bueno que pasara de ser posindustrial (como la que tenemos) a tecnodigital (como la que parece irrumpir), debe ser una educación integral en el significado y alcance más amplio de la palabra. En efecto, “tendremos que ser más humanos que nunca –decían por ahí- porque los robots harán cosas que para nosotros serán imposibles.”
En este sentido, creer que el siglo XXI es de avanzada porque ha llegado
a descubrimientos y técnicas nunca antes vistas, quizá sólo sea, además de un
espejismo, la proyección de una porción de la sociedad que accede a la estos
niveles y tiene el poder de divulgación.
Porque lo que se ve es que este tiempo es algo más
complejo, más desigual, más violento en lo político, lo económico, lo tecnológico, lo comunicativo,
y con un bienestar mal repartido. Por esto insisto
con humildad en que si el sistema educativo que tenemos que construir no
orienta sus esfuerzos hacia una mirada renovada del Bien de todos, fracasará
otra vez al generar tecnócratas indiferentes y excluidos al acecho.
Un modelo pedagógico que reproduzca inconscientemente
la meritocracia de los cumpliditos,
el protagonismo despótico del docente-rey que ejerce la tortura pedagógica, el
desprecio social y financiero por los
educadores, la sobrevaloración de las ciencias duras en descrédito de las
humanas, la uniformidad homogeneizante del pensamiento único, el cercenamiento
de la dimensión espiritual de la vida, el elitismo de los mejores dentro del
aula, la exclusión de los desnivelados, el estrés de la tarea pendiente, el horario de fábrica, el que hay que ir a la
escuela 'porque toca' aunque se pierda el tiempo, la exigencia por la exigencia
de los contenidos, la respuesta a preguntas que a nadie le interesan, la
evaluación que juzga, condena y aplaza, la estigmatización del error y el
fracaso, la violencia en los ritmos personales, la vagancia de los perdidos, y
la astucia de los avivados, ¿de qué siglo XXI habla?
Experiencias de cambio
"La
mayor señal del éxito de un profesor es poder decir: "Ahora los niños
trabajan como si yo no existiera."
María Montessori (1870-1952)
Como varios sostienen, al modelo pedagógico posindustrial
le ha llegado su hora. El reloj de la transformación educativa
viene sonando su alarma desde hace tiempo en todo el mundo. Y reclama una hora renovada, fresca, atractiva, inspiradora,
global, incluyente, que logre hacer de la convivencia humana feliz un proyecto vital de todo hombre porque lo descubre posible mientras crece como persona.
El modelo pedagógico que necesitamos nos exige
responder lentamente al tiempo interior de cada estudiante y al del docente, al
tiempo de la institución, al tiempo del barrio, al tiempo de los cambios
sociales, al tiempo de las necesidades tanto del contexto inmediato de
contingencia irrenunciable -como el de los empobrecidos ubicados en los bordes
de las ciudades; como al tiempo de las zonas más desarrolladas del contexto
global (nacional e internacional).
Esto es lo que
algunas instituciones se van planteando, cada vez más, en algunas latitudes.[1]
Se trata de esos educadores que
siempre la historia ha parido y que pretenden despertar
y acompañar procesos de crecimiento, de búsqueda, de construcción personal y
colectiva; y lo están logrando poco a poco.
En estas instituciones la innovación radica en que el centro del proceso de la enseñanza-aprendizaje pareciera ya no estar
ni el docente ni el alumno -si bien es el foco del servicio-, sino en la
comunidad toda (estudiantes, docentes, familias, contextos) en pos de una
mirada dinámica sobre la sociedad que atienda al crecimiento de todos y de cada uno en su singularidad.
Desde reflexiones
educativas como la de las inteligencias
múltiples[2] o la educación personalizada[3],
entre otras, buscan atender a la mayor cantidad posible de dimensiones del ser
humano en su formación, de manera tal manera que no se den cabezones
indiferentes a su cuerpo, o completamente desconectados del mundo interior de
sus emociones y de la realidad. Estos ámbitos quedan incorporados como parte
activa, dado que conciben un aula
colaborativa donde más de un docente trabaja en equipo con un grupo de
estudiantes; que a su vez están resolviendo proyectos que los hagan pensar
desde la interdisplinariedad de los saberes y desde las múltiples habilidades
de cada uno. Para ello, en las aulas se
reorganizaron sus opacos diseños rectilíneos “semicarcelarios” por otros más
flexibles y adaptables. Pues se dieron cuenta de que un cambio así ayuda,
estética y ambientalmente, a configurar el mundo, las relaciones y los espacios
de otra manera, y a sentirse a gusto aprendiendo. Esto trajo aparejado también
parte del bienestar que hizo disminuir los casos de conflictividad dentro del
aula.
Uno de los
principales desafíos fue transformar sus concepciones
de mando al cuestionarse: ¿qué
sucedería si el liderazgo fuera
más distribuidamente comunicativo y menos secretista, si los problemas se
abordaran con discreción desde varios niveles y dando posibilidad de
discernimiento a la comunidad educativa? ¿Qué pasaría si cambiáramos la mirada
desconfiada sobre las personas por una más arriesgada y alentadora? ¿No
daría seres humanos más sanos, más creativos y lúcidamente autónomos? ¿Qué pasaría si la conducción de una institución
fuera menos jerárquica y más horizontal reconociendo el valor innegable de la
red de relaciones que la sostiene y fundamenta? Así es que crearon,
por ejemplo, equipos de entre 6 y 7 docentes por nivel para todas la áreas del
conocimiento y el aprendizaje, proponiendo la autonomía de trabajo que ellos
mismos pretenden desarrollar en los estudiantes. Y cuando algo supera los
conocimientos o destrezas del equipo de docentes, se recurre a especialistas,
incluso dentro de las mismas familias (como abuelos, padres, o hermanos…) o actores
sociales del barrio.
En efecto, se tomaron en serio la innovación
cuando lograron convencerse de que en la comunidad educativa todos tienen algo que aprender y algo que
compartir para el Bien de todos. Provocando
así una mirada más dinámica de la realidad, menos fragmentaria o estratificada.
Por eso el aporte y la integración de las familias al proceso de transformación
fue vital. Si bien les exigió confianza, la clave estuvo en la preparación del
terreno comunicando estratégicamente los desafíos y oportunidades.
La perseverancia en la formación de los docentes que encabezaron el cambio también es
parte del nuevo paradigma educativo. El compromiso con las modalidades
disruptivas de enseñanza-aprendizaje, no tiene que ver con un esnobismo
vanguardista o el deseo de molestar al docente, sino con el contacto con su
vocación de educador. Allí radica la fuerza del cambio. Sin este elemento no
hay transformación posible, porque es el principio y fundamento desde el que se
puede ser educador, es decir, una persona
siempre aprendiendo y desaprendiendo para mejorar su servicio a la sociedad
desde su llamado original.
El gran tema de la evaluación y los logros no queda por fuera. Se enriquece
enormemente al diversificarse y complejizarse. Los maestros, en vez de estar
calificando agotadoramente la reproducción memorística de contenidos que se
esfuman luego del examen, o la destreza estandarizada de una acción no
significativa para la persona; buscan con esfuerzo y creatividad, ayudar a sus
estudiantes a ser conscientes de su propio aprendizaje del mundo. Al hacerles descubrir
la importancia de los procesos, del gusto por saber lo que les inquieta, de la
relación con el otro para aprender, de la imaginación como herramienta real,
del sentido en la interconexión de los temas, de sus posibilidades para la vida
concreta; los contenidos propios de las evaluaciones de Estado ‘entraron’ como
agua en la esponja, porque no era un porque sí obligado. Para esto fue
necesario que los docentes estuvieran dispuestos a aprender de los intereses curiosos de sus alumnos, perdiendo el miedo a ser evaluados
como ellos evalúan con respuestas de preguntas que nadie hace.
Otra clave de la transformación educativa ha sido la consideración del tiempo en sentido
amplio. Se dijeron: “como no podemos cambiar la escuela de golpe, pero hay que
cambiarla sistémicamente, nos queda asumir el reto de ir por experiencias
pilotos para calibrar el modelo que queremos y necesitamos”. Para ello se requirió de un
tiempo prolongado de preparación del terreno para diseñar el modelo e ir de a
poco formándose en algo que no conocían del todo y se va dando mientras andan.
Al caminar con un paso en la zona de riesgo y otro en la de seguridad, van
comprobando que el cambio funciona. Pero a condición de que se reconozca que el conflicto y el error deben abordarse desde una
perspectiva de fecundidad que demuestre que el fracaso es no aprender de los errores,
no evitarlos por miedo al cambio.
En este sentido
orgánico y procesual del tiempo también comenzaron a reorganizar el esquema
de horarios. En la búsqueda de armonizarse con los ritmos vitales, se
abandonaron los horarios-mosaicos que hacían saltar de una actividad a otra sin
conexión alguna, para pasar a darle su tiempo a ámbitos formativos muy
necesarios. Por ejemplo, un momento para conectarse con el cuerpo, un momento
para lo lúdico, otro para la meditación, otro para el trabajo cooperativo, otro
para alimentarse, otro para descansar, otro para el acompañamiento personal,
otro para las salidas, etc.
¿Cuál es
la diferencia con el esquema tradicional? Que las actividades en el tiempo están diseñadas en función del área
del conocimiento que la enseñanza aprendizaje concretas de los proyectos están
buscando. Se evita la estandarización dando paso a la personalización del
proceso. Es decir, se capitalizan para el objetivo deseado en el día, o la
semana, o el mes, por eso se hace necesario el trabajo reflexivo del equipo
docente que piense cómo alcanzar la meta deseada de manera orgánica. De esta
forma, el conocimiento recupera su fuerza cuando la historia, la geografía, las
lenguas, la matemática, la biología, la química, el arte, el trabajo
colaborativo, el compromiso social, entre otros, van siendo parte de algo más
grande que la materia aislada, para pasar a ser algo de la vida.
Soñar el cambio educativo
“Enseñar exige saber escuchar”
Paulo Freire (1921-1997)
La educación para nuestro siglo quizá deba animarse
a cambiar sus esquemas[4].
No comprando franquicias de modelos hechos, sino trabajando para diseñar un
modelo que inaugure un pacto educativo oportuno a cada realidad, pensando una
nueva estrategia y abandonando lo que no sirve, sin olvidar lo mejor de las
tradiciones educativas históricas,
para no creernos los inventores del agua tibia. En definitiva, dar un paso en
la zona de riesgo y otro en la de seguridad, de forma que nos mantenga siempre
en la tensión de buscar el balance creativo en relación con el contexto desde
el que somos cuestionados.
¿Qué pasaría si
un estudiante llegara a su casa a contarle a su familia lo entusiasmado que
está de aprender algo nuevo para su vida y de cómo en relación con sus
compañeros puede descubrir su propia personalidad, sus gustos, sus deseos, sus anhelos, lo que le cuesta y desafía? ¿O si, a la vez que entiende la necesidad de gestionar
sus emociones, lograra descubrir que es capaz de aportar algo que está discerniendo
para mejorar la situación familiar y la de su barrio?
¿Qué sucedería si
el docente, al vencer sus resistencias, descubriera que lo importante no es lo
que sabe sino lo que testimonia en la sociedad, porque allí radica la
posibilidad de ejercer su vocación de servicio, y el cómo será recordado por aquellos a quienes les entregó horas de su vida?
¿Qué pasaría si
las familias se animaran a apostar más en la formación integral de sus hijos
que en la escuela como fábrica de 'preuniversitarios'? ¿O si apoyaran y se
dejaran apoyar por la escuela cuando más lo necesitan para que se conviertan en
parte del proceso y no en reclamantes espectadores?
¿No sería hermoso
que la escuela estuviera abierta al contexto al que pertenece y en el vaivén de
ir de adentro hacia afuera discerniera la posibilidad de aportar su granito de
arena en la transformación necesaria de la sociedad?
Suena ideal, ¿no? Pues sí, pero si no nos
atrevemos a soñar, nunca lograremos despegar, nunca podremos afrontar ni la
transformación, ni el cambio, ni el
conflicto que conlleva. Porque el deseo sostiene en las dificultades. ¿O acaso no nos cuesta soñar despiertos por
miedo al fracaso de no conseguir la fantasía de la perfección y preferimos quedarnos
al rescoldo inerte de 'lo malo conocido'? Quizá sí, y con derecho.
Pero no tenemos el mismo derecho a privar a las generaciones futuras de un
modelo pedagógico eficaz y sincero con la realidad que nos toca vivir.
La viabilidad de
dicho ideal o, mejor, de esta utópica esperanza queda seguramente opacada por
miles de factores. No es una novedad. Los ministerios de educación y las
políticas educativas de los Estados nacionales muchas veces van por un lado,
los gremios por otro, y la vida en las instituciones por otro completamente
distinto. A su vez, la realidad económica de la educación siempre queda
relegada a intereses más inmediatos y efímeros, y en países envueltos en la
voracidad de la corrupción, se da pie al banquete del desencanto donde se sientan
más de un desilusionado dispuesto a criticar y no cambiar nada.
Sin embargo, hay una
responsabilidad política, cívica y espiritual de quienes participamos del
sistema educativo que llama a trabajar no en la innovación por la innovación
misma, sino por el Bien de todos, y
requiere de mártires concretos, soñadores imbatibles y almas dispuestas a
luchar por una educación distinta y utópica para ser fieles a lo mejor de la humanidad
cuando busca en sí misma el modo de dar respuesta a los desafíos irrenunciables
que la historia le presenta.
[1] Conocido es
el caso de las innovaciones de los
jesuitas en Cataluña
(http://www.fje.edu/es/la-fundacion-jesuitas-educacion) y de otros colegios asociados para el cambio (por ejemplo, la escuela
pública Les Vinyes (http://ielesvinyes.net/centre/), o la privada Sadako (http://escolasadako.cat), por
nombrar algunas). Y del sistema educativo de Finlandia (Las diez claves de
la educación en Finlandia: http://www.aulaplaneta.com/2015/01/22/noticias-sobre-educacion/las-diez-claves-de-la-educacion-en-finlandia/; o este video https://vimeo.com/168216028).
Así como la inmensa red de Fe y Alegría
en América Latina (http://www.feyalegria.org/es) y África (http://edujesuit.org/es/nuestro-equipo/) que trabajan con
creatividad y bajos recursos en contextos de exclusión. O el de la mejor
docente del mundo, la musulmana Hanan Al Hroub (http://aulaplaneta.com/2016/03/17/noticias-sobre-educacion/la-profesora-palestina-hanan-al-hroub-gana-el-global-teacher-prize-por-su-compromiso-educativo-con-la-paz/index.html),
entre otras.
De
esto versaron los encuentros de Barcelona: 2 encuentros y un objetivo: trabajar en red
para la innovación educativa: (http://es.jesuitnetworking.org/2-meetings-and-one-goal-education-networking-for-innovation-and-transformation/)
[2] Animación sintética sobre las
inteligencias múltiples de Howard Gardner: https://www.youtube.com/watch?v=B2CJKLTVQFA
[3] Curso virtual de pedagogía ignaciana
ofrecido por FLACSI para docentes de América Latina: Educación personalizada http://www.pedagogiaignaciana.org/CVPIContenido/Contenidos.aspx?IdContenido=19
[4] Para conocer el cambio educativo propuesto por los
jesuitas catalanes HORIZONTE 2020: http://h2020.fje.edu/es/index.html
Para reflexionar sobre los incidentes críticos en
educación: http://www.critic-share.com
Para compartir experiencias educativas EDUCATE MAGIS:
https://www.educatemagis.org/blogs/encuentros-educativos-de-la-red-internacional-jesuita/
Hola Emmanuel,
ResponderEliminarFelicidades por tu artículo, me ha gustado leerlo y me anima a seguir implicado con más fuerza en trabajar para conseguir una nueva escuela. Una escuela que eduqué no sólo para la sociedad de ahora y el futuro, sino para la que realmente queremos. Me permito también citar a Paulo Freire para remarcar aún más el importante papel, que creo que hemos de tener los docentes en la escuela...
"La Educación no cambia al mundo: cambia a las personas que van a cambiar el mundo." Paulo Freire
Saludos y hasta pronto... ;-)
Manel Sayrach
@msayrach
Manel, muchísimas gracias por tu comentario y por leer el artículo. Para mí ha sido todo un desafío pensar estas cosas de la mano de lo vivido por allá. Gracias por lo que hacen. Sin dudar la sociedad que queremos tendremos que vivirla en la escuela... Abrazo y nos vemos donde Dios diga, saludos por allí!
EliminarEmmanuel
Buenos días Emmanuel:
ResponderEliminarGracias por tus reflexiones que comparto plenamente. Somos conscientes de que la educación está en cambio, lo que no tenemos tan claro es identificar la meta a la que queremos llegar, por eso las reflexiones, encuentros, intercambios, experiencias nos ayudan a ver con un poco más de claridad el futuro que ya es presente. Ha sido un placer conocerte y charlar de lo humano y lo divido. Un abrazo. Cristóbal desde Burgos, España.
Gracias, Cristóbal, por tu comentario! Un gusto haber compartido contigo... Un abrazo grande y mucho ánimo!
EliminarEmmanuel