Por Emmanuel Sicre, SJ
Una de las primeras consideraciones para quien desea una
vida espiritual es saber en qué estado se encuentra. Necesitamos tomar
conciencia de nuestra realidad actual si queremos crecer espiritualmente, es decir,
como personas. Ignacio de Loyola, observador perspicaz del mundo interior,
describe en sus Ejercicios Espirituales la desolación y la
consolación como los dos estados del alma humana en su itinerario espiritual. Y
aún hay más que percibir. Veamos.
Ingresemos con paciencia al monasterio interior de nuestra
vida para ver cómo Dios está trabajando en lo profundo, en lo secreto.
La dialéctica espiritual de consolación y desolación nos
ayuda a detectar las dos primeras posibilidades que podemos distinguir
existencialmente en la vida creyente.
La consolación (C)
¿Viste cuando caes
en la cuenta de que simplemente eres una persona bendecida por todo lo que
estás viviendo? Ok, eso es estar consolado. La consolación es el tiempo en el cual nos sentimos plenos,
dispuestos a amar y servir al caer en la cuenta de la profundidad del amor del
Creador y Señor de la vida. Es el tiempo que siempre el Dios de Jesús quiere
regalarnos, porque es su
modo de comunicarse con nosotros. Es el oficio de
consolar del Resucitado.
A diferencia de estar contentos, se experimenta una alegría interna y un aumento de fe
en la persona de Jesucristo, de esperanza en la realidad y de amor por el mundo.
Lejos de la tranquilidad comprada (y bien cara) de spa, se trata de una paz honda y un equilibrio difíciles de conseguir por nuestros
medios porque son don de Dios. Es el momento en el cual podemos percibir
de cerca el vínculo que nos une a todo y a
todos. Así, la realidad herida se nos presenta como una posibilidad de transformación
desde donde estamos ubicados, porque somos conscientes del valor de cada criatura.
También comprendemos
mejor a los demás, y hasta justificamos sus errores dado que vemos nuestra propia realidad más
honda. Además, se fortalece en
nosotros el sentido de la justicia social al
indignarnos por las inequidades, de la lucha por la dignidad humana de los que sufren al
inquietarnos por hacer algo, de anuncio del Reino al denunciar el mal con
firmeza y ternura; a la vez que deseamos
alabar y bendecir las realidades de Dios. Por eso, es un tiempo lindo para tomar decisiones fuertes, y dejarse
confirmar por la vida en la alegría de la elección hecha de la mano del espíritu
de Dios que danza con nuestros deseos más hondos.
El tiempo tranquilo (TT)
Pero ¿qué sucede cuando la intensidad de dichos sentimientos no es tanta, cuando estoy bien y
listo, sin mucha experiencia sensible de consolación?
Bueno, en realidad se
experimenta algo de todo esto, pero de manera más serena, como de fondo, como
con la sensación de estar sostenidos por Dios desde siempre. A esto le podemos llamar: tiempo tranquilo. Este tiempo es una realidad cristiana de lo más común y regular. Sería una necedad pensar que es una consolación de baja
calidad, o que Dios como nos quiere menos, nos hace sentir menos y a otros más.
Si esto sucede, lo que está pasando es que se desfiguró el rostro de Dios
porque él no da para recibir. A decir verdad, este tiempo, al igual que la
consolación intensa, se trata de un
don de Dios para la vida de todos los días, donde se combina muy bien lo que
somos con las circunstancias que nos tocan vivir.
Podríamos decir que es el
estado existencial propio del cristiano, a quien, de vez en cuando, se le da
sentir con mayor intensidad su vínculo con el Dios de la vida.
La desolación (D)
Pero también sucede todo lo contrario, y a esta
experiencia le llamamos desolación.
Se trata de un momento de oscuridad y sin sentido que Dios permite que vivamos.
Baste notar aquí que la consolación Dios la da porque es
el modo en que se comunica con nosotros, mientras que la desolación sólo la
permite. El Dios de Jesús no se comunica con eventos catastróficos,
desolaciones aplastantes, y enfermedades incurables. Su voluntad nunca es
destruir, sino todo lo contrario. Dios se comunica a pesar de las dificultades
y el sufrimiento, de hecho, los supera sanándolos, redimiéndolos,
resucitándolos, infundiendo consuelo. Él se comunica en y a través de nuestros
dolores. Incluso con su silencio. Es lo que hemos visto hacer a Jesucristo todo
el tiempo.
La desolación es el tiempo cuando nos sentimos permanentemente acosados por la tentación
de claudicar y abandonar todo porque estamos como agobiados, abatidos, rotos. La confusión sobre lo que nos está pasando nos tiene inquietos y no
podemos detener la marea de pensamientos que,
mezclados con las emociones más feas, resultan un combo deprimente. La
desconfianza se apodera de cada una de nuestras apuestas. Comienzan a aparecer palabras como todo, nunca, siempre, que tensan la dialéctica de la vida y no hay términos medios ni matices que valgan. Todo está perdido, siempre lo mismo, a mí nunca... Suele suceder, también, que uno se vuelve perezoso porque no le dan ganas de hacer nada dado que se nos oculta el
sentido de la vida. La amada tristeza visita el corazón poniendo un manto de
nostalgia que nos atrapa en el famoso dicho: “todo pasado fue mejor”. La culpa insana por nuestros fallos nos pesa como un
yunque y nos hace andar encorvados y como sin salida.
Los demás son una amenaza y necesitamos que fracasen para
no sentirnos tan miserables. Vivimos tibios
respecto de los ideales que nos sostuvieron alguna vez y surge una experiencia como
de estar separados y alejados del Creador. Quien resulta casi un
perfecto desconocido. En efecto, es el tiempo de la desmemoria absoluta. Por eso, Ignacio
recomienda nunca cambiar las decisiones importantes que tomamos en la
consolación cuando nos sentimos tan abrumados. En efecto, nos parece que nunca
fuimos consolados en toda nuestra vida.
La sequía espiritual (S)
Sin embargo, ¿qué pasa cuando esta desolación no es tan aguda y simplemente
nos acompaña un tiempo de angustia leve y desazón permanente sin que nos quite
del todo la paciencia? A esto le podemos llamar un
tiempo de sequía espiritual. Al parecer nada brilla,
todo está como normal, sin cambio, chato, deslucido y nos cuesta aletear. De oración ni
hablar. El espíritu parece cera pegada al piso. Inerte, indolente, abúlico,
aburrido.
Si permanecemos allí quizá se nos convierta en nuestra casa
y seamos unos amargados, intolerantes que enjuician todo con su mirada
monolítica y cerrada de la vida y los demás. Quien no hace lo posible por mudarse de la casa de la desolación
terminará siendo un personaje pálido, incapaz de provocar vida, de cara larga y
que da lástima para conseguir autocompasión. Y de a poco se quedará solo, o
simplemente acompañado con los habitantes derrotistas de la casa de la
desolación.
La agitación de espíritus (AE)
Finalmente, ¿es posible que, dado algún momento particular que
estamos atravesando, o incluso dentro de la misma oración, experimentemos un estado
de agitación de espíritus donde
pasamos de la desolación a la consolación como de un momento a otro sin entender
mucho por qué? Sí.
Nos sentimos en una especie de ciclotimia espiritual,
como inestables y un poco
confundidos. Esta agitación es permitida para que el discernimiento
pueda ayudarnos a aclarar lo que estamos viviendo de cara a lo que Dios está
invitando. Aquí hace falta
distinguir más finamente qué cosas me provocan desolación y cuáles consolación.
Habrá las que con mayor notoriedad nos resulten desoladoras y viceversa. Sirve diferenciar
aquí la consolación pasajera de la perdurable. La primera es del mal espíritu
porque es un placebo mentiroso, la segunda es del bueno porque es una medicina
veraz. La agitación de espíritus es un
tiempo apropiado para no dar manotazos de ahogados con la marea revuelta, sino
simplemente flotar con paciencia hasta que llegue el rescate.
¿Y para qué todo esto?
Bueno, para acopiar gozo en la memoria del corazón
durante el momento de la consolación para cuando venga la desolación. Para
saber que no somos los dueños de lo que nos pasa, y sí los responsables de ver
qué hacer con lo que vivimos interiormente. Para dejar de vivir en la fantasía
del castillo de la consolación o en la ingenuidad de casa de la desolación.
Para comprender que la realidad de ser humanos es compleja y necesita de esta
sístole y diástole espiritual que la renueva, la purifica, y la predispone para
acercarse cada vez más al mundo herido y hacer lo que Dios hace: encarnarse,
redimir, sanar y consolar. Para que cuando nuestra fe entre en crisis no la
abandonemos, y le ayudemos a seguir el camino de la maduración que exigen todas
las cosas importantes de nuestra vida. Por último, para que enteramente reconociendo
la vida que se nos regala, podamos ofrecerla en el servicio de amor a los
demás.
Muyyyy bueno!
ResponderEliminarGracias, Marce, un beso!!!
EliminarHoy hay pocas personas que ayuden a discernir, alentar y clarificar Estados interiores, lo considero importante y necesario. Así como el contacto con la propia verdad, conocernos por dentro y discernir a la luz de Dios lo que Él nos dice. Me encantan tus comentarios y la luz que proyectan.
ResponderEliminarHoy hay pocas personas que ayuden a discernir, alentar y clarificar Estados interiores, lo considero importante y necesario. Así como el contacto con la propia verdad, conocernos por dentro y discernir a la luz de Dios lo que Él nos dice. Me encantan tus comentarios y la luz que proyectan.
ResponderEliminarGracias, Pilar, un saludo!
EliminarGracias Emmanuel por compartir tus frutos. Dios te acompañe en tu perseverancia espiritual, comunitaria, apostólica y académica. "Ad Maiorem Dei Gloriam".
ResponderEliminarGracias Carlos, un saludo!
ResponderEliminarGracias por compartir, llega a mi cómo ese rayo de luz en mi caminar a veces entre sombras, pero sigo caminando confiando en quien me sostiene y da su aliento de vida.
ResponderEliminarGracias por el comentario, un abrazo! Saludos!
EliminarTT...es bueno hacer un balance y ver q hubo de todo...pero por suerte en ningún momento lo sentí ausente..es hermoso discernir y valorar las oportunidades q tenemos sin dejarlas pasar..gracias Emmanuel
ResponderEliminarTT...es bueno hacer un balance y ver q hubo de todo...pero por suerte en ningún momento lo sentí ausente..es hermoso discernir y valorar las oportunidades q tenemos sin dejarlas pasar..gracias Emmanuel
ResponderEliminarDe nada, Marta, gracias por tu comentario! Un saludo!
EliminarUn escrito con palabras sencillas y profundas, un gran abrazo, gracias por compartirlo.
ResponderEliminarGracias por clarificar estos estados que a veces nos confunden y nos frustran,la madurez espiritual va pasando por tantos altibajos!!! Necesitamos apoyo para discernir con seguridad tantos escollos que hoy se nos presentan.gracias paz y bien
ResponderEliminarGracias!
EliminarGracias padre por tan buenos comentarios, muy aplicable a nuestra formación y discernimiento diario
ResponderEliminarMe alegro! Muchas gracias por tu comentario. Saludos.
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