domingo, 13 de marzo de 2016

VIVIR ENTRE DOS TRIBUNALES: el de los hombres y el del Dios de Jesús.


Por Emmanuel Sicre, sj

La piedra se lleva en el bolsillo, no en la mano…
 “Pues bien, voy a hacer algo nuevo: ya está en marcha, ¿no lo reconocen?” Is. 43,19

Cuando dice: “El que esté libre de pecado que le arroje la primera piedra” (Jn 8,7), ¿acaso Jesús al no tirar la piedra se hace él también un pecador como los acusadores? Según su indicación él tendría que haber sido el único que podía hacerlo si creemos que él no tiene pecado. Cuestión compleja de ser 100% hombre y 100% Dios. Y sí, Jesucristo se identifica con el pecador porque es hombre y Dios (y no un ‘semidios’ como se suele pensar perdiendo el valor de su humanidad escondida en el cerebro de un ‘dios omnipotnete’). Pero no se identifica con el mal.

Porque el que se siente justo siempre está en el tribunal, refleja la respuesta de Jesús. Y lo que muestra Jesús es que él no es juez, sino defensor del ser humano pecador ante el pecado que le resta dignidad, vida y gozo. Cuando vivimos en el tribunal miramos a todos como por debajo o por arriba de nosotros mismos. Con esta asimetría justificamos hacer lo que se nos monta. Porque los que considero tanto debajo como arriba de mí, no entran en mi mundito donde yo soy juez. Nuestra sociedad nos ha acostumbrado a vivir en el tribunal del juicio a todo y a todos. Y así nos vamos adiestrando a aplicar la ley a troche y moche como si fuéramos los creadores del juicio final.

¿Acaso alguno de nosotros podría acercarse a la presencia de Jesús si lo único que hace es venir al otro con la piedra del juicio condenatorio en la mano? ¿Acaso no es esa la misma piedra que le tiramos al Justo antes de ser crucificado? Claro está, nunca aplicamos el juicio de salvación de quien se equivoca. Tan preparados estamos a tratarnos mal a nosotros mismos que si yo me condeno interiormente, los demás también tienen que ser condenados por mi propia ley y más aún, castigados por sus obras fuera de lugar. Tanto castigarnos nos quedamos con el derecho a castigar a quien no entra en nuestro código legal personal o familiar, olvidando, claro está, de que todos los defectos son iguales.

Jesús restablece el tribunal pero para defendernos del mal que nos amenaza recordándonos que somos imagen y semejanza suya, no para condenarnos por nuestros errores como hace el Mal Espíritu. Quien vive en el tribunal salvador de Jesús logra guardarse la piedra en el bolsillo de su conciencia sabedora de su debilidad. Quien vive en el tribunal salvador del Dios de Jesús, aprende a callarse a tiempo ante el error del hermano porque busca su bien, no el del propio 'ego-juicio'. Quien vive en el tribunal salvador de Jesús dice con Pablo: “lo que antes consideré ganancia, ahora lo tengo por pérdida a causa de Cristo” (Flp 3,7). Quien vive en el tribunal salvador de la Trinidad, comprende que o se deja amar aún en sus fracasos, o seguirá a medias pensando que tiene algún poder sobre los errores de los demás.

Si nos dejamos decir por el Señor: ¿dónde están tus acusadores? (cfr. Jn 8,10)  se nos abrirá el corazón para que echemos de ahí adentro al acusador que llevamos adentro, y venga a nosotros el brote de esperanza que nace del Buen Espíritu siempre dispuesto a enseñarnos cómo es esto del amor a nosotros mismos y entre los que somos hijos de un mismo Padre. 


PD: se cuenta que después de un tiempo la mujer rescatada del pozo y de la pedrada, habló a los de su comunidad y les dijo (Cfr. Flp. 3, 7ss):
 Hermanos: todo aquello que para mí era ganancia, ahora lo considero pérdida por causa de Cristo. Es más, todo lo considero pérdida por razón del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo he perdido todo, y lo tengo por estiércol, a fin de ganar a Cristo mi salvador,  y encontrarme unida a él. No quiero mi propia justicia que procede de la ley y que me hubiese dejado morir por mis errores, sino la que se obtiene mediante la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios, basada en la fe. Lo he perdido todo a fin de conocer a Cristo, experimentar el poder que se manifestó en su resurrección, participar en sus sufrimientos y llegar a ser semejante a él en su muerte. Así espero alcanzar la resurrección de entre los muertos.
No es que ya lo haya conseguido todo, o que ya sea perfecta. Sin embargo, sigo adelante esperando alcanzar aquello para lo cual Cristo Jesús me alcanzó a mí. Hermanos, no pienso que yo misma lo haya logrado ya. Más bien, una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está delante, sigo avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús.

Gracias por ser mis hermanos. 








2 comentarios:

  1. Gracias, Emmanuel, por tu escrito, y por hacernos reflexionar ampliamente sobre la lectura del evangelio de hoy. Una pregunta: ¿Qué es el enano 'hdp'?

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    1. Gracias por el comentario, mi querido! la verdad es que es un poco duro decirlo, pero en términos menos groseros es el enano hijo de su madre... que siempre nos acusa interiormente. ;) Abrazo!

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