domingo, 15 de febrero de 2015

¿CÓMO QUEJARSE MEJOR?


“La queja es una metodología”, me dijo Diego

 Por Emmanuel Sicre, sj

Es posible que a muchos nos pase que la queja nos brota como el sudor en una caminata. Hay de los que se quejan porque los demás se quejan, los que se quejan porque no se quejan suficiente, los que se quejan por todas y cada una de las cosas que le suceden. También están los que tratan de no quejarse, pero no les sale, los que buscan quejarse con creatividad y caen en mal uso del sarcasmo, los que se quejan porque se hace o porque no se hace y los que se quejan porque “si no de qué hablamos”. En fin, un número importante de personas hemos encontrado en la queja un modo de expresión recurrente. (Quizá lo que sorprende más es que haya personas que no se quejen, ¡y las hay!).  

¿Qué puede haber de fondo para que sea tan recurrente quejarse, pero a la vez tan dañino que poco a poco nos va carcomiendo el alma? ¿Será que hay una metodología de la queja que de verdad libere? ¿Es posible quejarse con calidad? ¿Cuál sería la única queja válida?

Las tres escuelas de la queja:

Nuestra cultura mediática (especialmente el acceso masivo a la expresión de la opinión personal de forma pública y libre como son todas las interacciones que tienen la TV, la radio, el periódico, las redes sociales, los blogs, etc.) permite que podamos elevar nuestros descontentos, incluso de manera anónima, para poder decir lo que queremos sin filtros y descargar así nuestra negatividad. Tiene verdaderamente una función de catarsis social muy importante, y de vez en cuando dan luces a muchos desorientados para seguir pensando la realidad. ¿No es acaso genial que hayamos creado esta oportunidad de decir lo que se nos dé la gana contra otro públicamente? ¿Qué tipo de sensibilidad logra forjarnos esta situación respecto de lo que los demás representan para nosotros? ¿En verdad se busca ofender o sólo descargarse?

Pero hay una fuente más originaria de la queja: la familia. ¿Quién no se ha quejado hasta el berrinche de sus padres, hermanos, abuelos y circundantes? ¿Quién no ha dado gritos de desborde ante situaciones difíciles cuando éramos niños o adolescentes? Resulta que la familia es, en la mayoría de los casos, una “escuela de la queja”. Los padres que se quejan del colegio, del país, de los demás familiares, de sus trabajos, de los hijos. Éstos que se quejan de los padres, de los abuelos, de sus hermanos y amigos. En fin, ¿no se trata de todo un entrenamiento en la queja que ha hecho de nosotros personas con una capacidad enorme de encontrar motivos para no estar conformes con la realidad?  

La escuela como institución tampoco queda impune. Los estudiantes aprenden de manera sistemática a quejarse de sus docentes y éstos de sus alumnos. La escuela ha hecho de ambos el pozo de las quejas, y no solo eso, sino que se siente, en no pocas ocasiones, con el derecho de instrumentalizar la queja como mecanismo de control. Entonces, la famosa caja de resonancia social que representa la escuela, ¿por qué resuena tanto en nuestros días? ¿No hay algo que suena raro?

Sin ir más lejos, hasta aquí tenemos un ser completamente formado en las tres mejores “instituciones” que existen para quejarse: los medios, la familia y la escuela.

La queja que libera se llama también queja, pero es de calidad

Pero sería importante preguntarse ¿dónde radica la calidad de una queja? En el efecto que provoca en cada uno de nosotros y en el entorno. ¿A dónde me lleva mi queja? Si es una queja que deja el clima seco y paralizado, si daña al “enemigo”, si es sólo burlesca, si usa el sarcasmo fusilador, si corta el rostro con la lengua hecha un cuchillo y elimina la reciprocidad, si es lanzada como misil y crucifica, si rompe el vínculo sin posibilidad de recuperación, si al otro lo tira al piso impidiéndole levantarse, si deja un gusto amargo y la sensación de ser un quejón infantil y malcriado, si cuando pasa  alberga enojo e ira de querer seguir quejándose, si encierra en la propia autocomplacencia de sentirse mejor que el otro... ¡qué clase de queja es! Es la queja que se sufre, que no elegimos y que nos gana antes de pensarla.  Evidentemente esta es una queja que nos hace “cuerpoespines” y de a poco nadie puede acercársenos. Nos va aislando, nos aleja de los demás y nos convierte en solterones y solteronas intolerantes.
   
Pero cuando sucede lo contrario la queja libera y nos ayuda a llevar las cargas diarias, los pesos de la convivencia con uno mismo, con los demás, con las instituciones. Esta queja usa la fina ironía que se mete creativamente en la contradicción de la realidad y la pone en evidencia con humor. Genera una risa liberadora e invita a la imaginación a divertirse con la exageración de la situación, mostrando que la cuestión podría ser peor. No anula ni niega la realidad difícil, sino que la acoge y no se deja envenenar por ella. Es una queja que a la vez que resulta inteligente, genera un buen ambiente y la comunión de los que viven esa realidad con indignación. Es una queja que invita a no ahogarse en un vaso de agua, porque ha sido objetivada en un espíritu que no se deja ganar por el mal genio. Es espontánea y en el fondo refleja el pesar anhelante que espera que las cosas sean distintas, y por eso nos hace bien. Es la queja de Jesús en Lucas 7, 32 cuando al ver a que la gente de Jerusalén no quiere darse cuenta de la buena noticia, exclama: “Se parecen a los niños: Les tocamos la cítara y no bailaron, les cantamos cantos fúnebres y no lloraron”.

La única queja válida:

Se podría preguntar, yendo más allá, si es que hay una queja válida, justificada, permitida y que no se debe callar.
Y sí, es la de los pobres, excluidos, marginados, enfermos, viudas, abandonados, en fin, aquellos que soportan la crueldad del mundo y el revés de una vida difícil. Es la queja de los que no eligieron quejarse, sino que gritan de dolor porque están oprimidos por dentro o por fuera. Esta es una queja que nos cuestiona y exige liberación. No podemos hacer ojos ciegos ni oídos sordos ante los que sufren el bullying de la vida. Se trata de una queja que nos llama a sumarnos en la lucha por la justicia en el entorno en el que vivimos, a la actitud compasiva y al servicio del hermano que tengo cerca. Para quien se queja de lleno bien le vendría asomarse a la queja de éstos que sí tienen por qué, y aprender con ellos la solidaridad en el dolor

Entonces sí entenderemos la cuestión: no se trata de hacer una apología del status quo, de las cosas como están, para no cambiar nada; sino que hay que ejercitarse en una queja que sea liberadora para todos y cada uno de los seres que habitamos estos días. Se trata de aprender a quejarse bien y mejor.  



4 comentarios:

  1. Hay que liberar...
    Gracias Emmanuel!

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  2. Muy oportuno. En general estoy de acuerdo con todo. Sólo creo que no siempre la queja puede revestirse de ironía puesto que la ironía es un traje corto, provocador como una minifalda, y muchas veces las circunstancias de un problema que suscitan la queja son tantas y tan complejas que la ironía no alcanza a cubrir todo lo que viene puerna arriba con sus matices y contronos. Me encantan por ejemplo los memes, caricaturas y trinos inteligentes, pero incluso estando de acuerdo con su intención y núcleo, siento que merecen a menudo una explicación más seria que le haga justicia a lo que señala ocultando... a lo profundo que hay tras la satira... tras la minfalda.

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  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  4. Muy oportuno. En general estoy de acuerdo con todo. Sólo creo que no siempre la queja puede revestirse de ironía puesto que la ironía es un traje corto, provocador como una minifalda, y muchas veces las circunstancias de un problema que suscitan la queja son tantas y tan complejas que la ironía no alcanza a cubrir todo lo que viene pierna arriba con sus matices y contornos. Me encantan por ejemplo los memes, caricaturas y trinos inteligentes, pero incluso estando de acuerdo con su intención y núcleo, siento que merecen a menudo una explicación más seria que le haga justicia a lo que señala ocultando... a lo profundo que hay tras la sátira... tras la minfalda.

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