miércoles, 25 de febrero de 2015

Silencio y paz…


Medito en lo impotente que uno se siente ante la muerte y lo pequeñas, e inútiles, que son las palabras frente al dolor.

No nos queda nada más que suplicar consuelos que el corazón siempre necesita, mientras la memoria haga la labor de emparchar los agujeros de la ausencia.
Sin embargo, en este momento sólo es importante una cosa: SILENCIO Y PAZ.
Que nada más llene el corazón que ya tanto ha llorado. Es dejar de respirar sollozando para empezar a tomar el aire despacito, es empezar a mirar la naturaleza que nos habla de vida ante tanto dolor por la muerte, es empezar a creer en ese abrazo que vendrá al final cuando todos seamos felices en la casa del Padre.
Es mirar el rostro de Jesús y en él contemplar la vida de los que quedamos, los que nos sentimos solos y desamparados, desesperados ante algo con lo que nada podemos hacer: sólo SILENCIO Y PAZ.
Será empezar a callar las voces violentas que nos susurran al oído y contar con el sonido armonioso del corazón que, de apoco, se va adueñando de sí y se pone a llorar en silencio.
Dios, sin dudas, no quería esto, es la vida la que nos ha jugado una mala pasada.
Hoy es hora de callar y esperar que el recuerdo y el tiempo hagan su trabajo como abejas que, muy despacio, crean una nueva miel para los ojos, para la boca, para los oídos, para el corazón…
Hoy nos queda Silencio y Paz, certeza de que Dios recibe siempre a todos y que lo puso cerca suyo para que de ahora en más nos empiece a bendecir de una manera diferente.
Que el Señor calme esos llantos y que lento reponga las fuerzas, que se adueñe del dolor y lo haga santo respiro de sus llagas.

Que el consuelo que ya está tejiendo el Señor del silencio cubra los días que vienen…

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