Es muy común entre nosotros,
varones y mujeres latinoamericanos, el desprecio por el suelo que nos sostiene.
Más aún, tal vez, en el cono sur. Para
algunos es casi un devenir ingrato del destino haber nacido en estas latitudes.
Sobre todo si nos acercamos a los ambientes intelectuales que pugnan por pensar “a la europea” o “a la norteamericana” borrando rastros autóctonos. Y claro, no se puede culpar a toda una comunidad de pensadores por el sólo hecho de pertenecer a una tradición de desprecios por lo propio. Quizá no sea sólo que la historia oficial no nos contó entre sus vencedores, o ni siquiera nos encontró entres sus tintas, sino que hay algo misterioso, como piensan algunos, en nuestro ser latinoamericano (¡vaya saber Dios qué sea eso!) que está sin digerir.
Sobre todo si nos acercamos a los ambientes intelectuales que pugnan por pensar “a la europea” o “a la norteamericana” borrando rastros autóctonos. Y claro, no se puede culpar a toda una comunidad de pensadores por el sólo hecho de pertenecer a una tradición de desprecios por lo propio. Quizá no sea sólo que la historia oficial no nos contó entre sus vencedores, o ni siquiera nos encontró entres sus tintas, sino que hay algo misterioso, como piensan algunos, en nuestro ser latinoamericano (¡vaya saber Dios qué sea eso!) que está sin digerir.
Sabemos ya de sobra que no pertenecemos al jet-set de Occidente y
que somos muchas veces así como los poco reconocidos “primos del campo”. En el
mundo académico siempre hubo que mirar del otro lado del océano para influir
sobre algunas estructuras. Y hay que reconocer con orgullo que se logró mucho. Es
cierto también que la historia no nos acompañó demasiado. Nuestras malicias han
sido muy debilitadoras. Cada caída ha
significado una fractura muy grande para la vincularidad (hombre-hombre) americana.
En estos tiempos donde las
ideologías se debilitan o se ‘fundamentalizan’ con el fragmentarismo, el
capitalismo consumista se come la razón y la economía globalizada des-dice al
hombre, los latinoamericanos tenemos la posibilidad de ejercer el pensar de
otro modo. Pero pensar
latinoamericanamente es muy difícil. Muy complejo. Requiere demasiada integralidad. Y ese tipo de pensar amanece en pocas almas. Y no por ser
intelectualistas. Todo lo contrario. Pensar en Latinoamérica es distinto (y
más) de lo que aprendimos en la escuela. Pensar
desde aquí es más difícil porque implica todo el hombre, y todos los hombres.
Y lo que aprendimos en la escuela muchas veces es que sólo se piensa con la
cabeza. Aquí pensar es, además de lo que
ya sabemos y adquirimos con tanto esfuerzo, otra cosa. Implica, al menos,
tres instancias:
· Pensar
con otros, vinculadamente. Aquí los buenos proyectos son los de
varios y varias. Y no sólo entre pensadores. Sino entre la gente que goza de la
sabiduría práctica y no desprecia.
· desde lo negado (la aceptación del conjunto que somos, la
muerte, la injusticia social, la inmigración, la paradoja de ser ricos con
pobrezas aplastantes, el resentimiento, la historia, la pobreza, las víctimas,
nuestro mal…) pensar una respuesta que te toque el bolsillo y no sea
superficial.
· Pensar
desde la contingencia. Es cierto que lo racional acompaña el
proceso de todas las dimensiones culturales y humanas, pero no será su último
fundamento. Aquí prima la emergencia
práctica con el padecimiento paciente. Es otro tiempo. Por eso nos queda
chico aquello de izquierdas y derechas, por ejemplo.
Pensar desde esta inconclusa trilogía es una actitud y sabemos, sobradamente, que las
actitudes conllevan conversiones histórico-afectivas a modos distintos de los
que se venían dando. Es una implicancia personal que no logra resolverse desde
la razón y en esto justamente, quizá, nos distinguimos. Desde donde sea que
estemos ubicados y sin creer que hemos resuelto la cuestión podríamos
preguntarnos: ¿pensar
latinoamericanamente?
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