Por Emmanuel Sicre, SJ
¿Has tenido de esos momentos en los que pensás demasiado en algo que hiciste o dejaste de hacer, especialmente, cuando está en juego una cuestión muy personal como tu imagen, tus afectos, o tus relaciones? Tal vez, se trate de un malestar bastante común que podría llamarse el “síndrome de la sábana planchada”.Es como si la mente no tolerara ninguna arruga. Nos
reprochamos, fantaseamos con lo que “hubiera sido mejor hacer”, y llenamos los vacíos
con pensamientos que nos quitan la paz y nos consumen la energía.
Y lo cierto es que la realidad es áspera, con
relieves, con pliegues inevitables. Pero nuestra época pareciera no soportar
que la realidad no fuera lisa como las pantallas de nuestros smartphones,
ni manipulable con edición, ni algorítmica como en las redes.
DOS FORMAS DE CONCIENCIA:
San Ignacio, en sus Ejercicios espirituales [EE
345], nos ofrece algunos criterios para comprender y discernir cuándo la
conciencia se nos vuelve demasiado “delgada” o demasiado “gruesa”.
Imaginemos que la duda de si hicimos algo malo
comienza a inquietarnos al punto de exigirle a nuestra conciencia una resolución
inmediata a si estuvo mal o no para tener la conciencia tranquila o “la sábana
planchada”. Algunas personas responden sobrepensando obsesivamente, y
otras, evadiéndose afectivamente, pero, en ambos casos, el tema sigue
estando como un escrúpulo, una piedra en el zapato.
1. Conciencia "delgada": cuando ser bueno se
vuelve insoportable
Si tenemos una conciencia “delgada”, es decir, me
siento una persona que le gusta hacer las cosas bien, que no deja pasar
fácilmente los errores, cumplidora, que quiere dar lo mejor y se preocupa por
los buenos resultados. Entonces, el mal espíritu la estrechará con medias
verdades hasta asfixiarla, sugiriéndonos, por ejemplo:
· “Fíjate bien
si lo que hiciste fue suficiente”
· “No bajes la guardia, todo tiene que salir bien”
· “Revisa cada detalle, que ahí se juega lo importante”
¿Resultado? querer ser buena persona se convierte en un peso
insoportable dado el perfeccionismo agobiante desde el que me juzgo con
pensamientos condenatorios para “planchar la sábana”. Tarde o temprano, esa rigidez
estalla en forma de ira, arrebatos, mal humor, irritabilidad, desprecio, cansancio,
intolerancia, juicio desmesurado sobre los demás, aislamiento…
¿Te pasa que te exigís tanto que al final no
podés disfrutar de lo bueno que ya hacés?
2. Conciencia "gruesa": cuando nada importa
demasiado
Pero si tenemos una conciencia laxa, es decir, soy
una persona que tiende a dejar pasar los errores propios y ajenos justificándolos
de alguna u otra manera, el mal espíritu agrandará más el marco de
aceptación con verdades a medias, por ejemplo, nos sugiere:
· “No exageres, no es para tanto”.
· “De los errores se aprende, dejalo pasar”.
· “Dios perdona todo, no te preocupes”.
El resultado
es la dejadez: una especie de pereza moral que lleva a no hacerse cargo de casi
nada. Con el tiempo, esto
también daña: se pierde energía y se descuida el propio valor. Entonces, busca
distraerse “escroleando” la vida y decae en la relación con el entorno por su
desgano, su falta de empatía, las comparaciones y los celos, la falta de
compromiso, y así la persona va quedándose sola, aislada o formando tribu con
los que les pasa lo mismo.
¿Te pasa que, por
no querer complicarte, dejás pasar cosas importantes y después te queda una
culpa sorda que tampoco te deja en paz?
Vale decir que estas dos formas de la conciencia pueden
darse en todos los órdenes de la vida o combinarse para algunos ámbitos o
momentos vitales, en una misma persona. Por ejemplo, soy rígido y exigente
con lo que se refiere al comportamiento sexual, deportivo o religioso personal,
y laxo y dejado para lo social, el compromiso ciudadano y la solidaridad con
los pobres. O en mi juventud era más flexible y de grande me puse implacable.
En verdad, lo que tenemos que saber es que el ME, siempre y en cualquier circunstancia, buscará alterar nuestro deseo de bien, desviar nuestra opción fundamental de vida. Y si no lo logra con razones evidentemente malas o juicios falsos, tendrá que ir carcomiendo con razones ambiguas y medias verdades hasta que nos confunda.
El arte de tender la sábana cada día
Ignacio
propone algo muy simple y, a la vez, muy exigente: hacer lo contrario de lo
que sugiere el mal espíritu.
· Si la conciencia se estrecha demasiado, hay que aflojar.
· Si la conciencia se ensancha demasiado, hay que ajustar.
La clave es
buscar el punto medio, ese equilibrio que da paz y nos permite relacionarnos
con lo que somos de una manera justa: ni todo error, ni toda perfección.
Y esto es sostenernos en la tensión que implica vivir de acuerdo al deseo de bien que el Espíritu de Dios siembra en el corazón como una promesa.
Vivir la tensión: un equilibrio dinámico
Vivir en esa tensión es como caminar sobre una soga haciendo
equilibrio. Muchas veces preferiríamos un suelo firme, soluciones definitivas
y certezas que no se muevan, y así no tener que hacer el esfuerzo de sostenernos
-como si pudiéramos delegarlo a una IA.
Y si
queremos evitar las tensiones, terminamos atrapados en el “síndrome de la
sábana planchada”: buscando el control total o escapando de toda
responsabilidad.
En realidad, el discernimiento ignaciano nos invita a otra cosa: habitar sabiamente la tensión. No encerrarnos en extremos, no planchar hasta borrar toda arruga, sino mantenernos en el dinamismo humano, donde se juega la libertad y el amor al que Dios nos invita.
Dios juega a nuestro favor
Hay un alivio a esta tensión: Dios juega a nuestro favor,
se pone de nuestro lado en esta lucha, nos asiste en la conciencia para que comprendamos
las señales y las distingamos; nos susurra a través de personas, de intuiciones
y de ritmos lentos; nos instruye con su Palabra y nos acompaña incansablemente
en la búsqueda de la verdad que brota del amor.
Entonces, el discernimiento no es una lucha contra
nosotros mismos, sino una colaboración con el Espíritu que nos invita a vivir
con mayor libertad, paz y alegría la entrega de cada día.
Una reflexion muy buena, y que me ajudarà a reflexionar. Gracias
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