sábado, 12 de diciembre de 2020

¿CON QUÉ NOS COMPARARÍA JESÚS? (homilía de fin de curso camada 152)

 

"Jesús dijo: ¿Con quién puedo comparar a esta generación? Se parece a esos muchachos que, sentados en la plaza, gritan a los otros: '¡Les tocamos la flauta, y ustedes no bailaron! ¡Entonamos cantos fúnebres, y no lloraron!'. Porque llegó Juan, que no come ni bebe, y ustedes dicen: '¡Ha perdido la cabeza!'. Llegó el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: 'Es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores'. Pero la Sabiduría ha quedado justificada por sus obras". Evangelio según San Mateo 11,16-19.


Homilía a la camada 152


por Emmanuel Sicre, SJ


Si nos dejáramos cuestionar hoy con la misma pregunta que se hace Jesús respecto de la generación de los jefes religiosos de su época, ¿qué comparación deberíamos esperar de su parte? Espero que algo un poco más alentador. H. 


En este pasaje del Evangelio de Mateo nos encontramos con un Jesús que resalta las contradicciones aniñadas, malardas, de las autoridades religiosas de su tiempo porque no les viene bien nada, porque ni la austeridad de Juan Bautista, ni la alegría de Jesús se encuadran en sus esquemas de lo que tiene que ser Dios, viven en el reproche, demandantes y, cerrados a toda novedad, critican absolutamente todo. Se les ha avinagrado el corazón esperando que las cosas sean como ellos quieren. Se trata de un inconformismo insano, quejoso, quisquilloso… que ignora con miopía lo que viene del tiempo, mensajero de Dios. Todo lo contrario al magis de san Ignacio. 


En verdad, el problema de “esta generación” es el problema de todas las generaciones, incluso la de “la generación de la pandemia”: se trata del misterio de la madurez humana, del crecimiento hecho de aceptaciones y renuncias, de búsquedas, de claroscuros, de marchas y contramarchas, de fracasos y de logros, de cruz y resurrección. Ustedes chicos, están invitados a madurar, a crecer, a la sabiduría de este tiempo que les toca. ¿Aceptarán ese reto o preferirán la queja caprichosa? 


El misterio de la madurez humana está en la estabilidad que da saber por qué se vive y por qué se muere. Estos señores a los que compara Jesús viven infantilmente porque no saben lo que quieren, no conocen sus anhelos más profundos y están a merced de sus deseos del momento, de los comentarios de moda, de lo que les gusta más o menos, de lo que se ajusta a la superficie de sí mismos. No han podido ahondar en el misterio de sus vidas y se quedaron “chapoteando en lo pandito”, como se dice en mi pueblo, en vez de bucear en las profundidades de sí mismos, de sus raíces, de la historia, para descubrir lo que Dios está haciendo por nuestro bien.  


Jesús identifica en ellos que lo de Dios no se ha ajustado a sus expectativas y, por eso, el reclamo, el lamento permanente. En el fondo, sienten un derecho adquirido sobre cómo tienen que ser las cosas y, en su lógica, no logran descubrir que la vida es un regalo inmenso, incalculable, desbordante. Se quedan pensando en lo que les deben a ellos, como podría pasarnos en este tiempo en que la pandemia se llevó tantas cosas valiosas para nosotros y no en lo que verdaderamente están recibiendo. No logran sentirse agradecidos porque miran de reojo, desconfiados, como sintiendo que la vida tarde o temprano los va a estafar quitándoles algo de lo que se merecen. Pero, como dice el dicho, “a caballo regalado no se le miran los dientes”. A “caballo regalado” se lo disfruta, se lo aprovecha, se lo anda, se lo comparte y, sobre todo, se lo agradece. Su vida es ese regalo, chicos. 


¿Con qué podrá compararnos Jesús a nosotros hoy? Ojalá con un perfumado naranjo en flor que espera dar frutos durante el frío invierno. Un árbol que no vive el pasado con resentimiento por lo que no fue o con la culpa de lo que no pudo ser. Tampoco que experimenta el futuro con la ambición que nos hace comernos las uñas de ansiedad o el miedo que acobarda nuestras decisiones. 


Sí, chicos, que Jesús vea en nosotros el anhelo de florecer y dar frutos, sobre todo, entre quienes más necesitan en nuestra sociedad. Que nos encuentre, en este maravilloso tiempo que nos toca, sabiendo para qué vivir y para qué morir. Y entonces podrán vivir desde una sabiduría nueva todas las cosas, podrán en todo amar y servir, con la consciencia tranquila de saber que tenemos un Dios que apuesta por nosotros y nos sostiene hasta el final.





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