José Luis Martín Descalzo
Y, cuando Gabriel se marchó,
vino el «Otro», Satanás, y dijo:
«¿Ha de venir el ángel y yo no? Algún día
tendré entre mis manos a tu Hijo. Mis palabras
rodarán hasta Él. Panes o piedras elegirá. ¿Y tú nunca
pasarás por mis manos? ¿Más que el Hijo
has de ser? No, no tiembles. Un ángel soy,
no más. Y, si nada sabes de mí, y si mis manos
no tocaron tu alma,
pura trampa de un Dios tramposo ha sido. Pero
yo estoy en todas partes, y tu obra
se enredará como una red conmigo.
Hoy me trajo no el odio, sino la compasión.
Conozco al hombre. Sé que eres
sólo una mujer. Yo te he mirado dormir
y muchas noches me asomé hasta tu cuna de chiquilla,
oí tu respirar, tus infantiles gritos, hambre de niña,
llanto de niña que se cae, piernas
temblorosas que no saben andar y que tuvieron
que aprender. No eres ciertamente una diosa.
Y el cielo no supo protegerte de la vida.
Y he aquí que ahora, cruel, te va llevando
al dolor, ciegamente, amordazada con tanta infancia,
cual si de un juego se tratara. ¡Tiene
gracia este cielo! ¿Acaso un ángel
es una red de oscuridad y astucia?
¿Se puede así mentir, con un silencio,
callando, callando toda la verdad?
Bendita tú entre todas las mujeres, dice. Habla
de la sombra de Dios. ¿Y por qué calla
todo el dolor, los clavos, las espinas,
por qué camufla
el seco rostro del Omnipotente?
Yo sé Quién es, yo conozco sus cóleras
y ese otro vértigo más asfixiante que llama 'amor'.
¡Ah, los hombres: creéis que Dios es una rebanada
de sol, o unas cucharadas de azúcar!
Mas Dios es el terrible,
entrar en sus alcobas es bajar a la nada,
cruzar el escalón que no tiene regreso. No, no entres,
pequeña, en ese vértigo.
Ser hombre ya es hermoso,
suficientemente hermoso.
El entraría en ti como un relámpago
sin romperte ni mancharte: carbonizándote.
Tú imaginas
que te llamará 'madre' y que eso basta. Pero este
no será un hijo como todos,
nunca podrás estar segura ni de haberlo parido.
Le mirarás crecer como un extraño,
terriblemente grande para haber estado alguna vez en tu seno.
¿Crees que te amará? Seco es Dios y desierto.
El cruzará tus horas como un rayo de sol, sin abrazarte,
dejándote a la noche un hueco en cada esquina.
Y morirá.
Y tú verás su carne
repartida,
cruzada por los odios de los hombres,
goteará su sangre entre aullidos de perros,
mientras sonríen los ministros de Dios junto a su muerte.
¡Ah, un hijo así hay que sacarlo
del pedernal, o construirlo
de uñas de tigre!
¿Por qué tenía Dios que mendigar tu seno?
No entres al juego, niña. Grita
que tú quieres vivir. ¿O tanto orgullo
hay en tu corazón para creerte
capaz? Mira cómo viven los hombres
chupando su pequeña
alegría. Mira cómo tus compañeras entrelazan
juegos y besos. ¿Y tú deberías
tragar el llanto,
sólo para que Él se dé el gusto de ser hombre?
No, no entres, niña, en la trampa de Dios,
sigue,
sigue siendo feliz y humana».
***
María escuchó,
escuchaba con sus catorce años puestos en pie, crecía,
iba creciendo, bebiendo
años, estirando
su corazón
para que hallaran sitio en él todos los dolores.
«Hágase», dijo.
Y comenzó la muerte a afilar sus cuchillos,
y la traición de Judas fue creciendo
y el aire
de Palestina se enamoró del viernes,
y el Varón de dolores se hizo carne en su entraña.