domingo, 5 de diciembre de 2021

DE LA SAGRADA FAMILIA CON UN PRE-ADOLESCENTE

Discurso a los egresados de primaria 2021 

Queridos chicos, queridas familias, querido equipo directivo, educadores, comunidad toda… 



Jesús tenía la edad de ustedes, chicos, se perdió en un viaje con su familia. Recuerdan que él había ido en caravana con sus padres y parientes a Jerusalén para la Pascua y cuando todos vuelven, él se queda sin que sus padres se den cuenta, haciéndolos angustiar porque no lo encontraban. Ellos regresan desesperados a buscarlo y lo encuentran después de 3 días. 3 días!!! ¿Se imaginan los familiares aquí presentes si nos pasara algo de esto?


Siempre me he preguntado qué le habrá pasado a Jesús por la cabeza para tomar esa decisión tan curiosa sin medir las consecuencias. ¿En qué habrá estado pensando mientras se quedó escuchando a los doctores de la Ley cuando enseñaban la catequesis como para no sentirse extrañado sin estar con sus padres? Porque por muy buen alumno que sea, no conozco muchas personas que hayan dejado que toda su familia se fuera para quedarse aprendiendo algo por tres días en el Templo. Y eso que no había play, ni fortnite, ni Instagram, ni Tik Tok, ni nada de esas cosas que usamos ahora como para quedar hipnotizado frente a las pantallas habiendo perdido toda noción del tiempo. Algo le pasaba a Jesús que vive esta situación totalmente nueva para él a sus doce años. 


Y aquí es cuando pienso en ustedes, chicos. Sí, ustedes también vienen viviendo cosas nuevas en este momento de sus vidas: las transformaciones físicas de su cuerpo, la complejidad de algunos sentimientos encontrados como la tristeza de no saber qué me pasa, las exploraciones de nuevos mundos con su imaginación y sus pensamientos, el ir dejando la etapa de la inocencia de hace unos años atrás y sentir que ya no son ni niños ni grandes, las nuevas formas de relacionarse con algunas amistades, los enojos desproporcionados, la sensación de querer estar solo buscando su propio espacio de intimidad, las grandes peleas con los amigos o los familiares, las preguntas difíciles sin muchas respuestas, el darse cuenta de algunos riesgos que los llenan de temores, el deseo de ser más libres de los adultos pero al mismo tiempo la necesidad de ser cuidados, el cuestionarlo casi todo… un poco como Jesús en este episodio. 


Al parecer, Jesús se siente atraído profundamente por lo que escucha de los maestros de la Ley que hablan de las cosas de Dios y descubre que ahí hay algo que le habla de él, de sus intereses más profundos, de su propia identidad. Así como ustedes, Jesús se está dando cuenta de que le pasan cosas nuevas en este momento de su vida, a los 12 años. 


Sin embargo, una cosa es que él se haya quedado asombrado por las cosas de Dios en el Templo y otra que sus padres lo anden buscando desesperados. Los invito a ver ahora a la familia de un Jesús entrando en la pre-adolescencia. 


Sus padres, acostumbrados a un niño obediente, es cierto, algo fuera de la media, pero ciertamente un niño lo que se dice normal, nunca se esperaron que saliera con algo así. Ellos hicieron lo de siempre, caminaron en caravana como cada año para Pascua, iban los primos, los tíos, la parentela y los vecinos, qué podría ser distinto si venimos haciendo lo mismo de todos los años, habrán pensado. Hasta que se dan cuenta de que el niño -que ya no es un niño- no está con ellos. Toman conciencia de que aquello que les era natural que estuviese como adherido a ellos se ha desgajado. ¿Les suena esta sensación papás, mamás? 


Entonces comienzan el camino de descubrir dónde es que se les perdió el niño volviendo sus pasos hacia atrás. Y cuando llegan y lo ven ahí entre los maestros de la Ley preguntando y respondiendo con tanta inteligencia, se les amontonaron en la garganta todas las angustias y se dan cuenta de que Jesús ya no es un niño, ni el bebé dócil e inocente que hace todo lo que le dicen. Se han convertido en padres de un preadolescente, como ustedes, queridos papá y mamá. 


Como es natural, la madre le pregunta al niño, no a los maestros, mientras el padre asiente con silencio compañero, por qué había hecho eso sabiendo que los había angustiado tanto, como diciéndole que no ha pensado en ellos siendo que ellos piensan todo el tiempo en él. Medio como que suponen que Jesús por haberse quedado dejó de pensar en ellos, es un reclamo de amor, pero que desconoce lo que piensa el otro, da por supuesto que ellos sí piensan en él, pero Jesús, no. María y José están desorientados. 


Hasta aquí el paralelismo en algunas situaciones de nuestra vida y la de la Sagrada familia van coincidiendo, ¿no es cierto? Y eso que en el relato no dicen nada de los abuelos de Jesús, Joaquín y Ana, que también habrán tenido su cuota de ayuda en la crianza. Aprovechemos para darles un aplauso a los abuelos, a las abuelas presentes que tanto hacen por nosotros. 


Sigamos. Por ahora, la perplejidad de los adultos era algo lógico por el esfuerzo que suponía darse cuenta de que Jesús ha aparecido bien, sano y salvo, después de 3 días… hasta que llega la respuesta desconcertante del pequeño en el breve diálogo que tiene con sus padres y la sorpresa es mayor aún. 


A la pregunta de su madre de por qué les había hecho esto, Jesús lanza una respuesta inesperada, muy poco improvisada y de un hombre que ya va sabiendo lo que quiere. En el mismo tono de sus padres les devuelve la pregunta casi desafiándolos a dejar de pensar en su angustia y que piensen en que él también tiene cosas de las que ocuparse que son propias de su identidad de Hijo de Dios. “¿No saben que me tengo que ocupar de las cosas de mi Padre?” y “¿Por qué me buscaban?”, les dice. 


El evangelio de Lucas relata que sus padres, María y José, no entendieron lo que les dijo su hijo. Como nos pasa a nosotros, queridos adultos. Tantas veces nos quedamos sin entender los intereses, las palabras, las búsquedas de los chicos que para ellos son importantes, fundamentales, serias. Sepan, chicos, que los adultos aprendemos con ustedes a acompañarlos. Los padres de Jesús en este episodio tan conflictivo de sus vidas empiezan a transitar el paso que va de criar un hijo a acompañar un hijo. Cada quien tiene sus tiempos y sus ritmos, pero lo cierto es que hay un momento en la vida en que la autonomía de los chicos reclama su lugar en medio de una turbulencia de emociones intensificada por un contexto cada vez más vertiginoso y esto nos da temor. En este sentido, ojalá, durante la toda la primaria hayan podido crecer para la secundaria que los espera con los brazos abiertos para seguir dando pasos de mayor conciencia de sí mismos y así orientar sus vidas a la sabiduría y el servicio, tal como Jesús. 


¿Cómo termina el episodio de la Sagrada Familia en Jerusalén? Jesús vuelve con sus padres y sigue sujeto a ellos. Esto significa que la autonomía no supuso que hizo lo que se le dio la gana y se olvidó de su familia, sino que fue un episodio que les ayudó a todos a reorganizar los vínculos familiares de una forma acorde al paso del tiempo. Fue un reacomodo. 


Chicos, dejen que sus familias los acompañen y ayúdenles a que sepan qué necesitan para crecer sanos y seguros, y evitando riesgos inútiles, con diálogo y paciencia. 


Familias y educadores, sigamos confiando en que Dios nos orienta para ayudarlos en sus búsquedas que muchas veces no serán las nuestras, pero aquí está el desafío de amar, aceptar al otro como es con ternura y transparencia. 


María que guardaba todas las cosas en su corazón nos enseñe a todos a saber que el Dios de la historia siempre nos acompaña en nuestros crecimientos. Queridos chicos, buenas vacaciones y buen camino hacia la secundaria. 


¡Muchas gracias! 


P. Emmanuel Sicre, SJ

domingo, 28 de noviembre de 2021

SER ODISEO O SER ORFEO ENTRE LAS SIRENAS, ESA ES LA CUESTIÓN

(Discurso de despedida a la promoción 2021, Colegio Inmaculada)


Queridos chicos, queridos directivos, queridas familias, queridos docentes:

Al comenzar estas palabras quisiera invitarlos a un momento de silencio por tantas pérdidas que hemos vivido en este tiempo, especialmente, la de varios seres queridos que ya no están hoy aquí.

Por momentos impresiona que estemos aquí hoy. Cuántos de ustedes no se imaginaban que estarían sentados a punto de cantar el Dulcísimo hace unos meses atrás y despedirse del “amor que nunca muere”. Cuántos de ustedes, familiares, los vieron crecer y hoy los ven ya convertidos en hombres. Cuántos de ustedes, docentes, los acompañaron en sus aprendizajes académicos y vitales hasta llegar ahora a observarlos cerrando un ciclo tan importante. ¡Cuánto por agradecer!

Me he preguntado muchas veces qué sería oportuno decirles en este momento. Les confieso: yo tampoco me imaginaba estar en esta situación de mi vida. En estas últimas semanas los estuve contemplando más detenidamente, observándolos en las aulas, en las presentaciones de sus intereses con algunas exposiciones, en el recreo, al entrar y al salir del Colegio, especialmente ayer. Con algunos he tenido la oportunidad de conversar más de cerca y hasta de escuchar cuestiones muy profundas de sus vidas cuando compartimos los Ejercicios Espirituales. En esta gimnasia tan ignaciana de contemplar en la acción me vinieron muchas emociones y sentimientos de toda índole, debo reconocerlo. Lo cierto es que de las muchas cosas que me gustaría decirles antes de que tengamos esta última oportunidad, opto por contarles una leyenda. 

Resulta que, en su viaje de regreso a casa, Odiseo, el protagonista de la Odisea, debe sortear una serie de pruebas antes de reencontrase con los suyos en su pueblo natal. Una de esas pruebas consiste en atravesar con su nave y su tripulación el canto de las sirenas. Muchos podrán preguntarse por qué un canto de sirena podría ser tan peligroso. Bueno, escuchemos a la hechicera Circe al darle la instrucción a Odiseo: 

“llegarás primero a las sirenas, que encantan a cuantos hombres van a su encuentro. Aquel que imprudentemente se acerca a ellas y oye su voz, ya no vuelve a ver a su esposa ni a sus hijos pequeñuelos rodeándole, llenos de júbilo, cuando vuelve a sus hogares; sino que le hechizan las sirenas con el sonoro canto, sentadas en una pradera y teniendo a su alrededor un enorme montón de huesos de hombres putrefactos cuya piel se va consumiendo.” (Rapsodia XII) 

La prueba al parecer es más fácil que ganar la Copa América después de 28 años. Sin embargo, su dificultad radica en que no apunta al canto de las sirenas en sí, sino a la seducción del canto y a la fragilidad de los oídos. He aquí el verdadero dilema: la seducción que mata. Por eso Odieseo recibe una consigna que le ayudará a superar la prueba si la cumple: 

“Pasa de largo y tapa las orejas de tus compañeros con cera blanda previamente adelgazada, a fin de que ninguno las oiga; pero si tú desearas oírlas, haz que te aten en la vela de la embarcación de pies y manos, derecho y arrimado a la parte inferior del mástil, y que las sogas se amarren al mismo, y así podrás deleitarte escuchando las sirenas. Y en el caso de que supliques o mandes a los compañeros que te suelten, que te aten con más lazos todavía.” (Rapsodia XII)


La alternativa para zafar no está nada mal. De hecho, la prueba fue superada. Intuyo que incluso nosotros podríamos optar por algo así. ¡Tenemos tantas seducciones contemporáneas a las que resistir, tantos “frutos que envenenan” y no siempre es fácil! El canto de la superficialidad consumista que nos hace creer que todo lo podemos comprar, para aparentar lo que nunca seremos. El susurro hipnotizador de nuestro ego glotón que lo quiere todo, que no está dispuesto a renunciar a nada y muere de ansiedad cada vez que no se lo dan ya. La nota tan afinada de las pantallas que nos seducen con su belleza tecnológica cada vez más adherida a nuestras neuronas ya fatigadas de sinapsis absurdas en búsqueda de sentidos verdaderos que no llegan con un like. La maravillosa voz de la grieta, de la polarización, del etiquetado social y el descarte del otro que nos ubica siempre en la batalla contra lo diferente haciéndonos perder la humanidad que somos para hacernos cada vez más tribales, salvajes, odiadores seriales de todo lo que no está en mi mundito. La sirena constante de politizarlo todo, de mercantilizarlo todo, de futbolizarlo todo. El suave sonido de echarle siempre la culpa al otro, de no poder asumir la autocrítica por miedo a la autodestrucción irresponsable. La fascinante armonía de nuestro individualismo solitario y ciego que cree poderlo todo a cualquier precio. El cadencioso compás de la bravuconería del barrabrava piquetero que atropella la libertad de todos sin importarle más que su deseo de liberación de sus propias impotencias. El ritmo apasionante de nuestras desilusiones proyectadas contra los demás, de nuestros cansancios mal gestionados, de nuestra incapacidad de reconocer límites. La musiquita ritual de los consumos excesivos de sustancias, de videojuegos, de placer, para tapar los vacíos que no nos animamos a enfrentar o asumir. Yo me pregunto: ¿haremos como Ulises para resistir a tan seductores placeres cotidianos magnificados por las plataformas digitales? ¿Nos ataremos al mástil de nuestro autocontrol derruido por las presiones infinitas que nos impone responder a los mandatos sociales de prestigio, poder, riqueza y obscenidad? ¿Seguiremos atravesando los cantos de sirenas actuales con la tripulación sorda y las manos y los pies cada vez más atados? ¿O quedaremos como cadáveres putrefactos en las praderas de las sirenas encantadoras? 

Debo confesar que la estrategia de la sola resistencia me parece un poco pobre para argentinos con tantas oportunidades como las que tenemos nosotros. El inmovilismo no es amigo de la espiritualidad ignaciana, ni mucho menos el quedar atados ante las pruebas o ensordecer a los tripulantes a cambio de sobrevivir. Lo nuestro tiene raíces distintas: Cristo mismo, que no se dejó morir, sino que lo mataron por sostener la convicción de que Dios es amor. 

Por eso, y continuando con la mitología griega, la que me parece más hermosa es la respuesta de Orfeo a las sirenas. Él sí que dio una alternativa más como la que me gustaría que ensayásemos nosotros. Orfeo era un gran músico, tenía una habilidad especial para tañer la lira y toda la mitología lo reconoce como un hombre capaz de crear a través de su música. Tanto es así que logró atravesar el lugar de los muertos con su música para buscar a Eurídice su amada perdida. Aunque, su ansiedad le jugó una mala pasada, pero eso se los cuento en otro momento. Lo que importa ahora es cómo logró superar el canto seductor de las sirenas y no morir en el intento. 

Orfeo sabía, como todos, que el poder encantador del canto de las sirenas era mortal, era un tipo inteligente. Sin embargo, hay que reconocerle que fue más valiente que prudente, confió más en su talento que en las advertencias y se arriesgó. Nos cuenta Apolodoro: 

“Cuando los Argonautas pasaron en su nave por el sitio fatal, las sirenas cantaron para atraerles; pero Orfeo cantó con más dulzura y las eclipsó con los acentos de su lira. Y, como según tenía dispuesto el destino, la vida de las sirenas debía cesar en el momento que alguien escuchara sus cantos sin sentir el hechizo que estos producían, se precipitaron al mar y quedaron convertidas en rocas”. (Apolodoro de Atenas. Biblioteca mitológica, Sigo II A. C)


Esta sí me parece una buena respuesta a las seducciones contemporáneas: crear una alternativa más bella, más atractiva que termine por reducir a piedras “los escollos de esta mar bravía”. En vez de defendernos, pensar, crear, ser libres.
¿Se imaginan si en vez de obsesionarnos por el “qué dirán” que nos tiene esclavizados, les diéramos qué hablar con nuestros gestos de locuras creativas a lo Bielsa devolviéndoles un gol injusto a los contrincantes? ¿Se imaginan si en vez de aprovecharnos de las situaciones de vulnerabilidad de quienes son más frágiles en la sociedad pusiéramos a disposición nuestros talentos para ser todos más fuertes? ¿Se imaginan si en vez de criticar, ningunear, menospreciar pudiésemos ser más hábiles y descubrir que en la fragilidad radica la fortaleza? ¿Se imaginan si en vez de quejarnos por lo que no tenemos, de vivir de la nostalgia por lo perdido, y de dejarle tanto lugar a la ansiedad, saliéramos de nosotros mismos para conseguir lo que deseamos de verdad poniendo esfuerzo y voluntad confiadas en lo mucho que hemos recibido? ¿Se imaginan si creáramos algo más bello que la división social, que la violencia de unos contra otros, que el desprecio por las intenciones de los demás y nos abocáramos a dar la nota porque queremos una sociedad más unida, más fraterna, más humana, capaz de disidencias constructivas? ¿Se imaginan si del oportunismo de quienes no creen en ustedes y los tratan de adictos, de “pobrecitos”, de máquinas de alto rendimiento, de piezas de un mecanismo devastador, hiciéramos una revolución de humanismo, de ternura, de solidaridad y de esperanza nutridas de todo lo vivido aquí? ¿No sería más bello? 

Sí, chicos, ustedes egresan de estos “tutelares muros” habiendo transitado gran parte de sus vidas para ser “hombres para y con los demás”, aún en pandemia, para ser hermanos, ni amos ni esclavos de nadie, ni víctimas ni victimarios de ningún sistema, sino dignos hijos de un Dios compasivo y generoso, capaz de insistir hasta siempre para que seamos buenos de verdad. 

Es cierto, debo reconocer que no siempre como adultos y educadores hemos estado a la altura de lo que ahora les propongo. Perdón en nombre mío y del Colegio por algunos fracasos, por aquello que no nos salió bien, por aquello que podríamos haber hecho mejor y no lo hicimos. 

Sin embargo, quiero que sepan que desde nuestra humanidad frágil y falible hoy les deseamos que sean todo aquello a lo que se sienten llamados en lo más profundo de su corazón. Y también sepan que aquí, en esta comunidad de la Inmaculada, cuando entren al Santuario y la vean a ella recibirlos como siempre, o lleguen a la fuente donde el Sagrado Corazón les ofrece su abrazo, encontrarán un remanso a sus vidas agitadas de tanto navegar entre cantos de sirenas. 

¡Muchas gracias! 


P. Emmanuel Sicre, SJ



jueves, 4 de noviembre de 2021

PARA AMAR

por Emmanuel Sicre, SJ





Para amar a Dios

déjale la iniciativa. No quieras ser mejor que Él. 

No lo busques, permite que te Él encuentre adonde estás ahora. 

Piensa que siempre está más allá de tus errores y fracasos, 

no le pongas condiciones a su amor. 

Evita devolverle tanta bondad cumpliendo obligaciones y deja que te gane siempre. No compitas con su generosidad. Gracias a Él, es una batalla perdida. 

Siéntelo caminando a tu lado durante el día, hablándote en todo lo que te rodea, llegando a todos sin restricciones, incluso a quienes más te cuestan. 

Mira cómo disfruta vivir a tu lado desde que naciste.


Para amar a los demás

Deja que sean como pueden ser, no como te gustaría. 

Agradece que existan, que tengan sueños, búsquedas, anhelos. 

Reconoce sus dones, rescátalos de sus traspiés, juega a su favor, pide tanta fuerza para quererlos cuanto más difícil se torne el vínculo personal y social.  

Contempla sus historias, sus heridas y sus respuestas cotidianas con respeto. 

Corrígelos, si puedes, con amor, sólo con amor. 

Súfrelos con paciencia infinita recordando toda la paciencia que tienen contigo. 


Para amarte a ti

Respira hondo y mira cómo la maravilla de ser creatura suya te ha hecho una persona digna, libre, capaz de amar y de crecer. 

No temas al “sano egoísmo” de pensarte alguien que busca, aún con sus fragilidades, el bien en un mundo roto. 

Contempla tus propios cambios y dales tiempo a los procesos complejos. No corras mucho. Ve al ritmo del Espíritu en ti. 

Agradece ser quien eres, aunque tengas tus conflictos y autoreproches, ámate como puedas, pero ámate. Siempre estarás contigo. 

Abre toda tu mente, todo tu corazón, todo tu espíritu y déjalos así para que escuchen en su intimidad: “Amarás...”






martes, 8 de junio de 2021

Algunas notas sobre el Corpus


Por Emmanuel Sicre, SJ


Perdón porque muchas veces convertimos la comunión en un amuleto

Perdón porque muchas veces juzgamos a los demás por si van o no a comulgar

Perdón porque muchas veces anteponemos nuestro mérito o nuestro pecado a la generosidad de Dios. 


- Estamos en un tiempo especial para reconocer la importancia de este sacramento porque muchos extrañan comulgar, celebrar la Eucaristía, y se les ha hecho necesario postergar hasta cuando puedan. 

- Mientras tanto hemos rezado infinitas veces la "comunión espiritual" asociándonos a quienes no pueden recibirla por diversos motivos. Curiosamente hemos entrado en una comunión más amplia, más austera, más deseada, más consciente. 

- Lo cierto es que esta comunión que tanto deseamos recibir y que ahora no todos pueden en términos físicos, no es que no exista. 

- La comunión ya la hizo Cristo con todos nosotros al tomar su vida, partirla en la cruz y dárnosla sin que nosotros la merezcamos en absoluto. Ni podamos hacer nada para que Dios deje de hacerlo. Porque en ese gesto recibimos la invitación a hacer lo mismo nosotros: tomar la vida, bendecirla, partirla y entregarla. 

- Su pura gratuidad ha decidido quedarse en el gesto del comer y beber juntos para que reconozcamos en ese gesto su presencia HACIENDO, porque es su mayor placer, la comunión entre nosotros. 

- Cuántas veces, por ejemplo, nos quedamos contentos de poder comulgar, pero aún seguimos albergando en nuestro corazón una lógica anti-comunión, anti fraterna que sigue odiando, despreciando, tirando piedras al bando contrario hoy en tiempos de tantas grietas. O cuando anteponemos el sacramento de la reconciliación como un ticket para poder comulgar, como una coronación de nuestros méritos, para que podamos quedar con la consciencia tranquila, pero no abierta a los demás a quienes muchas veces juzgo sin piedad, infravaloro o condeno. 

- Nuestra comunión siempre ha sido incompleta de nuestra parte, no de Dios que ya la realizó para todos nosotros. 

- La comunión, el cuerpo y sangre de Cristo que hoy celebramos es algo mucho más grande. Es el misterio de la unidad total de Dios con los hombres. 

- Venimos de fiesta en fiesta: Pascua, Ascensión, Pentecostés, Trinidad y Corpus. Son un ritmo espiritual en nuestra existencia eclesial y personal que funda la comunidad para ser hermanos y hermanas, no para cumplir con el precepto e incumplir con el amor a todas las criaturas. 

- Estamos en un tiempo especial para pedirle a Dios que nos abra los ojos y los sentidos para ir más allá del pan y el vino encontrarnos con su misterio en el pan y el vino compartidos en la mesa grande de los hermanos y hermanas que estamos llamados a ser.





viernes, 2 de abril de 2021

EL SILENCIO PASCUAL

Por Emmanuel Sicre, SJ

No es difícil experimentar el silencio de Dios en nuestras vidas. Muchas veces nos encontramos con la necesidad de escucharlo, de sentirlo, de recibir su consejo… y nada. Silencio, vacío, aparente mudez, sensación de abandono. Jesús también lo vivió así antes de morir. “Mi alma está muy triste, hasta la muerte…” (Cf. Mt 26, 38) 


El Dios del Génesis que crea con su Palabra, que resuena en los profetas y responde enérgico en los reclamos orantes, el que dispone del tiempo y de la historia, comienza a sumirse en el silencio de la pasión. Cada vez más callado, Jesús, apenas responde, enigmático, contemplativo ante los tribunales humanos. Lo cierto es que, a medida que se acerca al umbral de la muerte, podrá regenerarlo todo de nuevo.

Es por medio de ese silencio pascual que nos va diciendo que se queda en cada realidad para siempre, que permanece silente para percibir con toda su humanidad el dolor de las criaturas, el nuestro, y encontrar en ellas mismas el soplo originario del Dios que les dio la vida con su Palabra. Es decir, se reencuentra consigo mismo que es el Verbo Encarnado.  

Con la Pascua Dios calla para que podamos callar con él, silenciarnos y percibir su “estar llegando” a todas las cosas para sembrarse en ellas. Por eso, el ruido es la negación de que Dios está. El ruido del griterío del pueblo, el ruido de la música atronadora, el ruido en las comunicaciones desencontradas, el ruido de todo lo que condenamos injustamente a sufrir con nuestro estruendo más atroz: el egoísmo endiosante que nos hace creer hijos e hijas únicos y dioses de los demás.

Por el silencio de la Pascua es que somos convertidos en lo contrario de nuestro ego posesivo y endiosado. Se nos transforma en hermanos y hermanas de las criaturas hechas de Dios por el espíritu que Cristo, al descender a nuestros infiernos, sopló en el interior de todo ser para que, como en el camino de gestación, el viacrucis, entráramos a vivir en el útero de Dios. De modo tal que podamos ser dados a luz a la vida de las personas nuevas que buscan la fraternidad y la justicia que solo quienes han sido libres del infierno de su miseria necesitan comunicar a los demás para que gusten de quien salva.

El silencio de Dios en la Pascua es el laboratorio de la Nueva Creación donde se elabora la medicina para nuestras heridas de muerte, donde el aceite del consuelo ha encontrado su textura justa para regenerar el tejido llamado a ser cicatriz en mí y en la sociedad. En ese laboratorio del Silencio Pascual es donde Dios ha definido la misteriosa fórmula de toda felicidad humana: el amor entregado sin condiciones. 

Por eso cada vez que Dios calla nuestra confianza tendría que arder como pasto seco, porque sabe que se han puesto en marcha las transformaciones necesarias para nuestro ser. Si Dios calla, si lo percibimos silente, como distraído de nuestras demandas, estemos en paz porque está trabajando en la carpintería de nuestra intimidad. Quizá por eso de José no conocemos más que su silencio.

El silencio de Dios en la pasión es el silencio que nos visita en nuestras propias pasiones personales y sociales, para que, cuando los efectos de la resurrección lleguen a nuestras vidas, seamos lanzados al mundo cual cupidos, cual sembradores desprevenidos del terreno, pero generosos con la semilla, cual mujer alegre con sus vecinas al encontrar la moneda que se le había perdido.

Hagamos silencio para espiar a Dios librando la lucha por quedarse en nuestra vida para siempre y desplazar el mal que debilita las fibras divinas de las estamos hechos.


¿En qué zonas de mi vida me gustaría escuchar a Dios pero lo siento callado? 

¿Ante qué situaciones no me queda más que el silencio contemplativo que no comprende pero confía?

¿Qué me gustaría oír hacer a Dios en el silencio de mi intimidad y en lo secreto de nuestra sociedad?

domingo, 28 de marzo de 2021

LA DIVISIÓN EN LA IGLESIA y la necesidad del número 3

Cada época deja entrever sus polaridades. Es como si la historia mostrara, cada dos por tres, su dualidad constitutiva. Dualidad que también es antropológica, es decir, nuestra como personas. Pero plantando bandera en el número dos sólo recibiremos nostalgia del uno, porque como dice Marechal: “con el número dos nace la pena”. 

Hoy es época de tiranteces polares muy intensas, cansadoras, preocupantes. Siempre aparecen cuando el materialismo inmediatista toma el control de las conciencias y diseca, en la cultura, su espíritu que es quien reúne lo disperso, quien une la diferencia, quien hace la unidad. Por eso tenemos que pasar al tres (Dios) que es quien hace nuevas todas las cosas con su espíritu.

En la Iglesia también estamos peleándonos fuerte. Y por eso les quiero compartir un texto de Michel de Certeau, SJ (1925-1986), gran pensador del siglo XX que ha puesto mucha luz a la hora de pensar épocas y cosas difíciles. Me encontré hace unos días por casualidad con L’étranger ou l’union dans la différence (1969), un texto bello, hondo, provocador e hice una traducción de un fragmento que sentí que podría ayudarnos a transitar un poco nuestro momento de divisiones. Quizá haya muchas más cosas para leer, incluso en este libro, sobre el tema también, no cesemos de buscar solución al problema. "De qué te sirve tener razón si pierdes la paz", me dijo un viejo sabio, y agregaría: "o pierdes a tu hermano o hermana". 

Realmente me duelen mucho las agresiones de personas dentro de la Iglesia que pierden el control de sus emociones y las lanzan a los demás. Intuyo que estamos todos muy cansados por la cultura que hemos generado, por los cambios que no podemos controlar, por tantas cosas que abruman la mente, secan el corazón y endurecen los puños. Siento que no pensamos, sólo nos defendemos. Tal agresividad no puede sino venir de una vida sin espíritu, sin lugar para el amor de Dios que está esperándonos siempre. 

El mejor remedio para que el espíritu haga su trabajo de unificación es ofrecerle un corazón dispuesto a contemplar su obra, no un ego buscando reafirmarse en sí mismo con comentarios desproporcionados y ofensivos hacia los demás. Hagamos de lo que no nos gusta, nos molesta, nos cuestiona o enoja una posibilidad de encontrarnos con nosotros mismos y con Dios que nos ayudará a comprender mejor y a amar con sabiduría aún en la cruz de nuestras contradicciones humanas. 

Buena lectura y mejor reflexión... 

Emmanuel Sicre, SJ



LA DIVISIÓN EN LA IGLESIA 

Michel de Certeau, SJ 


El cristiano vive de la fe sólo si se convierte en la exigencia de la situación precisa en la que se encuentra, y si se compromete a responder a esta llamada. Al tomar una posición, experimenta de manera irreductible su propia verdad. Su decisión significa una renovación personal y una lectura espiritual del misterio envuelto en los hechos; es conversión e interpretación inseparablemente, porque transforma al creyente en y con su situación. Por tanto, implica, a la vez, una docilidad a la realidad y un cambio en el estado actual de las cosas. Y por ser transformadora, rompe la engañosa tranquilidad de las apariencias, busca bajo equívocos la verdad de las palabras, sacude el orden establecido en nombre de lo que pretende asegurar (el bien común, la igualdad de los ciudadanos, la vida del espíritu).

De esta manera, a veces enciende el fuego y siembra discordia; pero es el sufrimiento del cristiano como el del profeta: "¡Ay de mí, madre mía, que me engendraste hombre de contienda y hombre de discordia para toda la tierra!" (Jr 15,10). ¿Qué apóstol no experimentó el peso intolerable de una misión que suscita discordia para "construir la verdad"? ¿Por qué, entonces, este sufrimiento? En primer lugar, porque se pone en duda en su misma misión. Lo que su gesto significa para él, no lo es para otro católico; no es reconocido por otro testigo del mismo Espíritu; se opone a la decisión de que un hermano, discípulo de Jesucristo, haga su confesión de fe. La hermosa seguridad que animó el celo del apóstol no puede ser alcanzada. Por un lado, se arriesga a buscar un acuerdo en detrimento de lo que fue su experiencia espiritual y, por cobardía, prefiere la seguridad superficial a los caminos de su acceso personal a la verdad. O, por el contrario, ¿rechazará cualquier significado religioso como obstáculo de una concepción católica contraria, para poner toda su confianza en los medios técnicos que le permitirán reducir por la autoridad, disuadir por la razón, u olvidar por temor al adversario cuya pretensión amenaza la suya?


DE LA DIVISIÓN A LA CONVERSIÓN

Rechazar la realidad de una tensión propiamente religiosa es ignorar el choque que significa para el creyente el dinamismo de su fe. El juicio de un católico sobre la decisión de su hermano revela una falla interna en la posición de todos. Lejos de ser un accidente desprovisto de sentido e interés para la fe, o un hecho que simplemente revela la inautenticidad espiritual de uno de los compañeros, o la prueba de que la unidad es ajena a la realidad concreta de la experiencia cristiana, esta división exterior revela en cada uno una división interior.

Y los cristianos emprenden realmente el camino de la unidad cuando cada uno de ellos descubre como problema interior la cuestión planteada por un antagonismo; cuando cada uno discierne, gracias al juicio de los demás, el juicio que el propio progreso de la fe le obliga a emitir sobre sus acciones; cuando vive su desacuerdo con sus hermanos y su lucha interior como el mismo misterio. A partir de entonces, lo que lo separa de su hermano, lo encuentra en sí mismo como una distancia de Dios, ya sea en cuanto reconoce que la verdad que afirma juzga su propia vida, o porque su posición, tomada en nombre de la verdad, exige ir más allá de lo que ya defendía. La división está en él.

Básicamente, es de quien habla Pablo cuando discierne "dos hombres" en él (Rm 7,14-25). Esta lucha interna no se cierra con la fe que justifica, no obstante, escribe a los gálatas: "Porque los malos deseos están en contra del Espíritu, y el Espíritu está en contra de los malos deseos. El uno está en contra de los malos deseos. otros, y por eso ustedes no pueden hacer lo que quisieran". El antagonismo aumenta incluso con la autenticidad de la experiencia espiritual: cuanto más el cristiano se siente personalmente comprometido por la verdad que afirma, más debe confesar también: "No soy veraz”. ¿Y cómo llega a esta nueva confesión de fe sino porque recibe ante Dios, aunque sea de forma indirecta o ignorándolo, el juicio que otros han hecho sobre sus acciones como creyente? 

Así, en su propia vida, los testigos continúan encontrándose con quien juzga sus palabras y desafía de frente sus acciones, desenmascarándolas, hoy como ayer, de sus generosas ideologías y de sus consideraciones generales sobre el cristianismo. El Espíritu, que les da el derecho de juzgar hechos o acciones, los obliga, a través de otros cristianos, a juzgarse a sí mismos. El desacuerdo entre católicos suscitado por la afirmación de su fe los llama a reconocer la solidez de este Evangelio del que dan testimonio, y a discernir en ellos, con la espada del Espíritu, lo que viene de Dios y lo que no es conforme a Él.


DIFERENCIAS Y DISCERNIMIENTO

En la experiencia, el antagonismo surge del testimonio mismo. Es cierto, cada cristiano hace bien en juzgar y tomar partido, incluso en materia religiosa: el derecho de su consciencia está fundado sobre el don del Espíritu que lo envía, por el sacramento de la confirmación, a testimoniar a Dios en actos y en palabras. ¿Pero le asiste la razón para hacer ese juicio y tomar partido por eso? Conforme a su conciencia de cristiano, ¿su decisión en tal sentido es conforme al Espíritu? Y, por otro lado, si no tiene un conocimiento verdadero de los hechos, ¿qué peso puede tener el testimonio apoyado sobre la interpretación que hace? Lo que afirma, ¿se le impone a él en nombre de su fe o en nombre de los hechos?, o de uno u otro lado, ¿qué garantía tiene de no estar en una ilusión?

Por un lado, el testimonio que Jesús puede dar de sí mismo porque él es veraz, ¿cómo podría su discípulo acordar con él? Aquello que Jesús testifica con sus actos humanos, él lo es; es también evidencia de su veracidad. Este no es el caso de un cristiano: aquello de lo que es testigo no es él mismo; él no lo ve, él lo cree. Él no puede identificar la exigencia de su conciencia como derecho de verdad. Entre el Espíritu y la experiencia del creyente hay una brecha: el no-saber de la fe. Pero este no-saber se presenta ante todo como el saber de otro creyente, como la experiencia religiosa sobre la cual otro católico funda su propia decisión. 

Por otro lado, sabe que la manifestación de una conciencia es vana si no va acompañada con los hechos, que el profeta no anuncia a Dios sino aclarando la realidad que, en suma, no alcanza con que uno sea un cruzado, sino que todavía falta batirse delante de Jerusalén y no contra los molinos de viento. Pero, ¿su juicio puede ser tenido como una interpretación exacta de los hechos en los que cree discernir un llamado de Dios? Cuando se designa un contenido religioso no reconocido por los otros, los hechos llegan ya constituidos en las interpretaciones colectivas: así, el latín se inscribe en los hábitos de un medio en función de las convicciones identificando unidad religiosa y uniformidad lingüística; un paro particular es vivido enseguida como un nuevo frente en una lucha centenaria, o bien considerada una ideología sobre la justa causa de la clase oprimida, un programa escolar pone en marcha inmediatamente los sistemas de defensa en torno a la juzgada autonomía indispensable para la enseñanza religiosa, etc. Estas realidades han sido amasadas por las concepciones recibidas, cuando un católico allí descifra un llamado de Dios y una urgencia de su fe. Hay ahí, aún, una brecha entre su accionar y lo que sabe de la situación en la que interviene. Esta brecha le ha sido revelada por un enfrentamiento entre cristianos que ven las cosas de otra manera, que las interpretan y las viven de otro modo, y que, sin embargo, definieron juntos esta realidad siempre postulada, continuamente creada y perdida, progresivamente reconocida y rehecha por los hombres en la sociedad.

Bajo estos aspectos, de una naturaleza bien diversa, la división pone constantemente en la mira la realidad a través de la relación de cada creyente consigo mismo y con los demás. Pero, sea por un desacuerdo entre católicos o por antagonismo interior, esta división inaugura una revisión de vida y un progreso en la verdad. No es negativa, sino como lo es todo trabajo con respecto a lo dado anteriormente, o toda evolución en relación a una etapa pasada. Tampoco se presenta a la manera de un cuerpo extraño o de un desafortunado accidente, como si se tratara de hechos de por sí evitables que permitirían no tomarse en serio las oposiciones. Es un combate espiritual gracias al cual se percibe mejor el sentido del testimonio propio, revela cómo el desequilibrio significa movimiento. La breca que descubre nos enseña quién es aquel al que respondemos efectivamente, y qué dilatación se anuncia en cualquier decisión particular. 

Tal es la unidad que la división misma designa: el futuro está implicado en el presente; lo universal es la ley interna de una postura particular; la fe abre desde adentro aquello en lo que se realiza; la vida del Espíritu, como savia, hace estallar lo que ha formado. En sus decisiones, sus tareas y sus luchas, los creyentes descubren así, poco a poco, las tensiones internas en acción (pero también como un devenir, como progreso o como profundización), la presencia del Verbo que se encarna y la obra del Espíritu que lo manifiesta. 





jueves, 18 de marzo de 2021

LA ESCUCHA DE JOSÉ

Por Emmanuel Sicre, SJ


UNA ESCUCHA HEREDADA

José ha sido un hombre de escucha a la hebrea. Tal como lo indica su linaje, “hijo de David” (Mt 1,16.20) aprendió con su pueblo a escuchar la voz de Dios y se convierte en “la pieza que une el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento” al cumplirse en él “la promesa hecha a David por el profeta Natán (cf. 2 Sam 7)” (Cf. Patris Corde

Con esta palabra comienza la más significativa de las confesiones de fe de Israel: “Shemá [= escucha] Israel, Yahvé Nuestro Dios es un Dios único. Amarás a Yahvé tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas tus fuerzas. Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria, se las inculcarás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado…” (Dt 6,4-8). 

Es el primero de los mandamientos: escuchar. “Shemá Israel”, dice Dios. “Escúchenlo”, dice la voz desde la nube en el episodio de la Trasfiguración (cf. Mt 17,1-8). La fe es un acto de confianza en lo que escuchamos de verdad, porque Dios habla, pronuncia su palabra creadora como en el Génesis. 

Escuchar es un verbo fundamental en la cultura hebrea porque habla de abrir los oídos exteriores, físicos y los interiores y por tanto espirituales. En este sentido, es algo más que dejar entrar las ondas sonoras en el oído, es concentrarse en lo que escuchamos, prestar atención, responder a lo escuchado. Escuchar y hacer son las dos caras de una misma moneda, por eso escuchar sin hacer es no haber escuchado, desobedecer

Dios desea que su pueblo lo escuche: “Ojalá me escucharas, Israel” (Salmo 81,9.14) pero su obstinación provoca el lamento divino: “Pero Israel no escuchó mi voz, no me quiso obedecer” (v.12). No escuchar es desobedecer, es causa de confusión, de equívoco. 

Pero también las personas desean que Dios las escuche. Hay infinidad de pedidos a Dios para que shemá (escuche) las plegarias de su pueblo, de personas en dificultades, de pedidos de auxilio. “Escucha mi oración, Señor, atiende mi súplica” (Sal 86,6), dice David. 

Podríamos decir que este verbo tan esencial de la cultura judía es una muestra clara del diálogo entre Dios y los hombres, es fuente de comunicación mutua. 

José ha sido ese hombre del “shemá” porque ha escuchado lo que Dios le ha dicho en su interior y esta comunicación con Él ha dado forma a su vida.  

ESCUCHAR LOS MENSAJES DE DIOS

De entre todas las voces que José habrá tenido que escuchar ante la misteriosa concepción de su esposa, José escogió la del “Ángel del Señor”. No dejó que lo inesperado, ni lo aparentemente imposible, ni el cuchicheo de los de su pueblo, ni la comprensible desesperación en la huida a Egipto, silenciaran el mensaje de Dios que le ayudaba a cumplir su promesa de haberlo elegido padre de Jesús. 

Si Dios habla y hace con su voz en el relato de la creación del Génesis; José, escucha y hace con su silencio. Es como si su confianza en Dios resultara fecundar su humanidad y convertirlo en un hombre valiente y creativo, que carga con sus temores y avanza en el camino siguiendo el eco de la voz de Dios manifiesta en sus mensajeros los ángeles. José escucha al buen espíritu y le hace caso, historiza las mociones de Dios. 

José es obediente no por sumiso, sino por ser buen escuchador, por asumir la escucha atenta de lo que Dios le dice para su vida y la de su familia. Aquí radica la virtud de su oído en que obedece, es decir, se enfrenta con lo que escucha (ob audire). 

No hace caso a la fuerza o de manera automática como solemos pensar erróneamente el verbo obedecer. Analiza, capta, escucha lo que oye, toma perspectiva, le da aire a la libertad para que la voluntad actúe, es decir, discierne la instrucción que ha comprendido como buena para sí y la ejecuta. No hace sin saber, ciegamente, sabe lo que hace porque oye con sabiduría, confiadamente, con cariño a quien le habla. Esto es continuar la obra redentora de Dios que busca lo mejor para su pueblo. 

¿Qué siento que viene resonando en mi interior como venido del Buen Espíritu? ¿Qué voces me hablan de lo que Dios busca para mi bien y el de mi comunidad? ¿Cómo dejo resonar la invitación que Dios le hace a mi vida en este tiempo? ¿Qué debo discernir según lo que escucho en mi conciencia? 

ESCUCHAR MIENTRAS DORMIMOS

San José durmiente
Rupnik SJ

En las culturas antiguas, mucho antes del psicoanálisis, los sueños han tenido un valor fundamental en la interpretación del misterio de la realidad humana. Para la cultura hebrea también. Muchos episodios relatan cómo Dios habla a través de los sueños y cómo los profetas ayudaban a los reyes a interpretarlos como mensajes divinos en favor de su pueblo o de sí mismos. 

José forma parte de esta tradición de hombres que escuchan (a la hebrea) al ángel del Señor en sus sueños y permite que se manifieste el plan redentor de Dios. Cuatro son los sueños que le indican a José lo que debe hacer en el camino que Dios le propone para que se cumpla su promesa: aceptar a María embarazada del Salvador, huir a Egipto para evitar la matanza de Herodes, regresar a Israel luego del peligro y reorientar el camino hacia el pueblito llamado Nazaret, en Galilea porque en Judea aún reinaba el sucesor de Herodes, Arquelao. (Cf. Mt 1, 20; 2, 13. 19. 22). 

Los sueños son símbolos de lo que no controlamos, de lo que sucede mientras dormimos, mientras nuestras defensas conscientes están descansando, por eso tienen que ver profundamente con lo que somos. En ellos se entrelazan emociones, sentimientos, imágenes, escenas de nuestras vivencias personales internas, sociales, históricas, relacionales, de una manera curiosa que no siempre logramos descifrar del todo. Sin embargo, por absurdas que parezcan nuestras realidades oníricas, siempre liberan un significado de lo que estamos atravesando en ese plano inconsciente al que no tenemos libre acceso. De hecho, los sueños son, de alguna manera, una forma de tomar contacto con lo que desconocemos del modo en que vivimos internamente algo de nuestra intimidad

Dios se manifiesta en todas las cosas nos enseña san Ignacio en la práctica de los Ejercicios Espirituales, también en nuestro mundo onírico. Y, más allá de hacer interpretación de los sueños, lo que sí vale la pena reconocer es que muchas veces Dios se revela también en aquello que nos resulta incomprensible, imposible, desconocido, confuso, pero que tiene que ver con nuestra vida. 

Es sano poder relacionarnos con aquello que vivimos como oculto y misterioso como lugar para la revelación divina. Es cierto que muchas veces lo que no controlamos nos da temor, José lo experimentaba también, dice la Escritura; pero confiaba en Dios, obedecía a la hebrea lo que Dios le sugería en el misterio de sus sueños. 

¿Cómo me relaciono con aquello que no controlo? ¿Qué pasaría si invitara a Dios a pasar a las zonas incomprensibles de mi misterio personal? O mejor aún, ¿cómo me está ayudando Dios a través de lo que vivo como incógnita en mi vida a confiar en su promesa de amor para mí y mis vínculos?  


miércoles, 10 de marzo de 2021

16 CAMINOS HACIA DIOS

 por Emmanuel Sicre, SJ

 
 
1. CAMINO HACIA DIOS: “Lo imposible”
 ¿Por qué no hemos podido lograr la paz en la Tierra? ¿Por qué buscamos muchas veces la felicidad donde finalmente no está? ¿Qué tipo de fragilidad es la nuestra que cuando deseamos hacer lo imposible experimentamos el límite, la frustración? ¿No será que cuando aceptamos que no podemos darnos a nosotros mismos la vida, el amor, la paz, la impotencia nos señala un camino distinto? Así es. Comenzamos a percibir a Dios en su secreto trabajo tras las bambalinas de la existencia. Entonces, se da con mayor claridad que lo imposible para nosotros es posible para Dios. Y no al modo nuestro, sino al suyo que siempre es creativo, hondo, nuevo. Sólo quienes se animen a cosas imposibles, podrán entrar por la puerta del misterio que sostiene nuestras vidas.   
 
2. CAMINO HACIA DIOS: “Las ventanas”
 Muchas veces cuando me encuentro con alguien de manera despejada alcanzo a percibir su ventana interior. Un espacio con ángulos de abertura móviles como librados a la intensidad del viento. Y si me quedo allí, al son de la escucha atenta de su historia, de sus frases, de sus gestos, logro vislumbrar que el buen Dios me saluda haciendo una breve reverencia desde adentro. Dependiendo de las palabras que compartimos y el amor con que son dichas, la ventana se abre más o se entorna.
Debo confesar que, más de una vez, esa ventana del otro ha estado tan abierta que Dios ha salido de allí y me ha acariciado el rostro. Sólo el silencio es testigo de que entonces mi propia ventana se abrió de par en par para abrazar y aceptar las ventanas que somos cada uno con su historia a cuestas.
 
3. CAMINO HACIA DIOS: “La basura”  
 Tan propensos a tirar rápidamente lo que no ya no sirve, lo que estorba, lo descartable, lo desactualizado, convertimos en basura lo que no siempre lo es. La magnitud de los residuos humanos ha alcanzado dimensiones desorbitantes. Y así nos vamos acostumbrando a poblar el mundo de basureros, las calles de exclusiones, la mente de “bienes” de consumo y el corazón de liviandad. Algún día nos sorprenderemos basureando algo valioso no sólo del mundo, sino también de la propia interioridad. Desecharemos la piedra angular.
Quizá la basura pueda hablarnos de aquello que no se consume, ni desaparece, ni caduca tan precipitadamente y de la cual sobreviven muchos pobres dejados a la buena de Dios. La cuestión: aprender a discernir mejor qué desechar y qué conservar para que lo descartado sólo sea lo que no nos lleva a amar lo que Dios ama, y a descubrirlo convertido en el humus del que brotan las flores color justicia.  
 
 
4. CAMINO HACIA DIOS: "Los creyentes"
Cada creyente se parece mucho al dios al cual le ‘reza’. De hecho, a dios-juez, creyente-juez. A dios-castigador, creyente-castigador. A dios-permisivo, creyente laxo. A dios-Ley, creyente legislador. A dios-mágico, creyente iluso. A dios-templo, creyente de sacristía. A dios-sacerdote, creyente clericalista. A dios-sacrificio, creyente negociante. A dios-obsesivo sexual, creyente reprimido. A dios-culposo, creyente culpógeno. A dios-triste, creyente de cara larga. ¡Qué panteón Dios mío!
Pero qué distinto es un creyente alegre, fecundo, audaz, servidor, orante, amigos de los pobres y humildes, libre de estructuras asfixiantes y cuestionador de la sociedad en favor del bien común. Qué lindo es conocer a un creyente amante de conocer más a su Dios, que no condena los errores ajenos porque reconoce su propia debilidad, que no juzga como dueño de la verdad, sino que se declara buscador de ella como todos, capaz de sufrir con el que sufre y gozar desinteresadamente con quien goza, comprometido a amar a todos sin distinción, dispuesto a entregar vida por lo que cree y experimenta en el corazón propio y de su comunidad. ¿Te suena en qué Dios cree alguien así? Sí, el Dios de Jesús.
 
5. CAMINO HACIA DIOS: "Los ateos"
Pocas veces aprendo tanto sobre lo que creo como cuando me encuentro honestamente con quien no comparte mi fe. Es una hermosa oportunidad de redescubrir lo que vivo, el modo de expresarlo y de sentirlo. Dialogar con quien no pareciera haber recibido el don de la fe, pero se hace las preguntas fecundas de toda vida sincera, me conmueve al punto de reconocer que no pude hacer nada para creer en esto que me sostiene y me da vida. No hay méritos.
Quien cree que no cree en Dios -al menos en el de Jesús a quien intento seguir- me obliga, desde su propia experiencia de búsqueda, a conectarme con ese misterio olvidando supuestos. ¿Será en ese encuentro de buscadores donde Dios nos busca y termina por encontrarnos? 
 
6. CAMINO HACIA DIOS: "Las heridas"
Las heridas son puertas entreabiertas al misterio de la vida. Allí donde el dolor abre la carne hay gritos de parto que advierten el deseo de vivir. Cada herida se torna, entonces, el anuncio de una reparación, el deseo de un alivio, la esperanza de una cicatriz. Las heridas de una cruz que Dios no da, sino que ayuda silencioso a cargar, nos revelan el ardiente anhelo de una pascua que nos murmure al oído que las lágrimas limpian los ojos para ver mejor el sentido de nuestra historia magullada.
Cuando las heridas son de muerte, cuando lo que es deja de ser, comienza la nueva vida, esa que verdea en los bordes de la herida y nos regala la esperanza de que posible siempre reescribir la propia historia con el lápiz de Dios.
 
7. CAMINO HACIA DIOS: "Contemplar"
La contemplación del evangelio de Jesús busca ponernos en la escena, meternos allí como uno más del relato porque en ese estar allí con la imaginación es que el Espíritu de Dios hace su trabajo de salvación de nuestra vida. Leer y dejarse llevar…
¿Quién que no contemple a Jesús curando no le quedan curadas también un poco sus heridas? ¿Quién que no contemple el nacimiento de Jesús no queda restablecido al menos en la ternura para consigo y los demás? ¿Quién que no contemple a Jesús anunciando el Reino no queda seducido por su propuesta de paz, amor y justicia universal? ¿Quién que no contemple a Jesús muriendo en cruz no llora con todos los que sufren sus propios sufrimientos? ¿Quién que no contempla al resucitado en su oficio de consolar no queda consolado en lo más profundo de su ser?
Así trabaja la contemplación. En la medida en que nos animamos a abandonar el control sobre la oración, el Espíritu, ayudado por nuestra libertad de entrega a la imaginación, hace su trabajo de cristificación, de hacernos otros Cristos. 
 
8. CAMINO HACIA DIOS: "La seducción"
 Técnica tan antigua como el hombre –por eso también de Dios-, la seducción ha sido reconocida en el mundo espiritual desde siempre. Y es que busca explicar por qué el corazón se inclina a unas cosas y a otras resignando el control y dejándose llevar. Puede que no siempre hacia el bien, he aquí el desafío de discernir cuáles sí y cuáles no.
 Las seducciones de Dios son aquellas que se dan en los desiertos de nuestra vida. En los momentos donde nuestro espíritu se halla solitario y preguntón. En la soledad de nuestro monasterio interior, muchas veces, somos atraídos al recogimiento, al amor gratuito, al silencio cadencioso, a la ternura contemplativa. Allí acunamos nuestros “dialoguitos” con Dios y depositamos nuestros esfuerzos y debilidades. Allí recibimos la fortaleza.  
 Pero también, lejos del embrujo y el hechizo, el Dios de Jesús cautiva al inquietarnos con lo real. Como buen amante, nos inspira en el alma las preguntas que sirven de motor para vivir abiertos al misterio de su presencia en donde menos lo imaginamos. Por eso, somos paradójicamente seducidos tanto a gozar la vida como a entregarla, a vivir como a morir por los demás, a enriquecernos siendo pobres y a esperar detrás de cada cruz una resurrección.
 
 9. CAMINO HACIA DIOS: "Quienes dejaron la fe"
 Las opciones que vemos nos envían mensajes. Muchas veces no sabemos las causas profundas de las decisiones de los demás, sin embargo, nos hacen preguntarnos por las nuestras. He aquí donde quienes abandonaron la fe en Dios, o en Jesús, o en la Iglesia, pueden estar dándonos una dirección para pensar. Reubicados en nuestra propia experiencia, en lo que vamos creyendo y en lo que los demás nos reflejan comienza a emerger dentro un contrapunto: ¿y tú? ¿qué?
Estamos, entonces, ante la posibilidad de indagar sobre nuestra fe. ¿Cómo hacerlo? En soledad, pero acompañada, con hondura pero sin obsesiones, responsables pero sin tragedia, anhelantes pero sin desesperación, en el “aquí y el ahora” de nuestra vida pero con memoria y deseo, con ciencia pero con paciencia de sabios ignorantes, volviendo a los orígenes pero sin nostalgias esclavizantes. Es decir, soportando la tensión que toda realidad compleja merece, evitando los portazos que nos cierran o los cachetazos que nos aíslan. Y aquello que osadamente llamamos Dios se encargará de darnos una respuesta generosa y vital.
  
10. CAMINO HACIA DIOS: "La poesía"
 Las palabras son manifestación del ser humano. Ellas lo dicen, lo cantan, lo expresan, lo soportan, lo fecundan, lo abren, lo crean, lo alimentan, lo relacionan… Cuando esas palabras logran una organización tal, aparece señalado con nitidez el misterio de lo que somos. Se hace visible a nuestros propios ojos el sentido inabarcable. Se oye el fondo de la partitura que nos sostiene entrelazados en esta humanidad terrible y hermosa. Se huele el aroma del tiempo que nos modela. Se toca la llaga que nos avisa el estar vivos.
Pero cuando podemos saborear las palabras y degustar sus matices, emerge la sabiduría que conduce a la fuente de toda posibilidad de existir. La gran poesía se hace carne y nos hace visibles a Dios entre todas las creaturas. De allí toda bendición, toda alabanza, toda expresión de asombro humano ante un Dios mezclado entre nosotros.
 
 11. CAMINO HACIA DIOS: "Lo de abajo"
 Nos acostumbramos a direccionar la vista al cielo cuando buscamos a Dios. Casi todas las tradiciones religiosas, así como un son antropológico, ven en lo alto, en lo inalcanzable, en lo “más allá”, el destello de lo divino. Tantas noches mirando los astros para comunicarnos con el misterio que nos sostiene. Tanto sol que nombra a Dios.
Sin embargo, el Dios de Jesús deja las alturas y baja. Abandona lo abstracto y se concreta. Olvida la sacralidad proyectada e instaura una que, por más humana, más divina de contacto con el amor. Resulta que en Cristo lo sensible se vuelve olfato de sabidurías. Vista aguda de lo oculto que da a luz. Gusto a mesa compartida entre pares. Oído para el grito de quienes, en su debilidad, buscan fortaleza. Tacto de una carne que se vuelve a Dios y nos lleva con él.
 
12. CAMINO HACIA DIOS: "Estar con Él"
 Estar así con Dios desde lo que soy
Tratar de suspender el pensamiento
y dejarlo atado al ingenioso invento
del calendario cuando dice “hoy”.
 
En la quietud plena de ese momento
acoger las huellas de la memoria
que poco a poco dibujan la historia
de lo que se ha grabado con el tiempo.
 
Y no tocar ni diagramar a dónde voy
sino deseando estar a solas donde estoy
Como sin reloj, así, sin movimiento.
 
Y cuando la hora justa haya llegado
Abrazar lo vivido con el amado
Dando paso sincero a lo que siento.
 
13. CAMINO HACIA DIOS: "la privación" 
En la mayoría de las culturas religiosas existen momentos purgativos, de limpieza, de lavaje de aquello que es percibido como suciedad interior, como residual y que debe ser arrojado fuera. De ahí que surjan diversos rituales de purificación que ayudan a renovar los canales de encuentro con la divinidad entendida como luz, pureza, energía positiva, libertad. Y así conseguir la paz interior. 
En el cristianismo el camino de la privación, del ayuno, de la abstinencia suman un elemento realmente enriquecedor. No nos privamos de algo para quedar más limpios y estar en paz solamente, no ayunamos para engrosar nuestra capacidad de resistir, no hacemos abstinencia para demostrar el poder de nuestra voluntad. Sería narcisista. Todo esto lo hacemos para encontrarnos con Cristo en los demás, en especial, con aquellos que hacen ayuno, abstinencia y son privados del alimento diario a causa de la injusticia. De esta manera, libres de lo accesorio y disponibles al sentido profundo, entramos en contacto con el otro desde la humanidad compartida y bendecida por Dios en el despojo de sabernos llamados a una existencia digna que debe llegar a ser percibida por todos sin excepción. 
 
14. CAMINO HACIA DIOS: "El odio"
 Nos estamos acostumbrando a ver el odio como un espectáculo más. Las mediaciones digitales y las manipulaciones ideológicas de turno nos van desvinculando de las verdaderas consecuencias del odio sobre las personas. Se nos va generando una sensibilidad profiláctica, aséptica y disminuida en su capacidad de vivir lo del otro con el otro. Vamos desconociendo la carne de quien sufre por el odio, y nos queda sólo su relato más o menos trágico. Tomamos distancia de los odiados. 
¿Será que pensamos que allí donde hay odio no puede estar lo de Dios? Pero lo cierto es que sí está. ¿Dónde? Padeciéndolo. Ese es el misterio de Cristo: un hombre sin maldad que absorbió en su carne la maldad de quienes lo odiaban para liberarlos de ese cáncer mortal y devolverles con su presencia la certeza de que la salud es posible. Es más, sólo hay que desearla.
 
 15. CAMINO HACIA DIOS: "La música"
 Dios se parece mucho a la música. Es Misterio que reúne los elementos dispersos de nuestra vida creando armonías siempre nuevas. Es Voz que susurra su bondad en el oído del ser humano al punto de dejarlo con ganas de bailar ante su presencia, como David.
Dios se asemeja a la música cuando, al estar con él, el tiempo parece suspendido y, sin embargo, en paralelo, se está tejiendo el ritmo de la historia personal. Esa historia que no puede encontrar sentido si no es en el cadencioso compás del Gran Compositor de melodías. Con esa melodía es que nuestra pequeñez se hace parte del lenguaje común en el que están todos los sonidos que hubo y habrá en el universo entero.
Por eso, es necesario encontrar el tono único con el que damos en la propia armonía en medio de la Creación y dejar que el espíritu de Dios nos impulse a interpretar esa canción que nos hace vibrar en la misma sintonía: ser imagen suya.  
 
16. CAMINO HACIA DIOS: "El desborde" 
Cuando una acción nuestra transforma algo de la realidad de los demás en su favor, dotándolos de un sentido aún mayor del que preveíamos, caemos en la cuenta de un misterioso desborde.
¿Qué es ese plus de sentido que percibimos como un caer en la cuenta de que hay algo más allá de nosotros mismos? ¿Cómo es que la manifestación de este “más” se hace tan clara a los sentidos compartidos por otros y nos llena de alegría? ¿Qué sostiene nuestro compromiso por continuar haciendo aquello que nos llena de un sentido no provocado, sino donado, regalado gratuitamente y sobreabundante? Nos estamos preguntando por el bien inmerecido, desproporcionado, que recibimos de lo que vivimos con pasión.  
Así, cuando el hombre vio que se le da algo mucho más grande de lo que él dio con su accionar, y reconoce que nunca podría pagarlo o devolverlo por sus propios medios; y que, asimismo, desea con todo su ser seguir acrecentado esta experiencia que lo plenifica y lo abre a los demás con su trabajo; se transforma y se encuentra con la revelación gratuita, personal, impredecible, inaplazable, e inolvidable del Dios de Jesús.


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