martes, 28 de mayo de 2019

DISCERNIMIENTO SEXUAL DESDE JESUCRISTO



Criterios para pensar la sexualidad y afectividad desde una perspectiva cristiana

Por Emmanuel Sicre, sj

Cuando estamos en una encrucijada nos viene la clásica pregunta “¿qué hago?”, o ¿qué está bien y qué está mal?” o “¿qué será lo mejor?”. Y pasamos mucho tiempo dándole vueltas en nuestra cabeza. Es este un proceso de discernimiento en el que nos encontramos más de una vez en nuestra vida. Al mismo tiempo, si sumamos la voz de Dios a nuestras reflexiones hacemos un ejercicio de discernimiento espiritual.
¡Cuánto más problemática se vuelve esta pregunta si la enfocamos al tema de la sexualidad y la afectividad! ¿Por qué? Porque esta dimensión humana fundamental y constitutiva no ha sido muy cuidada a lo largo de la historia en casi todos los niveles: biológico y antropológico, emocional y psicológico, intelectual, personal y social, espiritual y religioso. ¿Qué nos pasó para que algo tan importante para la vida se convierta muchas veces en un problema? He aquí una primera intuición: estamos hablando de la vida en su aspecto más dinámico, potente y maravilloso.
¿Qué sucedería si nos dedicamos a explicitar algunos puntos de discernimiento humano-espiritual que nos ayuden a percibir y analizar esta realidad de manera tal que nos permitiera orientar nuestra respuesta a la pregunta "qué hacer con la sexualidad y afectividad" para vivirla más plenamente?  Seguro deberemos revisar algunas precomprensiones y dilucidar por dónde es que se nos cuela el mal espíritu (que sólo busca someternos, esclavizarnos y provocar infelicidad, tanto a nivel personal como colectivo).
RECONOCER EL PROCESO
En primer lugar, hay que reconocer en qué etapa del camino de mi vivencia sobre la propia experiencia sexual y afectiva me encuentro. Tal vez algunos aún no se han preguntado mucho, otros quizá demasiado, habrá quienes ya tienen una larga tradición de terapias sobre el tema, otros que por primera vez se plantean estas cosas en relación con otras dimensiones personales, como la espiritual.
¿Qué significa y qué lugar tiene para mí mi sexualidad? ¿Cómo ha sido mi historia afectivo-sexual? ¿Qué sé, qué me intriga? ¿Qué desconozco aún? ¿Cómo me gustaría vivirla? ¿Qué se me dificulta y es como una cruz? ¿Qué tentaciones vivo? ¿Tiene el Dios de Jesús un lugar en esta dimensión de mi vida?
Es probable que surjan los primeros temores. En este sentido, es necesario desplazar el miedo, para poder pensar y tomar con libertad estas cuestiones, a fin de que ganemos en confianza frente a los posibles tabúes insanos.

ATENDER A LAS VOCES DEL DISCERNIMIENTO
Discernir sobre la vida sexual implica distinguir algunas voces que participan y que casi todos escuchamos en nuestra vida: las voces de cómo me enseñaron -o no- sobre este tema a nivel familiar y escolar; las voces de lo que dice la religión que aprendí; las voces de los medios masivos de comunicación y redes sociales; las voces de las personas que me rodean; las voces del mal espíritu; y por último, notemos la más importante, la voz de mi propia conciencia donde Dios mora y se comunica conmigo de una manera especial.
¿Cómo encontrar en medio de este bullicio de voces aquellos criterios que me ayuden más a vivir mi sexualidad en paz y plenitud? ¿Es tan fácil seguir la voz de la conciencia donde Dios habita cuando la cosa no es tan clara?
En este sentido, es necesario decir que la voz del Espíritu de Dios siempre actúa trayendo serenidad, calma, luz sobre un determinado aspecto en un lento proceso que requiere paciencia. En ella podemos percibir el deseo de claridad, orden y armonía. La voz del Buen Espíritu, cuando hay algo que está desordenado en nuestra vida o demanda mayor transparencia, inquieta de manera suave pero firme e insistentemente, a diferencia de la voz del mal espíritu que remuerde la conciencia dejándola tirada por el piso sin poder levantarse por la culpa o la autoacusación desbordada por lo que hacemos o hicimos.
La del mal espíritu es una voz que acelera, desespera y no deja pensar lo que vivimos interiormente. Entonces, al aumentarnos la velocidad, nos gana a golpes de conclusiones apresuradas y siempre un poco retorcidas e irracionales si nos tocara comunicarlas. La voz del mal espíritu manipula con el secreteo a la conciencia para que nunca busque el aire fresco de quien, al escuchar lo que nos pasa, pueda ayudarnos. Es una voz que nos engaña para que callemos y sintamos la soledad de quien no tiene refugio.
La voz de Dios, en cambio, es sincera con nuestra historia, honesta con lo que vamos siendo y amable con nuestros procesos, para hacernos caer en la cuenta de lo que nos hace más humanos. En este sentido, la voz de Dios nunca es intimista y solitaria, siempre busca el vínculo y lo sana, lo restaura e invita a la comunión y la comunicación con otros. Por eso, cuando encontramos personas en las que confiar sentimos un gran alivio de conversar de nuestras cosas más personales y, aunque que cueste expresarse al principio, una vez que lo logramos, fluye en nosotros el deseo de ser más transparentes y libres. La voz que viene de Dios cuando nos invita a hacernos cargo de nuestra sexualidad y afectividad siempre es oportuna y va lentamente proponiéndonos cómo seguir creciendo. De allí la invitación a que lo que vivimos en este ámbito también sea motivo de comunicación que libera y sana.

ALGUNAS ACTITUDES ANTE LAS VOCES
Por lo general, lo que nos suele pasar es que abandonamos la responsabilidad de escuchar la voz de la conciencia y la ponemos fuera de nosotros. No sólo por pereza, sino porque muchas veces tenemos temor a las consecuencias.
Es el caso de quien, en vez de buscar ayuda en una figura de importancia moral -un sacerdote o religiosa, por ejemplo-, le pregunta qué es lo que está bien o está mal para ver si hay otro que le resuelva el problema del discernimiento propio. O la situación de quienes buscan en un "catecismo" -o sistema regulativo-legal- qué es lo que tienen que hacer como si fuera un recetario de comportamiento seguro. También le pasa a quienes nunca se cuestionan nada porque creen que todo es relativo y da igual, y nadie les puede sugerir ningún límite, ni siquiera ellos mismos y se dejan llevar por el momento al caer en un presentismo sentimentalista y vacío. O quienes creen perder identidad si hablan de sus sentimientos. Por eso actúan de manera individualista y olvidan su entorno. A decir verdad, percibir lo que nos pasa no siempre es fácil, pero lo es cada vez menos si no hacemos el intento de desearlo.
En estos casos lo que está desajustado es la relación consigo mismo y con los demás porque no se puede asumir el discernimiento que conlleva toda decisión importante tomada con responsabilidad. Además, quienes evitan escucharse creen que sus acciones no tienen repercusiones más allá de sí mismos.

¿LA SOCIEDAD EN MI INTIMIDAD?
Habrá quien podrá preguntarse, quizá, qué tiene que ver la sociedad en mi vida íntima. En realidad, nos han hecho creer que la sexualidad es sólo un tema de “intimidad” que no se habla sino es cuando hace falta y bajo un cierto tabú, disfrazado de “respetismo”, difícil de quebrantar. Y lo que la realidad pone en evidencia, a partir de los múltiples círculos en que nos movemos, es que la sexualidad está presente en casi todos los capilares de nuestra cultura, porque forma parte de nuestra vida cotidiana: en las redes sociales, con las amistades, con el humor, con la religión, con la escuela, con las salidas, con la publicidad, la TV, el cine, el arte, el deporte, y un largo etc.
En verdad el tema de la sexualidad no es un tema personal solamente, sino social, y merece atención para que podamos crecer como comunidad humana. Por lo general, lo tratamos de manera privada, pero las consecuencias no son individuales sino públicas y colectivas. O si no ¿por qué se dan tantas heridas en este campo y se resuelven hiriendo a otros por el mismo lugar en que fuimos heridos, haciendo de la convivencia humana un caos? ¿Cuántas heridas sexuales de abusos al otro podrían evitarse si tuviéramos un poco más de apertura para hablar de estas cosas con respeto?

DISCERNIR LA SEXUALIDAD DE CARA A CRISTO
El objetivo de mi discernimiento tiene que ser lo más claro posible: discierno para saber qué hacer, y qué es lo bueno para mí y los demás en este momento de mi vida, de cara al mensaje y la vida del Dios de Jesús. Discierno para encontrar los límites sanos que me resguardan y me cuidan, al mismo tiempo que para destrabar los prejuicios o malas comprensiones que no me llevan a amar más.  
Por eso me tengo que preguntar: ¿para qué quiero pensar, meditar u orar sobre este aspecto de mi vida? Quiero liberarme de culpas malsanas que me torturan para vivir con plenitud mi sexualidad y ser más consciente de lo que hago. O deseo aclararme sobre algunos puntos concretos que me afectan en mi relación con los demás. O tengo que tomar una decisión dentro de mi propio proceso. O quiero sanar ciertas heridas de mi historia que andan dando vueltas. O tal vez, quisiera saber qué es lo mejor en mi relación con otra persona. O bien, me gustaría descubrir lo que Dios quiere de mí en esta dimensión. En fin, cada uno sabrá.
Una vez que se pueda aclarar en dónde me paro en verdad y sin engaños, y cuál es mi deseo, es que puedo continuar con mi discernimiento. NOTA: Es posible que a medida que vaya remando encuentre nuevas perspectivas y luces, que me amplíen la mirada y me ayuden a llegar a un puerto quizá más prometedor y fecundo que aquel al que pretendía llegar. Esa es la aventura de discernir con el Dios de Jesús.  
El criterio para discernir de cara a Cristo lo tiene a él como fundamento. Hay que ponerlo a él en el centro de la mirada y desde allí discernir. ¿Cuál habrá sido la actitud de Jesús respecto de la sexualidad humana? ¿La habrá condenado, despreciado y restringido? Seguramente, no se habrá parecido a la actitud de la religión judía de su tiempo un poco desviada hacia la hipocresía que él mismo ataca. ¿Será que difiere, quizá, de ciertas formas de la religión que a veces da la impresión de pedirme “imposibles”?
La actitud de Jesús es siempre de acogida misericordiosa con la persona que busca honestamente salud, salvación, paz, liberación, esperanza, comunión. Si lo busco también en las zonas incomprendidas de mi sexualidad, seguramente él me dará luces, pero si no lo dejo entrar en contacto con todo lo que soy, el proceso de transformación interior queda disminuido.
Cristo lo único que parece no soportar es la hipocresía, y por eso en los evangelios lo vemos discutiendo tanto con las autoridades religiosas de su época. Su relación con las normas muchas veces es conflictiva porque habían ahogado al ser humano en un esquematismo legal. Por eso, si bien no las contradice en su contenido, lo que hace es ubicarlas en el verdadero plano de aplicabilidad, es decir: estar al servicio de los hombres para encontrarse con Dios.
Jesús quiere que las personas descubran que tienen un Padre Bueno que los ama sin medida, que los quiere felices porque así los creó, y que está dispuesto acompañarlos en sus sufrimientos ofreciéndoles una vida que nadie más podría darles. Jesús nos revela la fascinación de Dios Padre por cada uno de los hombres. De allí su centralidad en la persona humana total. Nunca veremos a Jesús destruyendo la psicología de alguien para que cumpla una norma, todo lo contrario, libera, desata, abre, ubica, confronta, corrige y acompaña. Y esto también sucede en el plano de la vida afectivo-sexual.
¿Será del Dios de Jesús que tengamos que escondernos de la sexualidad y el placer y verlos como pecado si son creación suya? ¿Acaso existe algo en la persona “intrínsecamente malo” para los ojos del Dios de Jesús? ¿Será el Dios de Jesús un ciego que no quiere salvarnos de aquello que nos esclaviza en nuestro comportamiento sexual? ¿Será del Dios de Jesús que vivíamos un cumplimiento sin sentido, o simplemente porque nos dijeron, sin hacer un proceso de reconocimiento personal de lo que significan determinados límites para mi vida? ¿Será del Dios de Jesús que tengamos que vivir una doble moral porque no podemos congeniar nuestra experiencia sexual con lo que proponen ciertas normas sobrevaluadas por algunas psicologías excesivamente rígidas? ¿Será del Dios de Jesús que todo lo que llamamos pecado se ubique de la cintura para abajo sin distinciones? ¿Es acaso el Dios de Jesús un obsesivo sexual que está pendiente de todos mis comportamientos genitales de tal manera que me mira y me acosa? ¿Será el Dios de Jesús un Dios desinteresado de mí y que le da lo mismo lo que haga con mi cuerpo y el de los demás cuando lo tomo como un objeto de mi placer egoísta? ¿Será el Dios de Jesús permisivo y hedonista que no asume el dolor y el fracaso humanos? ¿Será el Dios de Jesús un juez condenador que anda persiguiéndome para que haga sacrificios de modo que no se enoje conmigo? Al parecer este no es el Dios de Jesús, debe ser otro diosito rebajado.
Quizá alguno piense que estamos haciendo una apología del libertinaje sexual. No hace falta, eso ya lo han hecho otros. Lo que queremos poner en el centro es la pregunta por el discernimiento de la vida afectivo-sexual de cara a Jesús.

LAS CONSECUENCIAS DE NO DISCERNIR
En efecto, no intentamos dar respuestas a las cuestiones personales, sino abrir el abanico para que el discernimiento sexual-espiritual forme parte de las preguntas de la vida de los jóvenes -y por qué no de algunos adultos-, y no que las consecuencias decidan sobre la vida personal como sucede cuando los embarazos indeseados interrumpen procesos de madurez en la adolescencia –en especial de las niñas-, o cuando la cantidad de anticonceptivos y el látex trastocan el sistema sexual, o cuando los heridos sexuales llegan a los cargos públicos para tomar revancha, o cuando la ignorancia o el morbo de algunos perturba la psicología de los más jóvenes en la confesión, o cuando se destrozan las vidas de quienes continúan aquí y otras de quienes Dios recibe con amor allá luego de un aborto, o cuando sólo se considera pecaminoso lo que tiene que ver con el comportamiento sexual y se olvidan los compromisos sociales y políticos para con el bien común que son un omisión cristiana grave, o cuando la pornografía resuelve la soledad y da un modo erotizado de relacionarse con las personas, o cuando las miles de formas de abuso que un varón o una mujer ejercen terminan por desconocer el amor gratuito y desinteresado. Cada quien podrá continuar la lista.
Si no ponemos en la mesa las cartas de este ámbito vital para la comunidad de creyentes, tendremos que sufrir las consecuencias de la rigidez de algunas catequesis basadas sólo en reglas y no en la vida de las personas de cara a Jesús, de una Iglesia jueza de las decisiones que no toma, de unos proyectos de vida truncados, de unos sacerdotes y monjas mal formados, de unos docentes indiferentes, de una sociedad traidora de las conciencias, de unos machismos inadecuados, de unas enfermedades esterilizantes para el mundo, de una educación sexual genitalista y cientificista separada del ser humano integral, de un patrón de conducta animalizado y poco pensante, de unas conciencias retorcidas y culpógenas que sólo ven pecado en lo sexual, de unos inconscientes entretenidos con sus fantasías reprimidas, de unas paternidades irresponsables y unos hijos sorpresa, de una ignorancia atroz en el manejo de las emociones que provocan desastres familiares, y lo que es peor, de personas que se las arreglan como pueden sin esperar vivir en este ámbito la plenitud gozosa y fecunda que el Dios de Jesús quiere para cada uno de nosotros, en cada etapa de nuestra vida.