viernes, 31 de julio de 2020

“¿A QUÉ SE DEDICAN LOS JESUITAS?”

 

“La Compañía de Jesús no está centrada sobre sí misma; nuestro progreso y el del cuerpo que formamos no tienen el centro de gravedad en sí mismos, sino en el corazón del mundo, donde trabajamos en la viña de Cristo nuestro Señor. Estamos hechos para salir de nosotros mismos, para ser enviados”.

André de Jaer, SJ

 

Por Emmanuel Sicre, SJ

 

Muchas veces a los jesuitas nos cuesta responder a esta pregunta. Creo que se debe a que casi 500 años de historia no se pueden resumir en un párrafo. Me propongo hacer el intento de explicar la dificultad de la respuesta.

 

Partamos desde el principio. ¿Cuál es el deseo de Ignacio, primero, y de los primeros jesuitas, luego? “Ayudar a las almas”. Así lo había formulado ya en su Autobiografía (Nº 11) cuando, siendo joven –cerca de los 30 años-, intuyó profundamente el Misterio de Dios en su vida y en la vida del mundo.

Lo cierto es que el objetivo para el que existen los jesuitas desde el principio de todo, esto es desde 1540 que fue aprobada la Compañía, y sigue hasta nuestros días, es para ayudar a todas las personas a encontrarse con el Dios de Jesús, que se hace perceptible en la experiencia de los Ejercicios Espirituales, para trabajar junto a él por todas las criaturas
.

 

¿CÓMO LO HACEN?

En primer lugar, formando un cuerpo –de sacerdotes y hermanos- de vida en común, una comunidad al servicio de la Iglesia, con reglas, criterios, principios, estructuras, votos de pobreza, castidad y obediencia, que les permitan lograr lo mejor posible aquello a lo sienten que Dios los invita.

En segundo lugar, poniéndose a disposición del Papa para que los envíe a la frontera –geográfica, existencial, intelectual, espiritual, etc.- donde más haga falta. Y por eso, tienen un voto especial de obediencia respecto de las misiones que les pida. Aquí es donde está el fundamento de su acción apostólica, en lo que el Papa les encargue.

En tercer lugar, formándose –espíritu, cuerpo y mente- durante muchos años para llevar a cabo las exigencias de la misión en un mundo muy diverso y complejo.

Por último, invitando a quienes deseen a trabajar por la misión de Cristo de en el mundo: que todos, y en especial quienes más sufren, puedan vivir desde su dignidad de hijos e hijas de Dios.

 

¿Y EN QUÉ TRABAJAN LOS JESUITAS?

Bueno, llegamos a la complejidad de la respuesta. Algunos criterios con que san Ignacio orienta a los jesuitas muestran una gran anchura y son ofrecidos para discernir, orar y reflexionar dónde, cómo y cuándo llevar a cabo la misión de “mayor servicio divino y bien universal” que la Iglesia les pide a través del Papa.

Los jesuitas serán enviados a aquella parte de “la viña del Señor”:

-       que TIENE MÁS NECESIDAD;

-       donde MÁS SE FRUCTIFICARÁ;

-       donde hay MAYOR DEUDA de la Compañía;

-       donde se EXTIENDA EL BIEN A MUCHOS OTROS;

Además, han de preferirse:

-       las cosas ESPIRITUALES… de MAYOR PERFECCIÓN… en sí MEJORES;

-       las cosas MÁS URGENTES;

-       las cosas MÁS SEGURAS;

-       las ocupaciones de MÁS UNIVERSAL BIEN.

Hasta aquí algunos criterios –los más esenciales[1]- que muestran no sólo que las dedicaciones de los jesuitas abarcan, desde sus inicios, muchas posibilidades que deben comprenderse en el marco general donde se inspiran: las Constituciones; sino que también es posible ver cómo Ignacio confía plenamente en sus hermanos y les da una gran libertad de iniciativa.

 

¿Y EN LA ACTUALIDAD? Las tensiones del discernimiento

Ahora bien, a partir del Concilio Vaticano II (1962-1965) los jesuitas, junto a toda la Iglesia, debieron actualizar sus opciones apostólicas para ser fieles a lo que el Papa les pedía para la evangelización en el contexto de un mundo cada vez más cambiante y complejizado que necesitaba de un anuncio y un testimonio del Reino renovados. Durante esta época, al Padre General Pedro Arrupe SJ le tocó poner al día a toda la Compañía.

Fue un tiempo de muchísimos cambios y de grandes tensiones para todos en la Iglesia. Y como es lógico, hubo resistencias, osadías y búsquedas, que con los años fueron tomando distintas concreciones. La forma de sintetizar la actualización para la Compañía de Jesús fue y es el servicio de la fe y la promoción de la justicia evangélica que reconcilia a los hombres con Dios, con la Creación y entre sí.

Hoy por hoy, la misión de los jesuitas, asumiendo los criterios que Ignacio dispuso, vive su misión de “ayudar a las almas” entre tensiones vitales que la mantienen en constante dinamismo al buscar lo que el Espíritu de Dios le suscita, lo que su tradición le enseña y lo que los desafíos del mundo le proponen para el servicio de la Iglesia[2]. Algunas de esas tensiones podrían expresarse así:

-       entre los apostolados tradicionales (los colegios, por ejemplo) y los innovadores (el SJR –Servicio Jesuita a Refugiados), 

-       entre la fidelidad al carisma original expuesto en las Constituciones y Normas Complementarias y el descubrimiento de nuevas formas apostólicas que inspira el Espíritu en un sin fin de lugares. 

-       entre la identidad cristiana católica y las demás formas de fes o increencias con las que trabajan por pedido del Papa ayudándole en el diálogo ecuménico o interreligioso. 

-       entre la preparación sólida para la misión (largos años de estudio y ciencia) y la urgencia de las demandas apostólicas (sobre todo en zonas de conflicto armado, por ejemplo). 

-       entre los apostolados con los pobres (el trabajo por la justicia que brota de la fe en contextos de desigualdad) y con otras condiciones sociales (por ejemplo, entre personas influyentes de la cultura o la política). 

-       entre las misiones con grandes estructuras institucionales que requieren más estabilidad y permanencia del jesuita (como una universidad) y las más pequeñas y flexibles que piden movilidad y dispersión (las misiones populares o la pastoral juvenil).

-       entre los apostolados que cuidan la identidad local (por ejemplo, parroquias en comunidades indígenas) y los que exigen una identidad más global (por ejemplo, en las editoriales y agencias de comunicación o en ecología integral). 

-       entre los apostolados ad intra de la Iglesia y los ad extra (como el trabajo por los DDHH o en organismos internacionales). 

-       entre las obras que son dirigidas por jesuitas y dependen de la Compañía y las que son dirigidas por laicas/os u otros religiosos/as o no dependen de los jesuitas.  

-       Entre ser pobres, castos y obedientes y disponer de los recursos que sean necesarios para la misión, gestionar los vínculos y la soledad, y responder a los superiores con libertad de espíritu.

En una sociedad cada vez más polarizada, la tentación será reducirse superficialmente en uno de los polos de la tensión, sin asumir la versatilidad, la movilidad y el dinamismo propio que Ignacio imprimió al cuerpo de la Compañía que formaron junto a sus compañeros para “el servicio de las almas”[3]. En este sentido, como decía el Padre Arrupe, ningún ministerio o apostolado está fuera de la órbita del servicio de la Compañía a la Iglesia y al mundo.[4]   

Cada jesuita y también la gran familia de quienes comparten el carisma ignaciano tienen el deber de discernir estas tensiones, para responder a lo que Dios quiere que hagamos para colaborar en su misión de ser puentes en un mundo roto.

Con todo, es posible de hablar de apostolados específicos en tanto tareas encomendadas (la parroquia tal, alguna revista, una radio) y de dimensiones de cada apostolado (como son las dimensiones misionera, de diálogo interreligioso, de encuentro ecuménico, educativa, intelectual, social, comunicacional, espiritual, etc.).

Cada apostolado busca irradiar esa magnanimidad del deseo que Dios puso en el corazón de la Compañía de integrar lo diverso, de ampliar lo estrecho, de acortar distancias y contemplar también en la acción cómo Dios está reconciliando toda realidad con él.

Estas dedicaciones de los jesuitas a lo largo de la historia no han estado exentas de dificultades, errores, marchas y contramarchas, ajustes, precisiones, renuncias, tensiones y, sobre todo, mucha pasión. En fin, lo propio de un cuerpo vivo que busca responder con libertad espiritual y responsabilidad madura a la ayuda que los distintos Papas le han pedido.

En este sentido, muchas veces y desde sus orígenes, los jesuitas han sido acusados –cuando no, exterminados- desde los dos extremos por distintos sectores: de dogmáticos unas veces y de relativistas otras, de conservadores y de progresistas, de comunistas y de liberales. Así como de demasiado abiertos para unas cosas y cerrados para otras, de muy explícitos en el anuncio de Jesús en algunos lugares y de demasiado humanos y poco “divinos” en otros, de muy acomodaticios al poder o de muy arriesgados al criticarlo denunciando injusticias, de poco católicos y más protestantes.

En fin, lo cierto es que todas estas percepciones, desde distintas voces de la sociedad, muestran que la diversidad de la Compañía y su modo de insertarse en la realidad en su trabajo por el Reino no suelen dejar indiferente a quienes conocen a los jesuitas. Signo este del deseo de ser, a pesar de su condición de pecadores, comprometidos, libres y fieles al carisma de Ignacio para la Iglesia y el mundo.

 

¿CUÁLES SON LAS PREFERENCIAS APOSTÓLICAS DE ESTE TIEMPO PARA LOS JESUITAS Y LAS PERSONAS QUE TRABAJAN DESDE EL CARISMA IGNACIANO?


Te invito a ver este video y enterarte de lo último en lo que andan los jesuitas: https://jesuits.global/es/sobre-nosotros/preferencias-apostolicas-universales

 

 



[1] Respecto de los demás, San Ignacio propone algo muy de su estilo: grandes criterios para cosas concretas, por ejemplo: la presteza con la que enviar a alguien y la seguridad de que quienes vayan harán lo que se les pide; la selección adecuada entre la tarea (más espiritual, o más intelectual, o más discreta, o más difícil, o que requiere más fuerza física) y las personas a quienes se la encomienda; los destinatarios de la misión (creyentes o no) y los jesuitas que se puedan adecuar a un contexto determinado del mundo; la alegría con la que el jesuita recibirá la misión como si Dios mismo se la diera y la responsabilidad para cumplirla; el ir adonde otros no puedan o no quieran ir y el hacer el bien a quienes más bien pueden hacer a los demás en determinado contexto; influir en los influyentes y atender a quienes necesiten caridad; cuidar las obras propias sin desoír las ajenas; hacer las cosas de mayor bien universal discerniendo cuáles van primero y cuáles después según convenga al mayor servicio de las almas; la diversidad de tareas y la mezcla y complementariedad de los compañeros para el pastoreo, la vida común y el crecimiento mutuo, prestando atención a la ayuda entre sí cuando uno tiene más experiencia que el otro, o es más animado y otro más circunspecto; el modo de enviar a los jesuitas y las instrucciones precisas para que puedan dar más ejemplo al lugar adonde vayan; el tiempo que deben permanecer en relación con la tarea que van a hacer, sin desatender qué hacer si hay accidentes; las mudanzas de un lugar a otro y la presentación del sentir cuando es contrario a lo que se le pide prohibiendo acudir a palancas de influencia.  

[2] El padre Arrupe lo expresaba así: “El jesuita, al querer vivir esos elementos generadores de una tensión, ya llevada por san Ignacio a fórmulas de equilibrio dinámicamente estable, advierte que el equilibro tiende fácilmente hacerse inestable o aun a romperse. Obligado a restablecer el equilibrio, no le queda sino recurrir al mismo procedimiento con que lo consiguió san Ignacio, es a saber, o profundizando en los elementos en tensión de tal modo que lleguen a ser no elementos contrapuestos, sino interpenetrados, o, a veces, reduciéndolos a un principio de orden superior, en el que la tensión desaparece por reducirse a un valor único nuevo más elevado. En la tensión, por ejemplo, entre oración-acción, amenazado el equilibrio por la acentuación de la acción, para que pudiera en nuestros días darse mayor relieve en aras de un activismo de resultados inmediatos, se llegaría a restablecer el equilibrio con el ahondar en la significación, estima y práctica de la oración, de modo que se llegue al “contemplativus in accionis”, al punto en que la oración y la acción se compenetren en una “vida activa superior”, al buscar a “Dios en todo”, en el que tanto la acción como la oración se reducen a un continuo estar en Dios, al que se percibe presente en una y en otra. (Arrupe, La misión apostólica, clave del carisma Ignaciano)

 

[3] “Tenemos dificultades con las ambigüedades y las áreas grises de la realidad. Debido a que estamos capacitados para un compromiso total, proyectamos fácilmente la verdad total sobre cualquier compromiso al que nos sentimos llamados, y nos volvemos ciegos a los matices, las ambigüedades e incluso las contradicciones de una cosmovisión “en blanco y negro”. (Adolfo Nicolás, ex padre General)

 

[4] Dice el P. Decloux: “Si la Compañía de Jesús no se define por un trabajo determinado, al servicio de un país u otro, de una u otra clase social, es porque se dedica por entero al servicio del sacerdocio de Jesús, según la dimensión universal, que reviste su ministerio. De ahí nace la diversidad, tan sorprendente, de los compromisos apostólicos asumidos por los jesuitas; de ahí brota el impulso misionero tan impresionante, que, desde sus comienzos y a lo largo de toda su historia, atraviesa a la Compañía de Jesús”.

 

miércoles, 15 de julio de 2020

¿QUÉ HACER CON LA PASTORAL EDUCATIVA EN CUARENTENA?

 

Tres elementos para un discernimiento que nos ayude a responder al desafío que nos toca

 

Por Emmanuel Sicre, SJ[1]

Podríamos comenzar la reflexión haciéndonos esta pregunta como punto de partida: ¿Qué hacer con lo que no podemos elegir? Ciertamente, no pudimos prever ni anticiparnos demasiado a la complejidad que se nos impuso casi de un día para el otro. Este tiempo de pandemia nos redujo de una manera drástica el margen de alternativas para responder al reto de educar.

Por eso: ¿qué hace un corazón ignaciano con lo que no puede elegir? Tres respuestas. La primera respuesta es lo posible, lo que está nuestro alcance, lo que nuestras fuerzas, inteligencias y disposiciones puedan porque lo imposible deberemos dejárselo a Dios. La segunda es afrontarlo con realismo y valentía como intuyo que se ha hecho hasta ahora en la mayoría de los centros educativos. Y la tercera, discernir.

A esta última respuesta me gustaría ofrecerle tres elementos para el discernimiento de este tiempo: una clave, una certeza y una actitud.

UNA CLAVE: AGRADECER

Me pregunto por dónde empezar este discernimiento teniendo en cuenta que llevamos ya un buen rato desde que comenzaron las medidas de bioseguridad. El primer paso creo que es agradecer todo lo que se ha podido hacer. Y agradecer es más que felicitarnos, más que haber aprobado o sacar una buena calificación en la resolución de conflictos. Agradecer nos ubica en un plano distinto: el del reconocimiento del bien recibido y que nunca podría haberse conseguido individualmente. Entonces, primero, agradecer lo que vivimos, aunque suene paradójico.

Seguramente, no ha sido sencillo para nadie en la comunidad educativa, por ejemplo y en el mejor de los casos, transferirse a la modalidad virtual. Tampoco el tener que descubrirse haciendo tantas cosas nuevas, resolviendo situaciones que nos superan, acompañando procesos a distancia y sin la preparación adecuada. No ha sido fácil permanecer en casa, soportar las tensiones de las convivencias y el exceso de asuntos pendientes, aceptar las renuncias que conlleva la pandemia, postergar el placer de encontrarnos con los afectos, tener que dejar para otro momento tantas ilusiones, deseos, planes. En muchos casos las dificultades económicas han despertado escenarios realmente duros en las familias. Y la escuela, como ha podido, siguió funcionando. Entonces, lo primero, es agradecer los muchísimos esfuerzos que supone esta “nueva normalidad” a cada una de las personas (estudiantes, docentes, familias, autoridades, personal en general de las instituciones), a las estructuras, a los medios y a los recursos. En fin, agradecer donde estamos aún en pie.  

¿Por qué agradecer en medio de la dificultad? Bueno, porque el agradecimiento descansa, anima, abre los ojos, expande, dilata el corazón y le muestra una perspectiva renovada de la realidad de siempre. Necesitamos agradecer lo que vamos descubriendo en este tiempo como valioso y, por tanto, como sagrado.

Los testimonios de muchas personas de las comunidades educativas rescatan, en primer lugar, los vínculos, las amistades, los afectos. Quizá nunca hayamos tenido tanta conciencia de lo importante que son en nuestras vidas como ahora que no podemos vernos, que no podemos tomar contacto ni saludarnos en los pasillos cada día, ni encontrarnos en los espacios comunes de la sala de docentes o el salón de clase, ni compartir el abrazo que tanta falta nos hace. El confinamiento nos demuestra que estamos constituidos de vínculos que nos sostienen en comunión más allá de todo.

En efecto, las renuncias abren espacio a la pregunta por el sentido de muchas cosas que dábamos por normales, comunes, dadas.

Sería un muy buen ejercicio preguntarnos ¿por qué aquello que extrañamos y deseamos que vuelva a nuestras vidas es tan significativo? Y dejar que el corazón hable, se exprese y manifieste la hondura que lleva al misterio de las cosas sagradas que nos sostienen.

 

UNA CERTEZA: DIOS ESTÁ TRABAJANDO EN ESTE TIEMPO

El ejercicio de agradecer ojalá nos ayude a caer en la cuenta de que el Dios de Jesús está trabajando por cada quien donde sea que se encuentre hoy.

Dios está trabajando artesanalmente en lo oculto de nuestras historias personales, en lo secreto de nuestras conciencias, en las renuncias cotidianas; también en una nueva sensibilidad frente a la vida, la salud, el cuidado, la Creación. Del mismo modo, se nota la asistencia del Buen Espíritu en nuestras creatividades desplegadas a través de muchísimas formas de respuesta a las exigencias de las eventuales ydesafiantes rutinas que nos impuso la pandemia.

Además, podemos percibir su labor en las nuevas formas de presencias mediatizadas por las pantallas, pero intencionadas realmente con el corazón, la mente y el espíritu de quienes están de un lado y del otro. Estamos aprendiendo, por contraste, qué significa la presencia física del otro/a sus gestos, su aroma, su color, su voz, su aura que señala su estar con vida frente a mí.

Finalmente, esta certeza del trabajo de Dios guarda una esperanza. En efecto, podemos reconocer que el trabajo de Dios en cada una de nuestras vidas, en la de las instituciones y en la de la historia humana nos está preparando para lo que viene. ¿Quién sabe si lo que se está gestando en las entrañas de este tiempo no nos sirva para lo que nos toque vivir en un futuro? No tenemos mucha idea de qué se trata, ni nos es posible profetizar demasiado sobre lo que pasará. Incluso, podríamos pensar que volveremos a lo mismo de siempre, pero algo se está transformado en nuestras relaciones humanas con el mundo y debemos prestar atención a cómo Dios se cuela en los entresijos de la realidad.

Lo cierto es que el porvenir no pareciera ser muy fácil, sin embargo, debemos confiar, siguiendo la lógica providente de Dios, en que lo que estemos viviendo hoy nos prepara para el mañana. Dios siempre está trabajando por el bien de sus hijos e hijas aún en la cruz. Desde ahí deberemos darnos a la tarea de luchar contra las tentaciones propias de toda resistencia sabiendo que no estamos solos/as y que toda prueba conlleva una misión.   

 

UNA ACTITUD: SUMARNOS A LO QUE JESÚS HARÍA EN ESTE TIEMPO

El tercer elemento del discernimiento quizá pueda nacer naturalmente después de ejercitarnos en la gratitud y la confianza: la actitud de sumarnos a lo que Jesús haría en este tiempo.

Una de las primeras cosas que podríamos contemplarle hacer es acercarse buscando sostenernos. Jesús se solidariza con nuestros cansancios, con nuestras angustias, con el dolor, la impotencia, las sensaciones de hastío. En fin, cumple su promesa y está con nosotros. Y una de las características propias del modo de Jesús es que lo hace de manera personal. 

Paradójicamente, esta pandemia nos ha permitido entrar en una relaciónmás personalizada en muchos casos. Ahora nuestras casas y recursos personales se convirtieron en espacios e instrumentos pedagógicos con los que antes no contábamos porque estábamos en la escuela. Aquí hay una nueva presencia, una nueva cercanía al contexto del otro –sea estudiante o docente- que me revela cómo relacionarme de una manera más pertinente y humana.

Esta misteriosa cercanía a la que nos invita el “quédate en casa” puede ser evangélica si logramos profundizar el interés por el otro, la otra. Quizá sea un tiempo donde podamos ayudarnos mutuamente a sostenernos, a aproximarnos y ser un canal de alivio, aún en la distancia física. Porque quizá esto nos ayude a comprender que la distancia no es sólo una cuestión de extensión en el espacio –lejanía, sino de una intensión en el tiempo: la “projimidad”, el hacerme samaritano/a.

En este sentido, podríamos acrecentar el sentimiento de comunidad tan hondo que vivieron los primeros creyentes en Jesús. Las comunidades cristianas nacientes experimentaron relaciones de cercanía en medio de pruebas muy difíciles, de persecuciones agobiantes, de asedios en muchos niveles (político, religioso, etc.), pero se mantenían unidas en la oración, en la solidaridad, en el compartir gracias al cultivo sostenido de la paciencia. ¿Podrá ser un testimonio para nosotros hoy?

La actitud de cercanía personalizada de Jesús nos lleva también a ponernos, como pastoralistas, en el lugar del otro y asumir la pregunta de Jesús al ciego Bartimeo: ¿qué quieres que haga por ti?” (Mc 10, 51) Quizá sea oportuno preguntarles a los/las estudiantes: ¿cómo podría ayudarte a cuidar tu fe? ¿qué puedo hacer personal e institucionalmente para que estemos atentos a cuidar la dimensión espiritual? Creo que podríamos llevarnos una sorpresa muy linda al escuchar sus respuestas. Incluso encontraríamos pistas para saber qué hacer cuando vemos cómo nuestras planificaciones volaron por el aire.

Esto puede ayudarnos a “medir” la clave pastoral de nuestros colegios, que no es sólo el contenido religioso, sino que es la misión evangelizadora que atraviesa todos los niveles y estructuras de la institución. En esta prueba que vivimos vamos a necesitar que todo el colegio sea un mensaje evangélico, no sólo con la solidaridad ad extra que siempre ha sido una característica constitutiva de nuestro modo de proceder, sino ad intra también en el modo de acompañar a las familias y docentes más afectados de la comunidad. 

En este sentido, la mirada atenta de la Pastoral puede librarnos de la tentación de sobrecargar espacios ya demasiado saturados, buscando todo lo contrario, ser alivio, consuelo, canal de ayuda, tal como lo hace Dios en este tiempo y encontrar las píldoras necesarias para fortalecer Su presencia constante en los pequeños gestos de proximidad significativa que Él mismo nos inspire.



[1]Texto publicado en la Revista Aurora. Voces jesuitas sobre la pandemia. N 6.

 https://jesuitas.lat/es/noticias/2168-revista-aurora-vol-6-educ-ando