Sobre las superficialidades de la derecha y de la
izquierda católicas.
Por Emmanuel
Sicre, sj
Cuando se destrabó la causa de
canonización de Monseñor Romero hace unos años de la mano de Benedicto, y
cuando se aceleró gracias a Francisco hasta llegar al 23 de mayo de 2015,
comenzaron a desfilar los fantasmas del pasado.
Las dos piernas con las que camina la
Iglesia se debatían haber quién había dado el primer paso. Si la “izquierda” reivindicaba su postura de
una Iglesia dedicada a los pobres amparada por el testimonio del gran Romero
como si fueran los únicos, o si la “derecha”
concedía el permiso de subirlo a los altares dado que, siendo uno de ellos, ya
lo habían purgado de su supuesta vinculación con las teologías de la Liberación
de su último tiempo. ¿Cómo se puede
manipular así lo que Dios hizo en la vida de un hombre de esta talla?
La cuestión pone de manifiesto, una vez
más, la dualidad que desde sus orígenes hubo en la Iglesia Católica. En verdad,
más que de una dualidad se trata de los
dos extremos de tensión donde se ubican las innumerables pluralidades del
cristianismo. Esta riqueza de experiencias creyentes es la que los medios
de comunicación fotografían, pero en sus polos de oposición para vender su
producto: el conflicto que separa.
Los católicos despistados terminan asumiendo, así, una postura no personal,
sino mediática, frívola y suavizada de Romero.
Lo triste es que la beatificación de Romero
sirva para poner de manifiesto esta superficialidad de los católicos de “derecha”
y de los de “izquierda”, frente a un fenómeno que tiene una significación
desbordante de sentido. ¿Cuándo entenderemos que el testimonio de un santo es
algo radical?
A los de “izquierda”, como caricatura de la
polaridad, san Romero les sirve para
desempolvar sus ideologías, para retomar sus discursos oxidados, para olvidar
el tiempo y volver a cargar las tintas contra una Iglesia que, con derecho
o no, puede no gustarles. La “izquierda” hace, con ayuda de la hipérbole, del
mártir Romero un personaje equiparable al Che
Guevara. ¡Lamentable!
A la “derecha”, por
su parte, como la otra polaridad de esta caricatura, el beato les sirve para acusar a los de la izquierda de haberlo hecho
uno de los suyos, les sirve para atacar al Papa Francisco por sus supuestas
ideas sospechosas de estar demasiado con los pobres, para atrincherarse
esperando que esta “reforma” se acabe tarde o temprano. La “derecha” hace de Romero un ser voluble que, como se llegó a
decir cuando se encontraron en su biblioteca con libros de la Teología de la Liberación,
“que los tenía pero nunca los leyó”. ¡Lamentable!
Es evidente que, como sostiene Sobrino, no
hace falta beatificar a Romero porque el pueblo ya lo hizo desde el momento en
que una bala injusta le robaba la vida. Pero hoy la Iglesia ha dado el paso
de asumir a este hombre como un mártir de la fe en una época terrible no muy
distinta a la nuestra que también mata cristianos, y lo que hacen los católicos “ilustrados” es dedicarse a ver quién ocultó
más el proceso, o “limpiar” de ideologías el prontuario del santo.
Y resulta que Romero celebra con los
pobres de Jesús que el Evangelio haya sido una buena noticia de esperanza, en
una historia marcada por la sangre, el horror, y la injusticia. Una vez más
como aquél terrible 24 de marzo de 1980 en que Romero
comenzaba a entrar en la casa del Padre para convertirse en profeta de su
tiempo, hoy también San Romero de América
vuelve a plantearnos la pregunta por la clase de cristianos que somos: ¿de
los que ideologizan a su favor el Evangelio de Cristo? ¿De los que dejan que
las injusticias sean una responsabilidad del ámbito civil que no debe mezclarse
con la fe? ¿De los que disfrazan sus intereses descuidados de Palabra de Dios? ¿De
los que tienen miedo a que la Iglesia sea llevada por el Espíritu del amor, la
libertad y la esperanza, y se refugian en las trincheras de las doctrinas, en
las cavernas del miedo y en la salvación de unos poquitos justos? ¿De los que
temen que Cristo sea piedra de escándalo para los poderosos de la historia? ¡Vamos!
¿No querrá decirnos este
hermoso evento de la beatificación de Romero que el verdadero milagro no es el
que se comprueba científicamente jugando el juego de la modernidad al que la
Iglesia le cuesta renunciar; sino que el milagro de Oscar Arnulfo Romero,
mártir de la fe, es enseñarnos que Dios pasa por la historia de aquellos que se
animan a jugárselas por los preferidos de Jesús, a dejarse transformar por la justicia que exige la fe, porque descubrieron que el
amor de Cristo entregado en la cruz puede resucitar en la fe de los que son
capaces de creer sin ver?