viernes, 29 de noviembre de 2019

¿DÓNDE TE METISTE, JESÚS?


Homilía egresados camada 151, Colegio del Salvador

Por Emmanuel Sicre, SJ

Hemos venido a este Templo a agradecer tanto bien recibido. Queremos decirle a Dios que hemos sido felices en este tiempo, que hemos dado nuestras batallas, que aquí estamos. Igual que la familia de Nazaret cada año para la Pascua como nos relata Lucas. Y en este contexto es que se Jesús se les desaparece.

Qué bonita familia!!!
Imagino que a muchos de uds. se les ha perdido Jesús alguna vez. Pensaban que estaba siempre en el mismo lugar, pero resulta que lo vas a buscar y no está. Se corrió, se movió, se te esfumó. En varias oportunidades nos pasa que nos sentimos alejados de él. Muchos tienen nostalgia de algunos encuentros con Jesús de otros tiempos o, simplemente, anhelan descubrir eso que todos llamamos Dios. Otros se cansan de no hallar nada y desisten, pero, me atrevo a decir, que conservan cierta inquietud.


Algunos cumplirán esos lindos ritos como ir a misa, comulgar, rezar, hacer la pausa, reconciliarse, hacer Ejercicios Espirituales, o conversar con Dios, tal como María, José y el niño que van al Templo “todos los años para la fiesta de la Pascua, como de costumbre”. Y nada, Jesús, se nos hace escurridizo igualmente.

¿Dónde está Jesús? ¿Por qué se nos escapa sin que nos demos cuenta? ¿Por qué nos despista así en algunos momentos de nuestra vida? ¿Qué pasa que creemos que está en donde debería estar –en la caravana de regreso, en lo conocido, en lo de siempre- y no? ¿Por qué nos deja angustiados saber que no lo podemos atrapar? ¡Qué Dios misterioso este Jesús!

Veamos qué hacen sus padres para “recuperarlo”.
“Caminaron todo un día”,
“comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos”,
“volvieron a Jerusalén”.
Quizá aquí encontremos una pista, chicos: Caminar, buscar y volver para hallar a Jesús.

Para encontrar a Jesús hay que caminar, como en la misión, o en el voluntariado, no por los pasillos balconeando para hacer tiempo y no llegar a clase, sino en la peregrinación para llegar a donde está lo que tanto deseamos en nuestra vida. Caminar todo un día, una semana, en fin, toda la vida, insistentemente, aunque nos dé pereza. Caminen, chicos.

Para encontrar a Jesús hay buscarlo, en medio de una caravana confusa –nuestro mundo, nuestra realidad-, entre quienes nos hablaron de Él, entre quienes lo conocen, entre quienes los aman: sus familias, sus amigos, sus educadores, sus referentes. Buscarlo, como tantas cosas que buscamos en internet, en las redes sociales, o en los lugares a donde vamos. Sean buscadores honestos, chicos.

Para encontrar a Jesús hay que volver al lugar donde lo encontré por última vez, según la clave del Evangelio. Ejercitar el músculo de la memoria y regresar al momento donde se detengan los afectos y me digan: “aquí es”. Aunque tenga que ir hasta cuando aprendí a rezar, o a la primera Comunión, o volver -como tantos- aquí a la comunidad del Colegio que me vio crecer. Vuelvan, esta es su casa, su Templo, su Iglesia, su comunidad. Vuelvan y encontrarán el sentido cuando se les pierda.

Con estas tres acciones, al tercer día hallarán a Jesús. El famoso 3 que nos habla del Dios Padre, hijo y Espíritu.

Supongamos ahora que, como María y José, encontramos a Jesús con sus 12 años, hecho un hombre para el mundo judío de su época –como uds. en la nuestra-, en el Templo, en el lugar donde habita Dios, tu corazón, el corazón del Colegio, sorprendiendo a todos los que lo oyen.

Entramos en relación con él y le preguntamos, tal como sus padres, con cierto tono de reproche: “¿por qué nos has hecho esto?”, ¿dónde te metiste?, ¿dónde estás?, ¿por qué nos desconcertás? Y él nos responde tan consciente de sí mismo y libre: tengo que ocuparme de la misión de Dios. Estoy empezando a crecer y me doy cuenta de que esto que hay en mí tiene que florecer, tiene que ser comunicado a tantas personas que sufren, que se sienten solas y abandonadas. Me estoy dando cuenta de que tengo una misión, que algo se me mueve interiormente con tanta fuerza que quiero darle toda mi vida. ¡Qué bella intuición la de Jesús!

Él con sus 12 años los provoca a uds. con 17/18 y los invita a reconocer cuál es su misión en el mundo de hoy. A qué están dispuestos a darle la vida. A descubrir qué les pide la vida para ser plenos. A sentir la responsabilidad de esa voz que por dentro les está hablando del futuro.

Quizá, como sus padres, no entendamos mucho lo que Dios nos dice hoy a nuestra vida y nos toque guardar las cosas que no comprendemos de este Dios intrépido en el corazón, como hace María.

Sin embargo, podremos seguir caminando con la esperanza de ser una familia, una comunidad, que busca y vuelve cada año a renovar su fe a los lugares donde la memoria nos conduzca.

Que Dios les ayude a caminar, buscar, y volver para hallar a Jesús.

domingo, 3 de noviembre de 2019

ZAQUEO


Por Emmanuel Sicre, SJ


Zaqueo,
¿eras tú el publicano que oraba sabiéndose pecador,
quien a distancia no podía ni levantar los ojos al cielo
y golpeaba su pecho en el templo (Lc, 18 9-14)? ¿Eras tú, Zaqueo?

¿Fue esa certeza existencial de tu pequeñez
la que te subió al árbol que le devolvería altura a tu vida?

¿Fue esa fuerza de la oración que,
combinada con la mirada de Jesús desde abajo,
te hizo abrir las puertas de tu casa para
dejar que un intrépido Dios convirtiera
tu soledad en apertura,
tu traición en mano tendida que comparte,
tu injusticia en generosidad,
tu curiosidad en amistad,
tu impureza en familia con Dios?

Y tú,
multitud que murmuras,
¿qué miedo te da que Jesús venga a cumplir la promesa de su Padre?
¿por qué te enojas con quien quiere cambiar?
¿por qué te arrogas un juicio que sólo a Dios corresponde?
¿por qué te complaces en condenar a quienes son tus hermanos?
¿qué amor se te ha negado para que sientas desprecio por quienes buscan entre las sombras la luz?
Vamos, multitud herida,
Deja que Dios te salve con la fuerza de su ternura
Capaz de besar tus llagas…
Capaz de llamarte desde el fondo de tus pecados…
Capaz de amarte con el único mérito de dejarte mirar por su misericordia…

Y tú, Jesús,
Ven a mi casa, a mi hogar.
Transfórmalo todo
Siéntate a la mesa
Mírame
y seré nuevamente hijo y hermano…







lunes, 30 de septiembre de 2019

CUANDO UNO QUIERE ESCRIBIR UN ENSAYO LITERARIO

Por Emmanuel Sicre, SJ

Cuando uno quiere escribir un ensayo literario tiene que sentir que es el mejor escritor de sí mismo. 

Empezar frases locas y descubrir que comienzan a tomar forma en el hilo del argumento,
sin pretender ser erudito, hay que evitar en todo momento simularlo, hay que serlo. 

Los oyentes tienen que sentir que están ante alguien que tiene tiempo de pensar cosas que nadie piensa y que hubieran deseado pensar, meditar, gustar...

Ir del humor pícaro a la profundidad ontológica en poco tiempo da la sensación de que vale la pena pensar en un tema. 

Sin dramatismo, pero con realismo leve creo que el escritor de ensayos literarios no tiene por qué dar cuentas de los argumentos ni le debe nada a nadie, teje su texto como se le monta y puede mofarse y alabar a quien quiera. 

Es lindo encontrar en un ensayo literario frases que provocan fruición intelectual, eco de una estética de las palabras que combina sensaciones, imágenes, tradición y estilo en pocas oraciones.

Es muy común ver en los ensayos literarios buenos trozos de texto que decoran con variedad la prosa a la vez que la van enriqueciendo, versos, poemillas, diálogos breves, anécdotas...

Todo buen ensayo literario comienza con un epígrafe o dos muy decidores, o totalmente opuestos a la intención del texto. Si son en otro idioma atrae a los curiosos, a los cultos y a los imbéciles al mismo tiempo. Cuando son en el mismo idioma del texto, son cálidas palmadas para empezar a adentrarse en la aventura del texto.

Es lindo ver cuando un ensayo literario no presenta una argumentación clara y ordenada, sino una argumentación de tipo narrativa que lleva de paseo al oyente o lector proporcionándole una sensación de que lo llevan no sabe muy bien dónde pero que a la vez descubre sentido de haberse montado en ese tren.

Si en el ensayo literario se encuentra el relato de un sueño o de una visión medio alocada pero preñada de símbolos elocuentes en pos del tema, nace en el lector, una posibilidad nunca imaginada de conectar dos mundos, o más.