Por Emmanuel Sicre, SJ
UNA ESCUCHA HEREDADA
José ha sido un hombre de escucha a la hebrea. Tal como lo indica su linaje, “hijo de David” (Mt 1,16.20) aprendió con su pueblo a escuchar la voz de Dios y se convierte en “la pieza que une el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento” al cumplirse en él “la promesa hecha a David por el profeta Natán (cf. 2 Sam 7)” (Cf. Patris Corde)
Con esta palabra comienza la más significativa de las confesiones de fe de Israel: “Shemá [= escucha] Israel, Yahvé Nuestro Dios es un Dios único. Amarás a Yahvé tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas tus fuerzas. Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria, se las inculcarás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino, acostado y levantado…” (Dt 6,4-8).
Es el primero de los mandamientos: escuchar. “Shemá Israel”, dice Dios. “Escúchenlo”, dice la voz desde la nube en el episodio de la Trasfiguración (cf. Mt 17,1-8). La fe es un acto de confianza en lo que escuchamos de verdad, porque Dios habla, pronuncia su palabra creadora como en el Génesis.
Escuchar es un verbo fundamental en la cultura hebrea porque habla de abrir los oídos exteriores, físicos y los interiores y por tanto espirituales. En este sentido, es algo más que dejar entrar las ondas sonoras en el oído, es concentrarse en lo que escuchamos, prestar atención, responder a lo escuchado. Escuchar y hacer son las dos caras de una misma moneda, por eso escuchar sin hacer es no haber escuchado, desobedecer.
Dios desea que su pueblo lo escuche: “Ojalá me escucharas, Israel” (Salmo 81,9.14) pero su obstinación provoca el lamento divino: “Pero Israel no escuchó mi voz, no me quiso obedecer” (v.12). No escuchar es desobedecer, es causa de confusión, de equívoco.
Pero también las personas desean que Dios las escuche. Hay infinidad de pedidos a Dios para que shemá (escuche) las plegarias de su pueblo, de personas en dificultades, de pedidos de auxilio. “Escucha mi oración, Señor, atiende mi súplica” (Sal 86,6), dice David.
Podríamos decir que este verbo tan esencial de la cultura judía es una muestra clara del diálogo entre Dios y los hombres, es fuente de comunicación mutua.
José ha sido ese hombre del “shemá” porque ha escuchado lo que Dios le ha dicho en su interior y esta comunicación con Él ha dado forma a su vida.
ESCUCHAR LOS MENSAJES DE DIOS
De entre todas las voces que José habrá tenido que escuchar ante la misteriosa concepción de su esposa, José escogió la del “Ángel del Señor”. No dejó que lo inesperado, ni lo aparentemente imposible, ni el cuchicheo de los de su pueblo, ni la comprensible desesperación en la huida a Egipto, silenciaran el mensaje de Dios que le ayudaba a cumplir su promesa de haberlo elegido padre de Jesús.
Si Dios habla y hace con su voz en el relato de la creación del Génesis; José, escucha y hace con su silencio. Es como si su confianza en Dios resultara fecundar su humanidad y convertirlo en un hombre valiente y creativo, que carga con sus temores y avanza en el camino siguiendo el eco de la voz de Dios manifiesta en sus mensajeros los ángeles. José escucha al buen espíritu y le hace caso, historiza las mociones de Dios.
José es obediente no por sumiso, sino por ser buen escuchador, por asumir la escucha atenta de lo que Dios le dice para su vida y la de su familia. Aquí radica la virtud de su oído en que obedece, es decir, se enfrenta con lo que escucha (ob audire).
No hace caso a la fuerza o de manera automática como solemos pensar erróneamente el verbo obedecer. Analiza, capta, escucha lo que oye, toma perspectiva, le da aire a la libertad para que la voluntad actúe, es decir, discierne la instrucción que ha comprendido como buena para sí y la ejecuta. No hace sin saber, ciegamente, sabe lo que hace porque oye con sabiduría, confiadamente, con cariño a quien le habla. Esto es continuar la obra redentora de Dios que busca lo mejor para su pueblo.
¿Qué siento que viene resonando en mi interior como venido del Buen Espíritu? ¿Qué voces me hablan de lo que Dios busca para mi bien y el de mi comunidad? ¿Cómo dejo resonar la invitación que Dios le hace a mi vida en este tiempo? ¿Qué debo discernir según lo que escucho en mi conciencia?
ESCUCHAR MIENTRAS DORMIMOS
San José durmiente Rupnik SJ |
José forma parte de esta tradición de hombres que escuchan (a la hebrea) al ángel del Señor en sus sueños y permite que se manifieste el plan redentor de Dios. Cuatro son los sueños que le indican a José lo que debe hacer en el camino que Dios le propone para que se cumpla su promesa: aceptar a María embarazada del Salvador, huir a Egipto para evitar la matanza de Herodes, regresar a Israel luego del peligro y reorientar el camino hacia el pueblito llamado Nazaret, en Galilea porque en Judea aún reinaba el sucesor de Herodes, Arquelao. (Cf. Mt 1, 20; 2, 13. 19. 22).
Los sueños son símbolos de lo que no controlamos, de lo que sucede mientras dormimos, mientras nuestras defensas conscientes están descansando, por eso tienen que ver profundamente con lo que somos. En ellos se entrelazan emociones, sentimientos, imágenes, escenas de nuestras vivencias personales internas, sociales, históricas, relacionales, de una manera curiosa que no siempre logramos descifrar del todo. Sin embargo, por absurdas que parezcan nuestras realidades oníricas, siempre liberan un significado de lo que estamos atravesando en ese plano inconsciente al que no tenemos libre acceso. De hecho, los sueños son, de alguna manera, una forma de tomar contacto con lo que desconocemos del modo en que vivimos internamente algo de nuestra intimidad.
Dios se manifiesta en todas las cosas nos enseña san Ignacio en la práctica de los Ejercicios Espirituales, también en nuestro mundo onírico. Y, más allá de hacer interpretación de los sueños, lo que sí vale la pena reconocer es que muchas veces Dios se revela también en aquello que nos resulta incomprensible, imposible, desconocido, confuso, pero que tiene que ver con nuestra vida.
Es sano poder relacionarnos con aquello que vivimos como oculto y misterioso como lugar para la revelación divina. Es cierto que muchas veces lo que no controlamos nos da temor, José lo experimentaba también, dice la Escritura; pero confiaba en Dios, obedecía a la hebrea lo que Dios le sugería en el misterio de sus sueños.
¿Cómo me relaciono con aquello que no controlo? ¿Qué pasaría si invitara a Dios a pasar a las zonas incomprensibles de mi misterio personal? O mejor aún, ¿cómo me está ayudando Dios a través de lo que vivo como incógnita en mi vida a confiar en su promesa de amor para mí y mis vínculos?
Todo lo que no controlamos o no esta en nuestras manos se lo entrego enteramente a Dios...que me de una señal, llamese sueño u otra cosa para que yo pueda escucharlo y comprender lo incomprendido....
ResponderEliminarGracias por tu comentario! Saludos!
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