Por Emmanuel Sicre, SJ
Perdón porque muchas veces convertimos la comunión en un amuleto
Perdón porque muchas veces juzgamos a los demás por si van o no a comulgar
Perdón porque muchas veces anteponemos nuestro mérito o nuestro pecado a la generosidad de Dios.
- Estamos en un tiempo especial para reconocer la importancia de este sacramento porque muchos extrañan comulgar, celebrar la Eucaristía, y se les ha hecho necesario postergar hasta cuando puedan.
- Mientras tanto hemos rezado infinitas veces la "comunión espiritual" asociándonos a quienes no pueden recibirla por diversos motivos. Curiosamente hemos entrado en una comunión más amplia, más austera, más deseada, más consciente.
- Lo cierto es que esta comunión que tanto deseamos recibir y que ahora no todos pueden en términos físicos, no es que no exista.
- La comunión ya la hizo Cristo con todos nosotros al tomar su vida, partirla en la cruz y dárnosla sin que nosotros la merezcamos en absoluto. Ni podamos hacer nada para que Dios deje de hacerlo. Porque en ese gesto recibimos la invitación a hacer lo mismo nosotros: tomar la vida, bendecirla, partirla y entregarla.
- Su pura gratuidad ha decidido quedarse en el gesto del comer y beber juntos para que reconozcamos en ese gesto su presencia HACIENDO, porque es su mayor placer, la comunión entre nosotros.
- Cuántas veces, por ejemplo, nos quedamos contentos de poder comulgar, pero aún seguimos albergando en nuestro corazón una lógica anti-comunión, anti fraterna que sigue odiando, despreciando, tirando piedras al bando contrario hoy en tiempos de tantas grietas. O cuando anteponemos el sacramento de la reconciliación como un ticket para poder comulgar, como una coronación de nuestros méritos, para que podamos quedar con la consciencia tranquila, pero no abierta a los demás a quienes muchas veces juzgo sin piedad, infravaloro o condeno.
- Nuestra comunión siempre ha sido incompleta de nuestra parte, no de Dios que ya la realizó para todos nosotros.
- La comunión, el cuerpo y sangre de Cristo que hoy celebramos es algo mucho más grande. Es el misterio de la unidad total de Dios con los hombres.
- Venimos de fiesta en fiesta: Pascua, Ascensión, Pentecostés, Trinidad y Corpus. Son un ritmo espiritual en nuestra existencia eclesial y personal que funda la comunidad para ser hermanos y hermanas, no para cumplir con el precepto e incumplir con el amor a todas las criaturas.
- Estamos en un tiempo especial para pedirle a Dios que nos abra los ojos y los sentidos para ir más allá del pan y el vino encontrarnos con su misterio en el pan y el vino compartidos en la mesa grande de los hermanos y hermanas que estamos llamados a ser.
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