(Discurso de despedida a la promoción 2021, Colegio Inmaculada)
Queridos chicos, queridos directivos, queridas familias, queridos docentes:
Al comenzar estas palabras quisiera invitarlos a un momento de silencio por tantas pérdidas que hemos vivido en este tiempo, especialmente, la de varios seres queridos que ya no están hoy aquí.
Por momentos impresiona que estemos aquí hoy. Cuántos de ustedes no se imaginaban que estarían sentados a punto de cantar el Dulcísimo hace unos meses atrás y despedirse del “amor que nunca muere”. Cuántos de ustedes, familiares, los vieron crecer y hoy los ven ya convertidos en hombres. Cuántos de ustedes, docentes, los acompañaron en sus aprendizajes académicos y vitales hasta llegar ahora a observarlos cerrando un ciclo tan importante. ¡Cuánto por agradecer!
Me he preguntado muchas veces qué sería oportuno decirles en este momento. Les confieso: yo tampoco me imaginaba estar en esta situación de mi vida. En estas últimas semanas los estuve contemplando más detenidamente, observándolos en las aulas, en las presentaciones de sus intereses con algunas exposiciones, en el recreo, al entrar y al salir del Colegio, especialmente ayer. Con algunos he tenido la oportunidad de conversar más de cerca y hasta de escuchar cuestiones muy profundas de sus vidas cuando compartimos los Ejercicios Espirituales. En esta gimnasia tan ignaciana de contemplar en la acción me vinieron muchas emociones y sentimientos de toda índole, debo reconocerlo. Lo cierto es que de las muchas cosas que me gustaría decirles antes de que tengamos esta última oportunidad, opto por contarles una leyenda.
Resulta que, en su viaje de regreso a casa, Odiseo, el protagonista de la Odisea, debe sortear una serie de pruebas antes de reencontrase con los suyos en su pueblo natal. Una de esas pruebas consiste en atravesar con su nave y su tripulación el canto de las sirenas. Muchos podrán preguntarse por qué un canto de sirena podría ser tan peligroso. Bueno, escuchemos a la hechicera Circe al darle la instrucción a Odiseo:
“llegarás primero a las sirenas, que encantan a cuantos hombres van a su encuentro. Aquel que imprudentemente se acerca a ellas y oye su voz, ya no vuelve a ver a su esposa ni a sus hijos pequeñuelos rodeándole, llenos de júbilo, cuando vuelve a sus hogares; sino que le hechizan las sirenas con el sonoro canto, sentadas en una pradera y teniendo a su alrededor un enorme montón de huesos de hombres putrefactos cuya piel se va consumiendo.” (Rapsodia XII)
La prueba al parecer es más fácil que ganar la Copa América después de 28 años. Sin embargo, su dificultad radica en que no apunta al canto de las sirenas en sí, sino a la seducción del canto y a la fragilidad de los oídos. He aquí el verdadero dilema: la seducción que mata. Por eso Odieseo recibe una consigna que le ayudará a superar la prueba si la cumple:
“Pasa de largo y tapa las orejas de tus compañeros con cera blanda previamente adelgazada, a fin de que ninguno las oiga; pero si tú desearas oírlas, haz que te aten en la vela de la embarcación de pies y manos, derecho y arrimado a la parte inferior del mástil, y que las sogas se amarren al mismo, y así podrás deleitarte escuchando las sirenas. Y en el caso de que supliques o mandes a los compañeros que te suelten, que te aten con más lazos todavía.” (Rapsodia XII)
La alternativa para zafar no está nada mal. De hecho, la prueba fue superada. Intuyo que incluso nosotros podríamos optar por algo así. ¡Tenemos tantas seducciones contemporáneas a las que resistir, tantos “frutos que envenenan” y no siempre es fácil! El canto de la superficialidad consumista que nos hace creer que todo lo podemos comprar, para aparentar lo que nunca seremos. El susurro hipnotizador de nuestro ego glotón que lo quiere todo, que no está dispuesto a renunciar a nada y muere de ansiedad cada vez que no se lo dan ya. La nota tan afinada de las pantallas que nos seducen con su belleza tecnológica cada vez más adherida a nuestras neuronas ya fatigadas de sinapsis absurdas en búsqueda de sentidos verdaderos que no llegan con un like. La maravillosa voz de la grieta, de la polarización, del etiquetado social y el descarte del otro que nos ubica siempre en la batalla contra lo diferente haciéndonos perder la humanidad que somos para hacernos cada vez más tribales, salvajes, odiadores seriales de todo lo que no está en mi mundito. La sirena constante de politizarlo todo, de mercantilizarlo todo, de futbolizarlo todo. El suave sonido de echarle siempre la culpa al otro, de no poder asumir la autocrítica por miedo a la autodestrucción irresponsable. La fascinante armonía de nuestro individualismo solitario y ciego que cree poderlo todo a cualquier precio. El cadencioso compás de la bravuconería del barrabrava piquetero que atropella la libertad de todos sin importarle más que su deseo de liberación de sus propias impotencias. El ritmo apasionante de nuestras desilusiones proyectadas contra los demás, de nuestros cansancios mal gestionados, de nuestra incapacidad de reconocer límites. La musiquita ritual de los consumos excesivos de sustancias, de videojuegos, de placer, para tapar los vacíos que no nos animamos a enfrentar o asumir. Yo me pregunto: ¿haremos como Ulises para resistir a tan seductores placeres cotidianos magnificados por las plataformas digitales? ¿Nos ataremos al mástil de nuestro autocontrol derruido por las presiones infinitas que nos impone responder a los mandatos sociales de prestigio, poder, riqueza y obscenidad? ¿Seguiremos atravesando los cantos de sirenas actuales con la tripulación sorda y las manos y los pies cada vez más atados? ¿O quedaremos como cadáveres putrefactos en las praderas de las sirenas encantadoras?
Debo confesar que la estrategia de la sola resistencia me parece un poco pobre para argentinos con tantas oportunidades como las que tenemos nosotros. El inmovilismo no es amigo de la espiritualidad ignaciana, ni mucho menos el quedar atados ante las pruebas o ensordecer a los tripulantes a cambio de sobrevivir. Lo nuestro tiene raíces distintas: Cristo mismo, que no se dejó morir, sino que lo mataron por sostener la convicción de que Dios es amor.
Por eso, y continuando con la mitología griega, la que me parece más hermosa es la respuesta de Orfeo a las sirenas. Él sí que dio una alternativa más como la que me gustaría que ensayásemos nosotros. Orfeo era un gran músico, tenía una habilidad especial para tañer la lira y toda la mitología lo reconoce como un hombre capaz de crear a través de su música. Tanto es así que logró atravesar el lugar de los muertos con su música para buscar a Eurídice su amada perdida. Aunque, su ansiedad le jugó una mala pasada, pero eso se los cuento en otro momento. Lo que importa ahora es cómo logró superar el canto seductor de las sirenas y no morir en el intento.
Orfeo sabía, como todos, que el poder encantador del canto de las sirenas era mortal, era un tipo inteligente. Sin embargo, hay que reconocerle que fue más valiente que prudente, confió más en su talento que en las advertencias y se arriesgó. Nos cuenta Apolodoro:
“Cuando los Argonautas pasaron en su nave por el sitio fatal, las sirenas cantaron para atraerles; pero Orfeo cantó con más dulzura y las eclipsó con los acentos de su lira. Y, como según tenía dispuesto el destino, la vida de las sirenas debía cesar en el momento que alguien escuchara sus cantos sin sentir el hechizo que estos producían, se precipitaron al mar y quedaron convertidas en rocas”. (Apolodoro de Atenas. Biblioteca mitológica, Sigo II A. C)
Esta sí me parece una buena respuesta a las seducciones contemporáneas: crear una alternativa más bella, más atractiva que termine por reducir a piedras “los escollos de esta mar bravía”. En vez de defendernos, pensar, crear, ser libres. ¿Se imaginan si en vez de obsesionarnos por el “qué dirán” que nos tiene esclavizados, les diéramos qué hablar con nuestros gestos de locuras creativas a lo Bielsa devolviéndoles un gol injusto a los contrincantes? ¿Se imaginan si en vez de aprovecharnos de las situaciones de vulnerabilidad de quienes son más frágiles en la sociedad pusiéramos a disposición nuestros talentos para ser todos más fuertes? ¿Se imaginan si en vez de criticar, ningunear, menospreciar pudiésemos ser más hábiles y descubrir que en la fragilidad radica la fortaleza? ¿Se imaginan si en vez de quejarnos por lo que no tenemos, de vivir de la nostalgia por lo perdido, y de dejarle tanto lugar a la ansiedad, saliéramos de nosotros mismos para conseguir lo que deseamos de verdad poniendo esfuerzo y voluntad confiadas en lo mucho que hemos recibido? ¿Se imaginan si creáramos algo más bello que la división social, que la violencia de unos contra otros, que el desprecio por las intenciones de los demás y nos abocáramos a dar la nota porque queremos una sociedad más unida, más fraterna, más humana, capaz de disidencias constructivas? ¿Se imaginan si del oportunismo de quienes no creen en ustedes y los tratan de adictos, de “pobrecitos”, de máquinas de alto rendimiento, de piezas de un mecanismo devastador, hiciéramos una revolución de humanismo, de ternura, de solidaridad y de esperanza nutridas de todo lo vivido aquí? ¿No sería más bello?
Sí, chicos, ustedes egresan de estos “tutelares muros” habiendo transitado gran parte de sus vidas para ser “hombres para y con los demás”, aún en pandemia, para ser hermanos, ni amos ni esclavos de nadie, ni víctimas ni victimarios de ningún sistema, sino dignos hijos de un Dios compasivo y generoso, capaz de insistir hasta siempre para que seamos buenos de verdad.
Es cierto, debo reconocer que no siempre como adultos y educadores hemos estado a la altura de lo que ahora les propongo. Perdón en nombre mío y del Colegio por algunos fracasos, por aquello que no nos salió bien, por aquello que podríamos haber hecho mejor y no lo hicimos.
Sin embargo, quiero que sepan que desde nuestra humanidad frágil y falible hoy les deseamos que sean todo aquello a lo que se sienten llamados en lo más profundo de su corazón. Y también sepan que aquí, en esta comunidad de la Inmaculada, cuando entren al Santuario y la vean a ella recibirlos como siempre, o lleguen a la fuente donde el Sagrado Corazón les ofrece su abrazo, encontrarán un remanso a sus vidas agitadas de tanto navegar entre cantos de sirenas.
¡Muchas gracias!
P. Emmanuel Sicre, SJ
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