Por Emmanuel Sicre, SJ
Empezar frases locas y descubrir que comienzan a tomar forma en el hilo del argumento,
sin pretender ser erudito, hay que evitar en todo momento simularlo, hay que serlo.
Los oyentes tienen que sentir que están ante alguien que tiene tiempo de pensar cosas que nadie piensa y que hubieran deseado pensar, meditar, gustar...
Ir del humor pícaro a la profundidad ontológica en poco tiempo da la sensación de que vale la pena pensar en un tema.
Sin dramatismo, pero con realismo leve creo que el escritor de ensayos literarios no tiene por qué dar cuentas de los argumentos ni le debe nada a nadie, teje su texto como se le monta y puede mofarse y alabar a quien quiera.
Es lindo encontrar en un ensayo literario frases que provocan fruición intelectual, eco de una estética de las palabras que combina sensaciones, imágenes, tradición y estilo en pocas oraciones.
Es muy común ver en los ensayos literarios buenos trozos de texto que decoran con variedad la prosa a la vez que la van enriqueciendo, versos, poemillas, diálogos breves, anécdotas...
Todo buen ensayo literario comienza con un epígrafe o dos muy decidores, o totalmente opuestos a la intención del texto. Si son en otro idioma atrae a los curiosos, a los cultos y a los imbéciles al mismo tiempo. Cuando son en el mismo idioma del texto, son cálidas palmadas para empezar a adentrarse en la aventura del texto.
Es lindo ver cuando un ensayo literario no presenta una argumentación clara y ordenada, sino una argumentación de tipo narrativa que lleva de paseo al oyente o lector proporcionándole una sensación de que lo llevan no sabe muy bien dónde pero que a la vez descubre sentido de haberse montado en ese tren.
Si en el ensayo literario se encuentra el relato de un sueño o de una visión medio alocada pero preñada de símbolos elocuentes en pos del tema, nace en el lector, una posibilidad nunca imaginada de conectar dos mundos, o más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario