“¡Oh!, ¿y ahora quién podrá salvarme?”
Por Emmanuel Sicre,
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Como toda cuestión
compleja de la vida no se puede responder del todo sí, ni del todo que no.
Podríamos decir, en principio, que discernir es algo habitual en nuestra vida. Es
un proceso que llevamos a cabo a diario cuando tomamos decisiones más o menos
importantes, que van desde elegir un lugar de vacaciones, escoger un plato del
menú, o con qué amigos salir; a qué carrera estudiar, cómo decir ‘perdón’ a
alguien, o dónde declarar tu amor a quien amas. Todo el tiempo estamos tomando decisiones al son de un cierto
discernimiento circunstancial que nos lleva a “darle vueltas” a las cosas que
nos pasan adentro y arribar a una concreción de eso que venimos pensando y
sintiendo. Hasta aquí podríamos decir que, sin mucha técnica, la mayoría de
los seres que conocemos hacen su discernimiento.
Sin embargo, no
resulta tan fácil con las decisiones de “vida o muerte” que conllevan un
proceso mucho más doloroso o definitorio como una separación en la pareja, un alejamiento de la familia por
convicciones personales, una cuestión de salud compleja, una opción que afecta
la libertad de otras personas, o de cómo aceptar la muerte de un ser querido.
Aquí la cuestión merece una atención diferente. Es entonces cuando necesitamos
escuchar las voces que resuenan en nuestra conciencia con mayor paciencia.
Escuchar esas voces es lo que complejiza el proceso de
discernimiento porque no siempre cantan a un mismo tono. Hay voces –positivas
y negativas- que vienen de las personas que nos rodean; voces que vienen de
mandatos sociales –como el éxito, la negación del dolor, etc.-; voces que
proceden de nuestra historia –a veces con notas más estridentes, otras con
notas más dulces-; voces que vienen de nuestra propia conciencia que, según el
concierto que la fue formando –porque nuestra conciencia es relacional, no
aparece como una realidad pura e inmaculada- tendrá más o menos fuerza para
enfrentarse a las decisiones fuertes de la vida. Estas muchas voces que resuenan en nuestro interior tienen que ser
ubicadas, distinguidas y reconocidas para saber de dónde vienen y a dónde nos
quieren llevar en nuestro proceso de elección de lo que deseamos.
EL DISCERNIMIENTO
ESPIRITUAL
Este proceso sí es
difícil, sí cuesta, sí inquieta y muchas veces paraliza. Emerge, entonces, como
decía Chespirito un: “¡Oh!, ¿y ahora quién podrá salvarme?” Bueno, la salvación
viene del arte de escuchar la voz del Dios de Jesús.
¿Cómo? En primer
lugar, metiéndonos en lo secreto del
corazón y dándole un tiempo al diálogo sincero de lo que estamos
experimentado frente a lo que deseamos o lo que nos pasa con Jesucristo. Se trata
de un diálogo que nos ayuda a salir de nuestro mundito y nos lleva a relacionarnos con Alguien que nos ama y busca
lo mejor para nosotros. Por eso, si cuando oramos se nos viene una voz fea,
culposa, amarga y destructiva, sepamos que no se trata del Padre de Jesús.[1]
La voz de Jesús siempre se percibe con tonos de esperanza, de auxilio, de
claridad, de calma, de paciencia, de impulso a la paz, la justicia, el amor. En
cambio, las voces que no nos ayudan y que pueden venir del mal espíritu, o de
nuestro entorno mezclado con lo que creemos, nos llenan de negatividad, de
cerrazón y aislamiento, de opacidad, de impaciencia, desesperación, de mutismo
y paralización, autoengaño, envidia celosa del bien de los otros. En efecto, es posible distinguir la voz de
Dios de la que no lo es, en todas las cosas que nos pasan como un signo de su
presencia, de su continua ayuda para que crezcamos en un bien que se expande a
todos sus hijos.
Escuchar la voz de
Jesús en lo que vamos viviendo es hacer discernimiento espiritual. Se trata de
poder RECONOCER en nuestro mundo
interior nuestros pensamientos, sentimientos y emociones; INTERPRETAR sus mensajes, y ESCOGER
lo que más conduce a lo que soñamos para nosotros y para todos los que nos
rodean. Sería un error pensar que este proceso no está exento de la posibilidad de
equivocarse, pero lo cierto es que más de una vez contamos con personas que
pueden ayudarnos a vislumbrar en lo que nos pasa adentro lo que viene del espíritu
de Dios, de aquello que apaga nuestro deseo de amar, de vivir y servir.
Una última cosa. Debemos
saber que el primer interesado en mostrarnos con claridad su proyecto de amor
en nuestras vidas es el mismo Cristo. Por eso, sólo basta animarse a escucharlo
y ejercitarse en el arte de distinguir las voces que nos habitan. Sólo así
podremos caminar sobre las aguas movedizas de nuestra propia existencia
compartida en un mundo muchas veces herido de superficialidad y narcisismo.
Sólo así podremos afinar la puntería para elegir lo que haga que nuestra
realidad se parezca más al corazón del buen Dios.
[1] Es cierto, muchas veces sentimos que hemos hecho algo mal
y nos lo reprochamos. La diferencia está en que la voz del Dios de Jesús,
cuando quiere corregirnos, lo hace con una ternura inmejorable, sin la condena
ni la amenaza que nosotros sí estaríamos dispuestos a aplicarnos. Algo así como
cuando le dice a la mujer que estaba por ser apedreada por su adulterio: “¿quién
te condena?”, “nadie”, le respondió ella, “yo tampoco” le dijo Jesús. “Vete y
no peques”. (Cf. Jn 8, 3-11).
..habla Señor que tu siervo.."..quiere escuchar!!
ResponderEliminarGracias!!!
EliminarGracias!
ResponderEliminarGracias!
ResponderEliminarSimple conciso y claro! Gracias y burn dia
ResponderEliminarGracias Miki, Dios te sonría!
EliminarMuy bueno
ResponderEliminarGracias Olga, Saludos!
EliminarMe encantó, justo lo que estaba buscando sobre el discernimiento! Muchas gracias, a seguir inspirandonos como instrumento de Dios :)
ResponderEliminarMuchas gracias! Bendiciones!
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