¿Para qué limpiar la mirada?
Consideraciones para una mirada consolada sobre la realidad
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¿Por qué pasa que las mismas
cosas nos resultan unas veces intolerables y otras veces las aceptamos con
paciencia y hasta con agrado? Hasta sucede que hay momentos en que las mismas
personas son un peso, y en otro momento las vemos con amor. ¿Qué hay detrás de algunas de estas
variaciones en los modos de ver la realidad que nos rodea? ¿Es un simple
cambio emocional? ¿O de hecho la realidad cambia y nosotros cambiamos con ella?
Pero ¿cómo explicar que ante una realidad adversa unos reaccionen con paz y
otros con desesperación? ¿No será una cuestión de mirada?
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¿Cómo se ve desde una mirada contaminada?
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¿Y cómo se ve desde una mirada limpia?
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En
cambio, la mirada limpia es aquella que ve el conjunto de la cosas de la
realidad y se asombra, porque es inteligente y mira con paciencia. La mirada limpia comprende, analiza, hace
síntesis de lo que ve y no la arrebata el juicio. Es una mirada atenta a su
alrededor, fresca, no está ensimismada en su mundito. Es una mirada que acepta
la realidad, que busca ahondar en su misterio. Una mirada limpia no juzga a los demás por sus errores, los comprende
porque sabe de los suyos. La mirada limpia capta el hilo fino y casi
invisible que une las cosas en su armonía. Es una mirada que va a contramano de
la lógica del ambiente, porque se anima a ver más allá y no se ciega con la primera
dificultad. La mirada limpia se aventura con curiosidad sobre los entresijos de
la vida. La mirada limpia es simple: se
duele con el dolor y se alegra con la alegría, no hace show de la desgracia ni
desestima la felicidad. La mirada limpia contempla a las personas en su
verdad, por eso no necesita despreciarlas, sino que ve para qué está cada uno
en el mundo.
¿Cómo limpiar la mirada?
Primero
hay que caer en la cuenta de cómo
estoy viendo la realidad. Luego tomar
una decisión: ¿quiero cambiar de mirada? ¿Quiero ver de otro modo? ¿O seguiré
quejándome de la realidad como si ella fuera un ente abstracto al que le puedo
echar la culpa de lo que no veo bien? En la medida en que podemos responder
a estas preguntas surgen alternativas al espíritu. Recorrer esas preguntas me
devuelve al sitio original de cuando aprendí a ver la realidad. Me regresa al
punto de partida de la niñez de mi mirada. Y la mirada del niño no es la del
ingenuo, sino la del que cree de verdad y confía.
Limpiar la mirada es aceptar
el tiempo, la vida y la paradoja humana con naturalidad.
Es comprender que la limpieza radica en la libertad para optar qué es lo que
quiero ver. Para limpiar la mirada hace
falta discernimiento. ¿A dónde me lleva una mirada contaminada? ¿Qué sabor me
deja una mirada limpia? Y disfrutar de un banquete posible!
Más
de uno podrá decir que no es fácil. Pero ¿no
será quizá más difícil vivir instalados en la contaminación que termina
destruyéndonos? La contaminación de la mirada puede tener muchas causas y
todas muy razonables. Pero lo que no es razonable es que la desolación nos
domine y nos convierta en seres amargados. Tenemos
que luchar para cambiar la mirada. Abrir
los ojos a lo que verdaderamente pasa. Liberarse de las cadenas invisibles
que nos tiende el mal espíritu para envolvernos en su desesperanza. Y abrirse a
la vida que está en cada uno de los que camina a nuestro alrededor. Comprender
desde lo más hondo lo que puede estar viviendo, asumirlo con compasión.
Sólo la compasión cambia la
mirada. La transforma en puente hacia los
demás. La convierte en un trampolín hacia la vida abundante. Sólo la compasión
destila la contaminación del corazón herido por el camino.
Es
tiempo de animarse a que la mirada se nos transforme. No hay paz en el mundo
que no empiece con una mirada distinta sobre las cosas, las personas, la
naturaleza y el mundo que habitamos.
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