¿Qué sucede cuando nos
encontramos en un estado en el cual no
podemos pararnos sobre nosotros mismos y necesitamos siempre de un apoyo
exterior que nos sostenga afectivamente? ¿Cómo es posible recuperar la
sobriedad?
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el mismo modo en que
en el estado de embriaguez no podemos sostenernos sin caer dado el
desequilibrio producido por los efectos del alcohol, sucede con la borrachera
afectiva. No somos capaces de permanecer
por períodos prolongados de tiempo sobre la sana estima de sí, el trabajo y el
cariño entregado y recibido de modo esperable, común, equilibrado.
No se
trata de tener o no afecto. No podemos vivir sin él. Sino de ser conscientes de la etapa que vivimos y del afecto que necesitamos
dar y recibir. En el caso de la niñez
es esperable que no pueda sino depender del afecto para subsistir, en la adolescencia es aceptable porque la
identidad personal se construye a partir de la aceptación afectiva, pero lo es
en menor medida en una persona ya en vías de crecimiento en su madurez afectiva o en un adulto.
Se
trata de un estado que puede convertirse en un hábito recurrente y en algunos
casos, en vicio. Y esto es muy común
entre los varones y las mujeres sin distinción de sexos. Por ejemplo,
sucede cuando no se puede posponer fácilmente los afectos paternos para encarar
la propia vida y se recurre a ofrecer nuestro cordón umbilical a quien nos brinda
el mayor afecto posible, el mayor calor intrauterino
perdido. Más figurativamente es el caso
del mujeriego o la “nunca-sola.” Si bien no debemos exagerar, nos
encontramos en una fase primera o incipiente del “manoseo del yo” que tan acostumbrados nos tienen facebook, Internet
en general y la TV. No se
trata de prescindir de afectos, cosa imposible para el hombre. Pero sí de
comprender la necesidad de valernos por nosotros mismos a la hora de tomar
decisiones y elegir lo que deseamos para nuestra vida y el modo en que nos
gustaría disfrutarla.
La
borrachera afectiva se produce por exceso o por carencia
Si bien es posible distinguir muchos matices
nos detendremos en esta simple descripción. Por exceso afectivo en la temprana
edad, principalmente demostrado en la sobreprotección,
se suele incorporar una idea del afecto inmoderada que exige siempre desmesura
en el modo de recibir y dar afecto. O por carencias afectivas no satisfechas en
el mismo tiempo de crecimiento, y que luego se prolongan a lo largo de la vida
buscando el afecto no recibido antes. Celos,
envidias, posesiones, consumismo, destapes, exhibicionismos, intercambio de
intimidad, rencores, venganzas, etc.… son todas manifestaciones de estas
carencias. La toma de conciencia de la raíz de nuestra carencia puede
ayudarnos a buscar una sana compensación
afectiva que no pretenda ser irrefutable, pero sí que nos ayude a vivir en
paz con nosotros mismos, y con aquellos que amamos y nos aman.
Dado
esto, es muy fácil caer en la tentación de acumular afectos para no sentirse
solo. Desde cualquier punto de vista, no
es recomendable seguir la corriente a esta imposición del placer, sino todo lo
contrario. Posponer (que no es sólo resistir) el deseo es siempre un
sacrificio que lleva a crecer. Saber que uno puede (y es conveniente) vivir
determinados momentos de su vida en soledad, ya que en un sentido, solos
nacimos y solos morimos, también solos tomamos ciertas decisiones en nuestra
vida. Especialmente, a nivel interior que es donde se fragua una verdadera
elección.
Por
último, ¿qué hay más atractivo entre
nosotros los seres humanos, que una persona sana que sabe tomar sus decisiones
en calma consigo misma y con la cuota de soledad racional y serena? ¿No es acaso un placer compartir con
personas que saben convivir con las carencias porque las han asumido con valor
y lucha? Convertirnos en una de esas personas siendo nosotros mismos es un
anhelo muy noble y nada despreciable. ¿O
acaso no se cansa uno de ver tantas injusticias solamente enraizadas en la
imposibilidad de soportar fracasos, angustias o carencias, incertidumbres? ¿Quién
te prometió un jardín de rosas?
¿Cómo recuperar
la sobriedad?
1.
NO DESEPERARSE…
Si te
reconoces en estas palabras, lo primero es no
desesperarse porque cada ser humano nos las vemos con estas cosas en la
vida. Lo importante es tomar contacto
con ello. Esto significa sentir lo
que se siente. Ponerle nombre a mi situación tratando de describírmela para
mí mismo como si lo hiciera con un amigo de confianza. Reconocer, explorar los
sentimientos profundos, buscando ver qué te provoca, qué te moviliza. Viendo si
hay fibras internas de tu personalidad que están actuando a favor de la
borrachera o en contra. Reconocer con
toda honestidad la intención, la motivación profunda, es como responder a
esta pregunta: ¿pero en verdad qué busco con esto? es un primer paso.
2.
DIALOGAR…
El segundo lo constituye, como siempre, el dialogar, para poder naturalizarlo y
trabajarlo. Animarse a confiarle a alguien lo que está sucediendo para no
sentirse un bicho raro. Además, el mal
espíritu siempre buscará acallar, silenciar y ocultar la situación para
debilitarte y dejarte sin fuerzas ante la próxima embestida. Al hablar uno logra distanciarse de la
situación, nombrarla y ponerla en su lugar. No se logra ver las cosas si
uno está adherido completamente a ellas. En este diálogo animarse a confrontar
y decir lo que pienso, siento, lo que me confunde, me conflictúa. Lo que quiero
y lo que no quiero. Lo que me avergüenza y lo que me da bronca. Lo que me deja
tranquilo y lo que me parece soy capaz. Y no puede faltar, claro está, un poco
de humor conmigo mismo: “¡otra vez
en estas, je, vaya que cuestan algunas cosas en la vida!”
3.
CONVIVIR CON LA
TENDENCIA Y ACTUAR
El tercer paso consiste en convivir con la tendencia a la
borrachera afectiva. Saber que está con nosotros este tiempo y que con ella
estoy luchando. Saber con qué luchamos es
parte de la posible victoria. Y actuar. Actuar buscando despegarse de la borrachera aunque nos guste estar
borrachos. Esto es posponer el placer para crecer. Tratar de hacer cosas
que vayan un poco en contra de aquello que me lleva a estar borracho
afectivamente. En el caso del alcohólico se le recomendaría no ir a un pub a ver como beben otros, o no aceptar
invitaciones donde habrá mucho alcohol. Nuestro caso es similar. Despegarse de lo que afectivamente nos
demanda excesiva atención requiere esfuerzo y creatividad. Aceptar otras
propuestas, oxigenar otras relaciones, visitar amigos o amigas de otros
tiempos. Recordar el afecto de nuestros seres más queridos, crear, escribir,
hacer deporte…. Son todas recomendaciones para evitar caer en la ceguera. Sabernos frágiles es una posibilidad de
actuar sobre nosotros mismos con humildad. La soberbia (“yo sé jugar con
esto”, “yo me la banco”) es ocultar la debilidad bajo una máscara que tarde o
temprano se caerá.
Estar sobrios
afectivamente es estar abiertos a la vida desde la sana estima de sí
Una
estima sana de uno mismo lo lleva a reconocer que es una persona con luces y
sombras, con posibilidades y límites, pero que nunca tratará de menospreciarse,
ni minusvalorarse pensado que no es nadie y aceptado cualquier madriguera que
nos dé un poco de calor.
Una
sana estima de nosotros mismos nos lleva
a estar relativamente contentos con nuestras decisiones. Decisiones de las
que somos conscientes, y no llevados por la corriente. La sana estima de sí nos causa un placer que no nos dan muchas otras situaciones
de la vida. Porque cuando uno se aprecia como es, logra apreciar al otro
como es sin desenfrenos, dejándolo ser como es y amándolo como se merece. Dejar
que la persona amada se estime a sí misma para que logre establecer una
relación sana y fecunda es algo que ve quien puede detenerse ante el misterio
del otro y darle gracias por existir. Dejando ser, sin atrapar, ni poseer,
tomando las cosas con seriedad y alegría.
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