Criterios
para pensar la sexualidad y afectividad desde una perspectiva cristiana
Por Emmanuel Sicre, sj
Cuando
estamos en una encrucijada nos viene la clásica pregunta “¿qué hago?”, o “¿qué
está bien y qué está mal?” o “¿qué
será lo mejor?”. Y pasamos mucho tiempo dándole vueltas en nuestra cabeza. Es este
un proceso de discernimiento en el que nos encontramos más de una vez en
nuestra vida. Al mismo tiempo, si sumamos la voz de Dios a nuestras reflexiones
hacemos un ejercicio de discernimiento espiritual.
¡Cuánto más problemática se
vuelve esta pregunta si la enfocamos al tema de la sexualidad y la afectividad! ¿Por
qué? Porque esta dimensión humana fundamental y constitutiva no ha sido muy
cuidada a lo largo de la historia en casi todos los niveles: biológico y
antropológico, emocional y psicológico, intelectual, personal y social,
espiritual y religioso. ¿Qué nos pasó
para que algo tan importante para la vida se convierta muchas veces en un problema? He aquí una primera intuición: estamos
hablando de la vida en su aspecto más dinámico, potente y maravilloso.
¿Qué sucedería si nos dedicamos
a explicitar algunos puntos de discernimiento humano-espiritual que nos ayuden
a percibir y analizar esta realidad de manera tal que nos permitiera orientar
nuestra respuesta a la pregunta "qué hacer con la sexualidad y
afectividad" para vivirla más plenamente? Seguro deberemos revisar
algunas
precomprensiones y dilucidar por dónde es que se
nos cuela el mal espíritu (que sólo busca someternos,
esclavizarnos y provocar infelicidad, tanto a nivel personal como colectivo).
RECONOCER EL PROCESO
En
primer lugar, hay que reconocer en qué etapa del camino de mi vivencia sobre la
propia experiencia sexual y afectiva me encuentro. Tal vez
algunos aún no se han preguntado mucho, otros quizá demasiado, habrá quienes ya
tienen una larga tradición de terapias sobre el tema, otros que por primera vez
se plantean estas cosas en relación con otras dimensiones personales, como la
espiritual.
¿Qué
significa y qué lugar tiene para mí mi sexualidad? ¿Cómo ha sido mi historia afectivo-sexual?
¿Qué sé, qué me intriga? ¿Qué desconozco aún? ¿Cómo
me gustaría vivirla? ¿Qué se me dificulta y es como una cruz? ¿Qué tentaciones
vivo? ¿Tiene el Dios de Jesús un lugar en esta dimensión de mi vida?
Es
probable que surjan los primeros temores. En este sentido, es necesario
desplazar el miedo, para poder pensar y tomar con libertad estas cuestiones, a
fin de que ganemos en confianza frente a los posibles tabúes insanos.
ATENDER A LAS VOCES DEL DISCERNIMIENTO
Discernir
sobre la vida sexual implica distinguir algunas
voces que participan y que casi todos escuchamos en nuestra vida: las voces de
cómo me enseñaron -o no- sobre
este tema a nivel familiar y escolar; las voces de lo que dice la religión que
aprendí; las voces de los medios masivos de comunicación y redes sociales; las
voces de las
personas que me rodean; las voces del mal espíritu; y por último, notemos la más
importante, la voz de mi propia conciencia donde Dios mora y se comunica
conmigo de una manera especial.
¿Cómo encontrar en medio de
este bullicio de voces aquellos criterios que me ayuden más a vivir mi
sexualidad en paz y plenitud? ¿Es tan fácil seguir la voz de la conciencia
donde Dios habita cuando la cosa no es tan clara?
En este sentido, es necesario decir que la voz del Espíritu de Dios
siempre actúa trayendo serenidad, calma, luz sobre un determinado aspecto en un
lento proceso que requiere paciencia. En ella podemos percibir el deseo de claridad,
orden y armonía. La voz del Buen Espíritu, cuando hay algo que está desordenado
en nuestra vida o demanda mayor transparencia, inquieta de manera suave pero
firme e insistentemente, a diferencia de la voz del mal espíritu que remuerde
la conciencia dejándola tirada por el piso sin poder levantarse por la culpa o
la autoacusación desbordada por lo que hacemos o hicimos.
La del mal espíritu es una voz que acelera, desespera y no deja pensar
lo que vivimos interiormente. Entonces, al aumentarnos la velocidad, nos gana a
golpes de conclusiones apresuradas y siempre un poco retorcidas e irracionales
si nos tocara comunicarlas. La voz del mal espíritu manipula con el secreteo a
la conciencia para que nunca busque el aire fresco de quien, al escuchar lo que
nos pasa, pueda ayudarnos. Es una voz que nos engaña para que callemos y
sintamos la soledad de quien no tiene refugio.
La voz de Dios, en cambio, es sincera con nuestra historia, honesta
con lo que vamos siendo y amable con nuestros procesos, para hacernos caer en
la cuenta de lo que nos hace más humanos. En este sentido, la voz de Dios nunca
es intimista y solitaria, siempre busca el vínculo y lo sana, lo restaura e
invita a la comunión y la comunicación con otros. Por eso, cuando encontramos
personas en las que confiar sentimos un gran alivio de conversar de nuestras
cosas más personales y, aunque que cueste expresarse al principio, una vez que
lo logramos, fluye en nosotros el deseo de ser más transparentes y libres. La
voz que viene de Dios cuando nos invita a hacernos cargo de nuestra sexualidad
y afectividad siempre es oportuna y va lentamente proponiéndonos cómo seguir
creciendo. De allí la invitación a que lo que vivimos en este ámbito también
sea motivo de comunicación que libera y sana.
ALGUNAS ACTITUDES
ANTE LAS VOCES
Por lo
general, lo que nos suele pasar es que
abandonamos la responsabilidad de escuchar la voz de la conciencia y la ponemos
fuera de nosotros. No sólo por pereza, sino porque muchas veces tenemos
temor a las consecuencias.
Es el
caso de quien, en vez de buscar ayuda en una figura de importancia moral -un
sacerdote o religiosa, por ejemplo-, le pregunta
qué es lo que está bien o está mal para ver si hay otro que le resuelva el
problema del discernimiento propio. O la situación de quienes buscan en un "catecismo" -o sistema regulativo-legal-
qué es lo que tienen que hacer como si fuera un recetario de comportamiento
seguro. También le pasa a quienes
nunca se cuestionan nada porque creen que todo es relativo y da igual, y
nadie les puede sugerir ningún límite, ni siquiera ellos mismos y se
dejan llevar por el momento al caer en un presentismo sentimentalista y vacío. O quienes
creen perder identidad si hablan de sus
sentimientos. Por eso actúan de manera individualista y olvidan su entorno. A decir
verdad, percibir lo que nos pasa no siempre es fácil, pero lo es cada vez menos
si no hacemos el intento de desearlo.
En
estos casos lo que está desajustado es la relación consigo mismo y con los
demás porque no se puede asumir el discernimiento que conlleva toda decisión
importante tomada con responsabilidad. Además, quienes evitan escucharse creen
que sus acciones no tienen repercusiones más allá de sí mismos.
¿LA
SOCIEDAD EN MI INTIMIDAD?
Habrá
quien podrá preguntarse, quizá, qué
tiene que ver la sociedad en mi vida íntima. En realidad, nos han hecho
creer que la sexualidad es sólo un tema de “intimidad” que no se habla sino es cuando
hace falta y bajo un cierto tabú, disfrazado de “respetismo”,
difícil de quebrantar. Y lo que la realidad pone en evidencia, a partir de los
múltiples círculos en que nos movemos, es que la sexualidad está presente en
casi todos los capilares de nuestra cultura, porque forma parte de nuestra vida
cotidiana: en las redes sociales, con las amistades, con el humor, con la
religión, con la escuela, con las salidas, con la publicidad, la TV, el cine,
el arte, el deporte, y un largo etc.
En
verdad el tema de la sexualidad no es un tema personal solamente, sino
social, y merece
atención para que podamos crecer como comunidad humana. Por lo general, lo
tratamos de manera privada, pero las consecuencias no son individuales sino
públicas y colectivas. O si no ¿por qué
se dan tantas heridas en este campo y se resuelven hiriendo a otros por el
mismo lugar en que fuimos heridos, haciendo de la convivencia humana un caos? ¿Cuántas heridas sexuales de abusos al otro
podrían evitarse si tuviéramos un poco más de apertura para hablar de estas
cosas con respeto?
DISCERNIR LA SEXUALIDAD DE CARA
A CRISTO
El
objetivo de mi discernimiento tiene que ser lo más claro posible: discierno para saber qué hacer, y qué es lo
bueno para mí y los demás en este momento de mi vida, de cara al mensaje y la vida del Dios de Jesús. Discierno
para encontrar los límites sanos que me resguardan y me cuidan, al mismo tiempo
que para destrabar los prejuicios o malas comprensiones que no me llevan a amar
más.
Por eso
me tengo que preguntar: ¿para qué quiero
pensar, meditar u orar sobre este aspecto de mi vida? Quiero liberarme de
culpas malsanas que me torturan para vivir con plenitud mi sexualidad y ser más
consciente de lo que hago. O deseo
aclararme sobre algunos puntos concretos que me afectan en mi relación con los
demás. O tengo que tomar una decisión dentro de mi propio proceso. O quiero
sanar ciertas heridas de mi historia que andan dando vueltas. O tal vez, quisiera
saber qué es lo mejor en mi relación con otra persona. O bien, me gustaría descubrir
lo que Dios quiere de mí en esta dimensión. En fin, cada uno sabrá.
Una vez
que se pueda aclarar en dónde me paro en
verdad y sin engaños, y cuál es mi deseo,
es que puedo continuar con mi discernimiento. NOTA: Es
posible que a medida que vaya remando encuentre nuevas perspectivas y luces,
que me amplíen la mirada y me ayuden a llegar a un puerto quizá más prometedor
y fecundo que aquel al que pretendía llegar. Esa es la aventura de discernir con el Dios de Jesús.
El criterio para discernir de
cara a Cristo lo tiene a él como fundamento. Hay que ponerlo a él en el
centro de la mirada y desde allí discernir. ¿Cuál
habrá sido la actitud de Jesús respecto de la sexualidad humana? ¿La habrá
condenado, despreciado y restringido? Seguramente, no se habrá parecido
a la actitud de la religión judía de su
tiempo un poco desviada hacia la hipocresía que él mismo ataca. ¿Será que
difiere, quizá, de ciertas
formas de la religión que a veces da la impresión de pedirme
“imposibles”?
La
actitud de Jesús es siempre de acogida misericordiosa con la
persona que busca honestamente salud, salvación, paz,
liberación,
esperanza, comunión. Si lo busco también en las zonas
incomprendidas de mi sexualidad, seguramente él me dará luces, pero si no lo
dejo entrar en contacto con todo lo que soy, el proceso de transformación
interior queda disminuido.
Cristo
lo único que parece no soportar es la hipocresía, y por
eso en los evangelios lo vemos discutiendo tanto con las autoridades
religiosas de su
época. Su relación con las normas muchas veces es conflictiva porque habían
ahogado al ser humano en un esquematismo legal. Por
eso, si bien no las contradice en su contenido, lo que hace es ubicarlas en el
verdadero plano de aplicabilidad, es decir: estar al servicio de los hombres para
encontrarse con Dios.
Jesús
quiere que las personas descubran que tienen un Padre Bueno que los ama sin
medida, que los quiere felices porque así los creó, y que
está dispuesto acompañarlos en sus sufrimientos ofreciéndoles una vida que
nadie más podría darles. Jesús nos revela la fascinación de Dios Padre por cada uno de los
hombres. De allí su centralidad en la persona humana
total. Nunca
veremos a Jesús destruyendo la psicología de alguien para que cumpla una norma,
todo lo contrario, libera, desata, abre, ubica, confronta, corrige
y acompaña. Y
esto también sucede en el plano de la vida afectivo-sexual.
¿Será
del Dios de Jesús que tengamos que escondernos de la sexualidad y el placer y
verlos como pecado si son creación suya? ¿Acaso
existe algo en la persona “intrínsecamente malo” para los ojos del Dios de
Jesús? ¿Será el Dios de Jesús un ciego que no quiere salvarnos de aquello que
nos esclaviza en nuestro comportamiento sexual? ¿Será del Dios de Jesús que vivíamos
un cumplimiento sin sentido, o simplemente porque nos dijeron, sin hacer
un proceso de reconocimiento personal de lo que significan determinados límites
para mi vida? ¿Será
del Dios de Jesús que tengamos que vivir una doble moral porque no podemos
congeniar nuestra experiencia sexual con lo que proponen ciertas normas
sobrevaluadas por algunas psicologías excesivamente rígidas? ¿Será
del Dios de Jesús que todo lo que llamamos pecado se ubique de la cintura para
abajo sin distinciones? ¿Es acaso el Dios de Jesús un obsesivo sexual
que está pendiente de todos mis comportamientos genitales de tal
manera que me mira y me acosa? ¿Será el Dios de Jesús un Dios desinteresado de
mí y que le da lo mismo lo que haga con mi cuerpo y el de los demás cuando lo
tomo como un objeto de mi placer egoísta? ¿Será el
Dios de Jesús permisivo y hedonista que no asume el dolor y el fracaso humanos?
¿Será
el Dios de Jesús un juez condenador que anda persiguiéndome para que
haga sacrificios de modo que no se enoje conmigo? Al parecer este no es el Dios
de Jesús, debe ser otro diosito rebajado.
Quizá
alguno piense que estamos haciendo una apología del libertinaje sexual. No hace
falta, eso ya lo han hecho otros. Lo que queremos poner en el centro es la pregunta por el discernimiento de la vida afectivo-sexual de cara a Jesús.
LAS
CONSECUENCIAS DE NO DISCERNIR
En efecto, no intentamos dar respuestas a las cuestiones
personales, sino abrir el abanico para que el discernimiento sexual-espiritual forme
parte de las preguntas de la vida de los jóvenes -y por qué no de algunos
adultos-, y no que las consecuencias decidan sobre la
vida personal como
sucede cuando los embarazos indeseados interrumpen procesos de madurez en la
adolescencia –en especial de las niñas-, o cuando la cantidad de
anticonceptivos y el látex trastocan el sistema sexual, o cuando los heridos
sexuales llegan a los cargos públicos para tomar revancha, o cuando la
ignorancia o el morbo de algunos perturba la psicología de los más jóvenes en
la confesión, o cuando se destrozan las vidas de quienes continúan aquí y otras
de quienes Dios recibe con amor allá luego de un aborto, o cuando sólo se
considera pecaminoso lo que tiene que ver con el comportamiento sexual y se
olvidan los compromisos sociales y políticos para con el bien común que son un
omisión cristiana grave, o cuando la pornografía resuelve la soledad y da un
modo erotizado de relacionarse con las personas, o cuando las miles de formas
de abuso que un varón o una mujer ejercen terminan por desconocer el amor
gratuito y desinteresado. Cada quien podrá continuar la lista.
Si no
ponemos en la mesa las cartas de este ámbito vital para la
comunidad de creyentes, tendremos que sufrir las consecuencias de la
rigidez de algunas catequesis basadas sólo en reglas y no
en la vida de las personas de cara a Jesús, de una Iglesia jueza de las
decisiones que no toma, de unos
proyectos de vida truncados, de unos sacerdotes y monjas mal formados, de unos
docentes indiferentes, de una sociedad traidora de las conciencias, de unos
machismos inadecuados, de unas enfermedades esterilizantes para el
mundo, de una
educación sexual genitalista y cientificista separada
del ser humano integral, de un
patrón de conducta animalizado y poco pensante, de unas
conciencias retorcidas y culpógenas que sólo ven pecado en lo
sexual, de unos
inconscientes entretenidos con sus fantasías
reprimidas, de unas
paternidades irresponsables y unos “hijos sorpresa”, de una
ignorancia atroz en el manejo de las emociones que
provocan desastres familiares, y lo que es peor, de personas
que se las arreglan como pueden sin esperar vivir en este ámbito la plenitud
gozosa y fecunda que el Dios de Jesús quiere para cada uno de nosotros, en
cada etapa de nuestra vida.
Excelente reflexión, Emma!
ResponderEliminarQue buena reflexión, Emma me gustó mucho el enfoque.
ResponderEliminarGracias!
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