viernes, 26 de abril de 2019

EL NADO DE PEDRO


por Emmanuel Sicre, SJ

Siento una pregunta intensa: ¿qué pasaría si Jesús se retirara de mi vida? Por hipotética que pueda parecer tiene sentido si me la planteo en un fragmento de mi existencia. He aquí mi desconcierto: si no aguanto una hora de oración sin Él, ¿cómo imaginar una vida, o un tramo o lo que sea, sin Él? Y no se trata de mirar mi debilitamiento, por cierto ya constatable, sino la tristeza de mi vida cada vez que cierre los ojos o la oscuridad de mis noches, o el espanto de no poder servir por amor. 
En este sentido, me levanté como los discípulos después de la muerte de Cristo: pensando que Jesús se fue de nuestras vidas, que ya no estaría más, que lo perdimos. Y bueno, una existencia así es un tormento para quienes lo conocimos. Volver a las rutinas de la vida sin la razón por la que esas rutinas cobraron sentido, o incluso aparecieron. ¿Qué puede devolvérselo? Un duelo imposible. Quizá como el de una madre que pierde a su hijo y el desgarro le arrincona la sangre licuándosela con el dolor. 
Por eso Juan cuenta que Pedro salta de la barca desnudo al encuentro del Señor en Tiberíades (Jn 21) sin importarle el agua fría del amanecer, ni sus kilos de más, él braceaba con prisa como si con cada brazada pudiera acercar el tiempo de su amigo, como si lograra arrebatarle a su tristeza un tramo y convertirla en esperanza de abrazo. 
Sí, Pedro, allí vas surfeando tu fragilidad, demostrándote que si hay algo que te hace mover con insistencia de nado, es Él. 
Si te hubieras mirado a ti mismo hubieras perdido la oportunidad de darle paso a tu espontaneidad herida, la misma que te asaltaba con arranques de desubicación, es la que hoy te lleva a tirarte al agua desnudo, sin nada, desasido de tus complicidades con el miedo y la falsa bravura. 
Hoy sí es tu humanidad entera, Pedro, la que nada hacia Él, la que lo busca y va entre respiros cortados de agitación. 
¡Cuánto habrás de agradecerle a Juan la certeza que te avisó su presencia en los bordes de tu mar!
¡Cuánta noche fue esa noche y no lo sabías!
¡Cuánto por contarle a tus hermanos y a tu familia de lo que ese nado te regaló!
Y mira, Pedro, cómo ya no te hundes en el agua, mira cómo no tienes que gritar: “Señor, sálvame”, ahora caminas con tus brazos y tus piernas hacia quien te espera en el suelo firme de su Tiempo Nuevo. ¡Qué poco son cien metros!
Y llegas, cansado de nadar, con el aire escaseando, pero con los ojos claros, bien claros. Y sin mediar palabra ni gesto alguno dejas que tu espontaneidad nuevamente acierte en el abrazo. 
Y lloras como un niño reencontrado en los brazos de su madre. Y dejas que te apriete fuerte, sin miedos, sin confusiones, siendo quien eres, descansando de tanta tristeza.

12 comentarios:

  1. Qué bueno! Imaginarse todo éso es increíble..y discernirlo, ni te cuento!

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    1. Parece que las Martas nos pusimos de acuerdo...como pocas,tan real esa imaginación..un relato increíble y ahora..a disfrutarlo...gracias!!

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  2. Qué lindo!!! Emma imaginarse es abrazo a nuestra fragilidad tanta falta nos hace

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  3. Terrible la vida sin Jesús...
    Pedro volvió a su vida de pescador, pero ante Jesús dejó todo para volver a Él.

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  4. Gracias por levantarme en un momento de muerte de mi patria y de mi espíritu. Voy hacia él qu me espera en el camino abriéndome, como siempre, sus brazos amantes.

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  5. Gracias por levantarme en un momento de muerte de mi patria y de mi espíritu. Voy hacia él qu me espera en el camino abriéndome, como siempre, sus brazos amantes.

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  6. Cómo me guastaría imitar a Pedro !!!!

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  7. Me encantó, me hizo recordar a unas de las fichas del Retiro de Pedro, todos somos como este discípulo que se tiraría como el para ir al encuentro... Gracias Emmanuel. Cariños

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