Por Emmanuel Sicre SJ
Para amar a Dios déjale la iniciativa. No quieras ser mejor que Él.
No lo busques, permite que te Él encuentre adonde estás ahora.
Piensa que siempre está más allá de tus errores y fracasos,
no le pongas condiciones a su amor.
Evita devolverle tanta bondad cumpliendo obligaciones y deja que te gane siempre. No compitas con su generosidad. Gracias a Él, es una batalla perdida.
Siéntelo caminando a tu lado durante el día, hablándote en todo lo que te rodea, llegando a todos sin restricciones, incluso a quienes más te cuestan.
Mira cómo disfruta vivir a tu lado desde que naciste.
Para amar a los demás
Deja que sean como pueden ser, no como te gustaría.
Agradece que existan, que tengan sueños, búsquedas, anhelos.
Reconoce sus dones, rescátalos de sus traspiés, juega a su favor, pide tanta fuerza para quererlos cuanto más difícil se torne el vínculo personal y social.
Contempla sus historias, sus heridas y sus respuestas cotidianas con respeto.
Corrígelos, si puedes, con amor, sólo con amor.
Súfrelos con paciencia infinita recordando toda la paciencia que tienen contigo.
Para amarte a ti
Respira hondo y mira cómo la maravilla de ser creatura suya te ha hecho una persona digna, libre, capaz de amar y de crecer.
No temas al “sano egoísmo” de pensarte alguien que busca, aún con sus fragilidades, el bien en un mundo roto.
Contempla tus propios cambios y dales tiempo a los procesos complejos. No corras mucho. Ve al ritmo del Espíritu en ti.
Agradece ser quien eres, aunque tengas tus conflictos y autoreproches, ámate como puedas, pero ámate. Siempre estarás contigo.
Abre toda tu mente, todo tu corazón, todo tu espíritu y déjalos así para que escuchen en su intimidad: “Amarás...”
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