por Emmanuel Sicre, SJ
En medio de las rutinas que nos
envuelven emerge con frecuencia la pregunta por el sentido de lo que hacemos o
de aquello que nos pasa. Hay momentos en que ninguna respuesta pareciera alcanzar.
Preguntamos una y otra vez "por qué"...
y nada. En efecto, en tiempos de crisis el sentido desaparece y sólo nos quedan algunas justificaciones
racionales para no entrar en completa desolación de un absurdo. Incluso en algunos de los casos dejamos
muchas veces de hacer algo porque ha perdido su sentido. Aunque alguna vez lo
haya tenido, ¿será
que el sentido tiene una fecha de
vencimiento? ¿Por
qué cuando desaparece
no podemos devolverlo? ¿Por
qué no depende de
nosotros?
La espera del
sentido o el sentido de la espera...
Guernica, Pablo Picasso |
Resulta que el sentido no es algo que
nosotros podemos darle a las cosas o a los acontecimientos de la vida. El
sentido no es una explicación
o justificación
más o menos racional,
no es una respuesta que acaba con una simple duda. El sentido es algo más abarcador, más contundente, más vivificador. Por eso, la mayor parte
de las veces, adviene, llega, aparece, surge, se da... Nuestra tarea es hacerle
espacio interior para recibirlo. He aquí el
valor de la espera. Lo que llena el espacio que va del sinsentido al sentido es
la espera. Así,
pues, quien se des-espera, pierde.
Pero, ¿qué sucede durante este tiempo en que
esperamos?
Estamos
en el invierno de la razón.
Y en invierno no hay frutos, hay que trabajar por ellos, y conformarse con las reservas propias o
ajenas. Mientras, interiormente se van disponiendo las estructuras para que, tarde o temprano,
se den los brotes de la comprensión,
las hojas del entendimiento, las flores de la paciencia y lleguen por fin los
frutos del sentido.
Este tiempo es fundamental porque aquí
se fragua la contundencia de aquello
que nos será dado.
A saber, el zumo de nuestra propia historia combinada con la historia del
mundo, lista para el próximo
paso.
En este tiempo de espera se concreta
nuestra experiencia fundamental de seres necesitados. Se elaboran las preguntas
más hondas sobre el
ser de lo que vivimos. "¿Por
qué a mí?" "¿Para qué esto?" "¿No podría haber sido de otra manera?" "¿Sólo yo lo veo así?"
"¿Qué sentido tiene?"... Y también se desgajan ciertos "deber
ser" que ya no funcionan en nuestro proceso vital y nos abren a una nueva
libertad.
Es
el tiempo de disparar los cuestionamientos más existenciales al blanco de nuestra historia personal y
social. Aquí es
cuando nos convertimos en contemplativos de la confusión y del caos aparentes. Como frente al
Guernica de Picasso. Durante este tiempo es fundamental el papel de la memoria
porque en ella se atesoran los recursos que sostienen la espera y porque es la
casa del Espíritu,
encargado de seleccionar los elementos para la armonía del sentido.
Asimismo, se da algo simultáneo: la tentación de claudicar, de abandonar la lucha,
de tirar la toalla. Y muchas veces sucede que nos cansamos o no pedimos ayuda a
tiempo, y terminamos por ceder a la tentación de abandonarlo todo. Aquí es cuando corremos el riesgo de tirar el agua de la tina
con el niño adentro. Porque
en tiempo de crisis jugamos infantilmente "al o todo o nada", no nos
conformamos con la pequeña
porción que toca. Como si
tuviéramos algún derecho adquirido!
¿Por
qué pasa esto? Porque
al caminar contra el viento no se ve nada y toca confiar en el camino. Y confiar es arduo cuando estamos acostumbrados
a arreglárnosla solitos o
cuando hemos sido heridos en nuestra capacidad de confiar.
(PARÉNTESIS. ¿Hay
cosas que no tienen sentido en la vida? Sí,
se llaman absurdos. Pero lo son cuando están desligados del conjunto de la realidad de la cual surgen.
Un absurdo quizá no
se entienda inmediatamente, pero sin dudas está revelando algo que a nuestro sentido común no le sienta bien. Por eso las
diferentes culturas, por ejemplo, tienen que ser comprendidas desde ellas
mismas. Por lo tanto, cada absurdo personal o social, es portador de preguntas
por el sentido que nos ayudan a diluirlo en la comprensión de algo mucho más complejo que una simple lógica racional, en pos de un crecimiento. Vivir de absurdos es otro problema que podríamos llamar necedad.)
Roy Ball, Orquesta de niños |
¿Y cuándo llega el sentido?
Cuando
estamos listos para recibirlo. Cuando hemos dejado de construir significados
con la razón y nos abrimos a
la realidad con el espíritu.
Cuando hemos sido lo suficientemente probados en la fortaleza de la espera que
nos estuvo preparando como el sembrador a la tierra. Cuando asumimos una
actitud pasiva que nos habilita a comprender con el alma este nuevo paso que se
nos invita a dar en nuestro crecimiento.
Y cuando llega el sentido todo cobra
color, luz, aire. El aparente absurdo devela su coherencia interna. Con
suavidad vamos viendo cómo
nuestra historia nos muestra la verdad de sí. Descubrimos que cada cosa, cada episodio, cada persona
ocupa su lugar y nosotros el nuestro.
Como músicos
de una orquesta. Una serena armonía
combina las voces de la realidad para cantarnos la hermosura de estar vivos,
para susurrarnos la sabiduría
del tiempo y para que dancemos con la realidad en vez de enfrentarnos con ella.
Y es que el sentido adviene, llega,
aparece, surge, se nos da, cuando confiamos en que, a pesar de lo duro de la
vida, esperar vale la pena.
muchas gracias!
ResponderEliminarDe nada. Saludos!
Eliminar