Al leer la prensa y los comentarios que se generan en torno al próximo Sínodo sobre la familia surgen algunas reflexiones.
Pero si los curas no se casan
No es descabellado escuchar algo así como "qué hablan los curas de matrimonio si no se casan". En cierto sentido se tiene razón. Es curioso observar, más allá de las razones eclesiológicas históricas que pueden llegar a justificar esto, cómo la mayoría de quienes plantearán las cuestiones de disciplina sobre el matrimonio, nunca formaron uno, ni tuvieron que lidiar con la economía familiar, los vínculos con la "suegra", la pérdida del amor en la pareja, etc. Porque la analogía con la vida celibataria, no alcanza.
No es que sean incapaces de comprender con verdad los testimonios de la gente casada porque de hecho (esperamos) vienen de familias reales, sino porque es desproporcionado cómo en temas de disciplina religiosa sólo los ministros célibes tienen voz y voto para decir lo que se debería o no se debería hacer. Es decir, les toca decidir sobre la vida de los demás en un campo en el que sólo pueden ser testigos de la fe de los creyentes, y no jueces de la conciencia del otro. Gracias a Dios, todos hacemos lo que de buena fe podemos en la vida.
Pero, por qué no imaginar lo inverso. ¿Qué sucedería si fueran los laicos los que se reunieran en un sínodo paralelo para decidir qué deberán hacer con los religiosos infieles a su celibato, sobre las condenas a los abusadores, el manejo de los bienes y el poder dentro de la iglesia, la forma de vivir la afectividad de una persona que ha recibido un don para poder abstenerse del placer genital (en el mejor de los casos)?
A lo que cabe la pregunta sobre la repercusión real de las conclusiones en los creyentes de a pie, porque da la sensación de que el Sínodo es más para que los obispos retomen los debates arremangados del Concilio y quede claro quién está de un lado y quién del otro. Y no tanto para los matrimonios que hacen lo que bien pueden con su vida de fe. Veremos dónde termina todo en los próximos meses. Esperemos que el espíritu no sea este, sino el que verdaderamente ponga a la Iglesia al servicio del Mensaje de Jesucristo y no de las disciplinas farisaicas.
Entre el problema aparente y el problema real
2. Al mismo tiempo, creo que el problema no es si cambia o no la disciplina sobre el matrimonio tal como se teme, o si se ponen o no en tela de juicio los fundamentos doctrinales de los sacramentos, o si hay una hermenéutica del Evangelio ajustada al contexto actual o un método dogmático de interpretación que no deja margen a conclusiones diferentes a las premisas como hace el Catecismo de Juan Pablo II.
Este es el problema aparente, lo que primero se ve y sale a la luz en el debate porque lo que corren son argumentaciones que harán brillar a los más intelectuales, con todo derecho, en sus discusiones sobre el tema.
Pero la dinámica va más allá de los debates a nivel racional. Pienso que lo que mueve de fondo a algunos personajes decisivos y a la masa que opina, es la que vemos en el hijo mayor de la parábola del Padre misericordioso: ¿por qué a él sí y a mí no que estuve cumpliendo todo lo que creía debía hacer? ¿Cómo es que ahora puede gozar de los mismos beneficios que yo si no está haciendo bien las cosas? Es el problema del orgullo del que se cree justo. Y entre los "justos" no hay lugar para los "injustos".
Precisamente éste es el argumento que Jesús de Nazaret dinamitó con su vida y mensaje del Reino de Dios, pero no logramos penetrar afectivamente ni un poquito en este misterio de la compasión. Queremos justicia, queremos que se nos reconozca nuestro sacrificio y nuestra buena conducta, queremos que quienes no hacen las cosas como creemos deben ser paguen con alguna penalidad. ¿Será esto lo que el Dios de Jesús en el que creemos inspira?
Las palabras y obras de Jesús fustigan una y otra vez a los que piensan así con un término durísimo: HIPOCRITAS. Aquí no hay argumento que alcance porque me están tocando lo profundo de mi ego que se montó en un espejo de la doctrina que alcancé a cumplir. Porque, seamos sinceros, no debe haber quién pueda cumplir con todo.
Se suma a esto que estamos obsesionados con el pecado sexual. Todo se concentra de la cintura para abajo. Es muy probable que quienes ponen cepo a la comunión ofrecida a todos los pecadores, les cueste pensar un poco más en sus pecados en materia de moral social, ecología humana, pobreza, discriminación, y libertad de conciencia.
Es increíble que algunos asistan a un Sínodo solo para delimitar fantasiosamente la libertad de conciencia religiosa. ¿Cómo es posible prohibir algo a alguien de buena voluntad de lo que sólo ella es responsable ante Dios? ¿O tanta es la desconfianza que se tiene de los creyentes cuando evolucionan en su vivencia de fe? ¿No será una desconfianza fundada sólo en el temor que tienen ciertos "impartidores de doctrinas" que se están dando cuenta de la ignorancia religiosa que provocaron?
Ojalá este debate abierto por el tema de las familias no nos atrinchere en polos opuestos y que nos ayude a acercarnos más y más a lo que el Dios de Jesús sueña para todo hombre y toda mujer.